viernes, 15 de marzo de 2013

V DOMINGO DEL TIEMPO DE CUARESMA


“Tampoco yo te condeno, vete y ya no vuelvas a pecar”.
(Jn.8, 11)


1-     Le presentan a una mujer que había cometido un pecado
 Estamos a las puertas de entrar en una semana muy especial, la tradición de la Iglesia le ha nombrado santa, porque durante este tiempo, la madre Iglesia nos invita a meditar sobre nuestra vocación a la santidad. En este contexto, la liturgia de este domingo es muy profunda, es una llamada a meditar sobre el perdón y el derecho de volver a comenzar en nuestro proceso de conversión, sin tener en cuenta lo que hayamos cometido contra Dios.Las personas tenemos una predilección especial por la justicia; pero no siempre la justicia que creamos se ajusta a los designios de Dios. Y en este contexto de aplicar la justicia, vemos hoy como los legisladores del tiempo de Jesús, tratan de poner la ley por obra cuando es de su conveniencia.

 La escena sucede en el templo. Le presentan a una mujer que había cometido un pecado gravísimo: era una adúltera, no sabemos exactamente si había cometido esta falta muchas veces, si ella era una mujer que se prostituía, no sabemos mucho de ella, lo que si sabemos era que la habían encontrado culpable y había que condenarla lo antes posible. Los fariseos y escribas tenían razón al citar la ley, que a primera vista es violada por ella, pero que se nota que la aplican a su propia conveniencia.

 El libro del Levítico dice: “Si adultera un hombre con la mujer de su prójimo, hombre y mujer adúlteros serán castigados con la muerte” (Lev. 20,10); y el Deuteronomio añade que “... llevarán a los dos a las puertas de la ciudad y los apedrearán hasta matarlos” (Dt.22,24). Estas eran la penas establecidas por la Ley.
 Sorprende que sólo la mujer esté detenida y no se diga nada del hombre, ya que si el adulterio es flagrante, ambos fueron detenidos.  La realidad era que estas penas tan duras previstas por la Ley no se solían aplicar, pero contradecirlas equivalía a ir contra la palabra y la voluntad de Dios.
 El pueblo veía a Jesús con un corazón y unos hechos misericordiosos y por eso lo querían; lo cierto es que la trampa estaba bien montada, porque si Jesús favorecía la lapidación estaría a favor de los fariseos que despedazaban a los pequeños y traicionaría los sencillos a los cuales defiende. Y por el otro lado, el negar la lapidación le convertiría en alguien que está contra la Ley. La trampa parecía perfecta y sin escapatoria, igual se contradecía a sí mismo con un sí que con un no.

 Ella era pecadora, pero el problema que se pretende plantear a Jesús es de mucho más grande de lo que se ve: los escribas y fariseos buscan un pretexto para derrotarle, sorprenderle en una situación sin salida y humillarle como un falso Maestro o rechazarle como un falso Mesías, interesante situación, y me pongo a pensar que esa encrucijada aun la continúan haciendo muchos en la actualidad, ya que, los que dicen saberlo todo en muchas ocasiones utilizan a los pequeños para hacer caer a los que consideran sus enemigos, en este caso su enemigo inmediato era Jesús.

 Es obvia la molestia y desagrado de Jesús y se puede percibir en la actitud que toma, porque en vez de discutir con ellos, como lo haría cualquier abogado, dando explicaciones a diestra y siniestra, lo que hace es trazar signos en la arena, agachado. Es la sabia prudencia y la calma, ante el juicio diabólico y desgarrador de los enemigos. Siempre me he preguntado que escribiría en el suelo con su dedo, pero no he logrado encontrar la respuesta.

2-     “Aquel que se encuentre libre de pecado que arroje la primera piedra

 Le piden que dé su veredicto, como si fuera un juez sentado en el estrado, listo para dictar una amarga y segura sentencia, en contra del que ha caído. Pero Jesús les sorprende cuando plantea una ley superior a la de Moisés en contenido y exigencias, se llama misericordia, ellos quizás no la conocían, porque estaban acostumbrado a vivir vigilantes ante cualquiera que caía para condenarlo, y aplicarle la ley sin ninguna excepción o explicación; me pregunto, cuantos juicios injustos hicieron utilizando este inmisericorde sistema.

