domingo, 30 de diciembre de 2012

FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA



“A los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas: todos los que le oían, quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba. Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre: -Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados”.
(Lc.2,46-48) 

La Sagrada Familia fue una familia normal.
Cada año la Iglesia nos invita a meditar sobre el misterio que encierra la Familia, presentándonos como modelo imprescindible a la Sagrada Familia de Nazaret, una familia sencilla, normal, común y corriente como cualquier otra familia de hoy día. Una mujer sencilla y humilde, casada con un carpintero, que según lo que muchos afirman más que un carpintero era un “hacelotodo”, en otras palabras un hombre que se ganaba la vida trabajando de forma honrada en cualquier tarea artesanal.
Muchas veces creemos que la Sagrada Familia era diferente, por tener el privilegio de tener en su seno al hijo de Dios, mas sin embargo ese Dios amoroso quiso que su hijo creciera de forma normal rodeado de las atenciones, cuidados y cariños que solo una familia puede ofrecer. Una familia de inmigrantes y perseguidos por la injusticia del régimen de aquel tiempo, que sufrió el hambre y la soledad, que vivió las preocupaciones de la falta de trabajo, de los quebrantos de salud, y la opresión de las deudas que han sido las eternas compañeras de cualquier familia normal.
- María la madre y esposa.
Cuando veo a María como madre sencilla, como una campesina humilde, puedo ver a mi propia madre, con las manos rotas y curtidas por el peso del trabajo, con el rostro estremecido por el cansancio y la preocupación, pero con una eterna sonrisa de confianza en ese Dios de la vida que siempre es fiel a sus promesas, una mujer optimista y trabajadora, valiente y decidida, con una dignidad integra capaz de educar a un hijo que solo ella sabe quién es en realidad.
Con una sabiduría que no se consigue en ninguna universidad de prestigio ni se paga con todos los tesoros del mundo porque solo se consigue confiando en Dios. Nuestras Santas Madres biológicas al igual que ella, mi Madre del Cielo se volvieron sabias confiando y haciendo la voluntad de Dios, y guardando el sufrimiento de esta confianza en el silencio de su corazón. Como lo dice el evangelio de hoy “conservaba todo esto en su corazón. ”(Lc.2,51).
-José el esposo y padre prudente.
Y que podemos decir del Padre, de José, del hombre sencillo casado con una mujer que a los ojos de la humanidad no honrada ni fiel, porque a los cuchicheos de la gente, el hijo que ambos tenían era producto de una relación extramarital, y fruto de ello quizás llego a ser la burla de los irónicos de aquel tiempo, pero esto no le amedrento para poner su confianza en el Dios todo poderoso. San José un gran hombre, un padre y un gran maestro para Jesús, de quien se habla poco o casi nada en los evangelios, pero de quien se tiene gran estima y admiración, por su prudencia y por su confianza.
A él Dios le confió los primeros misterios de la Salvación, a él se le confió el cuidado de un recién nacido perseguido y odiado por muchos, fue testigo de los milagros de la noche del nacimiento de aquel niño en una cueva en Belén. Siempre para estas épocas me imagino la angustia y desesperación que este hombre vivió al ver a su mujer sufrir los dolores del parto, y sentirse impotente al no poder darle la ayuda necesaria para aliviar este sufrimiento. Pienso que a su mente vinieron preguntas profundas hacia Dios, hacia el plan que este tenía, pero pienso que también que estas interrogantes fueron selladas con la confianza y el abandono en el proyecto que Dios le había confiado.
El, es el un ejemplo vivo de esposo, de padre, de maestro y de un amigo en el círculo familiar, un padre normal, con un trabajo normal, un campesino como cualquier otro, con ilusiones y proyectos como ninguno. Que bendición tener un padre como este, que se abandona en las manos de Dios, que es cabeza indiscutible de una familia, que se preocupa pero que también la disfruta a cabalidad.
- El Sí de la Sagrada Familia, un Sí mutuo.
De San José podemos decir -según el evangelio- que se asemeja extremadamente a la Virgen María. Esta dijo sí a Dios e hizo posible la Encarnación, prestando al Hijo de Dios su corazón y su seno para que éste pusiera su tienda entre nosotros. San José dijo también dijo sí a Dios y le dio al Hijo de Dios una estirpe, una patria, una familia, una casa, un lenguaje, una autoridad, para que Dios habitara entre los hombres como un hombre más. En una palabra, José contribuyó a que continuara la Encarnación.
La verdadera misión de José, como la de María, fue presentar la obra de la salvación, Jesús, al mundo. Cuando se apercibe de su misión, José responde generosamente. Tiene el carisma de visiones angélicas; es decir, está atento a la llamada de Dios y está presto a cumplir su voluntad. Por eso no abandona a María cuando advierte que va a tener un hijo, y por eso también toma al Niño con su madre y huye a Egipto para burlar las iras de Herodes. No destaca su presencia en el evangelio, pero su figura ilumina la historia de Jesús.
No sé lo que significará para tu vida la figura de José. Lo que sí es cierto es que si fuéramos como él, llenaríamos de luz nuestro camino y el camino de los demás.
“La santidad de José consiste en la heroicidad del monótono quehacer diario. Sin llamar la atención, cumplió el programa de quien es “justo” con Dios mediante el fiel cumplimiento de las virtudes teologales de fe, esperanza y caridad; y con el prójimo por medio de su apertura constante al servicio de los demás. Como se construye la casa ladrillo a ladrillo, el edificio de la santidad se va realizando minuto a minuto, haciendo lo que Dios quiere. “San José es la prueba de que, para ser bueno y auténtico seguidor de Cristo, no es necesario hacer “grandes cosas”, sino practicar las virtudes humanas, sencillas, pero verdaderas y auténticas” (Pablo VI)
La Familia un invento de Dios para la construcción de reino.
Las dos primeras lecturas en la solemnidad de la Sagrada Familia, que hoy celebramos, son todos los años las mismas, y son una expresión clara y clásica del ideal de vida familiar tanto en el judaísmo como en el cristianismo, ambos presentados claramente en la primera y segunda lectura; y aunque ambos pasajes fueron escritos en diferentes tiempos y épocas es impresionante la coincidencia clara que estos presentan.
En ambos textos se subraya que la familia como comunidad de padres e hijos tiene una dignidad característica y un papel irremplazable, sobre todo para que los hijos puedan ir absorbiendo el sentido profundo y religioso de la comunión humana y familiar como elemento capital de toda existencia cristiana. En otras palabras, la vida familiar es la raíz de la dimensión comunitaria de la vida cristiana, por cuanto inicia y fomenta una forma de existencia caracterizada por un tipo de relación gratuita, no sólo funcional.
Desgraciadamente tanto en la vida simplemente humana como también en la vida cristiana, la dimensión “comunión” tiende – sobre todo por el uso de la televisión – a convertirse en una dimensión puramente “funcional” y despersonalizada. Y creo que en las familias cristianas tendría que generarse un examen de la calidad de la vida familiar y especialmente del nivel de las relaciones personales entre los miembros de la familia. Esa calidad se puede medir fundamentalmente a partir de dos dimensiones: una de “libertad” no rígidamente reglamentada, y – en forma especial – otra de “apertura”: una apertura al mundo real y al futuro y, para los cristianos, una apertura al pueblo de Dios (es decir a la comunidad eclesial cristiana) que sepa conjugar el amor y una objetividad sana y realista.
El Evangelio de hoy nos quiere subrayar que la valoración de la familia no debe llevar a desconocer lo individualmente personal. La familia es para sus miembros, y no al revés. Cada persona tiene rasgos, cualidades, inclinaciones y gustos diferentes. Y es un deber del resto de la familia – y principalmente de los padres – respetar e incluso fomentar lo que cada miembro tiene de peculiar.
Y aunque es normal que los padres se sientan asombrados, y hasta reticentes o desconcertados frente a opciones o actitudes de sus hijos, que les pueden resultar inicialmente incomprensibles, ellos tienen que saber – como la Virgen – conservar en el corazón esas actitudes y opciones. Los hijos, por su parte, deben saber “dar tiempo al tiempo” y buscar la convivencia pacífica con sus padres, sabiendo que esto constituye el mejor camino para que ellos puedan comprender y aceptar la vocación peculiar que cada uno de ellos manifieste tener.
No quiero terminar estas palabras sin insistir en que la calidad de vida familiar requiere un verdadero “cultivo” cuidadoso y de la contribución consciente y constante de parte de todos aquellos que la forman. ¿No valdría la pena, sobre la calidad de la propia vida familiar, tener una conversación en que participen todos los miembros de la familia?.

