miércoles, 3 de marzo de 2010

Monseñor Romero: un hombre según el corazón de Dios

Mons. Rafael Urrutia
Oficina de la Causa de Canonización
El Cardenal Roger Etchegaray, al final de la Introducción al libro Oscar Romero: Un obispo entre guerra fría y revolución, editado por el Dr. Roberto Morozzo della Rocca, historiador de la Comunidad de San Egidio, en Roma, afirma: "Resumir la vida de Romero con eslóganes puede ser sugestivo, puede favorecer la militancia por un ideal, pero no lo entrega a la historia como merece. Reduce su estatura. Hace efímera su memoria. Este hombre tímido e introvertido, nacido no para ser líder, se encontró impulsado por las circunstancias a convertirse en la voz libre y autorizada de un pueblo que sufría. Después de haber dedicado toda su vida al servicio de Dios, Romero vino a ser un profeta de justicia y de paz. Sus homilías, transmitidas por la radio, eran seguidas por todo el país, por amigos y adversarios. Porque Romero decía la verdad... porque era una voz humana, religiosa, fraterna, para decirlo mejor.

"Romero era apacible, le horrorizaba la violencia en un país marcado por la violencia. Quería diálogo, soluciones razonables y civiles a la crisis del pueblo. Sus enemigos, partidarios de perspectivas violentas, no soportaban sus afirmaciones de la doctrina social de la Iglesia, no aceptaban sus llamadas a la piedad y la justicia. Por fin lo asesinaron en el ambiente de una auténtica persecución contra la iglesia, culpable, según algunos, de haber suscitado una conciencia sindical entre los campesinos. Fue asesinado por haber denunciado la violencia procedente de cualquiera de las partes. Lo mataron en una sociedad que se precipitaba confusamente en la guerra civil, porque durante mucho tiempo se había eludido el reclamo por la justicia y al final, tanto una parte como la otra, sólo veían la solución de las armas. La Iglesia no hace política, pero tampoco puede mostrarse indiferente a lo que acontece en el mundo. De por sí Romero no sentía ninguna vocación a la política, pero consideró que era su deber hablar alto y fuerte a favor de la paz, de la justicia, de la reconciliación. No se comprometió con ningún partido político, aunque buscaba afanosamente soluciones políticas cuando el país se precipitaba hacia la guerra civil... procurando siempre atenerse en todo al magisterio de la Iglesia..." (cfr. o. c. pp. 5-9).
Como bien manifiesta el Dr. Morozzo della Rocca: "la acusación más frecuente dirigida a Romero arzobispo por sus adversarios era la de hacer política. Pero Romero cree que la Iglesia debe ser la guía moral de la sociedad y, por tanto, debe inspirar también la política, en el sentido de la ética y de la justicia, pero no quiere que la Iglesia haga política de partidos. En sus intervenciones públicas Romero denuncia los atentados contra la vida y los derechos humanos y pide atención a los derechos de los más pobres, que en El Salvador constituyen auténticas masas de personas. Para esto se basa en el patrimonio doctrinal católico: magisterio pontificio, doctrina social, documentos del Vaticano II y, como corolario de los documentos conciliares, los textos de Medellín y Puebla, como se deduce del hábeas de sus textos y discursos. En todo caso, Romero, se preocupaba siempre de evitar, en su actividad pastoral, que la política prevaleciera sobre lo religioso". (cfr. o. c. pp. 29-30).
Mons. Romero no se sentía un héroe, nosotros lo sabíamos, en varias ocasiones nos había manifestado el miedo de morir, pero estaba convencido de que debía cumplir con sus deberes de cristiano y de obispo. En sus últimos ejercicios espirituales, intuyendo que había llegado la hora escribió:
"Siento miedo a la violencia en mi persona. Se me ha advertido de serias amenazas precisamente para esta semana. Temo por la debilidad de mi carne, pero pido al Señor que me dé serenidad y perseverancia... "Mi otro temor es acerca de los riesgos de mi vida, me cuesta aceptar una muerte violenta que en estas circunstancias es muy posible. Incluso el Nuncio Apostólico de Costa Rica me avisó de peligros inminentes para esta semana. El padre (Azcue, un Jesuita, su director espiritual) me dio ánimo diciéndome que mi disposición debe ser dar mi vida por Dios, cualquiera que sea el fin de mi vida. Las circunstancias desconocidas se vivirán con la gracia de Dios. Jesucristo asistió a los mártires y, si es necesario, lo sentiré muy cerca al entregarle mi último suspiro. Pero más valioso que el momento de morir es entregarle toda la vida y vivir para El... Así consiento mi consagración al Corazón de Jesús, que fue siempre fuente de inspiración y alegría cristiana de mi vida y acepto con fe en El mi muerte, por más difícil que sea, ni quiero darle una intención como lo quisiera por la paz de mi país y por el florecimiento de nuestra Iglesia, porque el corazón de Cristo sabrá darle el destino que quiera... Me basta, para estar feliz y confiado, saber con seguridad que en El está mi vida y mi muerte. Y a pesar de mis pecados, en El he puesto mi confianza y no quedaré confundido y otros proseguirán con más sabiduría y santidad los trabajos de la Iglesia y de la Patria".

(cfr. Cuadernos Espirituales de Mons. Romero, febrero de 1980).
Tomado del Blog dedicado a Monseñor Romero
Oficina de causa de canonización