jueves, 15 de julio de 2010

XVI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Homilía Dominical
Rev. Alexander Díaz


La liturgia de hoy propone a nuestra consideración dos grandes temas: la hospitalidad y la integración de la oración con el trabajo. Empecemos por el tema de la hospitalidad, que aparece hermosamente desarrollado en dos escenas: en la primera, el protagonista es el patriarca Abrahán, quien atiende a sus huéspedes bajo el sombrío que proporciona la encina de Mambré; la segunda escena tiene como protagonistas a Jesús y a sus amigos de Betania.

Para nosotros, que vivimos en grandes ciudades, la hospitalidad es algo distante, y esto por varias razones: en primer lugar, vivimos tan ocupados que no tenemos tiempo para compartir en familia, mucho menos con los vecinos y conocidos; y, en segundo lugar, porque la inseguridad nos lleva a cerrar las puertas de nuestras casas y a evitar el trato de personas desconocidas.

Pues bien, en otros tiempos las puertas de las casas estaban abiertas para propios y extraños, y el huésped era objeto de mil atenciones. En los pueblos antiguos, el valor de la hospitalidad estaba relacionado con la supervivencia.

Pensemos en los peligros que implicaba emprender un viaje cuando no se habían desarrollado medios de transporte como los de hoy (aviones, trenes, automóviles); si se presentaba un percance no había manera de informar. En este contexto de incertidumbre, la hospitalidad era como un seguro de vida. Todos estaban dispuestos a colaborar por aquello de “hoy por tí, mañana por mí”.
Este mensaje de hospitalidad encarnado por el viejo Abrahán es complementado por la escena evangélica en la cual Jesús, haciendo un paréntesis dentro de sus correrías apostólicas, visita a sus amigos de Betania, los hermanos Lázaro, Marta y María. Allí, en la tranquilidad del hogar, se ponen al día y comentan todos las anécdotas que han acompañado la actividad evangelizadora de Jesús.

Abrahán atiende a los viajeros y Jesús conversa con sus amigos de Betania. Que estas escenas bíblicas, en las que la hospitalidad y la comunicación aparecen como valores importantes dentro de la vida social, sean ocasión para revisar nuestro estilo de vida:
Vivimos atafagados, siempre de prisa, poniendo así en peligro nuestra salud y sacrificando la calidad de vida. El trabajo de la pareja deja muy poco tiempo para compartir con los hijos y para interactuar como esposos.

Por causa del ritmo frenético de vida, los hogares han dejado de ser lugares de encuentro donde se construye un proyecto común de vida, para convertirse en centro de prestación de servicios: se sirven comidas rápidas, se lava la ropa y se da dinero para atender los gastos diarios.

El hogar ha dejado de ser hogar, la mesa de comedor ya no es el altar donde se celebra la liturgia del compartir familiar; simplemente se prestan unos servicios que corresponden a un restaurante, a una lavandería y a un cajero automático, todo se ha vuelto tan fácil pero al mismo tiempo tan complicado.

Fácil, porque no tenemos que esforzarnos tanto para conseguir lo que queremos, todo está a la mano, la tecnología nos lo pone todo así, compramos y vendemos desde nuestros propios escritorios, vemos todos los programas de TV que queramos sin levantarnos de nuestros asientos y sin salir de nuestros cuartos, la vida es fácil ahora.

Lo difícil y duro es que toda esta tecnología nos ha matado nuestras relaciones personales, nuestro compartir familiar, dialogamos el minimo, porque la hospitalidad y el deseo de estar juntos a desaparecido poco a poco, ya no existe el compartir en familia como antes.

Un dia de estos estaba en un restaurante comiendo con unos amigos y había una familia comiendo junto a la mesa nuestra, tenían cuatro hijos adolescentes, y era interesante, los cuatro estaban pegados a sus teléfonos nadie hablaba entre si, comían y mandaban textos, me dije a mi mismo, que difícil es el dialogo familiar en la época actual.

Ojala que no continuemos matando la hospitalidad y la convivencia familiar, que nuestra amistad y nuestra caridad se potencien y se practiquen, que la escucha de la palabra y la atención hacia los demás sea un signo de que somos hombres y mujeres de Dios.

El segundo tema que nos plantea la liturgia de este domingo es la articulación entre la oración y el trabajo:
Esta problemática aparece en el diálogo que sostiene Jesús con las hermanas Marta y María, quienes tenían personalidades y sensibilidades diferentes.

Se interpreta equivocadamente este pasaje del Nuevo Testamento si se concluye que Jesús descalifica el trabajo de Marta, empeñada en atender con lujo de detalles al huésped. La intención de Jesús no es plantear una oposición entre el trabajo, representado por Marta, y la contemplación, encarnada por María, y tomando partido por esta última. Esta fue la interpretación que hicieron algunos comentaristas bíblicos en el pasado, quienes se apoyaban en esta lectura para afirmar la superioridad de la vida religiosa contemplativa sobre la vida activa.
No se trata, pues, de afirmar la superioridad de la oración sobre el trabajo. Oración y trabajo son dos momentos inseparables de la vida que deben ser integrados dentro de una auténtica espiritualidad.

La vida de Cristo fue un claro testimonio de la integración de estas dos dimensiones: vivía en continua comunicación con su Padre e igualmente estaba totalmente entregado al servicio de los demás; las multitudes lo asediaban porque querían escucharlo y buscaban ser curadas de sus dolencias.

