viernes, 6 de mayo de 2011

TERCER DOMINGO DE PASCUA

“No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras”
(Jn. 24,13-35)
Rev. Alexander Díaz



Cuando la confusión embarga el corazón del ser humano es bien difícil reconocer la presencia del resucitado, porque la frustración y la duda embargan el corazón; es lo que pasa por el corazón de estos dos peregrinos que regresan frustrados a Emaús, a reiniciar su vida, conocieron a Jesús pero nunca entendieron su misión principal. Caminan a paso agigantado con lágrimas en los ojos, con lamentos, reproches y resentimientos. Sus palabras indican frustración y resentimiento, y esto les hace cegarse y no ver claro lo que el peregrino les decía.

Este caso de emaús, es el caso de millones de cristianos hoy en día, que viven su propia vida, con un Jesús de milagros, con el Jesús líder de multitudes, con un Jesús hecho a su manera, pero que no es el real, viven creyendo y pensando que la cruz en un sinsentido, un elemento condenador.

Nos explica el evangelio que estaban tristes, y es por ello que cuando Jesús se acerca a ellos, no tienen ojos para reconocerlo porque la desilusión les ha quitado todo ánimo para continuar. En la tumba enterraron sus esperanzas de libertad y de superación, dejaron todo sueño metido en aquella cueva desolada. Muchos les habían contado que estaba vivo y que había resucitado, pero no habían creído, y por lo que se ve en el semblante, tampoco están dispuestos a creerlo. Estaban derrotados y tristes, eran ciegos de sí mismos, ya no sabían cómo digerir su fracaso.

Le cuentan a Jesús la versión de lo que había ocurrido, pero lo hacen con desesperanza. Ellos esperaban pero su espera había sido inútil. Ahora vuelven más desilusionados que nunca. Las palabras de Jesús le animaban pero su muerte, el silencio de la palabra del maestro les dejó vacíos.

Jesús comienza a explicarles nuevamente todo lo que de Él se decía en las Escrituras. Escuchan pero ya sin convencimiento. Siguen en el camino.

Llegan al pueblo y Jesús hizo como si fuera a seguir su camino, pero ellos le invitan a quedarse. Se sientan a la mesa y de nuevo Jesús toma el pan y habiendo dado gracias a Dios, lo partió y se lo dio. Dice la Escritura que en ese momento se les abrieron los ojos y reconocieron a Jesús; pero Él desapareció.


El último gesto que tuvo Jesús con sus Apóstoles fue la cena. Ahora, después de su resurrección hace de nuevo el gesto de la fracción del pan, que alimenta, que salva, que abre los ojos al ciego.

La Eucaristía es el lugar del encuentro con Jesús. Él se les muestra entregándose nuevamente, esta vez de una manera incruenta. Parte para ellos y con ellos el pan y bendice a Dios. Y ellos le descubren, en el momento preciso. Qué lindo seria que nosotros como cristianos al igual que ellos le descubriéramos también al partir el pan y que nuestros ojos se abrieran al momento de este milagro incruento.

La vida cristiana estará siempre enlazada entre Eucaristía, Cruz y Resurrección. Una y otra vez en la vida del seguidor de Cristo estarán presentes estos tres momentos.

Hay una pregunta que nuestros amigos no creyentes o no muy creyentes nos suelen hacer: Si Jesús resucitó, ¿Dónde está ahora?

Jesús no está en el sepulcro. El sepulcro se quedó vacío. Tampoco la resurrección es un retorno al pasado. El verdadero encuentro con Cristo está hoy en la Palabra, en la Eucaristía y en la profesión de fe.

El Señor está en la vida nueva que ha llegado en la transformación del sufrimiento de este mundo. Encontrarlo es encontrar el camino de la salvación.

Jesús resucitado está en la Eucaristía. La Eucaristía es el lugar preferente de la presencia de Cristo.

Participar en la Eucaristía significa tener un encuentro personal con Cristo resucitado.

También el resucitado está presente donde las personas se sienten hermanadas, donde se late con el mismo tono. El resucitado está entre los más débiles y pobres de la sociedad, aquellos que siempre llevan las de perder. Jesús con la superación de la muerte les hace ganar fuerzas para el camino de la vida, ilusión y alegría para su corazón, y ver, sobre todo ver que Él va siempre a nuestro lado en todos los momentos de caminar por nuestra existencia.

No pierdas las esperanzas, cuando te sientas solo y derrotado, no pierdas el ánimo cuando te sientas vencido, porque siempre estará Jesús caminando como un peregrino al tu lado, reconócele cuando tu corazón arda y se sienta confortado, es El, no puede ser nadie más. El está vivo y camina con nosotros.. Amén.

jueves, 5 de mayo de 2011

Asistió a Juan Pablo hasta su muerte: "Yo era una enfermera inflexible y él un enfermo inflexible"

Rita Megliorin: "Juan Pablo II sentía predilección por los más débiles"


Roma (Italia), 2 May. 11 (AICA)

“Me llamaron a última hora de la mañana. Corrí, tenía miedo de no llegar a tiempo. En cambio, él me esperaba. ‘Buenos días, Santidad, hoy luce el sol’, le dije en seguida, porque era la noticia que en el hospital le alegraba”.

Así recuerda el último día de Juan Pablo II Rita Megliorin, ex enfermera jefe del servicio de reanimación en el Policlínico Gemelli, la mañana del 2 de abril, cuando fue llamada al apartamento pontificio, a la cabecera del Papa agonizante, según lo relata Mariaelena Finessi, en una nota que tradujo Inma Álvarez para la agencia Zenit.

“No creí que me reconociese. Él me miró. No con esa mirada inquisitiva que usaba para entender en seguida cómo iba su salud. Era una mirada dulce, que me conmovió”, añade la mujer.

“Sentí la necesidad de apoyar la cabeza sobre su mano, me permití el lujo de tomar su última caricia posando su mano sin fuerzas sobre mi rostro mientras él miraba fijamente el cuadro del Cristo sufriente que estaba colgado en la pared frente a su cama”.

Mientras tanto, oyendo desde la plaza los cantos, las oraciones, las aclamaciones de los jóvenes que se hacían cada vez más fuertes, la mujer preguntó a monseñor Dziwisz (hoy cardenal), si esas voces no importunaban acaso al Papa. “Pero él, llevándome a la ventana, me dijo: ‘Rita, estos son los hijos que han venido a despedir al padre”.


Se conocieron en enero de 2005, cuando las condiciones de salud del Papa Wojtyla se habían agravado. Megliorin explica que en aquellos días de comienzo de año, llegando al hospital para entrar en servicio e ignorando que el Papa hubiera ingresado, le dijeron que se diera prisa, que fuese al décimo piso porque allí había “un huésped especial”.

“Piensen –dice la mujer– en un lugar donde no existe el espacio y donde no existe el tiempo, y piensen sólo en mucha luz”. La misma luz que acompañó las jornadas del pontífice.

“En aquellos meses, cada mañana entraba en su habitación encontrándole ya despierto, porque rezaba ya desde las 3. Yo abría las persianas y dirigiéndome a él decía: ‘Buenos días, Santidad, hoy luce el sol’. Me acercaba y él me bendecía. Arrodillándome, él me acariciaba la cara”.

Este era el ritual que daba inicio a las jornadas de Wojtyla. “Por lo demás yo era una enfermera inflexible y él un enfermo inflexible. Quería estar al corriente de todo, de la enfermedad, de su gravedad. Si no entendía, me miraba como pidiendo que le explicara mejor”.

“Nunca dejó de estudiar los problemas del hombre. Recuerdo los libros de genética, por ejemplo, que él consultaba y estudiaba con atención, incluso en aquellas condiciones”. Ese no querer rendirse, ese querer vivir la gracia de la vida recibida: “Cada día nos decíamos que ‘todo problema tiene solución’”.

Y el Papa lo decía también, y sobre todo, a las personas que encontraba, por las que sentía un amor paternal. “Y como todo padre, sentía una predilección por los más débiles. Por ejemplo, en la Jornada Mundial de la Juventud de Tor Vergata, en Roma, saludó a los jóvenes que estaban al fondo, pensando que no habrían podido ver mucho. También en el hospital se entretenía con los más humildes y no con los grandes profesores, les preguntaba por sus familias, si tenían niños en casa”.

Recordando en cambio los últimos ingresos, la ex jefa de planta añade: “El Papa vivió los momentos quizás más difíciles en el Policlínico”, pero “asistir a los enfermos es un don, al menos para quien cree en Dios. Y con todo, también para quienes no tienen fe es una experiencia única”.

Para quien comprende plenamente el sentido de lo que entiende Megliorin, resultan estridentes las preguntas de tantos periodistas, reunidos en la Universidad Pontificia de la Santa Cruz para escuchar, en un encuentro con los medios de comunicación, el testimonio de la enfermera.

