jueves, 24 de enero de 2008

III DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

LA UNIDAD DE LA IGLESIA.
Si hay una comunidad cristiana que le dio problemas al apóstol San Pablo, esa es la comunidad de los Corintios. En la segunda lectura que escuchamos este domingo, el apóstol nos habla de la división que existía entre, y es que este problema estaba complicando seriamente la vida de la Iglesia en aquella comunidad cristiana. Como San Pablo conocía muy bien a los corintios, nos dice que estos cristianos era gente de temperamento separatista, les gustaba ir cada uno por su lado: “Desde luego, tiene que haber entre vosotros también divisiones” (1 Cor 11, 19). En lo espiritual, compiten entre ellos mismos, tratando de demostrar quien ha recibido carismas superiores a los demás (1 Cor 12); presumen de ser gente sabia e importante, cuando en realidad, lo dice el mismo apóstol, no eran más que gente de origen humilde. En el texto de (1 Cor 1, 10-13. 17), que es la segunda lectura de este domingo, el apóstol trata de resolver la nueva dificultad que ha surgido entre los fieles de Corintio: las preferencias hacia las personas que les habían anunciado el evangelio, había llevado a que se dividieran en cuatro grupos dentro de la comunidad cristiana, por eso, andaban diciendo: “Yo soy de Pablo”, “yo soy de Apolo”, “Yo soy de Pedro”. “Yo soy de Cristo” (1 Cor 1,12). San Pablo, había evangelizado a esta comunidad, los conocía muy bien, y por eso, rechaza la división entre ellos, diciéndoles: “¿Esta dividido Cristo? ¿Acaso fue Pablo crucificado por vosotros? ¿O habéis sido bautizados en el nombre de Pablo?” (1 Cor 1,13). Pablo, sabía muy bien que para mantener la unidad Iglesia fundada por Nuestro Señor Jesucristo, era completamente necesario cultivar esta unidad en cada una de las comunidades a las que se le iba anunciando el Evangelio, y por lo mismo, era también necesario, estar atentos a cualquier movimiento que amenazara con destruir la fraternidad entre los hermanos que habían creído en el Señor. La división tiene consecuencias terribles en la vida de una familia, de una comunidad cristiana, de una parroquia, y de un país entero. La primera lectura de hoy nos narra una situación donde podemos descubrir lo terrible que son en la vida las consecuencias de la división. Era el año 722, antes de Cristo, y las diez tribus que formaban el reino del norte se había separado del reino del sur donde estaban las tribus de Judá y Benjamín. En ese año, los asirios, un país poderoso de aquel tiempo, invadió y sometió a las tribus del norte. Una buena parte de la población de Israel fue exiliada, y el lugar estaba ocupado por enemigos que casi aniquilaron aquel país. Solamente la unidad es lo único que nos hace fuertes, la división nos destruye así mismos, pero, la unidad solamente es auténtica y duradera cuando tiene a Dios como fundamento, y es “aquí donde esta precisamente el gran error de las tendencias dominantes en el último siglo… Quien excluye a Dios de su horizonte, falsifica el concepto de la realidad y solo puede terminar en caminos equivocados y con recetas destructivas” (Aparecida, 44). Todos somos conscientes de la gran necesidad de unidad que existe en nuestras familias, en nuestras comunidades cristianas, en nuestra parroquia, la Diócesis, nuestro país, y la Iglesia en general pero ¿Cuántos cristianos siguen todavía con los brazos cruzados esperando que esta unidad les caiga del cielo? ¿Y cuántos otros, que muchas veces dicen trabajar por la unidad, en ocasiones lo único que hacen no es mas que aumentar la división ya existe en la familia, la Iglesia y en la sociedad? No se puede trabajar por la unidad en ningún ambiente, si primero, no se ha renunciado a los propios intereses, y se ha decidido seguir a Cristo radicalmente, como lo hicieron los apóstoles: “Dejando las redes, le siguieron” (Mt 4,20).

