¡Bendita tú entre las
mujeres y bendito el fruto de tu vientre!. ¿Quién soy yo para que me
visite la madre de mi Señor? (Lc. 1,42)
Una visita inesperada pero llena de la
Gracia del Espíritu.
Estamos a punto de celebrar la Navidad, y en torno
a la preparación para celebrarla hoy la Iglesia nos da una última oportunidad para prepararnos
a vivir este santo acontecimiento. En la liturgia de este domingo el evangelio
nos presenta la visita de la Virgen María a su prima Santa Isabel. Ahora es la
Madre la protagonista, quien con un ejemplo vivo de fe nos invita a prepararnos
y a acompañarle en su camino a dar a luz a su hijo.
La palabra de hoy nos recuerda el momento que María
se encuentra con Isabel. Es el encuentro entre dos madres y es también una
visita que beneficia a ambas, porque ambas comparten las maravillas y dones que
Dios ha hecho en ellas; que interesante es cuando compartimos lo que Dios hace
en nosotros y los milagros que obra en el silencio, y más lindo aun cuando se
reconocen con fe y alegría, como lo hace nuestra madre, hablando con su anciana
prima que aun no podía creer esa obra maravillosa de Dios.
Nos cuenta el evangelio que María se dirigió “de
prisa” a la casa de Zacarías; cuando leo este párrafo me imagino a la virgen,
corriendo a toda prisa en busca de su prima, con una alegría desbordante.
Y es que la fe siempre demanda urgencia, no es un
estancamiento ni un acontecimiento privado, es un encuentro entre Dios y
nosotros, entre dos seres que precisan compartir las experiencias producidas
por este divino encuentro.
Nos cuenta el evangelio que “desde que Isabel oyó
aquel saludo de María, en ella se produjeron dos grandes y maravillosos acontecimientos:
el primero “la criatura salto de gozo
en su vientre” (Lc.1, 41) y el segundo fue que “Isabel quedó llena del Espíritu Santo” (Lc.1, 42), y es lógico que estos sentimientos
espirituales se hayan producido, teniendo en cuenta que era la primera vez que
el Hijo de Dios, se encontraba con el que prepararía su camino, y el habría
espacio entre el pueblo escogido. Que perfecto es Dios y como va preparando
todo tan perfecto.
Todo encuentro espiritual debe provocar algo
parecido a lo que hoy le sucede a estas dos mujeres, debe de provocarnos un
movimiento interior que nos lleve a un encuentro con la realidad que haya en
nosotros, debe de provocarnos una autentica acogida y recepción del Espíritu
Santo, que nos haga glorificar a Dios de manera sorpréndete.
-
La fe intachable de la Madre en la obra de Dios
La fe y la confianza de la virgen María es un
acontecimiento que debe de llevarnos a medir nuestro grado de fe. Dios le
confía una tarea enorme, siento ella una sencilla y humilde muchacha de pueblo,
sin ninguna preparación académica y sin ningún peso social o económico, pero
millonaria en la fe, y en el amor y fidelidad a Dios, una mujer que vivía su fe
a plenitud.
En nuestro caso, nosotros también tenemos fe,
quizás no como la de nuestra Madre, pero sí que la tenemos, pero estamos a
expensas de vivir una fe rutinaria, y apagada que no se conmueve con nada, ni
tampoco se motiva por lo que nos pueda suceder en nuestra vida, ni por los
encuentros con el Señor, ejemplo concreto es nuestra participación en la
eucaristía que en muchas ocasiones y para muchos, es solo un compromiso
semanal, y se hace sin ninguna emoción. Basta ver la indiferencia que se tiene
cuando se está frente al Santísimo Sacramento, a veces ni cuenta nos damos que
estamos frente a Jesús vivo.