Hay quien pregunta si una película sobre la vida de Wojtyla se corresponde con la verdad, sobre todo el fragmento en que la película cuenta que el Papa tuvo espasmos en el momento de su muerte. Preguntas estrafalarias, a veces inoportunas si no fuesen de dudoso gusto. Y de hecho, la enfermera pregunta cuantas personas de la sala han asistido a la pérdida de un progenitor en los propios brazos: “No puedo responder –explica a regañadientes–. Quien no lo ha vivido no lo puede entender”.

Entonces, “¿la muerte fue un alivio?”, insiste otro. “La muerte nunca es un alivio –replica la mujer–. Como enfermera digo sólo que hay un límite en el tratamiento, más allá del cual éste se convierte en un tratamiento médico agresivo”. El morbo de saber si Wojtyla se ahogaba o tragaba, si tenía fuerzas para comer, beber o respirar, todo esto es una violación de la intimidad de un cuerpo, la sacralidad de una vida que ya no está. Su pensamiento vuelve a las palabras de Wojtyla que sin embargo, ha “restituido la dignidad al enfermo”, recuerda Megliorin.

En la Carta Apostólica Salvifici doloris de 1984, Juan Pablo II dice que el dolor “es un tema universal que acompaña al hombre en todos los grados de la longitud y de la latitud geográfica: es decir que coexiste con él en el mundo”. También dice el Papa, “el sufrimiento parece pertenecer a la trascendencia del hombre: es uno de esos puntos, en los que el hombre parece, en cierto sentido, ‘destinado’ a superarse a sí mismo, y llega a esto llamado de un modo misterioso”.

Juan Pablo II “en el último momento de su vida terrena –concluye Rita Megliorin– rescató su cruz, haciéndose cargo no sólo de la suya propia, sino también de todos los que sufren. Lo hizo con la alegría que nace de la esperanza de creer en un mañana mejor. Incluso creo que él tenía la esperanza de un hoy mejor”.

lunes, 2 de mayo de 2011

SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA

“Dichosos los que crean sin haber visto”
Jn. 20,19-31
Rev. Alexander Díaz


Nos encontramos celebrando el Segundo Domingo de la Pascua, este es el llamado domingo de la Misericordia, porque en ella se muestra la misericordia del Resucitado sobre uno de sus apóstoles que muy altaneramente no cree, simple y sencillamente porque no ha visto con sus propios ojos este milagro.

Cada año leemos lo mismo precisamente porque nos acerca el misterio de este domingo. Primero remarca que el domingo proviene del Señor. El primer domingo de Pascua es el día de la manifestación del Resucitado, primero a las mujeres, después a los discípulos. La primera preocupación del Señor es reunir a los discípulos después del escándalo de la cruz. El segundo domingo, el primer día de la semana, esto es, hoy, el Resucitado vuelve a reunir a los discípulos para confirmarlos en la fe.

Confirmarlos en la fe no fue una tarea fácil, ya que digerir el escándalo de la cruz no era una forma sencilla, ni mucho menos aceptable por las consecuencias que esta traía, el miedo era inminente. Nos dice el evangelio que “estaban con las puertas cerradas por miedo a los judíos” (Jn. 20,19). El miedo es uno de los mecanismos que el maligno utiliza para no permitirnos crecer ni fructificar como verdaderos cristianos. Jesús se presenta en medio de ellos con unas palabras sencillas pero que marcaran la vida de los Cristianos “Paz a ustedes” (Jn. 20,19).

Paz, es el primer mensaje del resucitado a los once, un elemento que hace que el hombre trascienda y se encuentre consigo mismo, es por ello que un cristiano que no sea portador y pregonero de la paz, no ha entendido el proyecto de Jesús, los apóstoles estaban llenos de resentimiento y odia en contra de aquello que clavaron en la cruz a Jesús el Señor.

El Beato Juan Pablo II nos dijo en repetidas ocasiones a los cristianos del tercer milenio: "Los cristianos, en particular, estamos llamados a ser centinelas de la paz, en los lugares donde vivimos y trabajamos; es decir, se nos pide que vigilemos para que las conciencias no cedan a la tentación del egoísmo, de la mentira y de la violencia. Pidamos juntos a Dios, rico de misericordia y de perdón, que apague los sentimientos de odio en el ánimo de las poblaciones, que haga cesar el horror del terrorismo y guíe los pasos de los responsables de las naciones por el camino de la comprensión recíproca, de la solidaridad y la reconciliación"
Solo cuando el ser humano encuentra paz consigo mismo entonces entenderá cual es el significado real de su vocación.

Uno de los frutos del miedo y del temor, es la frustración y el rechazo, la incredulidad y el desasosiego ante nuevos acontecimientos, es lo que le sucede a Tomas. El no estaba en el segundo día de la semana cuando todo esto sucede, por esa razón se vuelve un arrogante ante la resurrección.

Tomas no cree las cosas grandes de Dios con facilidad. Tomás es el mundo de hoy que pide pruebas y certezas. Son tan grandes las pruebas que piden que sólo Dios puede darlas con su resurrección.

Pedimos muchas pruebas a Dios cuando en realidad nosotros mismos somos un misterio para nosotros, e incluso para los demás. Sólo para Dios no somos un misterio. Dios sabe lo que habita en nuestro corazón y sabe dar la respuesta adecuada en el momento adecuado. Dios sabe de nuestras muertes y resurrecciones, de nuestras cobardías, grandezas y miserias. Él sabe del barro del que estamos hechos. Vivir en cristiano es sintonizar nuestra vida con el ritmo de Dios, sólo así la vida nos dará respuestas.

Meter los dedos en las heridas de Jesús es entrar en su interioridad, descubrir sus dolores y su entrega por nosotros. ¿No vivimos muchas veces una fe epidérmica que no nos transforma? Entrar en el interior de Cristo es sentir como Él.

Nuestra vida está llena de pecados y errores que se multiplican en la medida que nos alejamos de Dios. No es extraño por tanto que en este texto de la aparición de Jesús aparezca la referencia al Espíritu Santo y al perdón de los pecados. Aceptar el Espíritu Santo es aceptar la presencia de Dios en mi vida, y cuando una persona está con Dios y en Dios, el pecado tiene muy poco protagonismo en su existencia.

Tomás pedía pruebas vitales. Necesitaba ver, tocar, sentir, palpar la presencia del supuesto resucitado. La evangelización no es otra cosa que ofrecer a los demás esta experiencia sensible de Jesús. Creer es ver, tocar, sentir a Cristo. La crisis del apóstol era de fe más que de razonamientos.

Cuando llevamos un camino en dirección al resucitado las dudas son cada vez menos. Hay personas que sufren interiormente porque sus dudas no le dejan confiar ni en nadie ni en sí mismos. ¿Qué necesita una persona sin fe para sentir la presencia del Resucitado? Me da la impresión que tiene que empezar por el principio; ir una y otra vez de Belén a la Cruz y al Domingo de Resurrección con admiración y respeto. Cuando metamos nuestros dedos en las heridas de Cristo no le produce dolor sino amor, un amor que convierte el corazón de quien se acerca a Él.

sábado, 23 de abril de 2011

DOMINGO DE RESURRECCION

“Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura:

Que Él había de resucitar de entre los muertos

(Jn. 20, 1-9)

Rev. Alexander Diaz




Hoy toda la iglesia se regocija y salta de júbilo porque las ataduras de la muerte han sido rotas completamente, la muerte ha sido vencida de raíz, el maligno que rondo las mentes de los que crucificaron al hijo de Dios, y lo fijaron con clavos en un madero, depositando toda su rabia y su envidia en su sagrado cuerpo, hoy han sido burlados por la verdad del amor.



La gran noticia que los periódicos debían de rotular hoy seria “La tumba donde lo enterraron, está vacía”, no hay nadie ahí porque, El está vivo, y vive para siempre, esa es la g

ran notica para todo el género humano, que por su resurrección todos hemos sido llamados a resucitar… “porque si él no hubiera resucitado vana seria nuestra fe” (1Cor.15,14) y también nuestra esperanza.




Atrás quedó el dolor, la duda, la poca fe manifestada en la cruz de la prueba, ya no puede haber dolor ni luto porque todo eso ha sido aniquilado completamente.



La Resurrección de Jesucristo es el misterio más importante de nuestra fe cristiana. En la Resurrección de Jesucristo está el centro de nuestra fe cristiana y de nuestra salvación, Jesucristo no sólo ha resucitado Él, sino que nos ha prometido que nos resucitará también a nosotros. La Sagrada Escritura nos dice que saldremos a una resurrección de vida o a una resurrección de condenación, según hayan sido nuestras obras durante nuestra vida en la tierra.


