sábado, 26 de marzo de 2011

TERCER DOMINGO DE CUARESMA

“Dame de beber”
(Jn.4, 5-42)
Rev. Alexander Diaz


El evangelio de este domingo narra el encuentro de Jesús con una mujer samaritana. El texto nos permite descubrir la delicada forma como Jesús se acercaba a las personas que se encontraban en situaciones complejas, y su acompañamiento para que descubrieran la verdad y el sentido de la vida. Los agentes de pastoral encontrarán en esta página una rica inspiración para su servicio evangelizador.

El primer punto que debemos aclarar es el origen de la mujer que dialoga con El: ¿tiene un sentido especial el que se trate de una mujer samaritana o es algo puramente casual, no estaba planificado, una coincidencia.

Estoy casi seguro que en la gran mayoría de los casos el encuentro de las personas con Dios se establece muchas veces por cuestiones accidentales o coincidencias. Las conversiones se dan en las calles, en los hogares, en los hospitales... Cuando vamos al templo lo que hacemos es ponernos ante Dios que nos ha cautivado.

Este encuentro se torma mas interesante porque las relaciones entre los judíos y los samaritanos eran muy difíciles, pues los Samaritanos eran considerados semi-paganos ya que su fe se había mezclado con las creencias provenientes de otras culturas; por esa razón, los judíos no les habían permitido participar en la reconstrucción del Templo de Jerusalén, y su lugar de culto se encontraba en el monte Garizim.

Jesús no se solidariza con este rechazo manifestado por su pueblo. Rompiendo las barreras sociales, entabla una conversación con esta mujer, a la que trata con respeto.
A través de la conversación, Jesús guía a esta mujer para que vaya encontrando respuestas a sus inquietudes más profundas, y termina por convertirse en anunciadora de la buena noticia que le ha cambiado la vida: “Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será éste el Mesías?”

Cuanto bien se hace cuando se dialoga con calma, cuando se buscan las respuestas y se escucha con tranquilidad. Jesús no encara a esta pobre por sus errores, no la crítica, no la enfrenta, solo le muestra, amor, respeto, caridad y sobretodo, paz para que ella se encuentre consigo misma. Cuanto bien le haría a muchos de nosotros escuchar y corregir con paz y tranquilidad como lo hace Jesús con esta pobre mujer.

La actitud de Jesús hacia la mujer samaritana muestra la universalidad del anuncio de salvación, que no está circunscrito a una cultura determinada, sino que se ofrece a todos los hombres y mujeres de buena voluntad.

“Jesús, venía cansado del camino, se sentó sin más junto al borde del pozo. Era cerca del mediodía”. Sol, cansancio, sed… Como cualquier ser humano, Jesús siente las consecuencias del clima y del trabajo.

En ese momento, se acerca una mujer que llega al pozo para sacar agua y llevarla a su casa. Jesús inicia una conversación con esa interlocutora anónima, como lo hemos hecho todos nosotros mientras esperamos ser atendidos en un consultorio médico o aguardando que pase el autobús…
¿De qué hablan? Del calor, de la sed, del pozo. Es muy interesante analizar la habilidad con Jesús inicia la conversación a partir de una solicitud obvia dentro de ese contexto – “dame de beber” -, y poco a poco va avanzando en su mundo interior: su resentimiento social al sentirse rechazada por ser samaritana, sus preocupaciones espirituales, sus inquietudes, su historia afectiva, etc.

Utilizando una palabra que está muy de moda en las empresas, Jesús hace un “coaching” o acompañamiento muy fino; a pesar de los temas tan sensibles que van entrando en la conversación, la mujer en ningún momento se siente incómoda sino que él, a través de sus comentarios y reacciones, la va estimulando para que avance en su crecimiento interior.
El tacto con que Jesús va guiando a esta mujer debería hacer pensar a algunos sacerdotes que atropellan la privacidad de los fieles y los maltratan con sus palabras. Vale la pena detenernos a contemplar la forma como Jesús va descubriendo, con gran sentido pedagógico, su verdadera identidad.

Lo que empezó como un encuentro aparentemente coincidente, termina como la revelación de que la gran esperanza del pueblo de Israel, el Mesías, ya estaba presente en medio del pueblo.
Elemento central de esta catequesis de Jesús es el AGUA. Poco a poco va desentrañando su sentido y va pasando de su función en la vida diaria a un simbolismo más hondo, que es la comunicación de la vida divina.

La liturgia del sacramento del Bautismo tiene como elemento central el agua; los textos que lee el ministro del sacramento descubren su sentido en la historia de salvación.
Así, pues, este relato del encuentro de Jesús con la samaritana, que tiene como elemento central el AGUA, puede ser interpretado como una hermosa catequesis sobre el significado del Bautismo, el cual nos permite participar de la vida divina dentro de la comunidad: “El que beba del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed. El agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un manantial capaz de dar la vida eterna”.