domingo, 23 de diciembre de 2012

CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO


¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!. ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? (Lc. 1,42)   

    

Una visita inesperada pero llena de la Gracia del Espíritu.

Estamos a punto de celebrar la Navidad, y en torno a la preparación para celebrarla hoy la Iglesia  nos da una última oportunidad para prepararnos a vivir este santo acontecimiento. En la liturgia de este domingo el evangelio nos presenta la visita de la Virgen María a su prima Santa Isabel. Ahora es la Madre la protagonista, quien con un ejemplo vivo de fe nos invita a prepararnos y a acompañarle en su camino a dar a luz a su hijo.

La palabra de hoy nos recuerda el momento que María se encuentra con Isabel. Es el encuentro entre dos madres y es también una visita que beneficia a ambas, porque ambas comparten las maravillas y dones que Dios ha hecho en ellas; que interesante es cuando compartimos lo que Dios hace en nosotros y los milagros que obra en el silencio, y más lindo aun cuando se reconocen con fe y alegría, como lo hace nuestra madre, hablando con su anciana prima que aun no podía creer esa obra maravillosa de Dios.

Nos cuenta el evangelio que María se dirigió “de prisa” a la casa de Zacarías; cuando leo este párrafo me imagino a la virgen, corriendo a toda prisa en busca de su prima, con una alegría desbordante.
Y es que la fe siempre demanda urgencia, no es un estancamiento ni un acontecimiento privado, es un encuentro entre Dios y nosotros, entre dos seres que precisan compartir las experiencias producidas por este divino encuentro.

Nos cuenta el evangelio que “desde que Isabel oyó aquel saludo de María, en ella se produjeron dos grandes y maravillosos acontecimientos: el primero “la criatura salto de gozo en su vientre” (Lc.1, 41) y el segundo fue que “Isabel quedó llena del Espíritu Santo” (Lc.1, 42),  y es lógico que estos sentimientos espirituales se hayan producido, teniendo en cuenta que era la primera vez que el Hijo de Dios, se encontraba con el que prepararía su camino, y el habría espacio entre el pueblo escogido. Que perfecto es Dios y como va preparando todo tan perfecto.

Todo encuentro espiritual debe provocar algo parecido a lo que hoy le sucede a estas dos mujeres, debe de provocarnos un movimiento interior que nos lleve a un encuentro con la realidad que haya en nosotros, debe de provocarnos una autentica acogida y recepción del Espíritu Santo, que nos haga glorificar a Dios de manera sorpréndete.

-          La fe intachable de la Madre en la obra de Dios

La fe y la confianza de la virgen María es un acontecimiento que debe de llevarnos a medir nuestro grado de fe. Dios le confía una tarea enorme, siento ella una sencilla y humilde muchacha de pueblo, sin ninguna preparación académica y sin ningún peso social o económico, pero millonaria en la fe, y en el amor y fidelidad a Dios, una mujer que vivía su fe a plenitud. 

En nuestro caso, nosotros también tenemos fe, quizás no como la de nuestra Madre, pero sí que la tenemos, pero estamos a expensas de vivir una fe rutinaria, y apagada que no se conmueve con nada, ni tampoco se motiva por lo que nos pueda suceder en nuestra vida, ni por los encuentros con el Señor, ejemplo concreto es nuestra participación en la eucaristía que en muchas ocasiones y para muchos, es solo un compromiso semanal, y se hace sin ninguna emoción. Basta ver la indiferencia que se tiene cuando se está frente al Santísimo Sacramento, a veces ni cuenta nos damos que estamos frente a Jesús vivo.

Debemos tener cuidado para que la fe sea siempre un encuentro vibrante, que cada semana esa fe nos mueva a ir a encontrarnos con él en la eucaristía; para que lo que llevamos de entre se haga sensible a lo que sucede a nuestro alrededor. Isabel acepta la presencia interior que hay en María y es capaz de vibrar de emoción. Ojala los que están a nuestro alrededor se maravillaran por nuestra vida interior, por esa presencia viva de Jesús en el interior de nuestra alma y se motivaran como lo hizo Isabel. 

O al revés, que seamos nosotros los que nos exaltemos por la presencia interna que los que están a nuestro alrededor nos presentan, con su testimonio de vida. Si eso fuera así, la evangelización no sería algo tan duro y difícil porque seriamos capaces de reconocer la presencia viva de Dios en los demás y eso nos bastaría para seguirle y glorificarle, como lo vemos en la escena evangélica de este domingo de adviento.