 Yo disfruto tanto la actitud de Jesús, porque de una manera tan sencilla y paciente hace tomar conciencia a los acusadores de que el pecado propio les inhabilita para condenar   a muerte a otro ser humano negándole la posibilidad de un futuro diferente; las palabras de Jesús - que concuerdan con su enseñanza en el Sermón de la Montaña: "No condenen para no ser condenados" (Mt,7,1) - contienen una actitud negativa frente a la pena de muerte; y en lo concreto de la situación, fueron una iluminación para esos escribas y fariseos, que los puso en camino de salvación al reconocerse como pecadores y que los hizo renunciar a ejecutar a la pobre mujer. Él, no los les pide que la dejen en paz, que no la condenen, solo indaga en su corazón y en sus conciencias, para que reconozcan que no son diferentes a ella en cuanto a sus actos personales.

 Ellos esperan una respuesta, y me encanta porque Jesús volvió contra ellos mismos el veredicto que formulaban contra la mujer. Ellos pedían un veredicto legal y Jesús les ofrece un veredicto desde sus conciencias.

 Al principio se comportó como si no le diese importancia al asunto; pero va más allá de lo meramente jurídico, va al corazón de los acusadores y allí encuentra las mismas miserias por las que condenaban en aquella mujer. Le insisten nuevamente con más preguntas, pero tan profunda fue la mirada y la reflexión a la cual Jesús les llama, con una sencilla frase : “Aquel que se encuentre libre de pecado que arroje la primera piedra”(Jn.8,7), algunos estudiosos de la Escritura creen que lo que él dijo quizás fue, aquel que no haya adulterado con ella que arroje la primera piedra. Qué fácil es condenar al que ha caído, que fácil es destruirlo y enjuiciarlo. Los cristianos no estamos llamados a ser catalogadores de pecados ni de pecadores, estamos invitados a ser los proclamadores de las misericordias de Dios para con los que se arrepienten.

3-     Yo tampoco te condeno; vete y no vuelvas a pecar

 No hay que caer en la trampa de pensar que utilizando la sola comprensión de las ciencias humanas llegaremos a entender la profundidad real del pecado, ni la actitud del pecador. El pecado es otra dimensión que sólo desde la fe, el amor y la misericordia se puede sanar, y a través de estos elementos indicar al pecador el camino del encuentro con Jesús.

 Pero, dejando atrás a los acusadores, pienso que el centro de la escena no está plasmando en la disputa con los acusadores, sino la actitud de Jesús frente a la mujer. Ahora que están solos, “porque al oír la frase de Jesús, se iban retirando uno por uno, nos dice el evangelio, comenzando por los más viejos”(Jn.8,9). Jesús la mira, y la ve asombrada de su liberación, pero no por eso menos consciente de su culpa y llena de vergüenza. Y entonces le dice esas extraordinarias y simples palabras: "Yo tampoco te condeno; vete y no vuelvas a pecar"(Jn.8, 11).

 Me imagino el rostro que puso la mujer al oír esa frase de libertad, aunque con eso Jesús no está alabando el pecado de ella, solo le está pidiendo que vea lo que sigue, que mire hacia adelante, que tenga claro que tiene una nueva oportunidad para ser mejor. Vete y desde ahora no peques más. El dio sentencia de condenación contra el pecado, no contra la mujer.

La deja irse, pero le recuerda la gravedad de su pecado, y que si no lucha puede volver a caer. Sólo puede marchar en paz quien acudió arrepentido. La mujer adultera acudió forzada y utilizada por un grupo de hombres con la conciencia deformada. Jesús aprovecha la maldad de aquellos hombres, para intentar que vuelva a la vida recta una persona pecadora. Dios saca de los males bienes, y de los grandes males, grandes bienes. La adúltera tiene la oportunidad de aprovechar sus errores y los de sus perseguidores en una conversión fruto de un encuentro con Jesús de lo más sorprendente.

 Jesús le dice que las puertas del futuro están abiertas para ella, que el pecado pasado no la encierra en una prisión sin salida. En este episodio se encarna lo más novedoso y específico de la manera en que Jesús comprende el proceso de conversión. Jesús se acerca al pecador ofreciéndole aquí y ahora la comunión con Dios, la entrada en el ámbito del Dios de amor que otorga gratuitamente vida y perdón. El perdón de los pecados que Jesús ofrece y regala provoca la conversión; ésta es la secuela del perdón, no su condición previa. Jesús está seguro de que ese perdón puede tocar al hombre en lo más íntimo y moverlo así a la conversión.

En otros términos, para Jesús la conversión tiene más que ver con el futuro que con el pasado. Y San Pablo nos dice que este entrar en el futuro que nos abre Dios no termina nunca y que siempre tenemos que estar olvidando el pasado y lanzándonos hacia delante, conscientes de que ninguna experiencia que hayamos tenido cansa a ese Cristo que nos hizo sentir una vez el amor perdonador de Dios. Amén