viernes, 17 de septiembre de 2010

DOMINGO XXV DEL TIEMPO ORDINARIO

“Ningún siervo puede servir a dos amos…”
Lc.16,1-13


Hay mucha gente en este mundo que su único motivo para vivir es el conseguir dinero. Cuando hablas con ellos una y otra vez y siempre el centro o el fin de cada conversación es el tema de la fortuna material. Son personas donde funciona a la perfección el "eres lo que tienes..."
Muchas personas son capaces de hacer cualquier cosa por dinero, porque encuentran en él una seguridad que nadie ni nada le puede ofrecer.
Hoy la Palabra nos habla de un administrador infiel, de un mal administrador. Jesús nos pone este ejemplo no para que sigamos sus pasos de injusta trayectoria. Lo que nos quiere hacer ver es la astucia que pone la gente del mundo en sus negocios e intereses. La dedicación de muchas personas a conseguir bienes materiales muchas veces puede ser un estorbo que nos impida llegar a los bienes de Dios. No olvidemos esto nunca.

Los cristianos tenemos que plantearnos el papel del dinero en nuestra vida. Hay algunos que lo satanizan, otros lo divinizan, pero creo que la cosa no está en lo uno o en lo otro. Hay que poner el dinero donde debe estar; puede que lo necesitemos en muchos sitios y aspectos de nuestra vida, pero donde seguro que nunca tiene que estar el dinero es en el interior del corazón.

Cuando vivimos demasiado apegados a la fortuna material nos podemos olvidar con facilidad de otras fortunas más importantes: el ser hijo/a de Dios; el tener la fe; el luchar por los demás... Ante esto el Evangelio nos da un toque de atención y nos hace preguntar por qué hay tantos cristianos que tienen tan poco entusiasmo en sembrar el Mensaje de Jesús y tanta urgencia para las cosas materiales.

Nuestro sagaz administrador convierte a los deudores de su amo en amigos suyos. Para las cosas del mundo la gente sabe moverse, es astuta, no les importa sacrificarse. En los negocios del mundo las ganancias son siempre temporales; en las cosas de Dios las ganancias son eternas.

Todo cuanto poseemos y las personas que tenemos a nuestro alrededor es propiedad de Dios. Aunque sin intención digamos que son nuestras, Más bien tenemos que decir " todo lo que Dios me ha prestado..." Perder de vista al único dueño nos hace caer en estados depresivos cuando llegan los duros momentos de la muerte de nuestros seres queridos.
¿Para qué Dios nos presta a estas personas? Para que juntos podamos hacer nuestro camino hacia Él. De ahí que la familia verdadera de Jesús no es según la carne y la sangre sino desde el Espíritu de Dios. Ver a los demás y lo que poseemos como préstamos de Dios es dejar que sea Él quien nos haga comprender las relaciones humanas a los niveles más profundos.

Con dinero podemos hacer mucho bien o mucho mal, depende el uso que le demos; pero también es cierto que el preciado metal puede meterse en nuestro corazón haciéndonos creer que es lo más importante en la vida. Cuando esto sucede en una persona no significa que tenga dinero, sino que el dinero es quien le tiene bien atrapado.

Somos administradores de la riqueza que Dios ha puesto en nuestras manos. Cuantas personas derrochan grandes cantidades de dinero en mil tonterías cuando a su alrededor hay tanta necesidad en tantos seres humanos. Llega la Navidad y no sabemos qué comprar a los nuestros porque "tienen de todo"; mientras millones de personas pasan las necesidades más básicas para una vida digna. ¿Qué haces tú realmente por los más pobres y necesitados que existen en tu entorno?
El administrador actuó con astucia y prontitud. La fe tiene que tener elevadas dosis de sentido común y de acciones concretas hacia los demás. No hacen falta buenas intenciones sino buenas acciones. La fe de muchas personas muere porque el aburrimiento y la falta de acción la debilitan en gran manera. El final de la fe comienza cuando se vuelve estéril y cómoda ante la realidad doliente del mundo. Se vuelve insensible y empieza a poner su interés en cosas materiales. Mantenernos cerca del Señor es el mejor antídoto contra el veneno que nos puede inocular el dinero y las riquezas materiales.