Hoy segundo Domingo de Pascua, la Iglesia nos propone la jornada mundial de oración por las vocaciones, y es por ello que nos unimos para pedir al dueño de la mies que nos envíe más obreros a su mies. La solemnidad de la Pascua nos da la oportunidad de renovar nuestra fe en Jesucristo Resucitado, que con su muerte nos da ejemplo de una entrega total, y con su victoria alienta nuestra esperanza divina.
Esta noble tarea de anunciar al mundo, la victoria del Resucitado, es posible si cada fiel es consciente y asume su compromiso bautismal y aumenta el número de hombres y mujeres que escuchen el llamado especial que Jesús les hace a consagrar su vida, de manera total, al servicio del Evangelio. Con ocasión de la Jornada Mundial de oración por las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, que se celebra hoy 3 de mayo de 2009, Cuarto Domingo de Pascua, me el Santo Padre invita a todo el pueblo de Dios a reflexionar sobre el tema: La confianza en la iniciativa de Dios y la respuesta humana. Resuena constantemente en la Iglesia la exhortación de Jesús a sus discípulos: «Rogad al dueño de la mies, que envíe obreros a su mies» (Mt 9, 38). ¡Rogad! La apremiante invitación del Señor subraya cómo la oración por las vocaciones ha de ser ininterrumpida y confiada. De hecho, la comunidad cristiana, sólo si efectivamente está animada por la oración, puede «tener mayor fe y esperanza en la iniciativa divina» (Exhort. ap. postsinodal Sacramentum caritatis, 26).
Esta noble tarea de anunciar al mundo, la victoria del Resucitado, es posible si cada fiel es consciente y asume su compromiso bautismal y aumenta el número de hombres y mujeres que escuchen el llamado especial que Jesús les hace a consagrar su vida, de manera total, al servicio del Evangelio. Con ocasión de la Jornada Mundial de oración por las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, que se celebra hoy 3 de mayo de 2009, Cuarto Domingo de Pascua, me el Santo Padre invita a todo el pueblo de Dios a reflexionar sobre el tema: La confianza en la iniciativa de Dios y la respuesta humana. Resuena constantemente en la Iglesia la exhortación de Jesús a sus discípulos: «Rogad al dueño de la mies, que envíe obreros a su mies» (Mt 9, 38). ¡Rogad! La apremiante invitación del Señor subraya cómo la oración por las vocaciones ha de ser ininterrumpida y confiada. De hecho, la comunidad cristiana, sólo si efectivamente está animada por la oración, puede «tener mayor fe y esperanza en la iniciativa divina» (Exhort. ap. postsinodal Sacramentum caritatis, 26).
La vocación al sacerdocio y a la vida consagrada constituye un especial don divino, que se sitúa en el amplio proyecto de amor y de salvación que Dios tiene para cada hombre y la humanidad entera. El apóstol Pablo, al que recordamos especialmente durante este Año Paulino en el segundo milenio de su nacimiento, escribiendo a los efesios afirma: «Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, nos ha bendecido en la persona de Cristo, con toda clase de bienes espirituales y celestiales. Él nos eligió en la persona de Cristo antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante Él por el amor» (Ef 1, 3-4). En la llamada universal a la santidad destaca la peculiar iniciativa de Dios, escogiendo a algunos para que sigan más de cerca a su Hijo Jesucristo, y sean sus ministros y testigos privilegiados. El divino Maestro llamó personalmente a los Apóstoles «para que lo acompañaran y para enviarlos a predicar, con poder para expulsar demonios» (Mc 3,14-15); ellos, a su vez, se asociaron con otros discípulos, fieles colaboradores en el ministerio misionero.
Y así, respondiendo a la llamada del Señor y dóciles a la acción del Espíritu Santo, una multitud innumerable de presbíteros y de personas consagradas, a lo largo de los siglos, se ha entregado completamente en la Iglesia al servicio del Evangelio. Damos gracias al Señor porque también hoy sigue llamando a obreros para su viña. Aunque es verdad que en algunas regiones de la tierra se registra una escasez preocupante de presbíteros, y que dificultades y obstáculos acompañan el camino de la Iglesia, nos sostiene la certeza inquebrantable de que el Señor, que libremente escoge e invita a su seguimiento a personas de todas las culturas y de todas las edades, según los designios inescrutables de su amor misericordioso, la guía firmemente por los senderos del tiempo hacia el cumplimiento definitivo del Reino.
Oremos ardiente y constantemente por el incremento de vocaciones sacerdotales y religiosas que tanta falta nos hacen en la iglesia. La iglesia de hoy tiene de sed, de sacerdotes comprometidos en la labor de pastorear a su pueblo, por tanto, tengamos presente en quien hemos puesto nuestra confianza. Oh Jesús danos sacerdotes según tu corazón así sea
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