domingo, 7 de junio de 2009

SE NECESITAN HEROES…

En estos días en que muchos medios de comunicación social se tomado la tarea de desprestigiar el sacerdocio por la caída de un solo hijo de la iglesia que se equivoco, quiero contrarrestar en este blog, ese flagelo en contra del sacerdocio ministerial que es visto por muchos como algo que no tiene sentido y que no se puede vivir de formal fiel y bien llevada. Y lo digo como testigo y como sacerdote.
Quienes somos los sacerdotes, es la gran pregunta del mundo moderno, solo somos hombres especiales tomados de entre los hombres y puestos al servicio de nuestros mismos hermanos, dice la carta a los hebreos, somos elegidos de en medio del pueblo de Dios, no somos ángeles, somos humanos con una consagración divina.
Fuimos llamados de los lugares más sencillos y quizás de donde menos nos podríamos imaginas de ahí nos llamo Dios para ser ministros suyos, no lo hizo por nuestros meritos, creo que ningún sacerdote tiene los meritos necesarios para poder serlo. Sin embargo nos llamo. Por tanto, quisiera hacer un pequeño llamado a que viéramos no solo a nuestros hermanos sacerdotes que han fallado, que su humanidad les traiciono y no seamos jueces, sino que los encomendemos a nuestras oraciones como tal… Pero que así como esos pocos han caído hay muchos que se mantienen al pie del cañón luchando por ser fieles y trabajando incansablemente por el reino de los cielos, trabajando en fidelidad y desinteresadamente en tantas y tantas parroquias de misión, hombres que se han desgastado por la mies, a esos hombres los medios no les hacen caso, a esos que están en las selvas del África, del amazonas, a esos que se encuentran atendiendo los enfermos y débiles, a esos que por aos y años, formaron y enseñaron y forjaron la fe y la humanidad a esos no les prestamos atención, a esos valientes y santos hombres hoy les recuerdo y les admiro.
No deberíamos escandalizarnos por que se nos persigue en estos tiempos, Jesús mismo nos lo dijo, si me persiguen a mí, los perseguirán a ustedes por mi causa, por tanto, hoy pongo un grito a la humanidad, Jóvenes se necesitan Héroes, que se comprometan a decir si a el proyecto de Jesús, Si a su obre, SI al llamado sacerdotal…. TE has puesto a pensar que puedes ser un héroe siguiendo a Jesucristo…. Piénsalo y recuerda que la mies es mucha y los obreros pocos…. Ven y sígueme… dice el maestro. Porque no decir si….

SER SACERDOTE PORQUE NO?

DOMINGO DE LA SANTISIMA TRINIDAD

El misterio de la Santísima Trinidad es un gran misterio: un solo Dios en tres Personas, misterio grande pues se refiere a la esencia misma de Dios, y grande también por lo imposible de entender y de captar cabalmente, menos aún de explicar, pues es una verdad que sobrepasa infinitamente las capacidades intelectuales del ser humano.
Muchos Teólogos que lo han estudiado han tratado de hacerlo accesible al hombre común. Y han tratado de explicar lo de las Tres Personas y un solo Dios mediante diversos símiles, tratando de ponerlo al alcance de todos. Uno de estos símiles, tal vez el más convincente, es el de comparar a las Tres Divinas Personas con tres velas encendidas, cuyas llamas se unen formando una sola llama. Todas las comparaciones humanas, sin embargo, quedan cortas, como es todo lo humano al referirlo a la infinidad de Dios. El Misterio de la Santísima Trinidad es una verdad que está muy ... muy por encima de nuestras capacidades intelectuales, pues entre nuestra inteligencia y la Sabiduría de Dios existe una distancia ¡infinita¡
Se cuenta que mientras San Agustín se encontraba preparándose para dar una enseñanza sobre el misterio de la Santísima Trinidad, le pareció estar caminando en la playa frente a un mar inmenso. Vio de repente a un niño que se distraía recogiendo agua del mar con una concha de caracol y tratando de vaciarla en un hoyito que había hecho en la arena. Al preguntarle San Agustín qué estaba haciendo, el niño le respondió que estaba tratando de vaciar el mar en el hoyito. San Agustín, por supuesto, se dio cuenta de que era imposible que el niño lograra esa absurda pretensión. Entonces le dijo al niño: “Pero, ¡estás tratando de hacer una cosa imposible!” Y el Niño le replicó: “Esto no es más imposible de lo que es para ti meter el misterio de la Santísima Trinidad en tu cabeza”. Y con estas palabras el “Niño” desapareció. Así es nuestro intelecto: tan limitado como es el hoyito para contener el agua del mar, sobre todo cuando trata de explicarse verdades infinitas como este misterio. Sin embargo, lo importante de este misterio central de nuestra fe no es explicarlo, sino vivirlo. Y aquí en la tierra somos llamados a participar de la vida de Dios Trinitario. Ciertamente, mientras estemos aquí en la tierra, podremos vivir este misterio de una manera oscura ... incompleta. Sin embargo, en el Cielo podremos vivirlo a plenitud, porque veremos a Dios tal cual es.
Posteriormente el Hijo nos va revelando al Padre y nos va llevando a El. Así nos dice Jesús: “Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquéllos a quienes el Hijo se los quiera dar a conocer” (Mt. 11, 27). Recordemos nuevamente, entonces, que lo importante de este misterio central de nuestra fe no es explicarlo, sino vivirlo. Y recordemos que aunque aquí en la tierra somos llamados a participar de la vida de Dios Trinitario de una manera oscura, incompleta, en el Cielo podremos vivirlo a plenitud,
porque veremos a Dios tal cual es.
¿Cómo podemos vivir este misterio desde ya aquí en la tierra? Nos lo explica la Segunda Lectura: “Los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios ... y podemos llamar Padre a Dios. Y si somos hijos de Dios también somos herederos de Dios y coherederos con Cristo” (Rm. 8, 14-17). ¿Nos damos cuenta del privilegio que es poder llamar ¡nada menos que a Dios! “Padre”?
¿Cómo percibir las inspiraciones del Espíritu Santo? ¿Cómo ser dóciles y obedientes a esas inspiraciones? La clave está en la oración -la oración sincera. La oración nos abre al Espíritu Santo. Debemos orar para escuchar al Espíritu Santo. El es como una suave brisa, a la que hay que estar atentos para poderla percibir (cf. 1ª Re 19, 11-13). Debemos orar para permitirle que haga en cada uno de nosotros su obra de santificación. Así podremos vivir desde la tierra este misterio de la unión de nosotros con Dios. Y esa unión de nosotros con Dios no se queda allí, sino que tiene, como consecuencia segura, la unión de nosotros entre sí. Tal vez con esta explicación se nos haga más fácil comprender esa bellísima y conmovedora oración de Jesús durante la Ultima Cena: “Que ellos sean uno, Padre, como Tú y Yo somos uno. Así seré Yo en ellos y Tú en Mí, y alcanzarán la perfección de esta unidad” (Jn. 17, 21-23). ¡Unidos cada uno de nosotros al Dios Trinitario, para así estar unidos entre nosotros por Dios mismo!