viernes, 22 de julio de 2011

DECIMO SEPTIMO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

“Puede compararse también el reino de Dios a una red que, echada al mar, recoge toda clase de peces”
(Mt 13, 44-52)

Rev. Alexander Diaz

El lenguaje del evangelio de hoy es bastante cercano a nuestro mundo presente: vender y comprar, riquezas y fortuna… Pero, sin duda, nos ofrece un mensaje que va más allá de lo puramente material.


Veamos primero qué significados tienen los símbolos usados en este evangelio:


El tesoro escondido en el campo
Si hoy tú tienes algo de valor lo guardas en una caja fuerte en el banco o en casa; en la época de Jesús cuando alguien poseía algo de gran valor material lo escondía bajo tierra. Decían los rabinos de la época que no había más que un lugar seguro para guardar el dinero: la tierra.

En la Iglesia de la Edad Media se simbolizaba artísticamente a la Virgen María como un campo no cultivado, donde se guardaba la mayor riqueza (Jesús) y que, sin embargo, no había sido tocado por nadie en clara referencia a su virginidad .

¿Dónde escondemos nosotros los valores que Dios nos ha dado? ¿En el miedo, en la vergüenza…? ¿Qué hacemos con el tesoro de la fe? ¿Lo escondemos para que nadie nos lo robe?


La perla
En la tradición de los pueblos antiguos el nacimiento de la perla de debía a la irrupción de un rayo caído del cielo en una concha abierta. En el mundo antiguo una perla era la posesión más maravillosa por la que se era capaz de todo.



En el Nuevo Testamento la perla es una imagen de lo divino, de lo que no es terreno. Jesús dice: no den lo sagrado a los perros ni les echen sus perlas a los cerdos. (Mt 7,6). Jesús se refiere a la perla como un símbolo del Reino de Dios.


En la Iglesia medieval se representa artísticamente a la Virgen María como una concha donde se guarda el tesoro más preciado: Jesús.


¿Qué consideras lo más valioso de tu vida? ¿Por qué? ¿Cuál es la perla de tu vida tanto material como espiritual?


La red
En la antigüedad las redes, lazos y trampas son imágenes para indicar el mal. En el Antiguo


Testamento la red es un arma de Dios.
Desde finales del siglo II se representó el bautismo bajo la imagen de una pesca con anzuelo y red; el pescador es símbolo de quien bautiza; el pez del bautizado. La red llena de pequeños peces es un símbolo de la Iglesia. El mar es imagen del mundo.


¿Te sientes Iglesia? ¿Qué es la Iglesia para ti, en tu vida diaria?
En estas tres parábolas vemos una clara diferencia con respecto a la de las anteriores semanas. Hasta este momento Cristo había comparado el Reino de Dios con cosas pequeñas, pero ahora lo compara con dos cosas de gran valor: el tesoro enterrado en el campo y la perla encontrada.


En ambos ejemplos se nos descubre algo valioso pero en los dos existe también una clara diferencia:
o el hombre de la primera parábola encuentra accidentalmente el tesoro.
o el hombre del segundo ejemplo busca perlas finas.


Algo parecido nos sucede a los seres humanos para con Dios. En algunas ocasiones encontramos ante nuestra propia vida ese tesoro inmenso de la fe, casi sin ningún esfuerzo, con sólo mirar… en muchos otros momentos de nuestra vida vemos como las personas buscan un sentido para su existencia, buscan ese tesoro que les haga sentir vivos y plenos. Entre el buscar y encontrar anda la vida de todos los seres humanos…
Estas parábolas han tenido durante la historia dos interpretaciones:
1. El hombre del campo se aplica a Cristo que dio todo cuanto tenía, incluida la vida para salvarnos.
2. El tesoro escondido es el servir a Cristo. El tesoro no está en un huerto cerrado sino en el campo abierto de la vida.


