viernes, 25 de febrero de 2011

OCTAVO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARO

“Busquen primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura”
Mt. 6, 24-34
Rev. Alexander Díaz

El hombre moderno se ha olvidado de vivir, no vive, sino que sobrevive su vida, ya que esta mecánicamente limitado por las múltiples ocupaciones que el mismo se ha impuesto. Ya casi nadie vive tranquilo, vivimos corriendo, esclavos del tiempo y del trabajo, esclavos del materialismo y deseo descabellado y desbaratado del tener, vivimos preocupados siempre por el mañana, por el que pasará, por el cuándo vendrá y en ese ir y venir de preguntas y cuestionamientos envejecemos y morimos interiormente.

Una de las enseñanzas que Jesús aclara este domingo se refieren al uso del dinero y de los bienes materiales. Nos dice: “no se puede servir a Dios y al dinero” (Mt. 6, 24-34). Con esto esta aclarando que tenemos que tener claridad en cuanto al seguimiento concreto del evangelio, tener claro que en el seguimiento evangélico no medias tintas, no hay medios espacios o tiempos, te está pidiendo una decisión clara y sin censura, el corazón no puedes entregárselo al materialismo, lo quiere todo para él, en otras palabras te quiere solo para él.

Jesús usa la palabra servir. No quiere decir que no haya que tener bienes materiales y que no haya que procurarlos, claro que si, tenemos derecho a tenerlos, a buscarlos, pero Jesús quiere aclarar que debe de ser todo con cautela y medida, sin olvidar que no te debes a esas cosas materiales ni a los bienes monetarios porque son pasajeros, perecen, se terminan y cuando esos bienes se terminan, te quedas vacio y sin nada, te pongo un ejemplo, cuando compramos cosas nuevas, la alegría de tenerlas solo dura unos días, después se vuelve viejo y ya hay nuevas que superan lo que tienes.

Bien indica que se está refiriendo el Señor a ser esclavos del dinero, o sea, a dejar que el dinero nos domine, a dejar que el materialismo decida por nosotros.
Entonces, no es lo mismo tener riquezas que servir o ser esclavo de éstas. ¿Cómo diferenciar estas dos actitudes?

Habla Jesús de dos señores: un señor es Dios y otro es el dinero o el materialismo, o el trabajo, o cualquier otro elemento que no sea Dios. Hay que aclara que señor se le llama a aquel que tiene poder para dominarte y esclavizarte, y el dinero, tiene esa capacidad de cambiar a cualquier ser humano, y volverlo a su antojo, el demonio se a posesionado de esta área de una manera descabellada.

Jesús nos está advirtiendo que el dinero también pretende ser señor. Y la pregunta es: ¿puede e
l dinero hacernos depender de él? ¡Claro que sí! Cuando nuestra vida está centrada sólo y por encima de todo lo demás, en conseguir dinero y en obtener lo que el dinero nos puede dar, sin darnos cuenta, nos hemos convertido en esclavos del dinero y se ha convertido el dinero en señor nuestro.

El trabajo tiene su importancia. Pero no hasta el punto de entregar la vida al trabajo. Hay gente, y no hablo solo de sólo ricos, que entregan de tal modo su vida al trabajo que todo lo demás queda subordinado al trabajo. Y lo demás son las relaciones familiares, las amistades, la relación con Dios, etc. Cuantas personas han cambiado su personalidad y pensamiento por causa del dinero, han incluso hasta matado y destruido a otros, por ello Jesús le llama señor, pero señor no con la fuerza y el convencimiento que le llamamos Señor a Él.

Pienso que gran parte de la crisis económica que vivimos ha tenido su origen en la ambición y codicia de personas que estaban tan centradas en hacer dinero, en ganar mucho que les importaba nada hacer trizas las vidas de los demás. Tomaron decisiones equivocadas que han llevado a consecuencias terribles para muchos.

Es el mejor ejemplo de que este Evangelio sigue siendo muy actual. No vale la pena agobiarnos. Hay que poner la confianza en Dios y saber que nosotros somos su providencia para nuestros hermanos y hermanas y para nosotros mismos, que nos debemos cuidar porque somos hijos e hijas de Dios.
Dios desea que nosotros entendamos quien es Él, pues El es el Señor, pero no solo decir El es el Señor, sino creerlo con todo el corazón y el alma, porque El nos creó, es nuestro Dueño, dependemos de Él. A El debemos obediencia y respeto por el es el ser y hacer de todo cuanto existe.

También Jesús nos habla de cómo Dios nos cuida. Es lo que llamamos su Divina Providencia. Y Jesús nos la explica usando imágenes campestres de aves del cielo y lirios del campo para asegurarnos que El se ocupa directamente de nuestra alimentación y vestido. Que si su Padre del Cielo alimenta a las aves, ¿cómo no va a cuidar de nuestro alimento si nosotros valemos muchísimo más que las aves?

“Y si Dios viste así a la hierba del campo, que hoy florece y mañana es echada al horno, ¿no hará mucho más por ustedes, hombres de poca fe?” (Mt.6,30). Nos está diciendo algo que es evidente, pero que no tomamos en cuenta: Dios, que cuida de la hierba que es perecedera y dura muy poco, ¡cómo no nos va a cuidar más aún a nosotros que estamos destinados a vivir con Él para siempre!

Pero además, nos recrimina algo: nos dice que si estamos demasiado preocupados por la ropa es porque tenemos poca fe. ¿Por qué nos acusa de poca fe? Porque para tener confianza plena en la Providencia Divina, hay que tener mucha fe: la confianza en Dios es una consecuencia de nuestra Fe en El.

Nos dice luego lo que debemos hacer y lo que El desea: “Busquen primero el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas se les darán por añadidura”. Es decir, nuestra preocupación debiera estar en buscar ante todo los bienes espirituales, las cosas de Dios, lo que El desea de nosotros, buscar lo que necesitamos para llegar a poseer los bienes eternos del Cielo. Si buscamos a Dios primero, lo demás, lo material, como un bono adicional, sin tener que buscarlo.

Y con esa conciencia vamos a salir a la vida a luchar por hacer de este mundo un lugar más fraterno donde las personas, todos, puedan vivir y no solamente sobrevivir. Porque esa es la voluntad de Dios. Ese es el misterio de Dios del que dice Pablo en la segunda lectura que somos administradores para todos los que nos rodean: que Dios quiere nuestra vida, que Dios nunca nos deja de su mano ni nos olvida, como nos recuerda la primera lectura del profeta Isaías.