viernes, 14 de mayo de 2010

SOLEMNIDAD DE LA ASCENSION DEL SEÑOR


Y mientras los bendecía se apartó de ellos y fue llevado al cielo.
(Lc. 24,56-46)

Hoy celebramos la Ascensión del Señor y no es extraño que algún alejado se pregunte sobre el motivo de esta fiesta. Quizá sea para complicar aún más todo el proceso del creer... ¡Lo bueno que hubiese sido que Jesús después de su resurrección se quedara para siempre visible entre nosotros! ¡Seguro que nos hubiese simplificado más las cosas! Este interrogante del alejado queda lo suficientemente explicado por la fe del creyente.

La Ascensión de Jesús no es una ascensión local, o sea, no es pasar de un espacio a otro. Es una intensificación de la presencia del Señor en nuestra realidad sabiendo que no nos abandona ni después de resucitado.

Hoy la Palabra nos hace como un sencillo resumen de los grandes misterios de nuestra fe. Nos enuncia que el Mesías tenía que morir, que resucitaría al tercer día y que en su nombre hay que anunciar a todas las naciones que se conviertan a Dios. Nunca en tan pocas líneas se dijo tanto. Muerte y resurrección consiguieron el perdón de los pecados.

Jesús nombra "testigos" a sus amigos. La evangelización auténtica no es otra cosa que escuchar y ver a los testigos de Jesús, aquellos que pueden palpar hoy su presencia viva y vivificante en sus vidas. En nuestras parroquias hay muchos agentes de pastoral, pero necesitamos más testigos.

Nuestras organizaciones pueden funcionar más o menos bien, pero sólo los testigos son capaces de interrogar con su vida a los demás para, desde ahí, acercarlos más a Dios. Los teóricos sobre Dios nunca han evangelizado.

El Resucitado asciende desde el Monte de los Olivos (Hech 1,12), cercano a Betania. Allí estaba el huerto donde comenzó su agonía y comenzaron sus padecimientos. Nunca debemos de olvidarnos que el camino de la resurrección siempre pasa por los padecimientos y la muerte previa.
Los discípulos no le vieron salir del sepulcro porque la resurrección podía probarse mediante la evidencia de contemplarlo vivo después de su muerte, pero tuvieron la experiencia de verlo ascender a los cielos. Se marchó bendiciéndolos. No se marchó enfadado por las traiciones y sus miedos sino con amor y dejándoles su bendición. "Mientras los bendecía se apartó de ellos y fue llevado al cielo". Comenzó a bendecirles estando todavía en la tierra, y así continuó bendiciéndoles hasta su entrada en el cielo. Dios nunca pone fin a sus bendiciones sobre nosotros.
En la escena no aparecen ni carros ni caballos de fuego, como los que se llevaron a Elías. Jesús conoce bien el camino del cielo.

Los discípulos después de adorarle se volvieron a Jerusalén muy contentos porque sabían que Jesús resucitado les abría el camino para la eternidad. Mirar la ascensión así es encontrarnos con Dios de manera cercana: Él está conmigo en el camino de la vida para mostrarme cuál es el sendero que me lleva definitivamente y por toda la eternidad a estar en su presencia. Me deja ver su muerte, me hace que experimente su resurrección y me enseña mi último punto de llegada: el cielo. Esto es lo que supone la Ascensión, esto es lo que celebramos hoy.

¿Dónde está Dios entonces, en el cielo o en la tierra? preguntará nuestro amigo alejado. La respuesta es bien sencilla: en el cielo y dentro de cada uno de nosotros. Es lo mismo que ocurre en la Misa: mientras la hostia está fuera de nosotros, le vemos, le adoramos; cuando la recibimos y comulgamos no la vemos más, ha desaparecido, se ha hecho parte de nosotros para estar ahora dentro de nosotros. Dios no está en los sucesos materiales que suceden en el mundo sino en el corazón de las personas que lo provocan.

La presencia de Dios está hoy en los acontecimientos, la Palabra, los sacramentos, en la Iglesia, en la comunidad, en los más pobres y débiles, en sus discípulos... Son numerosas sus presencias que él no creyente no percibe igual que no percibe el amor quien no lo siente. La Ascensión no es la ausencia de Dios sino la presencia intensificada de Dios en nuestra vida diaria.
Todos los cristianos, seamos sacerdotes, religiosos o seglares, estamos llamados a ser testigos de la resurrección y ascensión de Jesús. Ser testigo es en este caso hablar con la vida de quien dio la vida y subió al cielo quedándose entre nosotros. ¡Ten los ojos bien abiertos porque en cualquier momento te puedes encontrar con Él por la calle y en tus adentros