viernes, 7 de agosto de 2009

XIX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

“Nadie puede venir a mi sino lo atrae el Padre” (Jn. 6,41-51)

La liturgia de este domingo continúa con el discurso sobre el pan de la vida, pronunciado por Jesús en la sinagoga de Cafarnaún. El evangelista nos va guiando a través de este discurso para que avancemos en la comprensión de la Eucaristía que, en palabras del Concilio Vaticano II, es cumbre y fuente de la vida cristiana.
- Cristo nos comunica su gracia a través de los sacramentos, recibidos en la comunidad eclesial. Los sacramentos nos transmiten la vida divina partiendo de realidades tan cotidianas como el agua, el aceite, la luz, el pan, la imposición de las manos… A partir de la vivencia de estas realidades, humanas y simples, podemos avanzar en el conocimiento de ese Dios – Amor que nos hace partícipes de su vida.
- Los invito, entonces, a que reflexionemos sobre el significado del pan, cuya presencia está documentada en casi todas las culturas:
* Su primer significado es nutricional. Se lo considera un elemento básico. Tener pan es sinónimo de vida; carecer del pan es sinónimo de pobreza infrahumana y sugiere que se avanza inexorablemente hacia la muerte. Recordemos las horripilantes hambrunas que amenazan a amplias segmentos de la población mundial.
* Precisamente la primera lectura, tomada del I Libro de los Reyes, nos presenta un capítulo doloroso de la vida del profeta Elías que escapa de la ira de la perversa reina Jezabel. El profeta está agotado física y emocionalmente. No resiste más. Pide a Dios que le permita morir. Aparece entonces un ángel que le ofrece pan y agua, lo invita a recuperar las fuerzas y a que continúe su camino. El pan lo reconforta.
* Además de este significado nutricional básico, el pan tiene un profundo sentido social ya que hace referencia a estar juntos. Nos sentamos alrededor de la mesa para compartir como familia y además queremos que se nos unan los amigos más cercanos.
* Comer juntos también tiene un profundo significado como celebración. Alrededor de la mesa se celebra el nacimiento de un nuevo miembro de la familia, se prometen amor los novios, se hacen negocios, se sella la paz.
* El pan servido y compartido también hace referencia al trabajo honrado. Por eso en el ofertorio de la misa decimos: “Bendito seas, Señor, Dios del universo, por este pan fruto de la tierra y del trabajo del hombre”
* Estas sencillas reflexiones nos ayudan a tomar conciencia del significado antropológico del pan en la vida diaria de los pueblos. El pan es alimento, es encuentro, es celebración, es un reconocimiento de la dignidad del trabajo.
* Cuando Jesús afirma “yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo”, le da al pan – hasta ahora relacionado con experiencias profundamente humanas – un significado infinitamente superior. ¡El humilde y perecedero pan cotidiano se impregna de divinidad!
Las palabras que pronuncia Jesús en este discurso sobre el pan de la vida suscitan una apasionada controversia:
Sus contemporáneos murmuran: “¿No es éste, Jesús, el hijo de José? ¿Acaso no conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo nos dice ahora que ha bajado del cielo?” Jesús va más lejos en su provocación pues se compara con Moisés, el gran líder que guió a Israel en su epopeya a través del desierto. No sólo se compara con Moisés sino que afirma su superioridad: “Sus padres comieron el maná en el desierto y sin embargo murieron. Este es el pan que ha bajado del cielo para que, quien lo coma, no muera”. Afirma, pues, que el nuevo pan es garantía de inmortalidad. Las palabras de Jesús son provocadoras: primero afirma que ha bajado del cielo; luego dice que su pan es garantía de inmortalidad; y, como si las afirmaciones anteriores no fueran suficientemente complicadas, cierra esta parte del discurso afirmando que “el pan que yo les voy a dar es mi carne para que el mundo tenga vida”. Ni más ni menos: el pan es la carne de Cristo.
Para profundizar en el alcance de estas palabras de Jesús, veamos qué sucede en la Misa, cuando el sacerdote pronuncia las mismas palabras de Jesús en la última Cena: “Tomad y comed todos de él, porque esto es mi Cuerpo, que será entregado por vosotros” La Iglesia utiliza una palabra especial para referirse a este hecho. La palabra es transubstanciación. ¿Qué quiere decir esta extraña palabra? Quiere decir que en el momento de la consagración, la hostia, que es un pan hecho con harina de trigo sin levadura, deja de ser pan para convertirse en el Cuerpo de Cristo. Las apariencias de pan continúan – la forma, el sabor, el color, el peso -, pero cambia la realidad profunda: ya no es pan sino el Cuerpo de Cristo.ü Es hora de terminar nuestra meditación dominical. Pidámosle a Dios que valoremos en plenitud el regalo que Jesús nos ha hecho al darnos el pan eucarístico: “el pan que yo les voy a dar es mi carne para que el mundo tenga vida”. Que al participar cada domingo en la mesa del Señor vivamos este rito, no como una pesada obligación, sino como un festivo encuentro con Dios y con los hermanos, y que se fortalezcan los vínculos de solidaridad.

