viernes, 1 de mayo de 2009

CUARTO DOMINGO DE PASCUA


“Yo soy el buen Pastor”
Jn 10, 11-18

Comenzamos la cuarta semana de Pascua y este domingo es conocido como el “domingo del Buen Pastor”.. Este es un domingo cuyas lecturas siempre me inquietan. Jesús en el evangelio (Jn. 10, 11-18) se nos presenta como “el Buen Pastor”.
El “pastor bueno” conoce sus ovejas y da la vida por ellas. Así lo hizo el “Buen Pastor” y, a eso mismo estamos llamados todos los que tenemos pastoreo a nuestro cuidado.
El cuidado del rebaño que se basa en la construcción de paredes y el uso de candados, el pastoreo por decreto y prohibición no es lo que Cristo nos dice, aunque en ocasiones esas cosas sean útiles e incluso necesarias, pero no hay nada mejor que el conocimiento personal de quienes se te han confiado (feligreses, estudiantes, hijos, ciudadanos) y la entrega de uno mismo a ellos, por su bien, por su protección contra el enemigo, por su salvación.
La imagen que Jesús nos presenta hoy es una representación exacta de un pastor, quien en aquella estaba en la peor parte de la sociedad, casi nunca tan limpia como la imagen muestra, probablemente muy agotada diariamente de su trabajo y con un pago muy bajo. Era una vida dura, un trabajo duro, porque el pastor tuvo que estar atento todo al tiempo, a sus ovejas, raramente quitando sus ojos de ellas. Cristo, es nuestro Buen Pastor. Y es claro en decirlo “Soy el Buen Pastor. El pastor que da su vida por sus ovejas.” No podemos dejar de ver que Él se refiere a su propia muerte y resurrección. “Yo doy mi vida para recobrarla. Nadie me la quita, sino que la doy por mí mismo. Tengo el poder de darla y de recobrarla.” Jesús, da su propia vida colgado en la cruz, murió por nosotros y resucito al tercer día para abrir las puertas al cielo; para que podamos tener una parte en su familia divina. En el Buen Pastor vemos a la Víctima pascual que ha dado Su vida y la ha recobrado de nuevo. ¿Si Cristo es nuestro Pastor, pues que, significa ser las ovejas? ¿Cuál es el significado de nuestra existencia y identidad – quiénes somos y porque estamos acá - estamos envueltos en Cristo? La misión de Cristo algo universal, por virtud de su sacrificio en la cruz, nos abraza a nosotros. Su invitación, como el que se guarda en nuestras almas, personal e intimado. “Él llama a cada una por su nombre y las hace salir.” En el día de nuestro bautismo nos sellaron con la marca del Pastor quien nos ha reclamado por eternidad.


Cuando Él nos llama a venir cerca de Él, Él ve la marca y sabe en un instante que somos Suyos, exactamente como el pastor reconoce la línea pintada por la espalda de las ovejas. Este carácter dado a nosotros y que nos marca como hijos de Dios es para nosotros la razón para nuestra existencia. Lo es la señal para que podamos conocer a Jesucristo personalmente; tener unas relaciones personales con Él y estar con Él por toda la eternidad. Porque Él nos ha reclamado y tenemos una vida, por ninguno merito de nosotros, que no tendrá fin.
En este domingo del “Buen Pastor” tenemos que orar para que haya verdaderos “pastores buenos”, sin olvidar que también se necesitan “ovejas buenas” que buscan, que tratan de formar “un rebaño ideal”, ovejas que ayudan a sus pastores a un examen de conciencia y que, al mismo tiempo, reconocen toda esa gran labor que sus pastores hacen, incluso, en momentos difíciles, esa labor de cuidar un rebaño muy diverso, de reír con los que ríen y llorar con los que lloran, de orar con los que oran y de rezar por los que no lo hacen, de celebrar un bautismo y de acompañar al enfermo, de dar la bienvenida a los jóvenes y no negar el abrazo al que sufre y necesita, se pastor para ese que se encuentra desprotegido. Recordemos que: El “pastor bueno” conoce a sus ovejas y da la vida por ellas.

