viernes, 10 de septiembre de 2010

DOMINGO XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO

“Perdidos y encontrados por la misericordia divina”
Lc.15,1-32


Qué grande es la misericordia de Dios, y que grande es el amor que tiene a todos sus hijos, y cada día que pasa nos muestra a través de tantos signos y símbolos ese majestuoso regalo, una misericordia que no tiene límites, ni barreras, siempre está ahí para nosotros, y nos lo da como bálsamo para nuestras heridas.

El texto de hoy nos cuenta tres hermosas parábolas a las que con razón se les llama "las parábolas de la misericordia: La oveja perdida, la moneda perdida y el hijo pródigo. Las tres tienen en común la misericordia y la constancia que produce alegría.
La verdad es que este Evangelio de hoy para muchos cristianos es el "evangelio para los otros" ya que "yo creo en Cristo; estoy convertido..." y me da la impresión que esto no es así. ¿Por qué les digo esto? Si miramos nuestras iglesias y lugares de reunión vemos que los "pecadores" oficiales no se acercan a nosotros. Es verdad que vienen a solicitar sacramentos muchas personas que están en situación irregular, pero no es menos cierto que existe como una ruptura en la relación entre pecadores e Iglesia.

Los pecadores en muchas ocasiones no ven en la Iglesia una invitación a Cristo. Ven más bien una especie de "multinacional del bien" que no va con ellos.

Hay veces que cuando se acerca un pecador a nuestros lugares de culto más que acogerle lo que hacemos es mirarle con desconfianza, cuando no con desprecio... ¿Es esta la actitud de misericordia que Dios pide de nosotros?. Estas actitudes eran más crudas en la época de Jesús, donde se veía a aquellos que habían pecado como seres despreciables que no se les podía ni ver de reojo, simple y sencillamente porque eran pecador, eran vistos como ciudadanos de segunda o tercera categoría. Nunca veas a alguien que ha cometido un error como una persona menos que tu y yo, nunca lo desprecies por sus miserias, porque cada vez que lo tratas mal, estás haciendo que se hunda en su pecado y colaborando en su autodestrucción, y en su muerte espiritual, esa es la actitud de Jesús en la liturgia de hoy, mostrar al pecador que puede volver a vivir, que puede volver a tener dignidad y que tiene derecho a que se le cargue en los hombros de la misericordia, en los hombros de la esperanza y la confianza, en los hombros del consuelo por su pecado.

Hay cristianos que se quejan de lo mal que está el mundo, de esas sodomas y gomorras del tiempo presente. Todo es ruina y devastación... Se olvidan estos hermanos y hermanas que entre la frondosidad del pecado siempre se está abriendo una y otra vez la claridad de la luz.
El pecado nunca tiene la última palabra en la vida de las personas. Siempre la gracia es más fuerte y la misericordia más intensa.

Perdidos y encontrados este es el gran anuncio del Evangelio que pasa por el camino de la misericordia para llegar a la alegría. Muchos cristianos sinceros viven la fe como una tortura, "padecen" de la fe, y esto sucede porque la viven sin misericordia, sin alegría.

Para ellos seguir a Cristo es o bien tener bien claras una serie de ideas que hay que vivir o estar en permanente disconformidad con todo y con todos. La misericordia no tiene un papel importante en ellos...

Los cristianos a través de los siglos hemos ido elaborando delicadas teorías para poner a cada uno en su sitio: el pecador en su pecado y el convertido en la gracia. Puede ser que nos olvidemos con mucha facilidad que en todos los seres humanos hay momentos de estar perdidos y de encuentro. Que los análisis y las acusaciones humanas no pertenecen al ámbito de Dios. Toda nuestra vida será intentar adecuar nuestro pensamiento y nuestro ser a la realidad de Dios no a la inversa.

Creer en Dios es también creer en su misericordia y en la capacidad del ser humano para aceptarla. Nunca podemos infravalorar la respuesta de los demás al amor de Dios. Cuando veas a una persona aparentemente alejada de Dios no desconfíes nunca de su posibilidad de un auténtico encuentro con el Señor. La historia de nuestra fe está llena de pecadores y pecadoras arrepentidas que una y otra vez fueron acogidas por el Padre Bueno.
¿Sabemos nosotros descifrar el misterio del ser humano desde la óptica de la misericordia de Dios?

A este mundo le faltan hombres y mujeres amantes de la misericordia, y pregoneros del perdón y el amor de Dios, recuerda que Dios está siempre a la puerta para esperar a cualquiera que busque una pizca de reconciliación y de perdón. Amen