Muchas veces me pregunto si los cristianos vemos la fe y nuestra pertenencia a la Iglesia como ese inmenso tesoro, ese magnífico regalo que podemos tomar como una presencia de Dios.


Después de la explicación que Jesús hizo de las principales parábolas de este capítulo, preguntó a los discípulos si habían entendido estas cosas, a lo que ellos respondieron afirmativamente. Nosotros también hoy podemos comprender tantas y tantas cosas del Señor profundizando en Él, en su vida, en su oración, en su experiencia constante de encuentro con el resucitado.


Termina el evangelio diciéndonos que tenemos que compaginar lo viejo y lo nuevo, lo que nos anunciaba el Antiguo Testamento con el Nuevo Testamento. Lo que hay de nosotros desde una fe recibida cuando pequeños a la fe adulta que intentamos vivir. En ese encuentro actualizado es donde nuestra fe y nuestra vida se encuentran y se gustan mutuamente…



Tomado de las homilías de Mario Santana Bueno

miércoles, 20 de julio de 2011

DECIMO SEXTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

"Dejad crecer juntos el trigo y la cizaña"
(Mt. 13, 24,-43)
Rev. Alexander Díaz


Mateo, buen pedagogo y sistematizador, reúne en todo el capitulo trece, capitulo que iniciamos el domingo pasado con la parábola del sembrador, reúne siete parábolas sobre el Reino de los Cielos, tomadas de diversos lugares de la tradición, y dispone el conjunto de dos bloques, uno en público y otro en privado; (13, 1-35) tiene lugar en público y contiene enseñanzas dirigidas al pueblo, que no las comprende.

La finalidad del conjunto es ofrecer una reflexión sobre la incredulidad y sobre la postura que el discípulo ha de adoptar ante ella.

El evangelio correspondiente a este domingo muestra tres parábolas de esta siete, estas son: La parábola de la Cizaña, del Grano de Mostaza y de la Levadura. Todas son una presentación concreta del reino de los cielos. La parábola de la cizaña es una de las tantas que estamos acostumbrados a escuchar en nuestros coloquios personales y en nuestro hablar cotidiano; “Sembrar cizaña” en nuestro léxico -y hasta en el Diccionario- significa poner enemistad o hacer daño a otro, es un elemento tan vivo y tan cierto que no necesita tanta explicación sin embargo Jesús de forma sencilla pero profunda hace alusión a las grandes preguntas que nosotros nos hacemos en nuestro entorno : ¿Por qué el mal? ¿Por qué el sufrimiento? ¿Cómo entender el poder de Dios si vivimos también rodeados por la maldad? ¿Qué papel juega Dios en todo esto?.



Ante estas cuestionantes se nos propone la respuesta más increíble que podamos imaginar: el bien camina junto al mal por el mismo camino, por las mismas sendas, que es lo mismo que Jesús dice: Déjenlos crecer juntos hasta la hora de la cosecha. Entonces diré a los segadores: Corten primero la cizaña, hagan fardos y arrójenlos al fuego. Después cosechen el trigo y guárdenlo en mis bodegas.» (Mt.13,30) El señor permite que todo esto marche al mismo ritmo, sin darse cuenta que al final serán separados los unos y los otros.

Pero hay una seguridad: el mal se desvanecerá antes de llegar al final del camino. Se desvanecerá por la fuerza invisible del bien. El mal sólo se destruye con el ejercicio del bien. "Vence al mal con el bien". Es utilizar las herramientas del amor en la solución de los grandes conflictos. El amor es más fuerte que nada, aunque parezca a muchos inofensivo; es realmente la solución.

Por tanto, no hay que temer al mal, hay que seguir sembrando el reino de los cielos con pasión El Reino de Dios necesita ser sembrado, cuidado, mimado, vivido. El mal se propaga por sí solo, sólo hay que sembrarlo. Hay una realidad fácilmente comprobable y es que el mal logra esconderse largo tiempo en la vida de las personas en forma de odio, maldad, celos, alejamiento de Dios, etc.
En el mundo el mal está presente en forma de toda clase de acciones que conducen al ser humano a la infelicidad permanente. Existe un estado donde la persona va perdiendo el norte de su vida y al final no sabe ni quién es, ni dónde está ni adónde va.


