miércoles, 24 de diciembre de 2008

HOY NOS HA NACIDO UN SALVADOR

Una de las palabras que más se repiten en la Liturgia de la Navidad es el adverbio temporal “hoy”: “Hoy una gran luz ha bajado a la tierra”; “hoy [...] nos ha nacido el Salvador”. “Hoy” es “en este día”, “en el día presente”, en la actualidad del tiempo presente. El Dios vivo nos llama a entrar en su “hoy”, que atraviesa y guía toda la historia (cf Catecismo de la Iglesia Católica, 1165), para dejarnos iluminar por su luz, para alegrarnos con su salvación, para fragmentar la monotonía de nuestros días con la novedad que sólo proviene de Él.
El itinerario de la fe discurre entre la visibilidad de los signos y la invisibilidad del misterio: Hoy “el que era invisible en su naturaleza se hace visible al adoptar la nuestra”, canta el Prefacio III de Navidad. Los signos visibles están ahí, ante nuestros ojos: el signo de un Niño que nace en la humildad de un establo, en el seno de una familia pobre, con unos sencillos pastores como primeros testigos de ese acontecimiento. Pero el signo visible de la humanidad del Dios hecho Niño remite al misterio invisible de su filiación divina y de su misión redentora (cf Catecismo de la Iglesia Católica, 515).
La palabra de Dios es la guía que nos permite remontarnos a lo invisible, es la luz que hace posible la mirada de la fe, la única mirada capaz de adentrarse en el misterio. El Niño que hoy nos ha nacido es el Salvador, el Hijo de Dios, el Verbo encarnado, que ha venido a acampar entre nosotros para que podamos contemplar su gloria.
Hoy se cumple la profecía de Isaías: “Verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios” (cf Isaías 52, 7-10). La salvación que Dios ofrece no conoce fronteras. Jesús es de todos y para todos. Su significado es universal. Como ha enseñando el Concilio Vaticano II: “El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre” (Gaudium et spes, 22). Todo hombre, de cualquier tiempo, de cualquier raza, de cualquier cultura, de cualquier religión, encuentra en Cristo a Aquel que “manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación” (Gaudium et spes, 22). Desde la Encarnación no podremos conocernos a nosotros mismos en profundidad, ni podremos conocer nuestro destino sin conocer a Jesucristo, porque sólo su misterio esclarece nuestro propio misterio.
En el Niño que hoy nos ha nacido, Dios ha pronunciado su palabra definitiva, su “Palabra única, perfecta e insuperable”, en la que nos lo ha dicho todo (Catecismo de la Iglesia Católica, 65). En el silencio del mundo ha irrumpido la voz de Dios, para que nuestros oídos oigan, sometiéndose libremente a la palabra escuchada. Dios nos ha hablado en su Hijo, en Aquel que es “reflejo de su gloria e impronta de su ser” (cf Hebreos 1, 1-6). En la tiniebla del mundo ha brillado la gloria de Dios: “la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros” (cf Juan 1, 1-18).
Hoy se realiza “el admirable intercambio que nos salva” (Prefacio III de Navidad). Jesucristo se ha dignado compartir con el hombre la condición humana, para que nosotros podamos compartir su vida divina. No despr
eciemos este don. No seamos sordos para la voz de Dios, ni ciegos ante su Gloria. Como escribió Ángelus Silesius: "Aunque Cristo nazca mil veces en Belén, mientras no nazca en tu corazón, estarás perdido para el más allá: habrás nacido en vano".
Nosotros no queremos haber nacido en vano, porque no ha nacido en vano el Hijo de Dios. Decía Fray Luis de León que el nacer es tan del gusto de Dios Hijo “que sólo Él nace por cinco diferentes maneras, todas maravillosas y singulares. Nace según la divinidad, eternamente del Padre. Nació de la Madre Virgen, según la naturaleza humana, temporalmente. El resucitar, después de muerto, a nueva gloria y vida para más no morir, fue otro nacer. Nace en cierta manera en la hostia, cuantas veces en el altar los sacerdotes consagran aquel pan en su cuerpo. Y, últimamente, nace y crece en nosotros mismos siempre que nos santifica y renueva”.
Hoy que celebramos su nacimiento temporal le pedimos al Señor que, al recibirlo en la Eucaristía, nazca y crezca también en nosotros para poder vivir como hijos de Dios, creyendo en su nombre. Amén.