Esto debe de ser una buena y grande enseñanza para todos los nos dedicamos a la tarea pastoral, ya que en muchas ocasiones buscamos que se nos reconozca de manera palpable la tarea que hacemos, olvidándonos que es un deber mostrar a los otros el rostro de Cristo que llevamos en nuestro interior.
Las personas en las cuales el Espíritu de Dios ha hecho su morada están siempre inclinadas a pensar con sencillez sobre sí mismas y sobre los favores y beneficios que Dios les concede. La persona que recibe así la presencia del Espíritu puede estimular a otros en su camino de fe, esto fue lo que sucedió en este encuentro.

-          Bendita tu María que has creído

El encuentro de la Virgen María con Isabel hace presente un momento muy importante, en la expresión: "Bendita la que ha creído que se cumplirán todas las cosas que fueron anunciadas de parte de Dios", se nos está queriendo manifestar que Isabel ve y reconoce en María a aquella que es bendita porque sin ninguna reserva se ha abierto a los designios de Dios y ha acogido con humilde obediencia la voluntad del Padre para su vida.

El Papa Benedicto XVI nos dice: «… el Adviento es el tiempo de la presencia y de la espera de lo eterno. Precisamente por esta razón es, en especial, el tiempo de la alegría, de una alegría interiorizada, que ningún sufrimiento puede cancelar. La alegría por el hecho de que Dios se ha hecho niño.
Esta alegría, invisiblemente presente en nosotros, nos alienta a caminar confiados. Modelo y sostén de este íntimo gozo es la Virgen María, por medio de la cual nos ha sido donado el Niño Jesús. Ella, fiel discípula de su Hijo, nos concede la gracia de vivir este tiempo litúrgico vigilantes y activos en la espera…» (Benedicto XVI, Homilía en las Primeras Vísperas del Domingo I de Adviento, 2009).

Cada uno de nosotros está llamado a ser bienaventurado como la Virgen María y esto en la medida en que nos abramos a los designios del Padre, y  podamos acoger a Cristo en nuestra vida. La liturgia de este domingo es una invitación a que podamos reconocernos en estas dos mujeres, por un lado la anciana estéril y por otro la joven virgen, en quienes se contempla la intervención de Dios.

Y esto es lo que manifiestan Isabel y María en el evangelio, cuando expresan un cántico de gratitud a Dios, porque ambas son testigos en sus propias vidas de la realización de las promesas de Dios y de su cumplimiento. Por ello cómo no esperar con alegría el nacimiento del Salvador, tal como nos lo dice el Papa Benedicto XVI: «…A pocos días ya de la fiesta de Navidad, se nos invita a dirigir la mirada al misterio inefable que María llevó durante nueve meses en su seno virginal: el misterio de Dios que se hace hombre. Este es el primer eje de la redención.

El segundo es la muerte y resurrección de Jesús, y estos dos ejes inseparables manifiestan un único plan divino: salvar a la humanidad y su historia asumiéndolas hasta el fondo al hacerse plenamente cargo de todo el mal que las oprime…» (Benedicto XVI, Ángelus 21 de diciembre de 2008).

lunes, 17 de diciembre de 2012

www.padrealex.com: DONDE ESTABA DIOS CUANDO ESTA MASACRE SUCEDIO

www.padrealex.com: DONDE ESTABA DIOS CUANDO ESTA MASACRE SUCEDIO: Nuevamente hemos sido asaltados por la violencia y la muerte, por el látigo de la masacre perpetrada por un muchacho que sin justifica...

DONDE ESTABA DIOS CUANDO ESTA MASACRE SUCEDIO



Nuevamente hemos sido asaltados por la violencia y la muerte, por el látigo de la masacre perpetrada por un muchacho que sin justificación arrebató la vida de 28 personas inocentes que lo único que hacían era buscar la educación de los niños y luego se suicidó. Ante esta tan dura situación vienen a nuestros sentimientos cuestionamientos y culpabilidades buscando respuestas del porqué pasan estas cosas, pienso que no es el momento adecuado para buscar culpables o desencadenar lazos de odio por lo sucedido.

A todos nos ha dolido en el alma ver la forma en que todos ellos perdieron la vida, pero frente a todo esto la única explicación que encuentro, es que todo esto es fruto de la pérdida de valores y de Dios en nuestras vidas; hemos alejado de nuestros jóvenes el valor primordial por Dios. Alguien apareció en un noticiero preguntándose ¿Dónde estaba Dios cuando esto sucedió? Y cuestionando su presencia, me puse a pensar, que solo lo buscamos y nos acordamos de él cuando estamos con el corazón roto, pero lo hemos sacado de nuestras escuelas, de nuestros programas de estudio, es prohibido mencionar a Dios en los edificios de gobierno o sitios públicos; en los centros educativos es permitido hablar de cualquier cosa menos de Dios, del evangelio o de los valore cristianos que hacen al ser humano crecer interiormente y ver la vida desde otra perspectiva.

La razón es sencilla, no se quiere confundir a los jóvenes y niños con respecto a sus creencias religiosas, no se les puede obligar a creer para no causarles traumas. Irónico verdad. La respuesta está saliendo a la luz públicamente y de forma desgarradora, este tipo de incidentes son parte de la problemática existente, estamos educando a muchos de nuestros hijos en un ambiente de pobreza de valores, espirituales y morales. Es fácil culpar al muchacho que hizo todo esto, y con esto no lo defiendo, pero pienso que la culpa más grande la tienen aquellos que estaban a cargo de su educación, porque quizás fueron irresponsables en forjarlo y en enseñarle el verdadero camino. ¿Dónde consiguió las armas? ¿Quién le enseñó a usarlas? Saque usted mismo las conclusiones.