La paradoja del mal y del bien en el mundo es que el mal parece no exigir gran esfuerzo, se hace con facilidad y hasta con impunidad. Hacer sufrir a alguien es muy sencillo, destruir es muy fácil; pero hacer el bien, crear, hacer crecer a los demás, hacerlos personas, recrearlos de nuevo libres ya de las ataduras de los pecados, es una obra que sólo puede hacer Dios a través de nosotros. Una persona se puede contagiar del mal fácilmente con la actuación de otra persona. Una persona sólo puede estar incitada permanentemente al bien si Dios la ilumina, le da la fuerza necesaria y el apoyo en el interior de su corazón. Para sembrar el bien cada persona debe ser para la otra hermano y hermana.



Para muchas personas el Evangelio aparece como algo sin fuerzas, sin posibilidad de transformar la vida de las personas que nos rodean. ¿Te sientes transformado por Dios? ¿Por qué? ¿En qué? El Evangelio es como una pequeña semilla, casi insignificante: no está hinchada de filosofía, no quiere alardes y puede ser predicado y entendido por cualquier persona que se abra al bien. No debemos olvidar que ambas siembras la de la bondad de Dios y el mal se hacen casi al mismo tiempo, cada persona debe decidir qué cosecha escoger.


Tengo el convencimiento prometido por la palabra que Cristo triunfará al final de la Historia… Para saber lo que está bien y lo que está mal, tenemos que recurrir una y otra vez a la palabra y al corazón de Dios, a la experiencia cristiana de tantos hombres y mujeres donde la bondad ha hecho su morada. Tenemos que volver una y otra vez a nuestro corazón para que en ese diálogo interior y personalísimo con el Señor, nos haga entender que nosotros no estamos llamados a juzgar a nadie. Jesús no nos ha nombrado jueces de nadie sino hermanos y hermanas de nuestros hermanos y hermanas… Dejo el juicio para Dios y prefiero acoger al que dejó crecer la cizaña en sí mismo, con el amor con el que Dios me acoge. (Mario Santana Bueno)


Ahora tenemos oportunidad de acogernos a la Misericordia sin límites que Dios nos brinda, pero cuando nos llegue el final, bien por la propia muerte o porque sobrevenga el fin del mundo, tendremos que acogernos a la Justicia Divina: los que siguen a Dios brillarán como el sol en su Reino; los que siguen al Maligno serán arrojados al horno encendido. La parábola y la explicación del Señor son muy claras. El que tenga oídos que oiga.

martes, 19 de julio de 2011

DOMINGO QUINTO DEL TIEMPO ORDINARIO

“Salió el sembrador a sembrar”
(Mt. 13,1-23)




Rev. Alexander Diaz

El evangelio de este domingo es una de las más conocidas parábolas de Jesús, “El sembrador”, una parábola sencilla pero con gran significado y una profundidad en el contenido evangélico, es una invitación a la reflexión personal e interior del evangelio en nuestras propias vidas.
Cuando analizo esta parábola me pongo a pensar en cuando un campesino prepara la tierra con dedicación y esmero con la esperanza de que la semilla que depositara en esa tierra se torne provechosa, sueña con tener una cosecha abundante, es por ello que con sus propias manos la prepara con amor.



Todos los seres humanos somos tierra en la cual Dios cada día, intenta sembrar algo nuevo, pero al igual el campesino prepara esa tierra, El nos prepara a nosotros para ser fértiles en la escucha dedicada de la palabra divina para que esta se desarrolle dentro de nosotros.




