viernes, 23 de agosto de 2013

XXI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

jesus-puerta

“Esfuércense por entrar por la puerta angosta…”

(Lc.13, 22-30)

La salvación es un tema que no está de moda hoy en día, casi nadie habla a cerca de ella y los que lo hacen son vistos como bichos raros o personas tomadas como fanáticas o extremistas religiosos, aunque este hablar o predicar la salvación se haga de forma testimonial. Estamos acostumbrados a ir con las modas de la época y a seguir un patrón de conducta que ni nosotros mismos entendemos lo que es, o lo que significa, hemos aprendido a vivir de lo light y lo momentáneo es normal para nosotros.
Muy pocas veces oímos hablar en los medios de comunicación social algo referente a la fe, o a la salvación en sí, se habla de tantas cosas, pero menos de ello. Y si preguntamos a muchos cristianos que es eso de la Salvación, probablemente también se quedaran en la duda de no poder expresar lo que es realidad, porque quizás lo han escuchado pero no han entrado en detalles exactos sobre que es en sí.
 El mundo moderno ha comenzado a vivir una época pragmática en la cual se vive de forma mecánica sin ningún ideal de vida. Vivimos el momento de lo inmediato y nos hemos comenzado a olvidar de nuestra vida interior. Ya no tenemos certezas firmes ni convicciones profundas.
 Poco a poco, nos vamos convirtiendo en seres triviales, cargados de tópicos, sin consistencia interior ni ideales que alienten nuestro vivir diario, más allá del bienestar y la seguridad y comodidad del momento; y esto implica que no se piensa en el futuro espiritual, en un banco de ahorros espirituales que nos impulse a seguir adelante, a eso le llamamos pensar en la Salvación. Esta salvación no es nada más y nada menos que estar en Dios, vivir en Dios, y vivir para Dios. Vivir en plenitud la vida eterna presente ya en nuestra vida diaria. Llevando una vida normal con vistas a vivir en El.
 Según el relato de Lucas, un desconocido hace a Jesús una pregunta, directa y que según los estudiosos era una pregunta muy frecuente en aquella sociedad religiosa: “¿Serán pocos los que se salven?” (Lc. 13,23). Jesús no responde directamente a su pregunta. Da la impresión que le incomoda la pregunta, no porque no la pueda contestar, sino porque ellos vivían mas pendientes de la cantidad que va a salvarse, más no están preocupados por comenzar a ver los medios para entrar a formar parte de ese reino de salvación.
 El no da ninguna cantidad, sino que da en su respuesta el camino para adquirir esta salvación, esto quiere decir que todos, si lo deseamos y trabajamos, podemos lograrlo. Jesús usa una respuesta pedagógica para encarar nuestra propia realidad y nuestros propios miedos, ya que esta respuesta la tenemos que dar cada uno de forma personal y consientes de lo que somos. Hijos de Dios que debemos de vivir añorando regresar a la casa de nuestro Padre Dios.