Nuestros hijos están creciendo en un ambiente de violencia, porque nosotros mismos lo hemos permitido y todavía nos preguntamos qué pasa, y porque sucede esto. Invito a los padres de familia a meditar sobre su responsabilidad educadora, de cuánto tiempo dedican a sus hijos, de que tanto respeto les tienen cuando les permiten comprar juegos de violencia, de muerte, de destrucción. Que tristeza me da saber que este país los juegos de video violentos son vendidos públicamente y sin ningún control. Oremos para que un día entendamos que este mundo sin Dios, va a la quiebra, que este mundo sin valores se autodestruirá lentamente. Que todos estos niños y maestros que murieron este fin de semana, descansen en paz, y que ojala su muerte no sea en vano. Que incluyamos a Dios en nuestro curriculum de estudios.  

viernes, 17 de agosto de 2012

DOMINGO XX DEL TIEMPO ORDINARIO

"El que coma de este pan vivira para siempre ..." 
Jn 6,51-59

Hoy proclamamos la parte más específicamente eucarística del discurso del Pan de la Vida. Hasta ahora habíamos leído los pasajes que hablaban de "creer en Jesús". Aspecto que se ve reflejado en la primera parte de la celebración, la liturgia de la Palabra. Hoy damos un paso adelante: además de "venir" a Jesús y "creer" en él, hay que "comer" su Carné y "beber" su Sangre. Que en el fondo es lo mismo, pero ahora con lenguaje específicamente sacramental. Son las dos dimensiones básicas de la Eucaristía. Comulgar con Cristo-Palabra en su primera parte nos ayuda a que sea provechosa la comunión con Cristo-Pan-y-Vino en la segunda.

El sorprendente anuncio de Jesús -hay que comerle y beberle- ha sido preparado por la primera lectura. Es lo que en los domingos de durante el año sucede cada vez: la lectura del Antiguo Testamento prepara el mensaje del evangelio (no pasa lo mismo con la 2a lectura, que sigue su ritmo propio). Estos domingos pasados, por ejemplo, el discurso sobre el pan de la Vida era ya ambientado por lecturas que hablaban de comida en la historia de Eliseo, Moisés y Elías.

La promesa era estimulante. Dios preparaba para su pueblo un banquete: "Venid a comer mi pan y a beber el vino", porque "la Sabiduría ha preparado el banquete, mezclado el vino y puesto la mesa". Una promesa que nosotros consideramos cumplida de un modo admirable en Cristo, que no sólo ha querido ser nuestro Maestro, nuestro Médico y nuestro Pastor, sino también nuestro Alimento, y nos ha dejado, en el sacramento, su propia persona como alimento para el camino (= "viático").

Cristo Jesús, ahora "experimentable" de un modo privilegiado en la Eucaristía, esta vez en clave de pan y vino, es la respuesta de Dios a las preguntas y los deseos de la humanidad. A la objeción que hicieron -con lógica- sus oyentes de entonces: "¿Cómo puede este darnos a comer su carne?", la respuesta que el mismo Juan apunta más adelante, y la teología de la Iglesia aclara más es: el que se nos da como alimento es el Señor Resucitado, el que está ya libre de todo condicionamiento de espacio y tiempo, desde su existencia gloriosa, totalmente distinta de la nuestra. Él toma posesión del pan y vino que hemos traído al altar e, identificado con ellos; se nos da como alimento.

Este sagrado alimento nutre nuestro ser, nuestra nuestro cuerpo y alma, nos nutre completamente y el fin de la nutrición es éste: la asimilación de las cosas a mi propia sustancia. San Agustín  pone en labios de Cristo estas palabras: "Yo soy el alimento de los mayores: crece y me comerás. Pero no eres tú quien me cambiarás en ti, como el alimento de tu cuerpo; soy yo quien te cambiará en mí".

Por la Eucaristía nosotros comemos a Cristo; pero entre el Señor y nosotros, él es quien vive, él es el más fuerte, el más activo; nosotros comemos, pero es él quien nos asimila a sí, hasta hacernos formar un solo ser con él. Sin anular nuestra personalidad, cobra certeza el hecho de que Cristo vive en mí. "Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí; y aunque al presente vivo en carne, vivo en la fe del Hijo de Dios...(Ga, 2, 20).

Y, sin embargo, soy yo también quien vive la vida de Cristo. Que muchas personas, aun siendo muchas y conservando cada una su personalidad, vivan una misma vida que sea la vida del Hijo de Dios hecho hombre, es, precisamente, el misterio del Cuerpo Místico: "somos un solo Cuerpo, aun siendo muchos": una misma vida compartida por muchas personas, una misma vida comunicada a muchos.

Me encanta mucho la afirmación que Jesús nos asegura en el evangelio que leemos hoy; nos dice que los que le coman tendrán una estrecha relación interpersonal con él: "El que come mi Carne y bebe mi Sangre, permanece en mí y yo en él". Es una admirable comunión la que nos promete. Parecida a la que en otro capítulo (Jn 15) expresa con la comparación de la vid y los sarmientos: el sarmiento que "permanece" unido a la cepa, tendrá vida.

Pero hay otra afirmación más profunda e inesperada. Jesús compara la unión que va a tener con los que le coman con la que él mismo tiene con el Padre: "Igual que yo vivo por el Padre, que vive y me ha enviado, el que me come vivirá por mí ".

Son afirmaciones muy fuertes. No las hemos inventado nosotros. La palabra de Jesús, después de dos mil años, sigue fiel: él mismo es nuestro alimento y nos comunica su propia vida. Este pan y este vino de la Eucaristía, de un modo misterioso pero real, son su misma Persona que se nos da para que no desfallezcamos por el camino y tengamos vida en abundancia. .

La Eucaristía no es sólo una celebración puntual. O un precepto a cumplir. Es un encuentro con Cristo Jesús y con la comunidad que tiene la intención de ir transformando nuestra vida.
Hace varios domingos que vamos leyendo la carta a los Efesios: podemos aludir al pasaje que hemos leído hoy, y que habla de vivir llenos del Espíritu, elevando a Dios salmos y cantos de alabanza, y "celebrando la Acción de Gracias por todos en nombre de Cristo", o sea, con la Eucaristía como centro y motor de nuestra vida cristiana personal y comunitaria.

viernes, 10 de agosto de 2012

DOMINGO XIX DEL TIEMPO ORDINARIO


“Yo soy el Pan que ha bajado del cielo…”
Jn. 6 41-52

Celebramos hoy el domingo decimo noveno del Tiempo Ordinario, en la liturgia se nos habla hoy del alimento, de la comida espiritual y junto a estos elementos también se nos habla del desaliento y del deseo de abandonar esta gran aventura de la vida.

Jesús desde hace varias semanas atrás nos viene hablando del alimento espiritual, del pan que es necesario para vivir; si nos recordamos el domingo pasado vimos que la imagen de Cristo como "pan de vida" significa que Dios nos ofrece la posibilidad de una vida plena, con tal de que nosotros nos alimentemos de El compartiendo (o asimilando) sus actitudes por medio de la fe.

Hoy ya aparece, en la última frase del Evangelio, el tema de Jesús como pan de vida en la Eucaristía.
Esta visión del Pan eucarístico la vemos prefigurada ya en El Antiguo Testamento que escuchamos en la primera lectura, tomada del Libro de Los Reyes: El "pan de vida" tiene el carácter de "pan para el cansancio del camino", (Rey. 19,4-8) en otras palabras seria el pan que rehabilita al ser humano agotado, es un pan que devuelve las fuerzas al cuerpo que está a punto de desfallecer.

