viernes, 12 de agosto de 2011

VIGESIMO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

“Mujer que grande es tu fe”
(Mt. 15, 21-28)
Rev. Alexander Diaz




Jesús sale del territorio judío y va al territorio de Fenicia, mucha gente le seguía, y entre la multitud que le seguía apareció una mujer gentil que era cirofenicia, (tenemos que aclarar que cuando hablamos de gentil no se refiere a ser amable, los gentiles eran las personas que no eran de raza judía). El motivo principal de acerase a Jesús era su hija, estaba enferma, se acerca a suplicar misericordia; esta mujer representa el corazón de una madre abatida por el sufrimiento de un hijo.


Para entender a fondo el evangelio hay que entender que según los judíos de aquella época, solo ellos estaban llamados a la salvación y el mesías solo iba a venir a salvarlos a ellos, según ellos los gentiles eran raza inferior la cual no tenían acceso a la salvación y por lo tanto no tenían derecho al consuelo divino.


Jesús rompe este esquema establecido, porque al ver la fe de la mujer no le interesa la nacionalidad de esta o si es judía o no, solo tiene misericordia de ella, aunque es fuerte el dialogo que se establece entre los dos. Puede ser que nuestra mentalidad moderna no capte a plenitud lo que significo este encuentro con el maestro, pero tiene un significado muy grande.


A veces Dios nos coloca en una posición de impotencia tal que no nos queda más remedio que clamar a Él, seamos cristianos o paganos, creyentes o no creyentes, religiosos o arreligiosos, católicos practicantes o católicos fríos. Es lo que posiblemente le sucedió a esta madre que, siendo pagana, pero abrumada por la situación de su hija, no le queda más remedio que acudir al Mesías de los judíos.


Impresiona, que esta no-judía llame a Jesús “hijo de David”, con lo que está reconociéndolo como el Mesías que los judíos esperaban. Impresiona, también que, siendo pagana, le pida a Jesús que le sane a su hija que está “terriblemente atormentada por un demonio”.



Jesús se hace el que no escucha. Así es Dios a veces: simula no escucharnos. Y ¿por qué? O, más bien ¿para qué? ... Para reforzar nuestra fe. Se habla de “poner a prueba” nuestra fe. Pero no se trata de una prueba como un examen o un test, sino más bien como un ejercicio que fortalece la fe.



Cualquiera de nosotros respondería rápido sin preguntar de dónde eres o que estatus tienes, al escuchar que esta endemoniada, sin embargo Jesús toma una actitud fuerte seria y difícil, Jesús le responde: «No está bien echar a los perros el pan de los hijos.» Igual que el entrenador exige al atleta templar más sus músculos y aumentar su resistencia para estar mejor preparado, sigue el Señor forzando la fe de la cananea. La mujer no se da por vencida ni pierde la fe, ni mucho menos se va renegando y pensando, nadie me quiere, que malo fue, y como es que dice ser el mesías, me impresiona porque definitivamente, no acepta un “no” como respuesta. Con sencillez y humildad, le responde a Jesús con un argumento irrebatible: “hasta los perritos se comen las migajas de la mesa de sus amos”. La fe de la mujer había sido reforzada con los aparentes desplantes del Señor. Y ahora la fe de la mujer queda recompensada, pues obtiene de Jesús lo que pide. Nos dice el Evangelio que “en aquel mismo instante quedó curada su hija”.
“¡Qué grande es tu fe!”, le dice el Señor a la mujer. Y... ¡qué grande es el Señor! Nos da crédito por lo que no viene de nosotros sino de Él. ¡Si la fe es un regalo que El mismo nos da!
Esta mujer representa a tantos y tantas que vivimos actualmente Cuántas angustias y necesidades experimentamos en la vida. El dolor nos visita, los problemas abundan, las tristezas nos sofocan. ¡Ten compasión de mí, Señor! Es el grito del alma a un Dios que siente lejano.
Sin duda, buscamos una respuesta inmediata. Y nos desalentamos si no llega. ¡Cuántas veces pedimos y, quizás, sin resultado! ¿Por qué Dios no nos escucha? Nos desconcertamos, llegamos a dudar de Dios y hasta nos desesperamos. ¿No será que Dios nos pone a prueba? ¿Hasta cuánto resiste nuestra fe?

Espera un poco. Insiste como esta mujer. Dios permite esa angustia para purificar tu intención, para que sigas creyendo en Él aunque no te atienda a la primera. La mujer cananea del evangelio seguía a Jesús gritando. Los discípulos perdieron la paciencia y obligaron a Jesús a detenerse para atenderla. Nos sorprende la primera reacción de Cristo.

¿Acaso no se conmovió su Corazón, lleno de misericordia? Desde luego que sí. Pero prefirió esperar y ver hasta qué punto la mujer confiaba en Él. Como su fe era grande, Jesús le dijo finalmente: “que se cumpla lo que deseas”. En un momento determinado también nos dira a nosotros también, “¡Qué grande es tu fe!.