 Es por ello que a Jesús no le interesa especular sobre ese tipo de cuestiones estériles, tan queridas por algunos maestros de esa época. Va directamente a lo esencial y decisivo: ¿cómo hemos de actuar para no quedar excluidos de la salvación que Dios ofrece a todos? Los requisitos que El propone nos son fáciles y menos para el mundo donde nos movemos donde lo que se persigue es la comodidad y la ley de mínimo esfuerzo como lo dije al inicio.
 ultimosprimeros“Esforzaos en entrar por la puerta estrecha” (Lc.13,24). Estas son sus primeras palabras. Dios nos abre a todos la puerta de la vida eterna, pero hemos de esforzarnos y trabajar para entrar por ella. Esta es la actitud sana. Confianza en Dios
Con esta respuesta tan sencilla pero clara y fuerte Jesús corta de raíz la reacción de quienes entienden su mensaje como una invitación al laxismo, cuando digo laxismo, me refiero a entender la fe con una actitud y comportamiento poco responsable y poco atento al valor de lo que en sí es, son aquellos que viven su fe, de manera mecánica o a su manera, y no se esfuerzan por mejorar.
La salvación no es algo que se recibe de manera irresponsable de un Dios alcahuete que todo lo permite y se hace el de la vista gorda, El, es justo en sus acciones, por tanto es un requisito el poner de nuestra parte para acceder a estar en su presencia.. No es tampoco el privilegio de algunos elegidos, ya que para él no hay favoritismos, no por el hecho de haber sido aparentes participantes de su fe, tendremos acceso a estar con El eternamente: “Señor ábrenos,.. Nosotros hemos comido y bebido con tigo, y tú has enseñado en nuestras plazas” (Lc.13,26).
No basta ser hijos de Abrahán. No es suficiente haber conocido al Mesías. No basta con pertenecer a un grupo apostólico, no basta con ser sacerdote, diacono u obispo, no es suficiente; porque según lo que Jesús plantea hoy para acoger la salvación de Dios es necesario esforzarnos, luchar, imitar al Padre, confiar en su perdón.
Jesús no rebaja sus exigencias: «Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso»; «No juzguéis y no seréis juzgados»; «Perdonad setenta veces siete» como vuestro Padre; «Buscad el reino de Dios y su justicia».
Entrar por la puerta estrecha es «seguir a Jesús»; aprender a vivir como él; tomar su cruz y confiar en el Padre que lo ha resucitado. En este seguimiento a Jesús, no todo vale, no todo da igual; hemos de responder al amor de Padre con fidelidad. Lo que Jesús pide no es rigorismo legalista, sino amor radical a Dios y al hermano. Por eso, su llamada es fuente de exigencia, pero no de angustia. Jesucristo es una puerta siempre abierta. Nadie la puede cerrar. Sólo nosotros si nos cerramos a su perdón.
Por tanto, tenemos que estar alertas para vivir una fe llena de Dios y no de nuestros proyectos y presupuestos humanos. Dios no reconoce a quien no es capaz de dejarlo todo por El, a pesar de que compartieron la mesa y la palabra, pero lo hicieron a medias y sin su total entrega. Estar alertas significa preguntarnos con frecuencia donde esta Dios y donde estoy yo en este momento de mi vida.
Vivamos la fe con alegría y optimismo dejándose llevar por la voluntad de Dios. Vivir el camino así significa tener una existencia no frustrada sino realizada. En la Alegría de vivir en la gracia y en la presencia de Dios. Amén.