Creo que el más característico "cansancio del camino" es el desaliento o desánimo que surge no tanto del camino ya recorrido, sino del mucho camino que nos queda por recorrer; ese cansancio que no se debe al pasado, sino al miedo del futuro, a la extinción de la esperanza, de la ilusión.

Muchas veces tenemos miedo a lo que está por venir y deseamos mejor morir como lo desea el profeta Ezequiel, deseamos darnos por vencidos, tirarnos al suelo a esperar la muerte, en vez de seguir luchando. Todo esto es lógico, el desierto mata, aniquila, cansa y hace que todo parezca muerto y sin esperanzas, pero sobretodo el desierto anima y empuja a morir.

En muchas ocasiones nuestra vida parece un desierto donde nada tiene sentido, donde todo se ve oscuro, sin rastros de esperanza y deseamos, tirarnos y morir, la soledad del desierto ataca y cala en lo hondo de nuestra alma, estamos en ese momento como el profeta, deseando morir rápido para no sufrir, nuestra hambre se ve muy evidente que no tenemos más esperanzas   

Cristo es nuestro "pan para el cansancio del camino" por cuanto nos incita a la esperanza, nos hace conscientes de que lo decisivo para nuestra existencia no radica en nuestras propias fuerzas - que con razón nos parecen pocas y débiles - sino en el amor que Dios nos tiene, del que la prueba mayor está en la vida y más aún en la muerte del mismo Jesús.

Y esta reflexión nos lleva a la gran frase final del Evangelio de hoy, en que ya aparece la Eucaristía como la forma concreta en que Jesús es nuestro "pan de vida". Dice Jesús: "El pan que yo daré es mi propio cuerpo" y precisa que es su cuerpo que él "entregará por la vida del mundo". (Jn.6,51)
Estas palabras nos insinúan que él es pan de vida en cuanto la dinámica central de su existencia estuvo en "darse" en "entregarse" incluso hasta la muerte por la vida del mundo.
Cuando Jesús dice esta frase “por la vida del mundo” eso me hace ponerme a pensar cuan enamorado esta Dios de nosotros y cuanto está dispuesto a dar para que nosotros tengamos vida, y vida en abundancia. Nos da alimento para el camino tortuoso y difícil de la vida. Su muerte nos ha dado un sentido diferente a nuestra existencia, nos debe de hacer hombres y mujeres nuevos, con un sentir y pensar más espiritual y divino. 

Andando de la mano de Él, la vida se torna más fácil, con el alimento del pan vivo, hay más fuerza para caminar y para vencer cualquier obstáculo en el camino.
Por consiguiente, nuestra celebración eucarística y nuestra comunión piden que  tengamos una gran lucidez sobre las raíces y el sentido de la muerte de Jesús.

Desde luego, celebramos la muerte de Jesús porque creemos en su resurrección; pero esto significa que reconocemos en su muerte la raíz de su resurrección, y así profesamos que participar en su muerte es la condición indispensable - prenda y garantía - de una participación en su vida.

Por eso es importante tener presente que a Jesús lo mataron a causa de su mensaje y de su actuación; su muerte fue voluntaria en el sentido de que él fue intransigente en seguir adelante con el designio de su Padre, aunque le costara la vida. Esta actitud, nos dice S. Pablo (2ª Lectura), tuvo el carácter de un "sacrificio....agradable a Dios". (Ef.5,2)

Lograr que nuestra actitud fundamental sea como la de Cristo, hace que su sacrificio sea también el nuestro. Si nuestra actitud es diferente, nos quedamos fuera del sacrificio de Cristo, que se hace presente de nuevo  en la celebración eucarística.

Todo se resume en la frase final de la 2ª Lectura: "Condúzcanse con amor (superando los egoísmos), lo mismo que Cristo nos amó y se entregó para ser sacrificado por nosotros, como ofrenda y sacrificio de olor agradable a Dios". (Ef.5,2)

lunes, 30 de julio de 2012

DOMINGO XVII DEL TIEMPO ORDINARIO


"Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebada y dos pescados,
(Jn. 6,1’15)

El evangelio de hoy nos presenta el conocido pasaje del milagro de la multiplicación de los panes (Jn. 6, 1-15). Es un canto a la solidaridad, compasión, ternura y sensibilidad del Señor.
Mucha gente sigue a Jesús porque desea conocer su doctrina. Atraídos por la fama de sus prodigios, todos quieren que cure sus enfermedades y les dé la paz que necesitan. El Señor se apiada de ellos y los alimenta.
Destaca la primera reacción de los discípulos cuando el Señor les manda que dieran de comer. Al principio eluden la responsabilidad porque les resultaba imposible satisfacer esa petición. Sin embargo, se dan cuenta que la iniciativa y la creatividad es más fuerte que sus propios temores y, aceptando el reto con la ayuda milagrosa del Señor, logran salir airosos de la situación. La compasión y la solidaridad están por encima de las dificultades cuando el corazón generoso y la mente dispuesta se ofrecen para ayudar a los demás.
Siempre se ha asociado este pasaje de la multiplicación de los panes con la Eucaristía. De esta manera pasamos del signo material y humano, el pan, al signo espiritual de la Eucaristía como alimento del Cuerpo de Cristo. Se acercaba la Pascua y el Señor adelanta el sentido que le iba a dar a esta fiesta como acción de gracias y encuentro con Dios y con los hombres. Si sentimos necesidad del pan material también tendremos que buscar con ansia el propio Cuerpo de Cristo que se nos ofrece como alimento para nutrir nuestra fe y para adherirnos plenamente a su pasión, muerte y resurrección.
No es casualidad que la presentación de la Eucaristía comience con el relato de la multiplicación de los panes. Con ello se viene a decir que no se puede separar, en el hombre, la dimensión religiosa de la material; no se puede proveer a sus necesidades espirituales y eternas, sin preocuparse, a la vez, de sus necesidades terrenas y materiales.

Fue precisamente ésta, por un momento, la tentación de los apóstoles. En otro pasaje del Evangelio se lee que ellos sugirieron a Jesús que despidiera a la multitud para que fuera a los pueblos vecinos a buscar qué comer. Pero Jesús respondió: «¡Dadles vosotros de comer!» (Mateo 14, 16). Con ello Jesús no pide a sus discípulos que hagan milagros. Pide que hagan lo que pueden. Poner en común y compartir lo que cada uno tiene. En aritmética, multiplicación y división son dos operaciones opuestas, pero en este caso son lo mismo. ¡No existe «multiplicación» sin «partición» (o compartir)!

