viernes, 5 de agosto de 2011

DECIMO NOVENO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

“Hombre de poca fe, ¿por qué has vacilado?”
(Mt. 14, 22-33)

Rev. Alexander Diaz
Siempre me ha impactado la amistad que Jesús tenia con su padre, esa relación estrecha que había entre los dos y eso lo demuestra el evangelio de este domingo, el evangelio de hoy es una continuación del milagro de la multiplicación de los panes y pescados.

Despide a la gente, que satisfecha de su estomago y su alma, no querían dejarlo, y los despide no para descansar sino para estar a solas con su padre, necesita hablar, y necesita hacerlo a solas, sube a la montaña y pasa la noche en oración, que mejor descanso que la oración y el dialogo abierto con el padre, es hacer una intimidad.

Muchas veces la gente confunde soledad con aislamiento. La soledad en tantos y tantos momentos de la vida es no sólo conveniente sino necesaria. La soledad desvela nuestras carencias y riquezas y nos hace entender de verdad quienes somos. En la soledad se desnuda el alma y se encuentra paz y tranquilidad, en la soledad meditativa y pacifica Dios responde y se hace sentir mas y mas, las respuestas a mis interrogantes las he encontrado en el silencio y en la soledad. Eso es lo que el maestro hace este domingo Hay personas que tienen miedo no a quedarse a solas sino la soledad, no la aguantan ni la toleran, les es muy costoso encontrarse consigo mismo.

Los discípulos suben a la barca, me imagino que excitados y comentando el acontecimiento ocurrido, felices y con la ilusión de sentirse parte de esa gran aventura divina, pero cuando estaban ya lejos se encontraron con una tormenta, creo que todos le sentimos miedo a las tormentas que traen rayos, y truenos y más si estas en medio de un lago o en medio del mar, y lo más normal del mundo para ellos fue que sienten miedo…
Al amanecer Jesús va hacia ellos caminando; no es normal que un hombre camine en el agua, Pedro se asusta Es un hombre osado, pero lleno de temor por lo que estaba ocurriendo a su alrededor y con todo y miedo es capaz de ir con Jesús, a su lado. No dijo: Mándame ir sobre las aguas… sino que dijo: mándame ir a ti… Sacar fuerzas de nuestros propios miedos para pedir al Señor que queremos estar con Él, en su dirección, a su lado. Jesús le pide a Pedro que venga hacia Él. Pedro camina sobre el agua confiando en Jesús. ¡Cuántas veces nos movemos por aguas inseguras e incluso peligrosas y sólo Dios es quien no nos deja que nos hundamos en nuestros propios miedos!

Pedro se puso a andar en dirección a aquel a quien tanto quería. Su desconfianza estaba motivada por la fuerza del viento y, aunque estaba caminando en la dirección correcta apareció de nuevo el temor y comenzó a hundirse.


Cuando la fe le sostenía se mantenía, desde que la fe le faltó empezó a desequilibrarse. El hundimiento de nuestros espíritus se debe a la debilidad de nuestra fe. La fe está íntimamente ligada a la fidelidad y la constancia. La verdadera fe es la que perdura en el tiempo, no la que está sujeta a las circunstancias de la persona. Cuando uno cree en Dios de todo corazón, conserva su fe independientemente de cómo le vaya en la vida o de sus circunstancias personales.



Somos débiles porque nuestra fe es débil. El verdadero creyente nunca se hunde del todo. Pedro empieza a gritar a Jesús: “¡Sálvame, Señor!” y nos deja así una enseñanza permanente para nuestra vida: también nosotros tenemos que pedir desesperadamente la salvación de Dios.
Pero tuvo la humildad de suplicarle a Jesús su ayuda, y Jesús le echó una mano y le sacó de nuevo a la superficie. Ahí está la clave para mantener nuestra fe a flote: suplicar a Jesús que nos ayude. Sólo así seremos capaces de conservar el don de la fe. Y en el caso de tener una crisis, Jesús nos echará una mano para que recuperemos nuestra fe.


Jesús le salva del peligro agarrándolo. La mano de Cristo siempre está extendida para salvar al que lo necesita. Cuanto más creamos menos dudaremos. Todas las dudas y temores que nos desalientan se deben a la debilidad de nuestra fe. Dudamos porque nuestra fe es poca y eso les pasó a los mismos discípulos que compartieron todo con Jesús y, sin embargo, fueron tan fáciles a la hora de dudar. Debemos de tener confianza en que el está con nosotros; la confianza no consiste en no tener tormentas alrededor, sino en saber que Dios está allí, tanto en la tormenta, como en la calma, tanto en la luz, como en la oscuridad



Lo que sucede a los hombres y mujeres de hoy es que confían más en sus propias fuerzas y en sus propios recursos, que en Dios y en lo que Dios hace en nosotros. Creemos que las metas cumplidas son logros nuestros, olvidándonos que ¡nada! podemos si Dios no lo hace en nosotros.
Si confiamos en nosotros mismos y no en Dios, si confiamos más en nosotros que en Dios, estamos en peligro de hundirnos... si es que ya no nos hemos hundido. Sea en tierra o en mar, en calma o en tempestad, podremos ir en paz y con seguridad si tenemos toda nuestra confianza puesta en Dios.
No tengas miedo a las tormentas, ni dudes, solo ten fe… Amen