viernes, 2 de noviembre de 2007


¿Y qué es la santidad?.
Quizás usted pueda preguntarse: ¿y qué es eso de la santidad? ¿la santidad es posible para todos o es algo nomás para algunos? La santidad consiste en cumplir la misión recibida de Dios. Algunos cristianos entienden la santidad como algo perfecto, inmaculadamente pura pero, eso es irreal. Si vemos el evangelio con detenimiento nos damos cuenta de qué imperfectos eran los Apóstoles y los primeros cristianos pero, hubo un momento en sus vidas en el que cambiaron. A este momento le llamamos conversión, su encuentro con el Espíritu Santificante. Todos ellos cambiaron sus vidas, pero no se deshicieron de una vez por todas de sus debilidades pues, eso es un proceso de toda la vida, y por lo mismo, la vida cristiana es un combate, una lucha sin cuartel. A propósito de esto es que San Pablo nos dijo: “revestíos de las armas de Dios para poder resistir a las asechanzas del Diablo. Porque nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los Principados, contra las Potestades, contra los Dominadores de este mundo tenebroso, contra los Espíritus del Mal que están en las alturas” (Ef 6, 11-12). La santidad es para todos: “Sed, pues, perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5,48); esa es la invitación que Nuestro Señor Jesucristo nos dirige a todos, y la Iglesia de acuerdo a esta invitación del Señor, nos dice: “todos los cristianos, de cualquier estado o condición, están llamados, cada uno por su propio camino, a la perfección de la santidad, cuyo modelo es el mismo Padre” (Constitución Dogmática sobre la Iglesia, 11). Nadie está excluido del llamado a la santidad: Hombres, mujeres y niños han subido la escalera de la vida y han alcanzado altos grados de santidad. Estos santos cristianos pueden encontrarse en todos los estados de vida existentes. Tenemos por ejemplo a San Tarcisio, un niño de nueve años que al principio del cristianismo defendió la Eucaristía con su vida. Santa María Goretti, una niña de once años, que defendió su virginidad y fue apuñalada una y otra vez por quien la atacó. Su santidad brilló intensamente cuando perdonó a quien la intentó violar y asesinó, además de orar por su conversión. Santa María de Egipto era una prostituta a la edad de 16 años. En cierta ocasión se unió a un grupo de peregrinos que se dirigía a Tierra Santa en un esfuerzo por cambiar su vida. Cuando llegó a la Iglesia, una fuerza invisible le impidió entrar. Aquí se dio cuenta de la enormidad de sus pecados. Se decidió a cambiar de vida y a nunca más ofender a Dios. Cuarenta años más tarde murió, totalmente renovada por su santidad de vida. Matt Talbot fue un alcohólico sin esperanzas el mayor tiempo de su vida. Pero un día al verse delante de sus amigos temblando para pedirles un trago, despertó su alma y entendió la situación de miseria en la que se encontraba. Cambió su vida y dirigió todas sus energías hacia Jesús y a buscar la vida eterna. Todos ellos y tantos otros, fueron seres humanos con fragilidades pero, decidieron entregar sus vidas al Senor, y por eso, ahora son santos, los que antes, la mayoría de ellos, eran pecadores.