Este vínculo entre el pan material y el espiritual era visible en la forma en que se celebraba la Eucaristía en los primeros tiempos de la Iglesia. La Cena del Señor, llamada entonces agape, acontecía en el marco de una comida fraterna, en la que se compartía tanto el pan común como el eucarístico. Ello hacía que se percibieran como escandalosas e intolerables las diferencias entre quien no tenía nada que comer y quien se «embriagaba» (1 Co 11, 20-22). Hoy la Eucaristía ya no se celebra en el contexto de la comida común, pero el contraste entre quien tiene lo superfluo y quien carece de lo necesario no ha disminuido.
Solidaridad-amor y Eucaristía se identifican. No pueden caminar separadas. Sería contradictorio e injusto pretender compartir la mesa del Señor cerrando nuestro corazón a las necesidades de los demás. El pan y los peces, según el texto evangélico, no están para satisfacer necesidades personales sino para compartirlos con los otros.
La contribución solidaria, por pequeña que sea, cinco panes y dos peces no parecía nada para tanta gente, puede ser una fuente inagotable de bondad y ternura. Estamos llamados a gestos sencillos pero significativos que demuestren la presencia amorosa de Cristo en nuestro actuar diario.
Las obras de misericordia y las acciones de solidaridad realizadas por la Iglesia y los cristianos, como remediar el hambre de los pobres o el dolor de los enfermos, se han de hacer precisamente porque hay personas que sufren hambre y enfermedad y que, como en el caso de Jesús, deben despertar nuestra compasión y movernos a la acción. Pero esas acciones tienen que ser además “signos” que hablan de la presencia en el mundo del Reino de Dios, de Jesucristo que nos lo ha traído, de un corazón nuevo en aquellos que han aceptado la Palabra y a la persona de Jesús, de nuevas relaciones entre los seres humanos.

Solamente así descubriremos la fuerza de la solidaridad y el pan eucarístico en nuestro diario caminar.

viernes, 13 de julio de 2012

XV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO


”Los envió  de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos”

Mc. (6,7-13)



La semana pasada se nos decía que el profeta es un hombre (o una mujer) cualquiera y que, por eso, puede ejercer de profeta para nosotros alguien cercano, con tal de que se convierta en alguien que nos transmite la Palabra de Dios sin componendas ni compromisos; pero también comprendíamos que, como de manera tan clara sucede en el caso de Jesús, esa misma cercanía puede convertirse en una dificultad añadida para que el mensaje de la Palabra que el profeta nos transmite (verbalmente o con su modo de vida) sea acogido.
En este sentido, el verdadero profeta, por más cercano que nos sea (paisano, familiar, amigo) tiene siempre algo de “extranjero”, de extraño, de ajeno, precisamente por su espíritu no acomodaticio, por su capacidad de transmisión de un mensaje religioso o simplemente moral, que puede incomodarnos, poner al descubierto aspectos de nuestra vida que no quisiéramos mirar, precisamente porque sabemos que deberíamos disponernos a cambiar en algún sentido.
El profeta es un enviado de Dios. Jesús, el definitivo enviado de Dios y, por tanto, el verdadero y supremo profeta, hace a sus discípulos partícipes de su misma identidad. Así como él ha sido enviado por el Padre, envía él a sus discípulos. Estos han tenido la experiencia de la Palabra de Dios en contacto directo con quien es su encarnación viva. Es lógico que hayan de salir, enviados por el maestro, para transmitirla a otros. Ya en vida de Jesús fue así.
Y no se trata simplemente de una transmisión teórica, de comunicar y enseñar una doctrina, sino de abrir camino a una realidad viva que se refleja en un estilo y un modo de vida: en comunidad, investidos de una autoridad sobre el mal carente de signos externos de poder, ligeros de equipaje, con sencillez de vida, aceptando lo que les den pero sin exigir nada, avalando la Palabra que transmitían haciendo el bien, curando y liberando.

El evangelio de Marcos nos narra hoy, las normas especificas que El les da, Jesús envió de dos en dos a sus primeros apóstoles, los Doce, dándoles el poder sobre los espíritus inmundos. En este texto se describen las circunstancias o características de esta misión evangelizadora que Jesús dio a sus primeros apóstoles:

Les pide primero, que vayan de dos en dos. Se trata de trabajar en forma comunitaria, es decir, “en equipo”.
Les indica que no lleven nada por el camino. Les pide pobreza confiando al mismo tiempo en la fuerza del mismo evangelio que deben predicar en su nombre. Como vestimenta llevarán un bastón, sandalias y una sola túnica, a semejanza de los verdaderos peregrinos.
 Cuando entren a alguna casa que les brinde hospitalidad, deben permanecer en ella sin andar de casa en casa. Se trata de fortalecer la convivencia y colaborar con la familia que los recibe para permanecer unidos.

Si en algún lugar no los reciben y los rechazan deben abandonar ese lugar sacudiendo el polvo de los pies como una advertencia para ellos. Se trata de respetar siempre la libertad de quienes reciben el mensaje por la misma fuerza de éste. Están siendo enviados para expulsar a los demonios; curar, consolar a los pobres y a los enfermos. Se debe entender que el anuncio del evangelio debe ser acompañado siempre por las obras de misericordia.
Por el bautismo, somos llamados a proclamar la buena nueva del Reino, a compartir con otros la Palabra de Dios, y a vivir esa Palabra que tratamos de comunicar. Nuestro modo de actuar mostrará la autenticidad de nuestra misión e invitará a otros a seguir a Jesús”.