QUIEN ES SANTA CLAUS

La leyenda de Santa Claus deriva directamente de las que desde muy antiguo han adornado la figura de San Nicolás de Bari (ca. 280-ca. 350), obispo de Myra y santo que, según la tradición, entregó todos sus bienes a los pobres para hacerse monje y obispo, distinguiéndose siempre por su generosidad hacia los niños.
En la Edad Media, la leyenda de San Nicolás arraigó de forma extraordinaria en Europa, particularmente en Italia (a la ciudad italiana de Bari fueron trasladados sus restos en el 1087), y también en países germánicos como los estados alemanes y holandeses. Particularmente en Holanda adquirió notable relieve su figura, al extremo de que se convirtió en patrón de los marineros holandeses y de la ciudad de Amsterdam. Cuando los holandeses colonizaron Nueva Amsterdam (la actual isla de Manhattan), erigieron una imagen de San Nicolás, e hicieron todo lo posible para mantener su culto y sus tradiciones en el Nuevo Mundo.
La devoción de los inmigrantes holandeses por San Nicolás era tan profunda y al mismo tiempo tan pintoresca y llamativa que, en 1809, el escritor norteamericano Washington Irving (1783-1859) trazó un cuadro muy vivo y satírico de ellas (y de otras costumbres holandesas) en un libro titulado Knickerbocker's History of New York (La historia de Nueva York según Knickerbocker). En el libro de Irving, San Nicolás era despojado de sus atributos obispales y convertido en un hombre mayor, grueso, generoso y sonriente, vestido con sombrero de alas, calzón y pipa holandesa. Tras llegar a Nueva York a bordo de un barco holandés, se dedicaba a arrojar regalos por las chimeneas, que sobrevolaba gracias a un caballo volador que arrastraba un trineo prodigioso. El hecho de que Washington Irving denominase a este personaje "guardián de Nueva York" hizo que su popularidad se desbordase y contagiase a los norteamericanos de origen inglés, que comenzaron también a celebrar su fiesta cada 6 de diciembre, y que convirtieron el "Sinterklaas" o "Sinter Klaas" holandés en el "Santa Claus" norteamericano.
Pocos años después de la publicación del libro de Irving, la figura de Santa Claus había adquirido tal popularidad en la costa este de los Estados Unidos que, en 1823, un poema anónimo titulado A Visit of St. Nicholas ('Una visita de San Nicolás'), publicado en el periódico Sentinel ('El Centinela') de Nueva York, encontró una acogida sensacional y contribuyó enormemente a la evolución de los rasgos típicos del personaje. Aunque publicado sin nombre de autor, el poema había sido escrito por un oscuro profesor de teología, Clement Moore, que lo dedicó a sus numerosos hijos y nunca previó que un familiar suyo lo enviaría a un periódico Hasta el año 1862, ya octogenario, no reconocería Moore su autoría. En el poema, San Nicolás aparecía sobre un trineo tirado por renos y adornado de sonoras campanillas. Su estatura se hizo más baja y gruesa, y adquirió algunos rasgos próximos a la representación tradicional de los gnomos (que precisamente también algunas viejas leyendas germánicas consideraban recompensadores o castigadores tradicionales de los niños). Los zuecos holandeses en que los niños esperaban que depositase sus dones se convirtieron en anchos calcetines. Finalmente, Moore desplazó la llegada del simpático personaje del 6 de diciembre típico de la tradición holandesa, al 25 de ese mes, lo que influyó grandemente en el progresivo traslado de la fiesta de los regalos al día de la Navidad.
El proceso de popularización del personaje siguió en aumento. El 6 de diciembre de 1835, Washington Irving y otros amigos suyos crearon una sociedad literaria dedicada a San Nicolás, que tuvo su sede en la propia casa de Irving. En las reuniones, era obligado fumar en pipa y observar numerosas costumbres holandesas. Ello indica hasta qué extremo habían aceptado esta tradición holandesa los norteamericanos descendientes de otros grupos inmigrantes.