Resurrección es signo de victoria, es el hombre llamado a su dignidad más grande. ¿Cómo no alegrarse por la victoria de Aquel que tan injustamente fue condenado a la pasión más terrible y a la muerte en la cruz?, ¿por la victoria de Aquel que anteriormente fue flagelado, abofeteado, ensuciado con salivazos, con tanta inhumana crueldad?



Este es el día de la esperanza universal, el día en que en torno al resucitado, se unen y se asocian todos los sufrimientos humanos, las desilusiones, las humillaciones, las cruces, la dignidad humana violada, la vida humana no respetada.



La Resurrección nos descubre nuestra vocación cristiana y nuestra misión: acercarla a todos los hombres. El hombre no puede perder jamás la esperanza en la victoria del bien sobre el mal. ¿Creo en la Resurrección?, ¿la proclamo?; ¿creo en mi vocación y misión cristiana?, ¿la vivo?; ¿creo en la resurrección futura?, ¿me alienta en esta vida?, son preguntas que cabe preguntarse.



Creer en la resurrección es experimentar el cumplimiento de una promesa dada por Jesús. Si no has vivenciado antes la promesa no puedes ver su cumplimiento.

Ver la resurrección es experimentar la presencia del resucitado más allá de lo que experimentan nuestros ojos.



Captar la presencia del resucitado es mirar con el corazón los momentos y los acontecimientos de la vida. Si antes de su muerte Jesús pudo hacer milagros que otros captaron con la vista de los ojos, ahora la nueva realidad le da la hondura de la mirada del corazón.



A esto somos llamados los creyentes en Jesús: ver la realidad de la vida humana con los ojos del corazón.



Resucitar es vuelta a la vida, es victoria sobre los enemigos e incluso sobre uno mismo. Resucitar es el triunfo del amor que es más fuerte que la muerte. Resucitar es empezar de nuevo de otra manera, desde otra realidad. Ya sé que todo esto que digo es poco menos que increíble, y ciertamente lo es.



Esta realidad no se capta con la sola inteligencia sino con la fuerza de la fe. Es increíble porque sólo Dios es quien lo puede hacer. El tema no es entender la resurrección, la cosa es vivir como resucitados.

Muchos creyentes de nuestro tiempo se parecen a aquellos apóstoles de después del viernes santo que no esperaban ya nada más de la aventura con Jesús. Morir Jesús era terminar el seguimiento que un día habían comenzado.

¿Se han dado cuenta que lo que de verdad impresiona a la gente de Jesús es su entrega a los demás? Los creyentes no nos quedamos solamente en la visión material de las cosas, tratamos de ir con más hondura a esa realidad misteriosa de Dios para ir profundizando en Él, y, lo que es más importante, correr la misma suerte que el Maestro.



En definitiva, la resurrección es la fiesta de la vida. Nunca más la muerte va a tener la última palabra en la vida de las personas. Quien siga a Jesús tendrá un horizonte más allá del horizonte de nuestra materia. Quien le siga correrá su misma vida y su misma resurrección con lo que queda demostrado que el amor es más fuerte que la muerte.

viernes, 15 de abril de 2011

DOMINGO DE RAMOS

«¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en el cielo!»

(Mt.21, 1-11)

Rev. Alexander Díaz


Este domingo iniciamos la Semana Mayor, la semana que nos invita a meditar y cuestionar nuestra vida en torno al Jesús que entra a Jerusalén para ser entregado, apresado y juzgado injustamente. La liturgia de este domingo de ramos está llena de signos y símbolos que nos hacen crecer y meditar más a cerca de nuestra redención.

Este domingo es un tanto diferente a los demás, porque todos acudimos a nuestras parroquias con ramos en nuestras manos, ramos que sean bendecidos por el sacerdote o diacono, como señal y recuerdo de la entra de Jesús en Jerusalén donde todos lo vitoreaban como Rey, donde todos lo vitoreaban como el mas excelso de los seres, Jesús rey de reyes. Esas palmas recuerdan las palmas y ramos de olivo que los habitantes de Jerusalén batían y colocaban al paso de Jesús.

Jesús, siendo el Mesías, nunca busca que las multitudes lo aclamen porque su reinado no es de este mundo, la gran mayoría del pueblo de Israel, tenía una idea muy errada de lo que en realidad era el mesías: ellos esperaban un Mesías poderoso, de acuerdo a criterios humanos y políticos, que los libertara del colonialismo romano. Jesús, por el contrario, va dejando bien claro que su misión es diferente. Por ejemplo, cuando después del milagro de la multiplicación de los panes, la multitud quiere aclamarlo como rey, sencillamente desaparece.

Sin embargo, sólo en la ocasión de su entrada a Jerusalén se deja aclamar como Mesías y como Rey de Israel, como “el Rey que viene en nombre del Señor” (Lc. 19, 38).

Cuando ya comienza el proceso que llevaría a su Pasión y Muerte, Jesús, interrogado por Pilatos “¿Eres el Rey de los Judíos?”, no lo niega, pero precisa: “Mi Reino no es de este mundo” (Jn. 18, 36). Ya lo había dicho antes a sus seguidores: “Mi Reino está en medio de vosotros” (Lc.17, 21). Y es así, pues el Reino de Cristo va permeando paulatinamente en medio de aquéllos y dentro de aquéllos que acogen la Buena Nueva, es decir, su mensaje de salvación para todo el que crea que El es el Mesías, el Hijo de Dios, el Rey de Cielos y Tierra. Es por ello que al iniciar este recorrido con Jesús, el rey de Reyes en la Semana mayor, debemos de preguntarnos de manera enfática, si estamos listos para aceptarlo como rey y para vivir con él estos días agónicos de la pasión, pero no solo para vivir la pasión, sino también para vivir la resurrección que es lo más grande que se nos ha dado.

La mirada del creyente hacia la Semana Santa es de profunda interiorización del sacrificio de Cristo. No nos quedamos contemplando un acontecimiento histórico de ajusticiamiento de un ser humano. Nuestra mirada encuentra en estos días una respuesta a la voluntad de Dios.

Todos los amores humanos son más fuertes que la muerte gracias al sacrificio de Jesús en la cruz. Jesús pasó haciendo el bien como otras muchas personas y culminó su vida en la entrega máxima. La Pasión de Cristo no ha sido un trágico destino, sino un acontecimiento salvífico como nunca había sucedido a los seres humanos. Si en nuestras sociedades civiles honramos con cariño y con respeto a los héroes que en distintas etapas de la vida sacrificaron sus vidas por personas concretas, ¡qué gran agradecimiento debemos tener a quien la dio por todos!

Cristo nos abrió camino, nos enseñó las sendas por las que va a discurrir la historia de la Iglesia y la historia personal de cada uno. Pasión, cruz, resurrección se turnarán una y otra vez en nuestra vida física hasta que lleguemos al reino definitivo que Dios nos tiene preparados. La Iglesia camina en el sufrimiento reflejado en distintos momentos. La Iglesia siempre está en Pasión, en agradecimiento y en Resurrección.

Cuando las personas temen a la muerte es que no han sido capaces de mirar la cruz de Cristo como una oferta de vida eterna. Las personas de nuestro tiempo ya no están acostumbradas a las grandes palabras ni a las grandes promesas, ni a los evangelios. Hemos entrado en una sociedad donde las palabras son siempre pasajeras, sin raíces. Lo que es nuevo es lo que atrae; por ello la Semana Santa o la vivimos cada año como una realidad nueva o se nos vuelve, aburrida, sin sentido.

Empezar la Semana Santa es hacer provisión de eternidad sin olvidarse de este mundo doliente que está siempre en viernes santo.

Que este domingo sea una puerta grande para vivir en meditación profunda estos días santos de la pasión muerte y resurrección de Jesús nuestro Señor, recuerde estos días no son santos porque el calendarios los pone, sino porque usted y yo los santificaremos con el silencio interior y la meditación asidua en estos días de gracia. Amén.

viernes, 8 de abril de 2011

DOMINGO V DEL TIEMPO DE CUARESMA

"Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá”

Jn 11, 1-45.
Rev. Alexander Díaz


Hoy la palabra nos lleva a ver a un Jesús humano y divino a la vez, no vez no vemos solo a un Jesús que cura y resucita al mismo tiempo, nos presenta a un Jesús que llora, que se conmueve, que tiene amigos, un Jesús cercano a los suyos, sus lagrimas y su conmoción ante la pérdida de un amigo nos muestra la calidad de ser humano que él era, sus palabras se vuelven vivas entre nosotros.

Hay muchos que cuando se toca el tema de la muerte, se escandalizan, o se deprimen o simple y sencillamente les da miedo tocar este tema, se destrozan y se sumergen en tristeza, evitamos lo más que podemos para hablar de ella. Jesús se acerca para darnos una respuesta ante la dura situación de la muerte.