Este equilibrio entre la vida interior y la actividad externa ha sido expresado de diversas maneras por los grandes maestros de la vida espiritual. San Benito, el gran promotor de la vida monacal en Occidente resume este modelo de espiritualidad en la expresión latina “ora et labora”, que traduce oración y trabajo. San Ignacio de Loyola, quien diseñó esa poderosa herramienta de crecimiento interior que son los Ejercicios Espirituales, nos invita a ser “contemplativos en la acción”.

Es hora de terminar nuestra meditación dominical. Que el mensaje de hospitalidad que nos trasmiten Abrahán y los amigos de Betania contribuya a renovar el estilo de vida de nuestras familias y comunidades, de manera que sean lugares de encuentro y de comunicación. Que la conversación que sostiene Jesús con sus amigos de Betania nos estimule para buscar una integración entre la oración y el trabajo, entre los momentos de silencio y la actividad productiva.

XV DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO



"¿Quién es mi prójimo?"
Lc 10, 25-37:

El evangelio de hoy un maestro de la ley le hace una pregunta a Jesús, pero interesante y rica en su contenido un tanto comprometedora pero que a mi ver hace que nos preguntemos a nosotros mismos si estamos yendo por el buen camino hacia nuestra santidad de vida.

¿Qué debemos hacer en esta vida para llegar a la vida eterna? Su intención no era buena. El Señor le pregunta sobre lo que está escrito y él sabe responder adecuadamente. El interrogador no pide ninguna aclaración en cuanto al amor a Dios, pero lo que no tiene claro es aquello del amor al prójimo, es que somos especiales, siempre estamos pretendiendo ser claros en nuestro amor a Dios, pero siempre nos olvidamos o simplemente pasamos por alto nuestro amor y compromiso con nuestros hermanos. Solo hay que detenerse a escucharles hablar de los demás! ¡Cuánta cuanta malicia; cuánta violencia verbal, cuanto destrozo a la dignidad del nuestro hermano...!

Los judíos de la época de Jesús hablaban del "prójimo", pero entendían como prójimo sólo a los judíos. Los "gentiles" (los que no eran de raza judía) eran despreciados y no eran considerados como tales. Jesús rompe una vez más este esquema exclusivista. El amor que Él nos trae es más universal que las exclusiones que hacemos los seres humanos. Para el Maestro el prójimo es cualquier ser humano, en especial los más débiles y necesitados.

Muchas veces me pregunto si nuestra Iglesia de hoy es la aliada de los más desfavorecidos de la sociedad; si nosotros como cristianos somos samaritanos convencidos del que aparece herido por causa de los otros.

Tenemos que convertirnos a Dios pero también al prójimo. Puede ser que tengamos teóricamente claro los conceptos y las aficiones espirituales, pero que luego, a la hora de la práctica, nos quedemos siempre en meras intenciones.

No es suficiente creernos que amamos al prójimo. Es necesario hacer algo provechoso por mi prójimo. El Evangelio no es un cúmulo de buenas intenciones sino una constante provocación a la acción. Si nos quedamos en la belleza de la parábola puede ser que no captemos el mandato final de Jesús: "Vete y haz tú lo mismo."

¿Cómo podemos hacer nuestra conversión al prójimo?
Los cristianos tenemos que tener mucho cuidado de no herir el alma de nuestros prójimos.
En otras palabras Nosotros somos portadores de la mayor buena noticia que ha oído nunca la humanidad. Dios se hace uno de nosotros para que nosotros estemos más cerca que nunca de los demás. Acercarse a Dios es tener como compañeros de camino a mis prójimos. No entiendo esa fe siempre excluyente del que no piensa como nosotros. Cuando se vive la fe como exclusión ("ese no es de los nuestros, el no ora como nosotros, el es de otro grupo o movimiento, el no es católico por ende no le ayudo, o no es de mi color o lengua...") siempre se acaba condenando a los demás. Tenemos que tener siempre cuidado para que nuestra fe sea siempre acogida a los otros, nunca excluir ni condenar a nadie. Dios nos ha hecho hermanos de nuestros hermanos no jueces de los demás.

Dios reivindica la presencia de los demás en nuestro corazón, al lado, muy al lado del amor que le debemos a Él. Bien sabe Dios que las personas somos acercadas al Creador por otras personas; que somos los seres humanos quienes pronunciamos hoy la Palabra y quienes damos movimientos a los designios de Dios. Ser cristiano es creer en Dios y en los demás.

¿Qué puedo hacer por los demás?
Nadie te pide que hagas lo que no puedes hacer. Sólo damos lo que tenemos. Lo que nos dice Jesús es que hagamos en lugar de quedarnos pensando o quejándonos. ¿Qué podemos hacer para ver a los demás como prójimos?, pues son cositas sencillas como Sonreír en lugar de quedarnos con caras de amargados y amargadas, Decir una palabra cariñosa y de aliento en lugar de la queja de costumbre, Disculpar y perdonar, Unir a la gente en lugar de dividirla. Orar constantemente por los demás, en especial por los más débiles y necesitados, Querer de verdad a los demás...

En realidad son tantas las cosas que podemos hacer para percibir al otro como prójimo que cada ser humano dispone de un amplísimo catálogo de opciones para sentir el latido de los demás.
El prójimo hoy tiene muchos nombres: familia, amigos, vecinos, desconocidos, conocidos, enemigos... Dice san Juan que quien ama a Dios a quien no ve y, en cambio, no ama al que tiene al lado, es un mentiroso... Ese es el recorrido que va desde el amor que debemos a Dios y a los demás. Dios no es envidioso porque amemos al otro.