viernes, 24 de junio de 2011

SOLEMNIDAD DEL CORPUS CHRISTI


“Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida”
(Jn.6, 51-59)

Rev. Alexander Díaz


Hoy la Iglesia conmemora una de las solemnidades más importante, y en esta gran fiesta se conmemora la institución de la Santa Eucaristía el Jueves Santo con el fin de tributarle a la Eucaristía un culto público y solemne de adoración, amor y gratitud. Por eso se celebraba en la Iglesia el jueves después del domingo de la Santísima Trinidad. En los Estados Unidos y en otros países la solemnidad se celebra el domingo después del domingo de la Santísima Trinidad, con el objetivo de que los fieles tengan la oportunidad de participar en este culto público de adoración.


La Solemnidad de Corpus Christi es una de las fiestas más antiguas de la Iglesia se remonta al siglo XIII. Dos eventos extraordinarios contribuyeron a la institución de la fiesta: Las visiones de Santa Juliana de Mont Cornillon y El milagro Eucarístico de Bolsena/Orvieto.


Este es un día especial en el cual como verdaderos Cristianos reconocemos la divinidad y presencia real de Jesús en este Santo Sacramento de forma pública, y sin ningún reparo.
Hoy la Palabra reclama nuestra atención en el alimento del cielo. Los alimentos es junto con el agua aquello que nos mantiene vivos físicamente hablando; pero nosotros sabemos bien que nuestra vida no está formada sólo por nuestra frágil constitución física. Mientras la comida y el agua mantienen nuestro cuerpo sabemos que en nuestro interior hay otras realidades que necesitan alimentos para ayudarnos a crecer.


La Eucaristía es el mejor medio que tenemos para alimentar y conservar nuestra vida divina. El cuerpo y la sangre de Cristo es nuestro primer manantial de vida eterna.
La Eucaristía ocupa el lugar central de nuestra fe. Muchas veces me he preguntado si los católicos somos conscientes de esta realidad que una y otra vez celebramos en nuestros templos. Se abre la Iglesia; entran las personas que van a participar de la misa. Empieza el canto de entrada. El sacerdote comienza el ritual y los asistentes contestan grandes realidades que muchas veces no se adaptan a la vida diaria.


La eucaristía no es una simple conmemoración histórica, sino presencia de Cristo muerto y resucitado, sacrificio relacionado con el de Cristo en la cruz y reactualizado bajo el velo de los símbolos. La fiesta del Corpus recuerda y celebra esta presencia real de Cristo en el sacramento central, que se guarda en el sagrario para los enfermos y caminantes como viático y que se adora la luz de la celebración del memorial eucarístico.


El Vaticano II puso de relieve nuevos aspectos de la eucaristía como banquete fraternal, memorial del Señor y acción de gracias, sin olvidar los acentos antiguos de sacramento, sacrificio y presencia real. Se propuso que el pueblo participase «activa, plena y conscientemente», para lo cual se dispuso que todo se hiciese en la lengua del pueblo, con selección y abundancia de lecturas bíblicas, recuperación de las preces de los fieles, simplificación de ritos y reparto de ministerios.
No es ya cuestión de asistir mudos a la misa que celebra el sacerdote, sino de participar activamente en la celebración, cuyo sujeto central es la asamblea, presidida ciertamente por un ministro adecuado. La celebración ha mejorado enormemente, sobre todo en las comunidades de base” (Casiano Floristan, de Domingo a Domingo).


San Agustín llama a la Eucaristía: sacramento de amor, símbolo de unidad, vínculo de caridad.
-Sacramento de amor: ante la Eucaristía, por medio de la fe puede barruntar algo de la profundidad e intensidad del amor de Cristo, puesto que ese amor es responsable de la Iglesia, de los Sacramentos... "Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo...".


-Signo de unidad: San Agustín: "Nuestro Señor ha puesto su cuerpo y sangre en estas cosas -el pan y el vino- que, de múltiples que son en sí se reducen a una sola, porque el pan, de muchos granos, se hace una sola cosa; el vino se forma de muchas uvas, que hacen una sola sustancia".
Y realiza la unidad: "Puesto que uno es el pan, un solo cuerpo formamos todos los que participamos de ese único pan" (1 Co 10. 17). Cristo es la cabeza del Cuerpo Místico que formamos con él todos los bautizados. Si recibimos a Cristo en la Eucaristía, recibimos también a todos nuestros hermanos. Comulgamos con todos ellos: santos o no, amigos o enemigos.


-Vínculo de amor: Sin la comunión no habría amor a los demás. Cada comunión debe hacernos crecer en el amor a los otros. El otro debe ser nuestra hostia diaria. La Eucaristía debe crear en nosotros la decisión consciente de ir hacia los otros y entregarnos a ellos.


Creemos que al comulgar hacemos a Cristo cosa nuestra, cuando la verdad es otra. Al comer a Cristo somos comidos por Él. Y la Eucaristía falla cuando comulgamos, no cuando somos comulgados. "Como es fuente de vida el Padre que me envió y yo vivo por el Padre, del mismo modo, el que me come vivirá por mí" (Jn.06,58). “San Agustin Sacraento de Amor,