El agua que lleva a la eternidad. Hoy se predica poco sobre la eternidad. Es como si lo que de verdad merece la pena de atenderse es siempre lo efímero, lo pasajero. Pero el Evangelio es una invitación a la eternidad de Dios. Ocurre muchas veces que los predicadores se encuentran más cómodos hablando del horizonte humano que de la promesa de la vida eterna.
De esta manera la fe se convierte en una filosofía más o en unas técnicas más o menos adecuadas para el crecimiento personal. La eternidad no está de moda, pero la eternidad es el tiempo de Dios. Muchas de las angustias de las personas de nuestro tiempo se dan por la falta de tiempo, por el no llegar a todo lo que hay que hacer. Dios se sitúa en la eternidad, fuera del tiempo, para que nos demos cuenta que nuestra vida y relación con Él es para siempre. Dios no tiene nunca prisas con nosotros...

Adorar en espíritu y verdad. La adoración a Dios no está en Jerusalén o en el templo del Garizim, sino en la actitud de fe. Una persona puede estar todo el día metido en una catedral o en cualquier templo queriendo descubrir a Dios y, en cambio, su corazón estar espiritualmente a miles de kilómetros de distancia. Para descubrir a Jesús en el sagrario, en la Eucaristía o en la Palabra hay primero que adecuar un sitio en nuestro interior; uno o varios motivos por los cuales darle las gracias y tener un oído espiritual más que atento para que se nos haga presente en los locales divinos. Te invito a que el sagrario, la Eucaristía y la Palabra no estén solo en los muros de tu Iglesia, sino que tengan sede en tu corazón.

El auténtico templo de culto es Jesús o la Palabra de Jesús que fructifica en el corazón de las personas por medio del Espíritu Santo. Dios está por encima de los lugares. Nuestro verdadero contacto con Dios es la persona de Jesús. Quien quiera encontrar a Dios, lo encontrará en Jesucristo.

jueves, 24 de marzo de 2011

XXXI ANIVERSARIO DEL MARTIRIO DE MONSEÑOR OSCAR ROMERO

“La voz de la justicia nadie la puede matar”
“Homilía Domingo 24 de marzo 1980”

Hace 31 años un lunes, para ser exacto, un sicario, pagado por ciertos oligarcas y militares en turno, arrebató la vida al profeta que simple y sencillamente decía la verdad y defendía al inocente. Sobre su muerte se a investigado poco, da la impresión que a los gobiernos en turno, la culpabilidad no les ha permitido ahondar en el asunto o simplemente no les ha importado hacerlo, lo cierto que la voz de este sencillo y valiente sacerdote aun les resuenta en sus conciencias y en sus oidos. Solo bastó con pagar una simple cifra de mil colones, ciento catorce dolares americanos, para quitarle la vida. No es mucha la diferencia entre lo que se pagó por condenar a muerte a Jesús y lo que se pago por condenarlo a muerte a el, ambos fueron traiciodados por sus amigos y por aquellos a quienes intentaban salvar.

A nadie sorprende, que al hecho de su asesinato antecedieran una serie de calumnias, amenazas y atentados en contra de la vida de Monseñor. Un mes antes de su muerte, a fines de febrero, Monseñor Romero se reunió con varios colaboradores de la segunda Junta de Gobierno y les hizo mención de amenazas en contra de su persona, nadie de ellos propuso ni dijo nada. En esa misma ocasión, comentó que la amenaza le parecía seria, y en privado diría incluso que "ni siquiera en los tiempos del General Romero tuve tanto miedo".
Posteriormente, el sábado 22 y el domingo 23 de marzo, las religiosas que atendían el Hospital de la Divina Providencia, donde vivía el Arzobispo, recibieron llamadas telefónicas anónimas que amenazaban de muerte al prelado. De todo esto, Monseñor Romero había dejado constancia en su homilía dominical del 24 de febrero de 1980. Al referirse a una de estas amenazas dijo entre otras cosas: "Esta semana me llegó un aviso de que estoy yo en la lista de los que van a ser eliminados la próxima semana. Pero que quede constancia de que la voz de la justicia nadie la puede matar ya." Irónicamente, en su homilía del día antes de su muerte, el 23 de marzo de 1980, Monseñor Romero comentó el mandamiento "No matarás," e hizo un llamado a la Fuerza Armada y a los cuerpos de seguridad del país para que cesaran la represión en contra del pueblo. El propio día de su asesinato, la homilía era en memoria de la madre de un amigo suyo. (Viviana Krsticevic, y María Julia Hernández, directora de la Oficina de Tutela Legal del Arzobispado de San Salvador)