El otro gran contribuyente a la representación típica de San Nicolás en el siglo XIX fue un inmigrante alemán llamado Thomas Nast. Nacido en Landau (Alemania) en 1840, se estableció con su familia en Nueva York desde que era un niño, y alcanzó gran prestigio como dibujante y periodista. En 1863, Nast publicó en el periódico Harper's Weekly su primer dibujo de Santa Claus, cuya iconografía había variado hasta entonces, fluctuando desde las representaciones de hombrecillo bajito y rechoncho hasta las de anciano alto y corpulento. El dibujo de Nast lo presentaba con figura próxima a la de un gnomo, en el momento de entrar por una chimenea. Sus dibujos de los años siguientes (siguió realizándolos para el mismo periódico hasta el año 1886) fueron transformando sustancialmente la imagen de Santa Claus, que ganó en estatura, adquirió una barriga muy prominente, mandíbula muy ancha, y se rodeó de elementos como el ancho cinturón, el abeto, el muérdago y el acebo. Aunque fue representado varias veces como viajero desde el Polo Norte, su voluntariosa aceptación de las tareas del hogar y sus simpáticos diálogos con padres y niños le convirtieron en una figura todavía más próxima y entrañable. Cuando las técnicas de reproducción industrial hicieron posible la incorporación de colores a los dibujos publicados en la prensa, Nast pintó su abrigo de un color rojo muy intenso. No se sabe si fue él el primero en hacerlo, o si fue el impresor de Boston Louis Prang, quien ya en 1886 publicaba postales navideñas en que aparecía Santa Claus con su característico vestido rojo. La posibilidad de hacer grandes tiradas de tarjetas de felicitación popularizó aún más la figura de este personaje, que numerosas tiendas y negocios comenzaron por entonces a usar para fines publicitarios. Llegó incluso a ser habitual que, durante las celebraciones navideñas, los adultos se vistieran como él y saliesen a las calles y tiendas a obsequiar a los niños y hacer propaganda de todo tipo de productos. Entre 1873 y 1940 se publicó la revista infantil St. Nicholas, que alcanzó una enorme difusión.
La segunda mitad del siglo XIX fue trascendental en el proceso de consolidación y difusión de la figura de Santa Claus. Por un lado, quedaron fijados (aunque todavía no definitivamente) sus rasgos y atributos más típicos. Por otra, se profundizó en el proceso de progresiva laicización del personaje. Efectivamente, Santa Claus dejó de ser una figura típicamente religiosa, asociada a creencias específicas de determinados grupos credenciales, y se convirtió más bien en un emblema cultural, celebrado por personas de credos y costumbres diferentes, que aceptaban como suyos sus ab
iertos y generales mensajes de paz, solidaridad y prosperidad. Además, dejó de ser un personaje asociado específicamente a la sociedad norteamericana de origen holandés, y se convirtió en patrón de todos los niños norteamericanos, sin distinción de orígenes geográficos y culturales. Prueba de ello fue que, por aquella época, hizo también su viaje de vuelta a Europa, donde influyó extraordinariamente en la revitalización de las figuras del "Father Christmas" o "Padre Navidad" británico, o del "Père Noël" o "Papá Noel" francés, que adoptaron muchos de sus rasgos y atributos típicos.
El último momento de inflexión importante en la evolución iconográfica de Santa Claus tuvo lugar con la campaña publicitaria de la empresa de bebidas Coca-Cola, en la Navidad de 1930. Como cartel anunciador de su campaña navideña, la empresa publicó una imagen de Santa Claus escuchando peticiones de niños en un centro comercial. Aunque la campaña tuvo éxito, los dirigentes de la empresa pidieron al pintor de Chicago (pero de origen sueco) Habdon Sundblom que remodelara el Santa Claus de Nast. El artista, que tomó como primer modelo a un vendedor jubilado llamado Lou Prentice, hizo que perdiera su aspecto de gnomo y ganase en realismo. Santa Claus se hizo más alto, grueso, de rostro alegre y bondadoso, ojos pícaros y amables, y vestido de color rojo con ribetes blancos, que eran los colores oficiales de Coca-Cola. El personaje estrenó su nueva imagen, con gran éxito, en la campaña de Coca-Cola de 1931, y el pintor siguió haciendo retoques en los años siguientes. Muy pronto se incorporó a sí mismo como modelo del personaje, y a sus hijos y nietos como modelos de los niños que aparecían en los cuadros y postales. Los dibujos y cuadros que Sundblom pintó entre 1931 y 1966 fueron reproducidos en todas las campañas navideñas que Coca-Cola realizó en el mundo, y tras la muerte del pintor en 1976, su obra ha seguido difundiéndose constantemente.
Por el cauce de las postales, cuentos, cómics, películas, etc. norteamericanas, la oronda figura de Santa Claus sigue ganando popularidad en todo el mundo, y hoy puede decirse que constituye la advocación más universal y conocida, y también la más laica y comercial, de todas las derivadas del San Nicolás de Bari que desde el siglo IV se ha considerado tradicional protector de los niños.