jueves, 30 de junio de 2011

DECIMO CUARTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

“Vengan a mí los que están cansados y agobiados y yo los are descansar…”
(Mt. 11,25-30)




Hemos dejado atrás el tiempo fuerte de la Pascua y las grandes solemnidades de la Santísima Trinidad y el Cuerpo y la Sangre de Cristo, y hoy nos adentramos en un tiempo diferente, el tiempo ordinario, el tiempo de la Esperanza, matizado por el color verde en la liturgia, es un tiempo de reflexión y de aprendizaje en la vida pública de Nuestro Señor.

El evangelio de este domingo es rico y profundo porque es una oración que sale del corazón de Jesús, es una alabanza profunda hacia Dios por su generosidad en premiar la humildad de los sencillos y por ocultar su grandeza a los sabios y entendidos que han perdido la alegría de verle en lo sencillo de toda la creación.
Estamos en pleno siglo XXI, iniciando la segunda década de este siglo y Jamás en la historia de la humanidad hemos tenido tantas posibilidades de estudio, de investigación y de desentrañar misterios como en el momento presente. El ser humano se ha convertido en un recreador de lo que Dios hizo.

“En algunas ocasiones al ver la grandeza de las cosas creadas por Dios, el ser humano con gran orgullo intelectual se ha segado y a perdido la alegría de ver la vida con la simplicidad, de las cosas, de los mecanismos sencillos que nos hacen ser feliz. Esta es la paradoja del ser humano: inventa cosas para vivir mejor, pero no consigue ser feliz. Sabemos mucho sobre las cosas que nos rodean y muy poco sobre nosotros mismos y de los caminos de la felicidad que en Dios encontramos.

Jesús hablaba a las personas que estaban desesperadas porque buscaban a Dios y no lo encontraban; trataban de ser buenas, pero ya estaban cansadas y desesperadas de buscar siempre la felicidad y llegar al mismo punto de partida… Para un judío de aquella época, la religión era algo así como un catálogo de normas y normas y más normas, reglas interminables que no llegaban al corazón del ser humano. El dios de las normas permanentes no es el Dios que salva”. (Mario Santa Bueno)

Las enseñanzas de Jesús fueron rechazadas por los doctores de la ley y fueron reveladas a todos los que lo recibieron con sencillez, como niños.

Para encontrar y sentir a Dios no hay que complicarse la vida, Dios es un Dios omnipotente pero que se deja ver en la sencillez de las cosas, en un Dios de sencillos y humildes, se encarno de una mujer pobre, desposada con un carpintero, nació en la miseria, pero en medio de la alegría de los pastores de Belén, creció en un barrio pobre y quizás para algunos de mala muerte por la baja cultura que reinaba ahí, pero en la alegría de la simplicidad, del respeto, del entusiasmo de la vida, del deseo de superar los retos latentes en aquella época. Como vemos es un Dios sencillo y humilde, pudiendo haber nacido en un palacio, escogió nacer en el palacio de la pobreza y sencillez. Dios hace grande el corazón de los humildes y se enamora de ellos
Cuando se cultivan la humildad y la mansedumbre, convirtiéndose en gente sencilla, se entiende y se acepta esta otra invitación de Jesús: “Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, que yo los aliviaré. Carguen con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraran su descanso.”(Mt.11, 28-29)
El cristiano que quiera ser cristiano de verdad –y hemos de quererlo todos- no lo tiene fácil. Tiene muchos yugos y muchas cargas que llevar. El mensaje del Evangelio que hemos de intentar vivir con fidelidad choca frontalmente con los valores y los postulados del ambiente en el que vivimos. Por otra parte, las limitaciones, la enfermedad, los problemas laborales o familiares y tantos otros son cargas, a veces, muy pesadas.
Ante el cansancio que producen esos yugos y esas cargas, son dos las cosas que todo cristiano debe hacer. En primer lugar, aceptar el venir a mí… y yo los aliviaré de Jesús, en ratos de oración, en el acercarse a los sacramentos, en actos de abandono, como éste de S. Josemaría Escrivá: Señor, Dios mío, en tus manos abandono lo pasado, lo presente, lo futuro; lo grande, lo pequeño; lo poco, lo mucho; lo temporal y lo eterno. Cuántas veces una hora ante el Sagrario ha sido el mejor descanso Se trata de adquirir la costumbre de ir a la oración y contarle al Señor lo que nos pasa. Como decía un poeta: ¿a quién contaré mis penas, mi lindo amor?, ¿a quién contaré mis penas, sino a ti? (Alfonso Martínez Sanz)

En muchas ocasiones, será necesario también un descanso físico, durante algunos días o durante unas vacaciones como las de estos meses de julio y agosto, aquí en los Estados Unidos o en Diciembre en partes de América Latina. Este descanso físico, sin lugar a duda, será mucho más reparador si va acompañado del descanso en Cristo, cultivando el trato con Él, participando en la Eucaristía y metiendo a la Virgen en todo y para todo.