SEAMOS DEFENSORES DE LA VIDA

El pasado martes 22 de enero de 2008, nos dimos cita en Washington DC, para apoyar la marcha “Pro-life”, pro-vida, nos reunimos alrededor de 40,000 personas en su mayoría católicos de origen norteamericano, hombres y mujeres convencidos de que la vida es un don preciado de Dios, y junto a esta marcha ya hace algunos días, que en la diócesis para la que trabajo aquí en los Estados Unidos, hemos realizado una campaña de oración para que cierren las clínicas de abortos que operan en el área, y se ha propuesto rezar frente a las clínicas. Como es sabido, aquí el aborto es legal, y cualquier mujer es libre de optar si le da vida al ser que lleva en su vientre, o simplemente lo destruye. Mi pregunta es: Quienes somos los seres humanos para escoger la vida de un niño, quienes somos nosotros para decir que son solo un puñado de células y que no tienen derecho a vivir; cómo es posible que muchos hombres y mujeres en este tiempo les preocupe mas la apariencia física, o el qué dirán de los demás, que la vida que llevan en sus vientres. Como es posible que a muchos políticos en varios países no les importa este punto, sino el poder y el placer, y algunos insensatos ni siquiera se toman el tiempo de reflexionar sobre el tema, pero bueno, de esto quiero concientizarte en este articulo. Ni los científicos, ni las personas que gobiernan los países en el mundo tienen el derecho de poder decidir sobre la vida humana pues, “los derechos fundamentales de la persona humana están inscritos en su misma naturaleza, son queridos por Dios y, por tanto, exigen observancia y aceptación universal. Ninguna autoridad humana puede transgredirlos apelando a la mayoría o a los consensos políticos, con el pretexto de que así se respeta el pluralismo y la democracia” (Iglesia en América, 19). Pero la vida humana no solo está siendo amenazada en nuestro tiempo sino que de hecho está siendo destruida; y todo, porque se ha perdido el sentido sagrado de la vida; muchos científicos al no creer que Dios es el creador de cada vida humana piensan que pueden jugar con la vida a su antojo como si esta fuera un objeto; muchos esposos en los países ricos ya no ven a los hijos como un don de Dios sino como algo a lo que ellos tienen derecho; y por lo tanto, se sienten con el derecho de poder decidir libremente sobre la criatura. La Iglesia ha defendido siempre el valor de la vida humana, desde siempre ha enseñado que: “no se debe de matar al embrión mediante el aborto, que no se debe de dar muerte al recién nacido”. Y “puesto que el embrión debe ser tratado como una persona desde la concepción, éste deberá ser defendido en su integridad, cuidado y atendido médicamente en la medida de lo posible, como todo otro ser humano” (Catecismo de la Iglesia Católica, 2270; 2274). Lógicamente, la tarea de cuidar la vida humana es una misión de la que Dios nos ha responsabilizado a todos: “Dios, Señor de la vida ha confiado a los hombres la excelsa misión de conservar la vida, misión que deben cumplir de modo digno del hombre. Por consiguiente, se ha de proteger la vida con el máximo cuidado desde la concepción; tanto el aborto como el infanticidio son crímenes abominables” (Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mudo actual, 51). Las amenazas y la destrucción de la vida crecen cada vez más en el mundo; el Papa Juan Pablo II, dijo que: “Por desgracia, este alarmante panorama, en vez de disminuir, se va más bien agrandando. Con las nuevas perspectivas abiertas por el progreso científico y tecnológico surgen nuevas formas de agresión contra la dignidad del ser humano, a la vez que se va delineando y consolidando una nueva situación cultural, que confiere a los atentados contra la vida un aspecto inédito y podría decirse aún más inicuo ocasionando ulteriores y graves preocupaciones: amplios sectores de la opinión pública justifican algunos atentados contra la vida en nombre de los derechos de la libertad individual, y sobre este presupuesto pretenden no sólo la impunidad, sino incluso la autorización por parte del Estado, con el fin de practicarlos con absoluta libertad y además con la intervención gratuita de las estructuras sanitarias” (El Evangelio de la Vida, 4). Es posible que usted se pregunte: pero ¿y yo que puedo hacer ante todo esto? Primero, orar como nos lo pide la Iglesia este mes; segundo, hacer el esfuerzo de conocer mejor las enseñanzas de la Iglesia sobre el valor de la vida, esto es muy importante porque instruidos nosotros podemos ayudar a que se instruya nuestra familia, nuestros vecinos y toda nuestra sociedad. Para poder arrancar lo que atenta sobre la vida humana, hay que arrancar primero la ignorancia sobre ella. Les invito a que hagamos conciencia en este tema, a respetar y defender la vida en general, y en especial la vida de los no natos, tengamos presente que el aborto es un asesinato como cualquier otro. No seamos cómplices de la muerte de más bebes inocentes. Oh Jesús enséñanos a respetar el don de la vida.