Es normal que ante la pérdida de un ser querido, nos quebrantemos, lo extrañemos y nos duela que este regrese a la casa de nuestro Padre, es normal eso no estamos diciendo que no se haga, - hasta Jesús en el evangelio de hoy lo hace y lo siente – lo que no es normal es que no aceptemos ese momento por el cual todos un día pasaremos y enfrentaremos, pero eso solo será un puente que marcará el inicio de una vida nueva si es que cuando muramos, aun vivimos, espiritualmente hablando.

El evangelio de este domingo nos hace reflexionar de manera profunda en el tema no solo de la muerte corporal y biológica sino de la muerte espiritual en la que tantos en esta sociedad están sumergidos. Jesús va a la tumba de Lázaro, y les dijo: "Quiten la piedra". Marta, la hermana del difunto, le respondió: "Señor, huele mal; ya hace cuatro días que está muerto". (Jn. 11, 39) Al maestro no le importa que apeste, le interesa sacarlo de esa tumba apestosa y sin sentido, los muertos que necesitan salir de sus tumbas son aquellas personas que han dejado de crecer y de tener esperanza. Son los que viven llenos de temores cuando una y otra vez el Evangelio nos dice: "¡No tengan miedo!" Son las personas que han tirado la toalla con suma facilidad cuando Dios nos invita a la lucha.

Estar muertos en y enterrados en una es no ser feliz, es dejar que el amor muera y que gane la batalla la soledad, la cobardía, la indiferencia, el tedio de la rutina, el absurdo de nuestro pasado y la terquedad del pesimismo y la insatisfacción. No me canso de decir que muchos en esta sociedad no vive con plenitud, sino que sobreviven o agonizan y son muchas las razones que hacen que una persona pierda las ganas de vivir. Hay gente que ante los graves problemas que viven lo que quieren es morirse. Siempre me he dicho ante las dificultades que lo que tengo que hacer es luchar para superarlas.

Es triste y desalentador el ver personas presas de la soledad, del desánimo y del desaliento, el ver cómo sufren día tras días. Se estancan, no se mueven ni exterior ni interiormente, y se quejan porque no son felices, pero no son capaces de ir mas allá de sus hastío. Tenemos que leer este Evangelio recordando la parábola del hijo pródigo (Lucas 11) ya que el hijo menor "estaba muerto y ha vuelto a la vida..." Volvió a la vida porque fue capaz de animarse, de volver sobre sus pasos, de moverse. De nada sirve (es anticristiano) el quedarse estancado sin hacer nada sino estar todo el día lamentándose. Hay que luchar por lo que se quiere, hay que sacrificarse por lo que uno desea.

El sufrimiento de muchas personas se podría evitar o aminorar si tuviesen la capacidad de cambiar, de levantarse y volver de nuevo a la casa del Padre. Pero no, están lamentándose constantemente de su pasado, presente y futuro... Morir es dejar que las distintas formas de muerte (pecados) presentes en el mundo nos ganen terreno interior. Resucitar es "levantarse" y volver a la casa del Padre. Me impactan las palabras de Jesús que con autoridad le dice desde la puerta de la tumba nos dice el evangelio que Jesús gritó con voz fuerte: "¡Lázaro, ven afuera!".(Jn.11,43) Esa frase de Jesús es una orden espiritual para salir de nuestros complejos que no nos dejan amar, ni ser amados, para salir de esas depresiones, de ese pasado agobiante y agónico, para salir de la tumba del miedo a ser mejor, a superarte, a vivir.

Salir fuera de ese ambiente toxico que te está matando, un ambiente creado por tus propios amigos, compañeros de trabajo, o incluso tu misma familia. ¡Levántate! Sal, ven afuera, respira el aire de la resurrección, de la paz, de la alegría de la bondad que estás perdiendo. Sal de tu tumba, Jesús te lo está diciendo todos los días a través de las personas que te quieren. Lázaro obedece y sale fuera, con dificultad, nos dice el evangelio que “salió con los pies y las manos atados con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: "Desátenlo para que pueda caminar". (Jn. 11,44) Esas frases tienen un hondo significado en el mundo actual y moderno, porque el mundo moderno está plagado de personas que se dedican a asfixiar a otros, son las vendas y la mortaja que no dejan caminar ni salir cómodamente a Lázaro, son personas que viven infundiendo la cultura de la muerte en él la vida de los otros, son partidarios de un mundo de muerte, son las personas que con normalidad y sin remordimientos son partidarios de que una madre pueda abortar (matar) al hijo que lleva en sus entrañas.

Son partidarios de aconsejar el divorcio más que la lucha y el esfuerzo para superar los problemas matrimoniales... promueven y animan a que los enfermos más graves y los viejos sean exterminados... son personas que en proyectos de vida cuando algo no les sale bien proponen como salida inmediata la autoeliminación suicida como expresión de su libertad... No nunca apoyare la cultura de la muerte nunca estaré de acuerdo con los que hacen de la muerte, la ruptura y la división la solución de sus problemas. No te vuelvas cómplice de la denominada "cultura de la muerte".

La cultura que nos trae Jesús es la cultura de la vida; de la física y de la eterna. La resurrección que nos propone Jesús es la de los corazones. La persona que está unida a Cristo colaborará con Él para que el interior de muchos seres humanos sean transformados y sean, a su vez, capaces de transformar. Tu y yo nacimos para vivir, no nacimos para morir…. Recuerda y ten presentes las palabras de Jesús, "Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá, y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?” Vivee en Cristo.

viernes, 1 de abril de 2011

CUARTO DOMINGO DE CUARESMA

"¿Crees tú en el Hijo del hombre?"

Jn. 9, 1-38

Rev. Alexander Díaz


Es interesante ver como el tiempo cuaresma, va avanzando y me encanta mas ver el proceso como se va desarrollando; de las tentaciones pasamos a la transfiguración y de ahí al encuentro de Jesús con la samaritana. La liturgia, las lecturas de cada domingo nos van centrando en la figura de Jesús. Al final, toda la Cuaresma se orienta a hacer memoria intensa de aquellos días de Pascua en Jerusalén en que a Jesús le tocó vivir su Pascua personal.

El evangelio de este domingo marca otro acontecimiento en el ministerio público de Jesús, y se da a través de la curación de un ciego de nacimiento. En el texto bíblico de hoy el "ver" es símbolo de la fe. "Ver" es tener fe. Recobrar la vista es entrar en el mundo de la fe y para entrar en este mundo es necesario estar cerca de Jesús.

El ciego nunca había visto la luz, por lo tanto había recibido tantos golpes, había sido llevado por otros que ni siquiera conocía. Jesús le regala el don del ver, del sentir el mundo real, el refresco de la luz. La fe es el elemento refrescante que nos ayuda a ver con claridad los embates de la vida, es por ello que es necesario que estemos de la mano con Jesús, porque solo él puede darnos esa luz. "Ver" es mirar el mundo con los ojos de Jesús, percibir la vida tal y como Dios la quiere y no como los seres humanos la hemos ido desmontando.

Ver es entender que el seguimiento de Cristo no es solamente el de transmitir unos conceptos o unas doctrinas, repetitivas y vacías, sino interiorizarlas y plasmarlas con convicción en la vida y que a través de esta vida, otros a nuestro alrededor lo comprendan también.

Siempre les digo a los catequistas que a los niños que se están preparando para recibir la primera comunión se les enseñe con convicción, que lo entiendan, que lo vivan, que no configuremos computadores que no entienden lo que oran a nuestro Señor, hay muchos que dice que el niño está preparado para la primera comunión porque sabe rezar, sabe los mandamientos y los sacramentos, el saber es muy importante porque nos hace poder ir mas allá de donde nosotros creemos, pero lo que más importa es vivir mucho en Cristo. Seguro que si les pregunto a los niños me contestará con precisión matemática. En cambio, si les cuestiono sobre quién es Jesús, muy probablemente será para ellos un desconocido, es importante que eduquemos y nos eduquemos conociendo a Jesús, y encontrándonos con el cara a cara, sin ninguna miopía que nos frustre este encuentro. Aceptar a Jesús como enviado de Dios, capaz de abrirnos los ojos para comprender. Pero superar la ceguera, la incomprensión, es un proceso largo que cada persona debe hacer por sí mismo, por en medio de todo esto se encuentran los fariseos que ponen en duda no sólo el milagro sino la nueva capacidad de ver que ha adquirido el ciego. Los fariseos representan la incomprensión total, la verdadera ceguera; no quieren reconocer a Jesús aunque tengan delante todas las pruebas de que obra el bien. Solo ven que ha curado en sábado y eso, según ellos, es desobedecer a Dios. Después el ciego dará un paso adelante y afirmará que «este viene de Dios», y hasta se pone a «dar lecciones» a los que deberían ser los maestros de la Ley. Los papeles se han invertido y eso ofende a los fariseos, no estás dispuestos a aprender, porque no quieren reconocer su ceguera. Decían nuestros abuelos que no hay peor ciego que el que no quiere reconocer su ceguera, eso es lo que representan su ignorancia.