Debemos tener cuidado para que la fe sea siempre un
encuentro vibrante, que cada semana esa fe nos mueva a ir a encontrarnos con él
en la eucaristía; para que lo que llevamos de entre se haga sensible a lo que
sucede a nuestro alrededor. Isabel acepta la presencia interior que hay en María
y es capaz de vibrar de emoción. Ojala los que están a nuestro alrededor se
maravillaran por nuestra vida interior, por esa presencia viva de Jesús en el
interior de nuestra alma y se motivaran como lo hizo Isabel.
O al revés, que seamos nosotros los que nos
exaltemos por la presencia interna que los que están a nuestro alrededor nos
presentan, con su testimonio de vida. Si eso fuera así, la evangelización no
sería algo tan duro y difícil porque seriamos capaces de reconocer la presencia
viva de Dios en los demás y eso nos bastaría para seguirle y glorificarle, como
lo vemos en la escena evangélica de este domingo de adviento.
Esto debe de ser una buena y grande enseñanza para
todos los nos dedicamos a la tarea pastoral, ya que en muchas ocasiones
buscamos que se nos reconozca de manera palpable la tarea que hacemos,
olvidándonos que es un deber mostrar a los otros el rostro de Cristo que
llevamos en nuestro interior.
Las personas en las cuales el Espíritu de Dios ha
hecho su morada están siempre inclinadas a pensar con sencillez sobre sí mismas
y sobre los favores y beneficios que Dios les concede. La persona que recibe
así la presencia del Espíritu puede estimular a otros en su camino de fe, esto
fue lo que sucedió en este encuentro.
-
Bendita tu María que has creído
El encuentro de la Virgen María con Isabel hace presente
un momento muy importante, en la expresión: "Bendita la que ha creído que
se cumplirán todas las cosas que fueron anunciadas de parte de Dios", se
nos está queriendo manifestar que Isabel ve y reconoce en María a aquella que
es bendita porque sin ninguna reserva se ha abierto a los designios de Dios y ha
acogido con humilde obediencia la voluntad del Padre para su vida.
El Papa Benedicto XVI nos dice: «… el Adviento es el
tiempo de la presencia y de la espera de lo eterno. Precisamente por esta razón
es, en especial, el tiempo de la alegría, de una alegría interiorizada, que
ningún sufrimiento puede cancelar. La alegría por el hecho de que Dios se ha
hecho niño.
Esta alegría, invisiblemente presente en nosotros, nos
alienta a caminar confiados. Modelo y sostén de este íntimo gozo es la Virgen
María, por medio de la cual nos ha sido donado el Niño Jesús. Ella, fiel
discípula de su Hijo, nos concede la gracia de vivir este tiempo litúrgico
vigilantes y activos en la espera…» (Benedicto XVI, Homilía en las Primeras
Vísperas del Domingo I de Adviento, 2009).
Cada uno de nosotros está llamado a ser bienaventurado
como la Virgen María y esto en la medida en que nos abramos a los designios del
Padre, y podamos acoger a Cristo en nuestra vida. La
liturgia de este domingo es una invitación a que podamos reconocernos en estas
dos mujeres, por un lado la anciana estéril y por otro la joven virgen, en
quienes se contempla la intervención de Dios.
Y esto es lo que manifiestan Isabel y María en el
evangelio, cuando expresan un cántico de gratitud a Dios, porque ambas son
testigos en sus propias vidas de la realización de las promesas de Dios y de su
cumplimiento. Por ello cómo no esperar con alegría el nacimiento del Salvador,
tal como nos lo dice el Papa Benedicto XVI: «…A pocos días ya de la fiesta de
Navidad, se nos invita a dirigir la mirada al misterio inefable que María llevó
durante nueve meses en su seno virginal: el misterio de Dios que se hace hombre.
Este es el primer eje de la redención.
El segundo es la muerte y resurrección de Jesús, y estos
dos ejes inseparables manifiestan un único plan divino: salvar a la humanidad y
su historia asumiéndolas hasta el fondo al hacerse plenamente cargo de todo el
mal que las oprime…» (Benedicto XVI, Ángelus 21 de diciembre de 2008).
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