martes, 10 de julio de 2012

Juan Pablo I y Pablo VI podrían subir a los altares durante Año de la Fe


ROMA, 10 Jul. 12 / 06:09 am (ACI).- En el próximo Año de la Fe que conmemora el 50 aniversario del Concilio Vaticano II, el Papa Benedicto XVIpodría elevar a los altares a dos de sus participantes y antecesores: el Papa Juan Pablo I y el Papa Pablo VI.
El 1 de mayo del 2011, Benedicto XVI beatificó a Juan Pablo II y con las dos posibles beatificaciones, sería la primera vez en la historia que un Papa beatifique a tres de sus antecesores.
El Corriere delle Alpi, diario que sigue de cerca las noticias sobre Juan Pablo I, por ser del lugar donde el Pontífice desempeñó su labor como párroco, publicó el 25 de junio unas declaraciones del Prefecto Emérito para las Causas de los Santos, Cardenal José Saraiva Martins, quien señaló que sería posible labeatificación de ambos pontífices durante el Año de la Fe.
La beatificación "es posible, aunque los procesos son generalmente muy complejos, en este caso, las fases van hacia adelante", y "diría más, considerado que no conocí bien, tanto a Montini –Pablo VI-, como a Luciani –Juan Pablo I-, espero que puedan ser beatificados juntos", explicó el Purpurado.
Juan Pablo I, entrega de la Positio para el próximo 17 de octubre
Además, el viernes pasado, el Postulador de la Causa de Beatificación de Juan Pablo I, Mons. Enrico Dal Covolo, afirmó que la Positio del Siervo de Dios Juan Pablo I, ya está terminada y el próximo 17 de octubre, con motivo del centenario del nacimiento del Papa Luciani, hará la entregará al Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, Cardenal Angelo Amato.
El anuncio fue dado durante la Misa celebrada en la fiesta de San Pedro y San Pablo, en Agordo, localidad que une en origen a Mons. Dal Covolo y al Papa Luciani.
Mons. Dal Covolo, quien además es Rector de la Pontificia Universidad Lateranense de Roma, explicó que la Positio se divide en dos volúmenes. El primero presentará las virtudes heroicas del Pontífice, y el segundo explicará toda su vida.
Para el siguiente paso que conduciría a los altares al Pontífice, se debe esperar el veredicto positivo y unánime de los estudiosos, expertos y médicos que contrata el dicasterio para afirmar si resulta, o no, "Venerable".
Aunque todavía nada es oficial, el milagro por el que se elevaría a los altares el Papa Luciani, sería la curación de Giuseppe Denora, un italiano que tras orar al pontífice, fue sanado totalmente de un severo tumor gástrico.
Pablo VI, el Papa que nombró Cardenal a Joseph Ratzinger
El posible milagro atribuido al Siervo de Dios Pablo VI -el Papa que nombró Cardenal a Joseph Ratzinger-, sería la sanación de un niño dentro del vientre de su madre.

viernes, 6 de julio de 2012

XIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO


"Nadie es profeta en su tierra.." 

(Mc. 6,1-6)



La liturgia de este domingo decimo cuarto del Tiempo Ordinario, es una reflexión profunda sobre el anuncio del evangelio y la aceptación por parte de aquellos a los cuales se les anuncia. Es una meditación a cerca del profetismo, del profeta que anuncia y denuncia lo que Dios le ha mandado.
Nunca perdamos de vista que cuando alguien anuncia y denuncia es Dios mismo quien toma y envía a sus "portavoces"... para que digan algo en su nombre: que mantengan viva la esperanza en tiempos duros; que denuncien la infidelidad, los abusos e injusticias; que saquen a la luz las rebeldías y pecados colectivos; que preparen a fondo una renovación del resto (pobre) de Israel.
El profeta inevitablemente es controvertido, su palabra dura de oír, su tenacidad escandalosa, el conflicto con los dirigentes oficiales es inmediato. Una palabra para todos. Libertad de palabra, temido, respetado.
Buena noticia de salvación y misericordia para unos... Mala noticia de juicio y reprobación para otros. Y el profeta en medio, posesión de nadie..., posesión del Espíritu de Dios, heraldo suyo, sufriente siervo las más de las veces, ofreciendo su vida y su palabra para que Otro las tome como cosa suya.
Cuando leo las lecturas de este domingo y en concreto el evangelio me puedo dar cuenta el reto grande que se tiene de anunciar la gracia de Dios, de proclamar el evangelio, porque si a Jesús lo rechazó su propia gente, que no harán con nosotros que solo somos siervos de Jesús.
Cuando Jesús se presenta en Nazaret produce conmoción. Por algo sería. Es despreciado porque le ven "como uno de tantos", no aceptan su persona, es despreciado su mensaje.
 "La reacción de oposición o de indiferencia que los hombres mantenemos frente a las voces proféticas, obedece casi siempre a que el profeta se nos presenta bajo apariencias excesivamente humanas.
El evangelio hace ver, muy claramente, que el motivo de la indiferencia de los de Nazaret ante la predicación de Jesús es, cabalmente, que Jesús sea tan semejante a ellos mismos, tan vulgar y ordinario, cuya parentela y origen todo el mundo conoce. Pero los pensamientos de Dios no son como los de los hombres.
En toda la historia de la salvación, Dios ha querido comunicarse con los hombres y mujeres a través de instrumentos humanos, muchas veces débiles e imperfectos, pero que, precisamente por ello, son capaces de mostrar toda la fuerza de Dios. Todos debemos ser conscientes de que, de acuerdo con el plan de Dios, siempre somos salvados por medio de unos hombres y a pesar de las deficiencias de estos mismos hombres".
Sin embargo hay algo que me asombra de Jesús, no obliga a nadie a creer, no comienza a hacer milagros por todos lados para que todo mundo crea, Jesús nos deja libres; propone, no impone sus dones.
Aquel día, ante el rechazo de sus paisanos, Jesús no se abandonó a amenazas e invectivas. No dijo, indignado, como harían otros, sencillamente se marchó a otro lugar. Una vez no fue recibido en cierto pueblo; los discípulos indignados le propusieron hacer bajar fuego del cielo, pero Jesús se volvió y les reprendió (Lc 9, 54).
Así actúa también hoy. «Dios es tímido». Tiene mucho más respeto de nuestra libertad que la que tenemos nosotros mismos, los unos de la de los otros. Esto crea una gran responsabilidad. San Agustín decía: «Tengo miedo de Jesús que pasa». Podría, en efecto, pasar sin que me percate, pasar sin que yo esté dispuesto a acogerle. 
¿Por qué actúan así, aquella gente de Nazaret? Yo diría que por varios motivos. Por ejemplo:
-Un primer motivo puede ser esa especie de sentimiento que todos llevamos dentro, según el cual nosotros ya sabemos lo que somos, y nadie nos tiene que enseñar nada. Cada uno ya tiene su propia manera de ver las cosas, y no tenemos ningún deseo de hacer el esfuerzo de escuchar a otra gente, de estar atentos a otras cosas con ganas de ver más claro, con ganas de cambiar las formas de ver y de actuar, si es que nos damos cuenta que vale la pena hacer este cambio.
-Un segundo motivo puede ser que hemos clasificado a las personas y creemos que sea quien sea nada nuevo puede enseñar y por tanto no aprenderemos nada nuevo. La gente de Nazaret sabía que Jesús era el carpintero, y que, por tanto, poco podía decirles.
Incluso cuando ven que lo que dice y hace vale la pena de verdad, piensan que no es posible y lo ignoran. En vez de hacer lo que sería razonable: escuchar lo que dice y lo que hace, y ver si merece la pena hacerle caso, tanto si el que lo dice es el carpintero como si es el rey, o como si es un muchacho sencillo con un pendiente en la oreja.
-Y un tercer motivo podría ser que  no les interesa escuchar lo que Jesús decía, porque su palabra les mostraba un estilo de vida que entrañaba. Les invitaba quizás a cambiar cosas en su vida que no tenían ganas de cambiar, y entonces todas las excusas son buenas para ahorrarse este cambio.
A menudo lo hacemos: cuando vemos que una persona actúa de modo generoso y entregado, y que con esta manera de actuar pone al descubierto nuestra pereza, rápidamente encontramos mil motivos para demostrar que lo que aquella persona hace no lo hace de buena fe, sino por vete a saber qué intenciones ocultas. De igual modo cuando oímos que alguien dice cosas que son verdad, pero que nos denuncian y que nos obligaría a cambiar, también rápidamente encontramos motivos para desacreditarlo a él y a lo que dice.
Jesús sigue anunciando el evangelio a través de tantos y tantas personas en nuestra vida, no juzgues a las personas, mejor escucha lo que tienen que decirte y llévalo a tu vida y a tu corazón, no permitas que la gracia se vaya de tus manos por la dureza de corazón. Nadie es profeta en su tierra, dice el evangelio de hoy, pero yo creo que como cristianos maduros deberíamos de escuchar lo que el profeta comunica para madurar nuestra fe.
Amén.