Para ellos no basta con ver, con tener los ojos bien y distinguir las figuras y las formas. Además, hay otra forma de ver, de conocer, de interpretar las formas que se ven. Los fariseos dicen que el ciego ha nacido como fruto del pecado y que por eso no puede entender con claridad lo que ve. Me pregunto ¿Por qué los seres humanos siempre tenemos que juzgar y cuestionar a Dios en sus designios? ¿Por qué siempre tenemos que tener la razón, aunque estemos errados? ¿Por qué jugamos con las señales que Dios nos envía? Esa son nuestras propias cegueras, cerradas, cuadradas, y sin ninguna salida.

“En el Evangelio de hoy Jesús es capaz de transformar una carencia en un valor nuevo. Quien no percibía la fe ahora le capta como el Mesías y ahora puede "ver" el mundo y así mismo con una mirada bien distinta. Tenemos necesidad de que Jesús nos cure nuestras cegueras que son más de una. Puede ser que la mirada sobre los demás esté en serias vías de conversión. Es probable que tu sincero deseo de seguir a Cristo produzca magníficas posibilidades de milagros para los que te rodean. Pero la ceguera que más te debe de preocupar es la propia, la que no te deja ver cómo eres para Dios, para ti mismo y para los demás.

Hay cristianos que son capaces de percibir la ceguera en las otras personas pero son incapaces de ver su propia oscuridad. Estar ciegos por dentro es no encontrar caminos de esperanza, es ser un ignorante de Dios y de sí mismo. Jesús no actúa en esa vida porque la mente de la persona está muy lejos de su mensaje. "Ver" significa amar. Quien no ama permanece en la más absoluta de las oscuridades, en la más rotunda fe muerta.

La cosa no está en preguntarnos si sé mucho o poco sobre los textos bíblicos, ni tan siquiera si tengo profundos conocimientos teológicos. La pregunta es si todo lo que sé me acerca amorosamente más a Dios y a los demás. Si veo que crezco en el amor voy por el buen camino. Si percibo que cada vez quiero menos a Dios y a los demás, entonces es que mi ceguera se agranda”. (Mario Santana Bueno)

Somos cristianos no porque seguimos sólo lo que Jesús dijo. Somos cristianos porque le seguimos a Él en persona. No seguimos ideas, seguimos al Jesús sanador y salvador. Esto me da la impresión que no lo tienen claro muchos hermanos y hermanas en la fe. Ellos, como yo, necesitan cada día ser sanados de sus cegueras.

sábado, 26 de marzo de 2011

TERCER DOMINGO DE CUARESMA

“Dame de beber”
(Jn.4, 5-42)
Rev. Alexander Diaz


El evangelio de este domingo narra el encuentro de Jesús con una mujer samaritana. El texto nos permite descubrir la delicada forma como Jesús se acercaba a las personas que se encontraban en situaciones complejas, y su acompañamiento para que descubrieran la verdad y el sentido de la vida. Los agentes de pastoral encontrarán en esta página una rica inspiración para su servicio evangelizador.

El primer punto que debemos aclarar es el origen de la mujer que dialoga con El: ¿tiene un sentido especial el que se trate de una mujer samaritana o es algo puramente casual, no estaba planificado, una coincidencia.

Estoy casi seguro que en la gran mayoría de los casos el encuentro de las personas con Dios se establece muchas veces por cuestiones accidentales o coincidencias. Las conversiones se dan en las calles, en los hogares, en los hospitales... Cuando vamos al templo lo que hacemos es ponernos ante Dios que nos ha cautivado.

Este encuentro se torma mas interesante porque las relaciones entre los judíos y los samaritanos eran muy difíciles, pues los Samaritanos eran considerados semi-paganos ya que su fe se había mezclado con las creencias provenientes de otras culturas; por esa razón, los judíos no les habían permitido participar en la reconstrucción del Templo de Jerusalén, y su lugar de culto se encontraba en el monte Garizim.

Jesús no se solidariza con este rechazo manifestado por su pueblo. Rompiendo las barreras sociales, entabla una conversación con esta mujer, a la que trata con respeto.
A través de la conversación, Jesús guía a esta mujer para que vaya encontrando respuestas a sus inquietudes más profundas, y termina por convertirse en anunciadora de la buena noticia que le ha cambiado la vida: “Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será éste el Mesías?”

Cuanto bien se hace cuando se dialoga con calma, cuando se buscan las respuestas y se escucha con tranquilidad. Jesús no encara a esta pobre por sus errores, no la crítica, no la enfrenta, solo le muestra, amor, respeto, caridad y sobretodo, paz para que ella se encuentre consigo misma. Cuanto bien le haría a muchos de nosotros escuchar y corregir con paz y tranquilidad como lo hace Jesús con esta pobre mujer.

La actitud de Jesús hacia la mujer samaritana muestra la universalidad del anuncio de salvación, que no está circunscrito a una cultura determinada, sino que se ofrece a todos los hombres y mujeres de buena voluntad.

“Jesús, venía cansado del camino, se sentó sin más junto al borde del pozo. Era cerca del mediodía”. Sol, cansancio, sed… Como cualquier ser humano, Jesús siente las consecuencias del clima y del trabajo.

En ese momento, se acerca una mujer que llega al pozo para sacar agua y llevarla a su casa. Jesús inicia una conversación con esa interlocutora anónima, como lo hemos hecho todos nosotros mientras esperamos ser atendidos en un consultorio médico o aguardando que pase el autobús…
¿De qué hablan? Del calor, de la sed, del pozo. Es muy interesante analizar la habilidad con Jesús inicia la conversación a partir de una solicitud obvia dentro de ese contexto – “dame de beber” -, y poco a poco va avanzando en su mundo interior: su resentimiento social al sentirse rechazada por ser samaritana, sus preocupaciones espirituales, sus inquietudes, su historia afectiva, etc.

Utilizando una palabra que está muy de moda en las empresas, Jesús hace un “coaching” o acompañamiento muy fino; a pesar de los temas tan sensibles que van entrando en la conversación, la mujer en ningún momento se siente incómoda sino que él, a través de sus comentarios y reacciones, la va estimulando para que avance en su crecimiento interior.
El tacto con que Jesús va guiando a esta mujer debería hacer pensar a algunos sacerdotes que atropellan la privacidad de los fieles y los maltratan con sus palabras. Vale la pena detenernos a contemplar la forma como Jesús va descubriendo, con gran sentido pedagógico, su verdadera identidad.

Lo que empezó como un encuentro aparentemente coincidente, termina como la revelación de que la gran esperanza del pueblo de Israel, el Mesías, ya estaba presente en medio del pueblo.
Elemento central de esta catequesis de Jesús es el AGUA. Poco a poco va desentrañando su sentido y va pasando de su función en la vida diaria a un simbolismo más hondo, que es la comunicación de la vida divina.

La liturgia del sacramento del Bautismo tiene como elemento central el agua; los textos que lee el ministro del sacramento descubren su sentido en la historia de salvación.
Así, pues, este relato del encuentro de Jesús con la samaritana, que tiene como elemento central el AGUA, puede ser interpretado como una hermosa catequesis sobre el significado del Bautismo, el cual nos permite participar de la vida divina dentro de la comunidad: “El que beba del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed. El agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un manantial capaz de dar la vida eterna”.

El agua que lleva a la eternidad. Hoy se predica poco sobre la eternidad. Es como si lo que de verdad merece la pena de atenderse es siempre lo efímero, lo pasajero. Pero el Evangelio es una invitación a la eternidad de Dios. Ocurre muchas veces que los predicadores se encuentran más cómodos hablando del horizonte humano que de la promesa de la vida eterna.
De esta manera la fe se convierte en una filosofía más o en unas técnicas más o menos adecuadas para el crecimiento personal. La eternidad no está de moda, pero la eternidad es el tiempo de Dios. Muchas de las angustias de las personas de nuestro tiempo se dan por la falta de tiempo, por el no llegar a todo lo que hay que hacer. Dios se sitúa en la eternidad, fuera del tiempo, para que nos demos cuenta que nuestra vida y relación con Él es para siempre. Dios no tiene nunca prisas con nosotros...

Adorar en espíritu y verdad. La adoración a Dios no está en Jerusalén o en el templo del Garizim, sino en la actitud de fe. Una persona puede estar todo el día metido en una catedral o en cualquier templo queriendo descubrir a Dios y, en cambio, su corazón estar espiritualmente a miles de kilómetros de distancia. Para descubrir a Jesús en el sagrario, en la Eucaristía o en la Palabra hay primero que adecuar un sitio en nuestro interior; uno o varios motivos por los cuales darle las gracias y tener un oído espiritual más que atento para que se nos haga presente en los locales divinos. Te invito a que el sagrario, la Eucaristía y la Palabra no estén solo en los muros de tu Iglesia, sino que tengan sede en tu corazón.