XX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

He venido a prender fuego en el mundo: ¡y ojalá estuviera ya ardiendo!

(Lc.12,49)

He venido a traer fuego a la TierraQuiero iniciar esta reflexión dominical recordando las últimas palabras del domingo pasado: “Al que mucho se le confió, más se le exigirá”. Era una llamada y una advertencia a la responsabilidad de los cristianos a vivir abiertos al futuro. Y en ese mismo contexto de compromiso Jesús es muy claro para hablarnos hoy. El evangelio de este domingo, pertenece al mismo dialogo plasmado por Lucas en los domingos anteriores; es  la misma conversación entre Jesús y sus discípulos.
 El párrafo evangélico de hoy es un tanto confuso y difícil de entender, Jesús inicia hablándonos de encenderle fuego al mundo. A simple vista esto nos suena como a destrucción o purificación. “He venido a prender fuego en el mundo: ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! (Lc.12,49) La imagen del “fuego” nos está invitando a acercarnos a su misterio de manera más ardiente y apasionada.
 El fuego del que habla no es un fuego violento, sino una alusión al Espíritu Santo, que será quien nos guiara a la verdad plena, un espíritu que hará vibrar el corazón de los que le aman y le siguen. Este fuego que Jesús brinda purifica los corazones, los ablanda y los enriquece con esa dulce fuerza de la sabiduría evangélica.
 Es el  fuego por la compasión misericordiosa de los que sufren, pobres, de los enfermos y de los marginados. Su Palabra hace arder los corazones de los que le siguen, porque despierta la esperanza: de los excluidos y abandonados, despierta el deseo de levantarse a los que están caídos y desilusionados, les da confianza a los pecadores mas despreciados, y quema todo aquello que hace daño al corazón humano.
 La palabra fuego solo se tiene una traducción “amor”. El amor nos hace crecer, da vigor y sentido a nuestro vivir diario, porque nos recrea. “Cuando falta el amor, falta el fuego que mueve la vida. Sin amor la vida se apaga, vegeta y termina extinguiéndose.
 El que no ama se cierra y aísla cada vez más. Gira alocadamente sobre sus problemas y ocupaciones, queda aprisionado en las trampas del sexo, cae en la rutina del trabajo diario: le falta el motor que mueve la vida.
 El amor está en el centro del evangelio, no como una ley a cumplir disciplinadamente, sino como un «fuego» que Jesús desea ver «ardiendo» sobre la tierra más allá de la pasividad, la mediocridad o la rutina del buen orden.
 Según Jesús Nazaret, el pobre de Galilea, Dios está cerca buscando hacer germinar, crecer y fructificar el amor y la justicia del Padre. Esta presencia del Dios amante que no habla de venganza sino de amor apasionado y de justicia fraterna es lo más esencial del Evangelio.
 Jesús sentía esta presencia secreta en la vida cotidiana: el mundo está lleno de la gracia y del amor del Padre. Esa fuerza creadora es como un poco de levadura que ha de ir fermentando la masa, un fuego encendido que ha de hacer arder al mundo entero. Jesús soñaba con una familia humana habitada por el amor y la sed de justicia. Una sociedad buscando apasionadamente una vida más digna y feliz para todos”. (José Antonio Pangola)
 El gran pecado de los discípulos de Jesús será siempre dejar que el fuego se apague. Sustituir el ardor del amor por la doctrina religiosa, el orden o el cuidado del culto.
 Quien no se ha dejado quemar o calentar por ese fuego no conoce todavía lo que Jesús quiso traer a la tierra. Practica una religión pero no ha descubierto lo más apasionante del mensaje evangélico.
 La parte que más confusión nos causa, son las últimas palabras que Jesús proclama hoy, cuando dice: “En adelante, una familia estará dividida…. Nos parece bien difícil aceptar que Jesús está hablando de división y de violencia.
 En realidad, el está hablando de lo que vendrá en un futuro no muy lejano, aunque no tan lejano diría yo, porque nosotros ya lo estamos viviendo. Por décadas se vieron estas fraces como algo que estaba demás en las paginas evangélicas, mas sin embargo hoy es una realidad latente.
 “Uno de los cambios más profundos y más fácilmente constatables en los últimos años es el paso de una situación monolítica de cristiandad a un pluralismo religioso e ideológico ampliamente extendido en nuestra sociedad.
 Muchos padres nunca se imaginaron que un hijo suyo o un nieto, podría un día rechazar tan firmemente la fe cristiana y confesar su ateísmo de manera tan convencida.
 Y, quizás, en muchos hogares, se comienza a vivir la experiencia dolorosa de sentirse divididos precisamente por la diferente postura de fe, según aquellas palabras de Jesús: « ¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división. En adelante, una familia de cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres».
 Los cristianos hemos de aprender a vivir nuestra fe en esta nueva situación. No seríamos fieles al evangelio, si por mantener una falsa paz y una falsa unidad familiar, ocultáramos nuestra fe en lo íntimo de nuestro corazón, avergonzándonos de confesarla, o la desvirtuáramos quitándole toda la fuerza que tiene de interpelación a todo hombre de buena voluntad.
 Hemos de saber confesar abiertamente nuestras convicciones religiosas. Hemos de ahondar más en el mensaje de Jesús para saber «dar razón de nuestra esperanza» frente a otras posturas posibles ante la vida.
Pero, sobre todo, hemos de vivir las exigencias del evangelio dando testimonio vivo de seguimiento fiel a Jesucristo y, al mismo tiempo, y precisamente por eso, de respeto total a la conciencia del otro”.(Jose Antonio Pangola)
 Nuestra preocupación primera no debe ser el «convertir» o «recuperar» de nuevo para la fe a aquel miembro de la familia al que tanto queremos, sino el vivir con tal fidelidad y coherencia nuestras propias convicciones cristianas, que nuestra vida se convierta en interrogante y estímulo que le anime a buscar con sinceridad total la verdad última de la vida.