AÑO SACERDOTAL

CONOSCAMOS NUESTROS SACERDOTES
Aprovechando la oportunidad de celebrar el Año Internacional del Sacerdote, sería muy importante que conociéramos más a fondo a los sacerdotes que colaboran con el ministerio hispano en nuestra Diócesis de Arlington. Este Año Sacerdotal lo hemos comenzado con horas santas, ofrecimiento del Santo Rosario por los sacerdotes, Eucaristías y sobre todo demostrando nuestro cariño y oración por las vocaciones sacerdotales y religiosas.
Hoy quiero destacar en este blog a uno de mis compañeros sacerdotes hispanos el más jóvenes y recién ordenado; él es el Padre Milton René Acevedo Fabián, nacido un 20 de diciembre de 1979, hijo de José Venacio Avecedo y Lucila Fabián, es el octavo de 10 hermanos. Viene de una familia de grandes tradiciones católicas y muy comprometidas con la Iglesia. Realizó sus estudios de bachillerato en el colegio de San Emigio, su filosofía en el Seminario de Juan XXIII en la ciudad de Santa Ana, El Salvador; parte de sus estudios de teología en el Seminario mayor de San José de la Montaña y terminó su teología en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum en Roma, graduándose con altos honores.Ha servido en varias parroquias en El Salvador, especialmente en su Diócesis de Zacatecoluca. Su obispo Elías Samuel Bolaños lo describe como un gran sacerdote, fiel a la doctrina de la Iglesia, ferviente mariano, muy alegre y activo en la pastoral. El Padre Milton se encuentra muy entusiasmado de poder servir unos cuantos años en nuestra Diócesis; encuentra una comunidad unida, activa y de mucha fe al magisterio de la Iglesia. En estos momentos se encuentra estudiando el inglés, ya que una de sus prioridades es ayudar a confesar y a dar la Misa en inglés.De los norteamericanos le impresiona su espiritualidad y su generosidad. Le encanta conocer y aprender sobre otras culturas y compartir con las familias hispanas. El considera que el sacerdote debe ser amable y tratar bien a las personas, hay que escuchar y saber guiar pues todos estamos buscando la salvación en Cristo. Deseamos felicitar muy sinceramente al Padre Milton y le damos la bienvenida a nuestra Diócesis de Arlington y a su nueva parroquia Nuestra Señora de los Ángeles en Woodbridge

EL SILENCIO DEL AMOR DE DIOS

A lo largo del Evangelio vemos a Jesús portarse con naturalidad y sencillez. No busca gestos clamorosos en quienes le siguen. Realiza los milagros sin armar ruido, en la medida en que le era posible. A quienes había curado les recomendaba que no anduvieran pregonando las gracias que recibían. Enseña que el Reino de Dios no viene con ostentación, y muestra en las parábolas del grano de mostaza y de la levadura escondida la fuerza misteriosa de sus palabras.

Le vemos también acoger calladamente peticiones de ayuda, que luego atenderá. El silencio de Jesús durante el proceso ante Herodes y Pilato está lleno de una sublime grandeza. Lo vemos de pie, delante de una muchedumbre vociferante, excitada, que se sirve de falsos testigos para tergiversar sus palabras... Nos impresiona particularmente este silencio de Dios en medio del remolino que agitan las pasiones humanas. Silencio de Jesús, que no es indiferencia ni actitud despreciativa ante unas criaturas que le ofenden: está lleno de piedad y de perdón. Jesucristo espera siempre nuestra conversión. ¡El Señor sabe esperar! Tiene más paciencia que nosotros.
El silencio en la Cruz no es pausa que se toma para represar la ira y condenar. Es Dios, que perdona siempre, quien está allí. Abre de par en par el camino de una nueva y definitiva era de misericordia. Dios escucha siempre a quienes le siguen, aunque alguna vez parezca que calla, que no nos quiere oír. Él siempre está atento a las flaquezas de los hombres..., pero para perdonar, levantar y ayudar. Si calla en algunas ocasiones es para que maduren nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor.
En la escena que nos propone el Evangelio contemplamos a Jesús cansado después de un día de intensa predicación. El Señor subió con sus discípulos a una barca para pasar al otro lado del lago. Cuando ya llevaban un tiempo en el mar, se levantó una tempestad tan grande que las olas cubrían la barca. Mientras tanto, el Señor, rendido por la fatiga, se quedó dormido. Estaba tan cansado que ni siquiera los fuertes bandazos de la embarcación le despertaron. Ante tanto peligro, Jesús parece ausente. Es el único pasaje del Evangelio que nos muestra a Jesús dormido.
Los Apóstoles, hombres de mar en su mayoría, se dieron cuenta enseguida de que sus esfuerzos no bastaban para asegurar el rumbo de la barca y comprendieron que sus vidas peligraban. Se acercaron entonces a Jesús y le despertaron diciendo:¡Señor, sálvanos, que perecemos!
Jesús les tranquilizó con estas palabras: ¿Por qué teméis, hombres de poca fe? Es como si les dijera: ¿no sabéis que Yo voy con vosotros, y que esto debe daros una firmeza sin límites en medio de vuestras dificultades? Y levantándose, increpó a los vientos y al mar, y se produjo una gran bonanza. Los discípulos se llenaron de asombro, de paz y de alegría. Comprobaron una vez más que ir con Cristo es caminar seguros, aunque Él guarde silencio. Y dijeron: ¿Quién es éste, que hasta los vientos y el mar le obedecen? Era su Señor y su Dios.
Más adelante, con el envío del Espíritu Santo a sus almas el día de Pentecostés, comprendieron que les tocaría vivir en aguas frecuentemente agitadas y que Jesús estaría siempre en su barca, la Iglesia, aparentemente dormido y callado en ocasiones, pero siempre acogedor y poderoso; nunca ausente. Lo entendieron cuando, poco después, en los comienzos de su predicación apostólica, se vieron asediados por las persecuciones y sintieron el zarpazo de la incomprensión de la sociedad pagana en la que desarrollaban su actividad. Sin embargo, el Maestro los confortaba, los mantenía a flote y les impulsaba a nuevas empresas. Y lo mismo que entonces hace ahora con nosotros.