viernes, 30 de septiembre de 2011

“Les será quitado a ustedes el reino de Dios y se le dará a un pueblo que produzca frutos”
(Mt.21,33-43)

Rev. Alexander Diaz




Nos encontramos celebrando el domingo vigesimoséptimo del tiempo ordinario, Jesús continua explicándonos el reino de Dios a través de parábolas, y a través de ellas quiere que lleguemos al conocimiento de la verdad.

La parábola de este domingo es conocida como de los viñadores homicidas, el Señor resume la historia de la salvación. Compara a Israel con una viña escogida, provista de una cerca, de su lagar, con su torre de vigilancia algo elevada, donde se coloca el guardián encargado de protegerla. Dios no ha escatimado nada para cultivar y embellecer su viña. Nos a dado todos los recursos, para que podamos trabajar y desarrollarla al máximo.

Cada uno de los elementos con los cuales a dispuesto esta viña tiene su propia significación: los servidores, enviados por el Señor, son los profetas, que a lo largo de la historia se han encargado de anunciar la buena noticia, de que el pueblo mejore y se vuelva mas consiente de las gracias que Dios ha provisto la viña y denunciar al pueblo su poco agradecimiento y su visión ante estas gracias dadas por Dios.

El hijo es Jesús, muerto fuera de las murallas de Jerusalén, si nos damos cuenta fue crucificado en el Golgota, fuera de la gran ciudad, condenado con desprecio y con odio por los viñadores que son los judíos infieles: los escribas y fariseos, quienes se sentían como dueños del templo y de la religión de aquel tiempo olvidando, que tenían sus cargos por obra y gracia del Dios creador y señor de todo.

El otro Pueblo al que se confiará la viña son los paganos, pueblos no judíos, que eran vistos con desprecio por las autoridades de aquel tiempo y que fueron al final de cuentas los que verdaderamente escucharon y practicaron y escucharon las enseñanzas de Jesús al final de todo. La ausencia del dueño da a entender que Dios confió realmente Israel a sus jefes. De allí surge la responsabilidad de estos jefes y la exigencia del dueño a rendir cuentas, para lo que envía a sus siervos a percibir los frutos de la viña.

El segundo envío de los siervos a reclamar lo que debían a su dueño, y que corre la misma suerte del primero, es una alusión a los malos tratos infringidos a los profetas de Dios por los reyes y los sacerdotes de Israel. San Mateo también nos dice en otro pasaje del Evangelio que: “los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír sus parábolas, comprendieron que estaba refiriéndose a ellos”. Finalmente les envió a su propio Hijo, pensando que a Él sí lo respetarían.
La maligna intención de los viñadores de asesinar al hijo heredero, para quedarse ellos con la herencia, es el desatino con que los jefes de la sinagoga, enceguecidos por la ambición, esperan quedar como dueños indiscutibles de Israel al matar a Cristo.

Para nosotros, los cristianos de todos los tiempos, está parábola es una exhortación a la fidelidad a Cristo, para no reincidir en el delito de aquellos judíos de la parábola. Debemos tener conciencia de los dones de Dios y de la premura del tiempo. Este domingo nos invita a hacer una reflexión sobre el tiempo y sobre los dones que Dios nos ha concedido en la vida.
A veces advertimos que el tiempo de nuestra vida va pasando y, cuando queremos contabilizar los frutos que hemos dado para el bien del mundo, de la Iglesia y de las almas, nos encontramos con resultados muy pobres y raquíticos.

¿Qué ha pasado? ¿Hemos aprovechado con inteligencia y voluntad los talentos recibidos? ¿O hemos vivido como una viña distraída sin darse cuenta que su misión era producir uvas dulces? ¿O hemos vivido como los viñadores que pensaron más en sí mismos que en el amor del dueño de la viña?

El tiempo sigue pasando, pero mientras hay vida, hay esperanza de conversión, de transformación. ¡Cuántas son las personas que al encontrarse con Madre Teresa y ser llevadas a su casa en Calcuta, descubrieron en aquellos pobres moribundos que ellos podían y tenían que hacer algo con sus vidas. No esperemos a mañana para hacer este descubrimiento. Veamos que Dios espera mucho de nosotros. Somos su viña, su viña preferida, y Él se alegra y es glorificado cuando producimos mucho fruto.

Los frutos están en relación con la docilidad a la acción de Dios. Ahora bien, para dar fruto es preciso ser dócil al plan de Dios. Cada uno tiene su propia vocación y ha sido colocado en un lugar preciso de la Iglesia. Cada uno, pues, tiene una misión personal e intransferible.

No la podemos desempeñar de cualquier modo o según nuestros caprichos. El éxito de la fecundidad espiritual radica en la obediencia al Plan de Dios, como lo vemos en la vida de los santos. El secreto radica en la identificación con Cristo obediente que sufre y ofrece su vida en rescate por la salvación de los hombres.

La fecundidad espiritual pasa siempre por la cruz y el dolor. Quien quiera ser fecundo huyendo de esta ley de salvación, se equivoca, y un día quedará amargamente desilusionado. “Sin efusión de sangre no hay redención”.