domingo, 20 de enero de 2008

II DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

“Tú eres mi siervo de quien estoy orgulloso”
Esta frase que esta tomada del profeta Isaías aparece en la primera lectura de este segundo domingo del tiempo ordinario. La frase es aplicable al profeta mismo en cuanto que tenia la misión de congregar por medio de la Palabra de Dios a todo un pueblo que se había dispersado; es aplicable al pueblo de Israel en cuanto que ellos eran los depositarios de las promesas de salvación en favor de toda la humanidad. San Juan Bautista aparece en el Evangelio de hoy, como el siervo de Dios que le preparó el camino a su Hijo, señalándolo ante sus discípulos, como “el cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29) pero, es Nuestro Señor Jesucristo el Siervo por excelencia: “Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto” (Mt 3,17). Y por Jesucristo cada uno de nosotros, hombres y mujeres, hemos sido constituidos en hijos e hijas de Dios, y como hijos e hijas de Dios estamos llamados a ser sus siervos, servidoras y servidores de Dios. San Pablo en su primera carta a los Corintios, se presenta como “llamado a ser apóstol de Jesucristo, por voluntad de Dios” (1 Cor 1,1). Usted también ha sido llamado para ser servidor y servidora del Señor, en su familia, en su comunidad, en su parroquia; y esta es la razón de nuestra existencia, servir a Dios, lo queramos o no: “Esclavitud por esclavitud- si, de todos modos, hemos de servir, pues, admitiéndolo o no, esa es la condición humana-, nada hay mejor que saberse, por Amor, esclavos de Dios. Porque en ese momento perdemos la situación de esclavos, para en amigos, en hijos” (San Josemaria Escrivá, Amigos de Dios, 35). El profeta Isaías, San Juan Bautista, Santa Maria, San José, cumplieron la misión que Dios les había encomendado, en el lugar y el tiempo exacto en el que él lo había determinado, y solo así fue posible que se realizara la salvación que Dios tenia preparada en favor de toda la humanidad. Hermanos y hermanas, ¿está pensando usted que Dios va ha arreglarnos todos los problemas, sin que nos tomemos en serio, cada uno y cada una, la misión que él nos ha encomendado? ¿Usted cree que Dios va ha venir a arreglarnos todos los problemas de desintegración y maltrato familiar, delincuencia, pandillas, corrupción, división en nuestra mismas comunidades cristianas; mientras nosotros sigamos cruzados de brazos? No. Nuestra misión es servir, y servir ahí donde Dios nos ha puesto: “Fijémonos en los soldados que prestan servicio bajo las ordenes de nuestros gobernantes: su disciplina, su obediencia, su sometimiento en cumplir las ordenes que reciben. No todos son generales ni comandantes, ni centuriones, ni oficiales; sin embargo, cada cual, el en sitio que le corresponde, cumple lo que manda al rey o cualquiera de sus jefes. Ni los grandes podrían hacer nada sin los pequeños, ni los pequeños sin los grandes; la efectividad precisamente depende de la conjunción de todos” (San Clemente, Carta a los Corintos, 36).


Seamos constructores de unidad en nuestro propio ambiente.
Por tres domingos, a partir de hoy, la segunda lectura es tomada de la primera carta del apóstol San Pablo a los Corintios. La carta del apóstol es la respuesta a las alarmantes noticias sobre las discordias en la comunidad que le llegan a través de “los de Cloe” (1 Cor 1,11), una distinguida mujer de Corinto. Mediante esta carta, junto con la segunda, vemos algunos de los problemas que la joven comunidad cristiana estaba enfrentando en aquel tiempo, y que no son extraños a los problemas que hoy tenemos que enfrentar también nosotros. La unidad, el acuerdo entre las personas es tan importante dentro de la familia, de la comunidad cristiana, de la Iglesia, y de la sociedad en general que, cuando no existe esa unidad, cualquier familia o sociedad se queda estancada y en el peor de los casos, acaba destruyéndose así misma. La unidad es el secreto que ha hecho posible que numerosas familias y pueblos enteros hayan podido salir adelante a lo largo de la historia de la humanidad; en cambio, la división, que es fruto de la desobediencia, del egoísmo, del orgullo, y de la soberbia, ha sido lo que nunca ha permitido que una persona o una comunidad puedan salir adelante en esta vida. Puede haber dinero en una familia pero, ¿de qué les sirve esa plata, si viven divididos? Un país puede tener en sus tierras oro, petróleo, carbón, muchísimos árboles, y toda clase de animales pero, si la gente de ese pueblo no vive unida ¿de qué les sirven todas esas riquezas? Tarde o temprano caerá sobre ellos un pueblo que vive unido, y les quitará, por vivir divididos, todo lo que Dios les había dado para su bienestar. ¿Entiende usted la importancia que tiene la unidad en la vida de nuestras familias, de nuestras comunidades cristianas, nuestra parroquia, la Iglesia, y la sociedad en general? En esta jornada de oración por la unidad de los cristianos, la Iglesia nos invita ha “Orar constantemente” (1 Tes 5,17), pidiéndole al Señor para que desaparezca la división y reine la unidad entre todas las familias y pueblos de la tierra. La Iglesia nos invita a que oremos porque ella sabe que la unidad es fruto de la conversión de cada persona, y la conversión es una gracia, que solamente, nos la ofrece Dios si se la pedimos con insistencia y con sinceridad. Pero “la unidad exterior, por la que oramos, será la germinación y el florecimiento de esta intima unión con Cristo que deben tener todos los fieles… No se puede tener la unidad entre los hermanos, si no se da la unión profunda-de vida, de pensamiento, de alma, de propósito, de imitación-con Cristo Jesús; mas aún, si no existe una búsqueda íntima de vida interior en la unión con la misma Trinidad” (Juan Pablo, Alocución por la Unión de los Cristianos, 1981). El profeta Isaías trabajó por la unidad del Antiguo pueblo de Dios, San Juan Bautista condujo a los hijos de este pueblo al encuentro con Jesucristo: “He ahi el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29), él sabia que no era el Salvador, y se lo dijo con claridad a sus seguidores: “viene el que es mas fuerte que yo, y no soy digno de desatarle la correa de sus sandalias” (Lc 3,16), San Juan pudo haber engañado ha aquella gente, diciéndoles que él era el Mesías, pero no lo hizo. San Pablo trabajó hasta el final de su vida, para que el Nuevo Pueblo de Dios viviera la Unidad querida por Nuestro Señor Jesucristo, y usted: ¿que esta haciendo, está trabajando por la unidad querida por Nuestro Señor?