viernes, 18 de febrero de 2011

SEPTIMO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARO

Ama a tus enemigos, hagan el bien a los que los odian y rueguen por los que los persigan y calumnien”
Mateo 5, 38-48

Rev. Alexander Díaz

El mundo moderno y tecnológico es un mundo competitivo de forma descomunal, se corre a grandes dimensiones, tratando de crear el mejor teléfono, la mejor comida, la mejor computadora, a ver quien presenta los mejores precios y las mejores ofertas.

Ante este descomunal mundo progresista y competitivo la liturgia de hoy, nos invita a los seguidores de Jesús a que agreguemos valor a nuestro comportamiento, a que definamos el factor diferenciador en nuestra conducta y a que seamos cada día mejores hombres y mujeres.
El Señor nos propone a través del libro del Levítico: “Sean santos, porque yo, el Señor, soy santo”. ¡Un desafío descomunal que nos desborda!, ante estas palabras tan claras, me pongo a pensar: ¿Seremos capaces de aceptar este reto?.


Muchas personas ni siquiera se han dado cuenta que existe este reto y que aparte de ser un reto es un mandato directo de Dios, ser perfectos.
Me preocupa el hecho simple de que hablar de santidad en este tiempo es algo pasado de moda, todo mundo quiere vivir su propia vida, su propio espacio y su propia experiencia de vida, todo esto está bien, pero no quieren incluir a Dios en su vida, hacemos todo, y el ultimo invitado es Dios.

Juan Pablo II hablando de este tema afirmaba: La santidad no es algo reservado a algunas almas escogidas; todos, sin excepción, estamos llamados a la santidad. Para todos están las gracias necesarias y suficientes; nadie está excluido. La tentación más engañosa y que se repite siempre, es la de querer mejorar la sociedad, mejorando únicamente las estructuras externas; dejando de lado la realización espiritual del hombre que es donde se halla la verdadera felicidad. La Iglesia, más que «reformadores», tiene necesidad de santos, porque los santos son los auténticos y más fecundos reformadores”
Me gusta este discurso del Papa, porque siempre pensamos en cambiar todas las estructuras existentes, pero nunca nos preocupamos por cambiar nosotros mismos nuestro interior.
Frente a este desafío que ya Dios nos manda en el Antiguo Testamento, Jesús en el evangelio nos lanza uno más grande y más difícil, El nos propone: “Han oído ustedes que se dijo: Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo; yo, en cambio, les digo: Ama a tus enemigos, hagan el bien a los que los odian y rueguen por los que los persigan y calumnien”( Mateo 5, 38-48 ).
Estas palabras de Jesús nos ponen nerviosos pues tocan las fibras más íntimas de nuestro ser; tenemos que reconocer que nuestro interior es sensible a cultivar innumerables resentimientos: amigos de muchos años que terminaron odiándose; parejas que se separaron y que se causaron heridas muy hondas en ese proceso; hermanos que se distanciaron por una herencia. Los ejemplos podrían prolongarse indefinidamente…

Estas heridas no se curan automáticamente como resultado de un acto de la voluntad. El perdón y la reconciliación no provienen de los sentimientos puramente humanos sino que son fruto de la gracia de Dios. Pidamos la ayuda del Señor para que podamos avanzar en esa dirección y así cicatricen las heridas del corazón, y dejemos atrás los viejos resentimientos.
El reto, que nos plantea el maestro, es marcar la diferencia que nos exige el seguimiento de Jesús, una diferencia que no es fácil hacer, se requiere humildad y aceptación completa a su seguimiento, sin echar la vista atrás, y sin tener falsas apariencias, autenticidad y amor, esto ya es un llamado a la santidad clara que El nos hace.
Después de esta visión de conjunto sobre el mensaje que nos comunica la liturgia de hoy, analicemos algunos aspectos particulares con los cuales Jesús nos invita a vivir y a cambiar un entorno milenario con respecto a la ley, si queremos ser santos y encontrar la perfección debemos de hacer y marcar la diferencia.

Jesus hace un llamado claro a cambiar la “ley del talión”: “Jesús dijo a sus discípulos: Ustedes han oído que se dijo: ojo por ojo, diente por diente; pero yo les digo que no hagan daño al que les hace daño”.(Mt. 5,39)
Cuando escuchamos esta formulación nos estremecemos porque nos suena como un llamado a la venganza; sin embargo, a pesar de las apariencias, su contenido es muy sabio pues lo que está exigiendo es que haya una proporción entre el delito y la pena, y pide que no haya exageraciones o sobrerreacciones en cuanto al castigo que se impone.
Los seguidores de Jesús no debemos contentarnos con cumplir el mínimo que establecen las leyes y las normas; debemos ir más allá en términos de excelencia de manera que mostremos una diferencia en cuanto a nuestro modo de actuar como parte de una familia, como ciudadanos y como miembros de la Iglesia, debemos de ver la ley no como una imposición sino como un elemento que nos tiene que ayudar a vivir más a plenitud nuestra vida cristiana, la ley se cumple por convicción no por obligación.

Que la invitación que Jesús nos hace este domingo nos sirva para vivir a plenitud nuestro deseo de Santidad y que consigamos esta santidad contemplando la gracia del amor que Dios nos proporciona cada día, cumpliendo diligentemente las normas establecidas
Amen