Monseñor Oscar Arnulfo Romero, fue cuarto
arzobispo metropolitano de San Salvador (1977-1980) en la década de los 80's, Monseñor Romero como se le conoce a nivel mundial, fue un singular y sencillo sacerdote salvadoreño, hombre lleno de Dios que entendió desde sus primeros años de vida sacerdotal su llamado y sus obligaciones como pastor de almas. Su formación sacerdotal la realizo junto a la tumba de Pedro y Pablo en Roma, donde también fue ordenado sacerdote, el 4 de abril de 1942, a la edad de 24 años. En Roma fue alumno de monseñor Giovanni Batista Montini, quien en el futuro fue el papa Pablo VI, de la calidad de esta madera forjo Dios un pastor, a quien llamo a ser obispo, don, privilegio y sacrificio que pide a unos pocos, ese fue el. Todos le llamaban "Monseñor".

De un título, el pueblo hizo su nombre. Quien oía decir "Monseñor", sabía que era él y no otro. Era él. Un hombrecito moreno, de ojos negros; inquisidores, aunque tímidos. Ojos que se clavaban en los ojos de los hombres en quienes èl encontraba sinceridad, pero equívocos cuando se cruzaban con miradas hipócritas.

Tenía los labios inquietos de la verdad. Labios que se abrían para animar al desalentado, al triste, al oprimido y desechado por los grandes, y labios que se abrían para reprender al descarriado, consolar al desesperado. Labios de un sacerdote bañados diariamente con la sangre de Cristo, de quien vivió y murió enamorado, sembradores de la palabra de Dios. Era de mediana estatura, inclinaba el hombro derecho cuando ofrecía su mano a otro. E inclinaba el hombro no por complejo de inferioridad, sino como consecuencia de la infección que tuvo en él tras el accidente que sufrió de joven.

Era el hombrecito de la sotana de la sotana negra y de sotana blanca. Ese hombrecito que acariciaba frecuentemente la cruz que llevaba en su pecho, como para dar a entender que lo importante era la cruz y que su personalidad pasaba a segundo plano. Ese hombrecito bueno de manos generosas. Ese hombrecito del dedo que apunta con su gesto la fuerza de la palabra que pronunciaba su boca, ese era Monseñor al que muchos odiaron y aun siguen odiando desgraciadamente, al que hasta el día de hoy le tienen un tanto de recelo porque en su miedo y recelo esconden su temor a ser denunciados por la corrupción en que viven.

Vivió una vida sencilla y simple como la del maestro, nunca utilizo su “palacio episcopal” como se le llamaba antes, ni se dejo seducir por la vanidad de su cargo “Arzobispo” titulo que pesa y que sin ser descortés puede llevar a olvidar a muchos lo que en realidad significa serlo.
Vivió entre los pequeños como Jesús, comió, jugo, bromeo, se dejo querer por ellos, les abrió su corazón y lo sintieron que era de ellos, una característica especial de Monseñor es que nunca se le ve solo, o con gente selecta, se le ve acompañado de los pequeños como se le veía a al mismo Maestro por las calles de Galilea, afanado por curar a los enfermos y alegrar y transformar los corazones desgarrados, solo que su Galilea serán los barrios y colonias marginales de la Capital, los pueblos y cantones más olvidados, donde no hay ninguna comodidad, donde los niños corren descalzos chorreados y sin ropa, donde el campesino se siente sin dignidad y oprimido por el peso de la situación social de aquel entonces, ahí es donde aquel Arzobispo hace su apostolado, ahí es donde pastorea y enseña como pastor, ahí es donde comete el pecado más grande para los poderosos.

“Amar y defender a los pobres y marginados, enseñándoles a pensar y a defender sus derechos” y por esa razón se le juzgo y se le condeno a Muerte, simple y sencillamente por defender los derechos de los pobres, los indefensos y marginados; y por estar con ellos se dio el título de “cura guerrillero” se le acuso de predicar e impulsar la teología de la Liberación, de mesclar la fe con la política, lo cierto es que este característico hombre de Dios lo único que hizo fue simple y sencillamente poner en práctica el mensaje de evangelio en su arquidiócesis, llevarlo a la practica aplicándolo a la realidad que se vivía en ese momento en El Salvador, un país convulsionado por la guerra civil, producto de una injusticia y una aterradora violación a los derechos de los más pobres y desprotegidos de ese entonces. Después de treinta años de todo esto aun hay muchos que siguen viendo la acción del arzobispo con una visión negativa y hasta cierto punto despectiva. Como resuena en mis oídos la frase de Jesús, por mi causa serán condenados y enjuiciados y hasta acecinados, frases que se cumplen en la vida de este, mártir de El Salvador…

Gracias Monseñor por ser el pastor según el corazón de Cristo, cuanta falta nos hace hoy hombres como tú, que tengan el valor de ser y vivir según el corazón de Cristo.