viernes, 29 de junio de 2012

DOMINGO XIII DEL TIEMPO ORDINARIO


«¿Qué estrépito y qué lloros son éstos? 
La niña no está muerta, está dormida.»
(Mt.5, 21-43)
Muchas curaciones y unas cuantas revivificaciones realizó Jesús entre sus milagros.  El Evangelio de hoy nos trae una curación y una revivificación conectadas entre sí.  Se trata de la hijita de Jairo, que muere mientras el Señor se retrasa en la curación de la hemorroísa (Mc. 5, 21-43). A simple vista se vería como si hubiera sido un descuido de Jesús al llegar tarde para ver a esta niña que estaba agonizando. 

Esta es una situación típica en la que cualquiera de nosotros podría reconocerse con facilidad: un familiar cercano enfermo y en grave peligro de muerte, y encima joven, un niño o una niña, con toda esa vida que debería tener por delante, amenazada con terminar pronto.

La impotencia ante la muerte es una situación típica para acudir a Dios, pedirle la curación; y, en un caso como el del evangelio, casi exigírsela; porque, si para nosotros, los seres humanos, la muerte es siempre percibida como una injusticia que no debería suceder, tanto más si se trata de alguien que apenas ha podido estrenar su propia vida.

Jairo, el hombre importante que, ante la enfermedad de su hija, nada puede hacer, más que suplicar. Sin embargo, este fragmento parece que está más hecho para suscitar interrogantes que para suspirar aliviados por su final feliz. 

Jesús responde, pero no inmediatamente. Entre la petición de Jairo y la llegada a la casa se interpone el encuentro con la mujer hemorroísa (cf. Mc 5, 25-34), que le hace “perder un tiempo precioso” en un asunto que, al fin y al cabo, no parecía tan urgente, hasta el punto de que, entretanto, la niña enferma muere.

¿No podía haber acudido Jesús inmediatamente y ahorrar así, en los dos casos, el amargo trance de la muerte? Pero no es este el único interrogante. Si Jesús tiene la capacidad de apiadarse y de salvarnos de la enfermedad y la muerte, ¿por qué lo hace sólo en unos pocos casos, mientras que parece ignorar olímpicamente muchísimos otros?

Es muy posible que todos nosotros hayamos rezado en alguna ocasión con angustia, pidiendo por la vida de un ser querido o cercano, sin que, aparentemente, hayamos obtenido respuesta. La oración de petición por la vida amenazada de nuestros seres queridos es su forma más dramática, precisamente porque percibimos la muerte como el “mal irremediable”.

Por fin, un último interrogante que suscita este milagro de Jesús es el de su carácter provisional: la hija de Jairo, igual que el hijo de la viuda de Naín (cf. Lc 7, 11-17) y su amigo Lázaro no fueron, estrictamente hablando, “resucitados”, sino vueltos a esta vida mortal, por lo que después de un tiempo, volvieron a morir.

Si queremos entender el sentido de este milagro de Jesús, tenemos que tratar de descubrir su significado profundo, el que trasciende el favor personal que recibió Jairo, su hija y su familia, y que adquiere significado para todos nosotros, para nuestra comprensión en fe de la persona de Jesucristo y del modo de actuar de Dios en nuestro favor.

Pero la fe en Cristo significa la fe en un Dios que ama la vida, que no ha hecho la muerte (más que, en todo caso, como final biológico en esta vida y como tránsito a la vida plena), porque en este vida hay dimensiones que traspasan las condiciones efímeras del espacio y el tiempo: la justicia es inmortal, nos recuerda la primera lectura, y también lo son la verdad, la honestidad, la generosidad, el amor…

La vida eterna no es una mera vida sin fin, sino una vida plena, liberada de la amenaza del mal y de la muerte, una vida en comunión con Dios en Cristo (cf. Jn 17, 3). Y, puesto que Cristo se ha hecho hombre y vive con nosotros, podemos empezar ya en este mundo caduco a gozar de la vida eterna: una vida como la de Cristo basada en el amor, abierta a todos, a favor de todos, en la que, como el Dios Creador, no destruimos, ni gozamos destruyendo, sino que estamos al servicio de la vida, de la justicia, viviendo con la generosidad a la que nos exhorta hoy Pablo.

Ante la muerte humana, ante nuestros muertos, ante nuestra propia muerte Jesús afirma: no están muertos, están dormidos. Y luego añade “contigo hablo, levántate”; o, con otras palabras: “Despiértate, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y Cristo será tu luz” (Ef 5, 14). Así es si participamos ya, por la Palabra y los Sacramentos, en la muerte y resurrección de Jesucristo, si tratamos de seguirlo en esta vida, si procuramos vivir como Él nos ha enseñando. Está claro que para que la muerte sea sólo eso, una dormición que nos abre a la vida plena, en esta vida caduca tenemos que vivir en vela, tenemos que estar despiertos.