El auténtico templo de culto es Jesús o la Palabra de Jesús que fructifica en el corazón de las personas por medio del Espíritu Santo. Dios está por encima de los lugares. Nuestro verdadero contacto con Dios es la persona de Jesús. Quien quiera encontrar a Dios, lo encontrará en Jesucristo.

jueves, 24 de marzo de 2011

XXXI ANIVERSARIO DEL MARTIRIO DE MONSEÑOR OSCAR ROMERO

“La voz de la justicia nadie la puede matar”
“Homilía Domingo 24 de marzo 1980”

Hace 31 años un lunes, para ser exacto, un sicario, pagado por ciertos oligarcas y militares en turno, arrebató la vida al profeta que simple y sencillamente decía la verdad y defendía al inocente. Sobre su muerte se a investigado poco, da la impresión que a los gobiernos en turno, la culpabilidad no les ha permitido ahondar en el asunto o simplemente no les ha importado hacerlo, lo cierto que la voz de este sencillo y valiente sacerdote aun les resuenta en sus conciencias y en sus oidos. Solo bastó con pagar una simple cifra de mil colones, ciento catorce dolares americanos, para quitarle la vida. No es mucha la diferencia entre lo que se pagó por condenar a muerte a Jesús y lo que se pago por condenarlo a muerte a el, ambos fueron traiciodados por sus amigos y por aquellos a quienes intentaban salvar.

A nadie sorprende, que al hecho de su asesinato antecedieran una serie de calumnias, amenazas y atentados en contra de la vida de Monseñor. Un mes antes de su muerte, a fines de febrero, Monseñor Romero se reunió con varios colaboradores de la segunda Junta de Gobierno y les hizo mención de amenazas en contra de su persona, nadie de ellos propuso ni dijo nada. En esa misma ocasión, comentó que la amenaza le parecía seria, y en privado diría incluso que "ni siquiera en los tiempos del General Romero tuve tanto miedo".
Posteriormente, el sábado 22 y el domingo 23 de marzo, las religiosas que atendían el Hospital de la Divina Providencia, donde vivía el Arzobispo, recibieron llamadas telefónicas anónimas que amenazaban de muerte al prelado. De todo esto, Monseñor Romero había dejado constancia en su homilía dominical del 24 de febrero de 1980. Al referirse a una de estas amenazas dijo entre otras cosas: "Esta semana me llegó un aviso de que estoy yo en la lista de los que van a ser eliminados la próxima semana. Pero que quede constancia de que la voz de la justicia nadie la puede matar ya." Irónicamente, en su homilía del día antes de su muerte, el 23 de marzo de 1980, Monseñor Romero comentó el mandamiento "No matarás," e hizo un llamado a la Fuerza Armada y a los cuerpos de seguridad del país para que cesaran la represión en contra del pueblo. El propio día de su asesinato, la homilía era en memoria de la madre de un amigo suyo. (Viviana Krsticevic, y María Julia Hernández, directora de la Oficina de Tutela Legal del Arzobispado de San Salvador)

Monseñor Oscar Arnulfo Romero, fue cuarto
arzobispo metropolitano de San Salvador (1977-1980) en la década de los 80's, Monseñor Romero como se le conoce a nivel mundial, fue un singular y sencillo sacerdote salvadoreño, hombre lleno de Dios que entendió desde sus primeros años de vida sacerdotal su llamado y sus obligaciones como pastor de almas. Su formación sacerdotal la realizo junto a la tumba de Pedro y Pablo en Roma, donde también fue ordenado sacerdote, el 4 de abril de 1942, a la edad de 24 años. En Roma fue alumno de monseñor Giovanni Batista Montini, quien en el futuro fue el papa Pablo VI, de la calidad de esta madera forjo Dios un pastor, a quien llamo a ser obispo, don, privilegio y sacrificio que pide a unos pocos, ese fue el. Todos le llamaban "Monseñor".

De un título, el pueblo hizo su nombre. Quien oía decir "Monseñor", sabía que era él y no otro. Era él. Un hombrecito moreno, de ojos negros; inquisidores, aunque tímidos. Ojos que se clavaban en los ojos de los hombres en quienes èl encontraba sinceridad, pero equívocos cuando se cruzaban con miradas hipócritas.

Tenía los labios inquietos de la verdad. Labios que se abrían para animar al desalentado, al triste, al oprimido y desechado por los grandes, y labios que se abrían para reprender al descarriado, consolar al desesperado. Labios de un sacerdote bañados diariamente con la sangre de Cristo, de quien vivió y murió enamorado, sembradores de la palabra de Dios. Era de mediana estatura, inclinaba el hombro derecho cuando ofrecía su mano a otro. E inclinaba el hombro no por complejo de inferioridad, sino como consecuencia de la infección que tuvo en él tras el accidente que sufrió de joven.

Era el hombrecito de la sotana de la sotana negra y de sotana blanca. Ese hombrecito que acariciaba frecuentemente la cruz que llevaba en su pecho, como para dar a entender que lo importante era la cruz y que su personalidad pasaba a segundo plano. Ese hombrecito bueno de manos generosas. Ese hombrecito del dedo que apunta con su gesto la fuerza de la palabra que pronunciaba su boca, ese era Monseñor al que muchos odiaron y aun siguen odiando desgraciadamente, al que hasta el día de hoy le tienen un tanto de recelo porque en su miedo y recelo esconden su temor a ser denunciados por la corrupción en que viven.

Vivió una vida sencilla y simple como la del maestro, nunca utilizo su “palacio episcopal” como se le llamaba antes, ni se dejo seducir por la vanidad de su cargo “Arzobispo” titulo que pesa y que sin ser descortés puede llevar a olvidar a muchos lo que en realidad significa serlo.
Vivió entre los pequeños como Jesús, comió, jugo, bromeo, se dejo querer por ellos, les abrió su corazón y lo sintieron que era de ellos, una característica especial de Monseñor es que nunca se le ve solo, o con gente selecta, se le ve acompañado de los pequeños como se le veía a al mismo Maestro por las calles de Galilea, afanado por curar a los enfermos y alegrar y transformar los corazones desgarrados, solo que su Galilea serán los barrios y colonias marginales de la Capital, los pueblos y cantones más olvidados, donde no hay ninguna comodidad, donde los niños corren descalzos chorreados y sin ropa, donde el campesino se siente sin dignidad y oprimido por el peso de la situación social de aquel entonces, ahí es donde aquel Arzobispo hace su apostolado, ahí es donde pastorea y enseña como pastor, ahí es donde comete el pecado más grande para los poderosos.

“Amar y defender a los pobres y marginados, enseñándoles a pensar y a defender sus derechos” y por esa razón se le juzgo y se le condeno a Muerte, simple y sencillamente por defender los derechos de los pobres, los indefensos y marginados; y por estar con ellos se dio el título de “cura guerrillero” se le acuso de predicar e impulsar la teología de la Liberación, de mesclar la fe con la política, lo cierto es que este característico hombre de Dios lo único que hizo fue simple y sencillamente poner en práctica el mensaje de evangelio en su arquidiócesis, llevarlo a la practica aplicándolo a la realidad que se vivía en ese momento en El Salvador, un país convulsionado por la guerra civil, producto de una injusticia y una aterradora violación a los derechos de los más pobres y desprotegidos de ese entonces. Después de treinta años de todo esto aun hay muchos que siguen viendo la acción del arzobispo con una visión negativa y hasta cierto punto despectiva. Como resuena en mis oídos la frase de Jesús, por mi causa serán condenados y enjuiciados y hasta acecinados, frases que se cumplen en la vida de este, mártir de El Salvador…

Gracias Monseñor por ser el pastor según el corazón de Cristo, cuanta falta nos hace hoy hombres como tú, que tengan el valor de ser y vivir según el corazón de Cristo.

viernes, 18 de marzo de 2011

SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA

“Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escúchenlo”
(Mt.17,1-9)

Rev. Alexander Díaz


Estamos celebrando el Segundo domingo de cuaresma, y la liturgia de hoy, es un tanto diferente a todos los otros domingos que nos invitan al sacrificio, a la mortificación, al cambio de vida. Este domingo es más de reflexión sobre nuestra vida misma.
Hoy es el domingo del Tabor, de la transfiguración, de la manifestación gloriosa de Jesús ante sus amigos, al terminar de escalar una montaña impresionante.

Jesús nos invita a hacer un alto en el camino, a acompañarle hasta una montaña alta y a ver como se transfigura ante nosotros, su rostro como el sol, sus vestidos blancos como la luz.
Siempre me ha gustado la imagen de Pedro y los otros apóstoles ya que pienso que tan impresionante debió ser aquella situación que Pedro –siempre el más atrevido- no se le ocurrió más que decir: “¡Qué bien se está aquí!”