JORNADA MUDIAL DE ORACION POR LAS VOCACIONES

Hoy segundo Domingo de Pascua, la Iglesia nos propone la jornada mundial de oración por las vocaciones, y es por ello que nos unimos para pedir al dueño de la mies que nos envíe más obreros a su mies. La solemnidad de la Pascua nos da la oportunidad de renovar nuestra fe en Jesucristo Resucitado, que con su muerte nos da ejemplo de una entrega total, y con su victoria alienta nuestra esperanza divina.
Esta noble tarea de anunciar al mundo, la victoria del Resucitado, es posible si cada fiel es consciente y asume su compromiso bautismal y aumenta el número de hombres y mujeres que escuchen el llamado especial que Jesús les hace a consagrar su vida, de manera total, al servicio del Evangelio. Con ocasión de la Jornada Mundial de oración por las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, que se celebra hoy 3 de mayo de 2009, Cuarto Domingo de Pascua, me el Santo Padre invita a todo el pueblo de Dios a reflexionar sobre el tema: La confianza en la iniciativa de Dios y la respuesta humana. Resuena constantemente en la Iglesia la exhortación de Jesús a sus discípulos: «Rogad al dueño de la mies, que envíe obreros a su mies» (Mt 9, 38). ¡Rogad! La apremiante invitación del Señor subraya cómo la oración por las vocaciones ha de ser ininterrumpida y confiada. De hecho, la comunidad cristiana, sólo si efectivamente está animada por la oración, puede «tener mayor fe y esperanza en la iniciativa divina» (Exhort. ap. postsinodal Sacramentum caritatis, 26).


La vocación al sacerdocio y a la vida consagrada constituye un especial don divino, que se sitúa en el amplio proyecto de amor y de salvación que Dios tiene para cada hombre y la humanidad entera. El apóstol Pablo, al que recordamos especialmente durante este Año Paulino en el segundo milenio de su nacimiento, escribiendo a los efesios afirma: «Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, nos ha bendecido en la persona de Cristo, con toda clase de bienes espirituales y celestiales. Él nos eligió en la persona de Cristo antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante Él por el amor» (Ef 1, 3-4). En la llamada universal a la santidad destaca la peculiar iniciativa de Dios, escogiendo a algunos para que sigan más de cerca a su Hijo Jesucristo, y sean sus ministros y testigos privilegiados. El divino Maestro llamó personalmente a los Apóstoles «para que lo acompañaran y para enviarlos a predicar, con poder para expulsar demonios» (Mc 3,14-15); ellos, a su vez, se asociaron con otros discípulos, fieles colaboradores en el ministerio misionero.
Y así, respondiendo a la llamada del Señor y dóciles a la acción del Espíritu Santo, una multitud innumerable de presbíteros y de personas consagradas, a lo largo de los siglos, se ha entregado completamente en la Iglesia al servicio del Evangelio. Damos gracias al Señor porque también hoy sigue llamando a obreros para su viña. Aunque es verdad que en algunas regiones de la tierra se registra una escasez preocupante de presbíteros, y que dificultades y obstáculos acompañan el camino de la Iglesia, nos sostiene la certeza inquebrantable de que el Señor, que libremente escoge e invita a su seguimiento a personas de todas las culturas y de todas las edades, según los designios inescrutables de su amor misericordioso, la guía firmemente por los senderos del tiempo hacia el cumplimiento definitivo del Reino.
Oremos ardiente y constantemente por el incremento de vocaciones sacerdotales y religiosas que tanta falta nos hacen en la iglesia. La iglesia de hoy tiene de sed, de sacerdotes comprometidos en la labor de pastorear a su pueblo, por tanto, tengamos presente en quien hemos puesto nuestra confianza. Oh Jesús danos sacerdotes según tu corazón así sea