Ante este retador acontecimiento, el ser humano debe de hacerse las siguientes preguntas: ¿Qué lugar ocupa la palabra de Dios en mi vida diaria? ¿Soy capaz de leer, meditar e intentar vivir esta palabra de manera consiente?. A veces creo que los seres humanos vegetamos en nuestro desarrollo, nos estancamos y destruimos los nutrientes espirituales que nos desarrollan y nos hacen crecer y desarrollarnos más.








La palabra se reparte pero cae en desigual terreno. Es la misma palabra pero cada persona se tiene que convertir en tierra para que germine.

Jesús repasa después la parábola con sus discípulos, a ellos les amplía el sentido de las cosas de Dios. Cada creyente debe ser un portador de Dios para los demás, debe de convertirse en sembrador de la semilla espiritual en las almas de sus hermanos, en otras palabras somos, sembradores y semillas al mismo tiempo, porque tenemos el reto de dar fruto y la obligación de sembrar lo que producimos en la vida de los otros.

Todos creo que tenemos claro que el terreno donde tiene que caer la semilla de la palabra es el corazón humano, pero sabemos que no todos los corazones están hechos ni preparados para lo mismo. Las inquietudes, deseos, miedos, ambiciones, son las encargadas de dar base a nuestro interior.




“Los diferentes caracteres humanos están representados por los distintos tipos de terreno. Hay cuatro clases de corazones, de terrenos, en los que se siembra la palabra, estoy más que seguro que deben de haber mas tipor de terreno, viendo como el ser humano se ha vuelto en nuestros días, pero el maestro solo nos ejemplifica estos:




A - Terreno junto al camino: los que oyen pero no entienden. La palabra no cala en ellos, no hay mayor interés en profundizar. Están distraídos, poco interesados en lo que oyen, son aquellos que vienen uno que otro domingo, pero así como entran así se van, tienen un cristianismo tradicionalista y agónico, desinteresado completamente.




B- Terreno entre las piedras: reciben y les impresiona la palabra pero por poco tiempo; no tienen duración. No hay firme convicciones en sus mentes y en su corazón. No tienen raíz, o sea, profundidad en lo que quieren. No saben qué quieren, son los típicos católicos veletas, que se emocionan pero no tienen nada concreto en sus vidas, no se forman ni les interesa hacerlo, las rocas son todos aquellos hábitos y complejos que según ellos son fuertes y no les dejan respirar ni desarrollarse.
C- Terreno entre espinos: aventaja a los dos anteriores: recibió la semilla y dejó que echara raíces hondas, pero tampoco dio frutos debido a los estorbos que encontró en su crecimiento. Los espinos no dejaron que la raíz prosperara e impidieron que diera fruto. ¿Cuáles son estos espinos? La palabra nos recuerda en otro texto que fundamentalmente son tres las cosas que nos alejan de Dios:
1. Las preocupaciones (los afanes del mundo, las preocupaciones de la vida).
2. Los placeres (pues entregan el corazón humano a otros que no son Dios).
3. Las riquezas (cuando son endiosadas por el ser humano).




Terreno bueno: es el resultado lógico del encuentro de una buena tierra con una buena semilla. Este es el que oye y entiende la palabra, y da fruto (v.23). Éste es el terreno productivo; no significa que no haya estorbos, pero todo queda superado por la fuerza de la vida que crece. El cristiano es aquel que permanece fuerte incluso en medio de las dificultades, anclado solamente en Dios.




Dar fruto es poner en práctica la palabra. Hay distintos niveles de frutos, todos no tenemos que dar el mismo ni con la misma intensidad. (Mario Santa Bueno)

Debemos dejar que nuestra oración vuele lejos, en estos tiempos cálidos y difíciles. La Palabra es la que nos hace fuertes y misericordiosos. Hoy, verdaderamente, deberíamos pensar que todo, una vez más, está en su comienzo. La semilla que hace fructificar la Palabra nos ayuda para iniciar una segunda creación… Tiempo de verdad, de amor y de felicidad.