Y luego añadió aquello de hacer tres tiendas, olvidándose de sus compañeros y de él mismo. Debió ser una experiencia impactante. No parece que en ningún momento les causase miedo o temor. Más bien, lo contrario. Escucharon o sintieron la voz de Dios que les invitaba a escuchar la voz de su Hijo, Jesús. Una vez más, la invitación a escuchar y acoger en el corazón la Palabra, que debe ser siempre el centro de la vida cristiana.

Todo sucedió en una montaña alta. Cuando subí hace unos meses atrás, esta montaña, me ponía a pensar como fue en aquel tiempo este recorrido con sus tres grandes y cercanos amigos, subir esa montaña alta, a pie, debieron de tardar por lo menos de tres a cuatro horas, y se debieron de tener una buena preparación física, pues en este contexto es donde Jesús nos invita a meditar sobre nuestra vida.
La vida es así, es como el escalar una gran montaña, en la cual vamos encontrando un sinfín de dificultades, donde tenemos que ir apartando piedras y escombros que se oponen a nuestro caminar e impiden que avancemos y conquistemos esa montaña.

Cuando se sube la montaña y no se tiene la debida preparación hay momentos en los cuales dan deseos de abandonar esa conquista, y regresar al camino llano, a lo que no requiere sacrificios ni dolores, es fácil dejarlo todo y vivir cómodamente, pero eso no es de cristianos, eso es de cobardes y acomodados que nunca conquistan nada.

Pero luego de subir la montaña viene la gloria y la transfiguración, transfiguración a la cual estamos llamados y porque no decirlo, obligado por el bautismo, la gran pregunta hoy es:
¿Cuáles son las experiencias transfiguradoras en nuestra vida y en nuestro entorno social?
Este acontecimiento se ve latente cuando somos capaces de acercarnos tanto a Jesús y de retirarnos con Él en el silencio de la oración y la contemplación en la eucaristía. Contemplar la gloria de Dios no es ni más ni menos que disfrutar de nuestro encuentro con Jesús en plenitud es sentir a Jesús cercano, amigable, queriéndonos. De esta primera forma se trasluce el amor que Dios nos tiene. Cuanto tiempo hemos perdido buscando y mendigando amor en los lugares equivocados.

Esta trasfiguración se hace realidad cuando se ve en el más pobre y desvalido a los privilegiados de Dios es también otra experiencia de la transfiguración. Los discípulos se sintieron ante aquel gran acontecimiento mendigos de la salvación, se sintieron vacios de salvación, por ello quisieron quedarse y hacer tres chozas para seguir disfrutando, es que cuando se siente y se experimenta la gloria de Dios, no quisiera que se termine, deseáramos que continúe y sea plena.
Ver mi vida tal como Dios me ve es otra de las experiencias transfiguradoras ya que Dios se hace presente en mi vida real, tal cual soy.

“En muchas ocasiones los cristianos pretendemos que el Señor esté en mi vida, pero no en mi vida real, sino en la vida perfecta a la que soy llamado. Luchamos porque no somos como nos gustaría ser y nos desalentamos porque no logramos que Dios esté en nuestro ideal de vida. Y esto es verdad: Dios nunca está en lo que nos gustaría ser o en el cómo nos gustaría ser... Padre Dios sólo está en lo que somos hoy, con nuestras realidades y miserias, con nuestras debilidades y errores. Si muchos hermanos y hermanas en la fe tuviesen en cuenta este punto sufrirían menos y serían más plenamente cristianos: Dios no está en el ideal al que estoy llamado. Dios está hoy, en este momento, a mi lado, acompañando mi fragilidad, animándome, alentándome, dándome vida.
La vida cristiana está llena de conatos de transfiguración, pero son esos momentos los que nos marcan el camino que tenemos que seguir. Podemos saborear la grandeza de Dios cuando no nos desesperamos, cuando somos capaces de latir con Dios, de ahí que la experiencia de Cristo vivo pase desapercibida para tantos. No son capaces de captar la transfiguración porque no tienen tiempo para Dios.” (Mario Santamaría Bueno, homilías para cada domingo, 2005).

Cuanto nos hace falta cambiar y transfigurar en nuestra vida, con solo dejarnos arrastrar por el maestro, que quiere subir con nosotros esta difícil montaña de la vida, El verdaderamente camina con nosotros, tristemente muchas personas dudan de Dios porque no le ven, nosotros podemos percibir al Señor en su grandeza, en su infinito amor, en su gloria. La vida cristiana es vivir y contar a los demás esta experiencia del encuentro con el Señor.

Hermanos en el camino hacia la cruz se entrecruzan la gloria y el sufrimiento, la debilidad humana y la grandeza de Dios. Es una mezcla exacta de lo que es el acontecer humano. Es un aviso constante a nuestra débil humanidad. No hay gloria sin cruz, no hay cruz redimida sin Cristo. Jesús maestro, hermano, amigo, danos la gracia y la fortaleza de transfigurar nuestra vida, y caminar a tu lado para ser trasformados en verdaderos hijos de Dios y en verdaderos cristianos.

viernes, 11 de marzo de 2011

PRIMER DOMINGO DE CUARESMA

“No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”
(Mt.4,1-11)
Rev. Alexander Díaz

Hoy es el primer domingo de cuaresma, el pasado miércoles iniciamos este maravilloso camino espiritual, similar al de un gran retiro que durara cuarenta días y en los cuales nos detendremos a mirar y meditar sobre nuestra frágil realidad humana, la cual pesa y en momentos se torna difícil, ya que intentamos seguir el evangelio, pero esta “condición humana” nos cunde de tentaciones que nos hacen más difícil este caminar.

El evangelio de hoy nos habla de las tentaciones de Jesús, en el desierto, misterio que nos invita a pensar que si El, siendo Dios no fue eximido de esas tentaciones, nosotros tampoco lo estamos.
Nos dice la liturgia de que El Espíritu lleva a Jesús al desierto, es sabido por todos que Israel, el lugar donde el nace y crece esta plantado casi en un desierto, me pregunto ¿Qué sentido tiene esta sorprendente conducción, a un lugar donde el silencio y la muerte prácticamente viven? Reflexionemos un poco sobre qué significa «el desierto».

El desierto es el lugar del silencio, de la soledad; es alejamiento de las ocupaciones cotidianas, del ruido y de la superficialidad. El desierto es el lugar de lo absoluto, el lugar de la libertad, que sitúa al hombre ante las cuestiones fundamentales de su vida. En este sentido, es lugar de la gracia. Al vaciarse de sus preocupaciones, el hombre encuentra a su Creador.

Por esta razón para iniciar la cuaresma se nos llama a meditar en este paso que Jesús realiza para iniciar su vida pública, si queremos encontrar respuesta a nuestras propias interrogantes debemos de guardar silencio, debemos de irnos al desierto y dejar que El, hable a nuestro corazón. El ser humano siempre tiene miedo a estar solo, o interrogarse a sí mismo, estamos acostumbrado al ruido, al bullicio, a que otros sean los que hablen, pero no a hacerlo por nosotros mismos.

Las grandes cosas comienzan siempre en el desierto, en el silencio, en la pobreza. No se puede participar en la misión de Jesús, en la misión del Evangelio si no se participa en la experiencia del desierto, sin sufrir su pobreza, su hambre. Aquella bienaventurada hambre de justicia, de la que nos habla el Señor en el Sermón de la Montaña, no puede nacer estando el hombre harto de todo.
Pero quiero aclarar una cosa, el desierto de Jesús no acaba con estos cuarenta días. Su último desierto, su desierto extremo, se da cuando experimenta la soledad en la agonía de la cruz, cuando todo parece perdido, cuando todo es oscuro y tenebroso y de su boca pronuncia las palabras del salmo 21: «¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?»

En nuestra vida, para conquistar el cielo, tendremos que enfrentarnos a un sinfín de desiertos, y tempestades, donde también nosotros sentiremos lo mismo que sintió Jesús, sentiremos miedo, tristeza, aflicción, dolor, y no veremos claro en nada, todo se tornara oscuro y sin salida, pero cuando eso pase, tenemos que estar claros que eso no es el fin, es solo un momento de prueba, una tentación más que tenemos que superar sin ningún problema.

Al entrar en el desierto, Jesús entra también en la historia de la salvación de su pueblo, Jesús entra en esta historia, entra en las tentaciones de su pueblo, Jesús se va al desierto para ser tentado; quiere participar en las tentaciones de su pueblo y del mundo, sobrellevar nuestra miseria, vencer al enemigo y abrirnos así el camino que lleva a la Tierra Prometida.

Después de su experiencia en el desierto Jesús se entro’ en su vida de misión, predicando, sanando, enseñando, reconciliando, y aliviando sufrimiento. Con nuestras experiencias confrontando a la tentación también realizamos un papel de misión de predicar, sanar, ensenar, reconciliar, y aliviar el sufrimiento en el mundo. En fin, la tentación no es una realidad en que necesitamos huir, más bien, es una realidad que ofrece una nueva oportunidad crecer en nuestra identidad. Somos capaces, por la gracia del Señor, ser formados en la imagen de Cristo no tanto a pesar de las tentaciones sino que en proporción directo a nuestra fortaleza contra la mentira que siempre acompaña a las tentaciones.

Jesús llevo’ al desierto solamente a su fe, su esperanza, y su amor. Y era suficiente contra cualquier tentación usar a su poder en una manera orgullosa. A dentro de nuestras almas y corazones tenemos anhelos puesto por Dios que necesitan aire, que necesitan ser expresados. En ese Nuevo Tiempo de la Cuaresma tomamos el riesgo confrontar con los anhelos de justicia, reconciliación, y el deseo aliviar al sufrimiento las tentaciones, en todo momento de cualquier confrontación sabemos que Dios está a nuestro lado.

Que en este tiempo maravilloso de la cuaresma también nosotros seamos hombres y mujeres nuevos que afrontemos la realidad de nuestra vida y cambiemos algo de nosotros, que la predicación del este evangelio dominical nos ayude a cambiar de actitud ante las tentaciones que se nos ponen en nuestro caminar.
Amen

martes, 8 de marzo de 2011

CUARESMA CAMINO HACIA LA PASCUA


Significado de la Cuaresma y Miércoles de Ceniza

Cada año la iglesia nos convoca para un acontecimiento de trascendencia en nuestra vida espiritual, es interesante que la gran mayoría de los cristianos católicos, ya sean practicantes comprometidos o no practicantes, saben o han oído hablar mas de una vez sobre la cuaresma, sobre el miércoles de ceniza y sobre estos tiempos fuertes dentro de la Iglesia; lo que me parece lamentable, es que no saben en realidad cual es su significado especifico, o que función tiene dentro de la vida de la Iglesia. Quiero explicar a través de este sencillo artículo el significado de estos tiempos fuertes.
Muchas personas, hace unos días se me han acercado a hacerme las preguntas que a continuación voy a responder, preguntas que sinceramente no creí que muchos no tuvieran la respuesta, que aunque a mi ver es básico, para muchos no lo es; las preguntas mas que mas se hace son: ¿Qué es la cuaresma? ¿cuándo inicia? ¿cuándo se termina? ¿qué es la pascua? ¿qué es el Triduo Pascua?, entre otras, déjeme contarle de forma sencilla el significado de este tiempo tan especial y tan lleno de gracia.

¿Qué es la Cuaresma?
La Cuaresma es el tiempo litúrgico de conversión, que marca la Iglesia para prepararnos a la gran fiesta de la Pascua. Es importante tener claro, que el tiempo de cuaresma no nos prepara para celebrar el viernes santo o como muchos creen, que nos prepara para celebrar la semana santa, de ninguna manera es así, estos cuarenta días de gracia nos preparan para vivir en gracia y paz espiritual la fiesta solemne de la pascua; pero déjeme continuar explicando mas sobre el significado de la cuaresma.
Es tiempo para arrepentirnos de nuestros pecados y de cambiar algo de nosotros para ser mejores y poder vivir más cerca de Cristo; es un tiempo especial donde la Iglesia nos reta a sacrificar parte de lo nuestro y a vivirlo con intensidad, buscar el recto camino y encontrarnos a nosotros mismos de una forma clara, contrita y sincera.


La Cuaresma dura 40 días; comienza el Miércoles de Ceniza y termina antes de la Misa de la Cena del Señor del Jueves Santo. Me gustaría que esto quede claro, porque hay mucha confusión con respecto a este punto, inicia con el miércoles de ceniza, en el cual todos asistimos de forma contrita y penitente a recibir sobre nuestras frentes o nuestras cabezas un poco de ceniza, signo de mortificación y arrepentimiento, signo de humildad y deseo cambiar nuestra vida, ese día se nos manda, hacer penitencia, con ayuno riguroso y oración, para entrar así en el ejercicio de la cuaresma, digo ejercicio, porque es un gran retiro espiritual en el cual todos estamos llamados a entrar de forma personal.

Es importante meditar en las palabras que sacerdote o el diácono nos dice cuando nos impone la ceniza, en nuestra frente, " Recuerda que de polvo eres y al polvo volverás" esta otra "Conviértete y cree en el Evangelio", ambas formulas son un recordatorio claro, de lo que somos, de donde venimos y hacia donde regresaremos si no convertimos nuestra vida en una vida de Cristo.
"Recuerda" esa palabra tiene gran significado este día, recuerda quien eres, recuerda que saliste del polvo, recuerda que eres barro, eres finito, y que sin Dios tendrás que volver allá.

El miércoles de ceniza, nos llama a la meditación mas clara y asidua de nuestra vida interior, de nuestra vida espiritual. La iglesia nos manda en este tiempo hacer una reconciliación clara, fuerte, oportuna, y bien llevada y dispuesta.
Las lecturas de la misa, son propicias para encontrarnos con Dios y hacer nuestra vida y nuestro trabajo oración.

A lo largo de este tiempo, sobre todo en la liturgia del domingo, hacemos un esfuerzo por recuperar el ritmo y estilo de verdaderos creyentes que debemos vivir como hijos de Dios.

Es oportuno mencionar, que este tiempo esta lleno de signos y símbolos que nos invitan a meternos en el corazón de este tiempo. Durante estos cuarenta días no se entona el canto del Gloria ni el Aleluya en las celebraciones eucarísticas, a no ser que la iglesia lo interrumpa por una solemnidad especial, dedicada ya sea a Jesús o a la Virgen María, ejemplo de esto es, la Solemnidad de la Anunciación del Señor, celebrada el 25 de Marzo, que usualmente siempre cae dentro de la cuaresma.
Otros signos que se pueden ver en nuestros templos son las cortinas moradas, y los altares sin flores, para simbolizar la penitencia y la austeridad que se vive como sacrificio.

El color litúrgico de este tiempo es el morado que significa luto y penitencia, por ello el sacerdote y el diácono usan sus vestimentas de color morado.

Es un tiempo de reflexión, de penitencia, de conversión espiritual; tiempo de preparación al misterio pascual. En la Cuaresma, Cristo nos invita a cambiar de vida. La Iglesia nos invita a vivir la Cuaresma como un camino hacia Jesucristo, escuchando la Palabra de Dios, orando, compartiendo con el prójimo y haciendo obras buenas. Nos invita a vivir una serie de actitudes cristianas que nos ayudan a parecernos más a Jesucristo, ya que por acción de nuestro pecado, nos alejamos más de Dios.

Por ello, la Cuaresma es el tiempo del perdón y de la reconciliación fraterna. Cada día, durante toda la vida, hemos de arrojar de nuestros corazones el odio, el rencor, la envidia, los celos que se oponen a nuestro amor a Dios y a los hermanos. En este tiempo, aprendemos a conocer y apreciar la Cruz de Jesús de igual manera aprendemos también a tomar nuestra cruz con alegría para alcanzar la gloria de la resurrección.

¿Porque 40 días?
La duración de la Cuaresma está basada en el símbolo del número cuarenta en la Sagrada Escritura. En ésta, se habla de los cuarenta días del diluvio, de los cuarenta años de la marcha del pueblo judío por el desierto, de los cuarenta días de Moisés y de Elías en la montaña, de los cuarenta días que pasó Jesús en el desierto antes de comenzar su vida pública, de los 400 años que duró la estancia de los judíos en Egipto.
En la Sagrada Escritura, el número cuatro simboliza el universo material, seguido de ceros significa el tiempo de nuestra vida en la tierra esta marcado de pruebas y dificultades.

La práctica de la Cuaresma data desde el siglo IV, cuando se da la tendencia a constituirla en tiempo de penitencia y de renovación para toda la Iglesia, con la práctica del ayuno y de la abstinencia.
Conservada con bastante vigor, al menos en un principio, en las iglesias de oriente, la práctica penitencial de la Cuaresma ha sido cada vez más aligerada en occidente, pero debe observarse un espíritu penitencial y de conversión.

Espero haber aclarado ciertas dudas que se manejan con respecto a este maravilloso tiempo, en el siguiente articulo hablaremos sobre lo que es en si el significado del ayuno, la oración y la limosna…

Si desean preguntar o sugerir un tema en particular no duden en escribirme, a padrealexdiaz@gmail.com y con gusto, contestare y comentare su pregunta.

En Cristo Jesús.

Rev. Alexander Díaz