viernes, 6 de mayo de 2011

TERCER DOMINGO DE PASCUA

“No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras”
(Jn. 24,13-35)
Rev. Alexander Díaz



Cuando la confusión embarga el corazón del ser humano es bien difícil reconocer la presencia del resucitado, porque la frustración y la duda embargan el corazón; es lo que pasa por el corazón de estos dos peregrinos que regresan frustrados a Emaús, a reiniciar su vida, conocieron a Jesús pero nunca entendieron su misión principal. Caminan a paso agigantado con lágrimas en los ojos, con lamentos, reproches y resentimientos. Sus palabras indican frustración y resentimiento, y esto les hace cegarse y no ver claro lo que el peregrino les decía.

Este caso de emaús, es el caso de millones de cristianos hoy en día, que viven su propia vida, con un Jesús de milagros, con el Jesús líder de multitudes, con un Jesús hecho a su manera, pero que no es el real, viven creyendo y pensando que la cruz en un sinsentido, un elemento condenador.

Nos explica el evangelio que estaban tristes, y es por ello que cuando Jesús se acerca a ellos, no tienen ojos para reconocerlo porque la desilusión les ha quitado todo ánimo para continuar. En la tumba enterraron sus esperanzas de libertad y de superación, dejaron todo sueño metido en aquella cueva desolada. Muchos les habían contado que estaba vivo y que había resucitado, pero no habían creído, y por lo que se ve en el semblante, tampoco están dispuestos a creerlo. Estaban derrotados y tristes, eran ciegos de sí mismos, ya no sabían cómo digerir su fracaso.

Le cuentan a Jesús la versión de lo que había ocurrido, pero lo hacen con desesperanza. Ellos esperaban pero su espera había sido inútil. Ahora vuelven más desilusionados que nunca. Las palabras de Jesús le animaban pero su muerte, el silencio de la palabra del maestro les dejó vacíos.

Jesús comienza a explicarles nuevamente todo lo que de Él se decía en las Escrituras. Escuchan pero ya sin convencimiento. Siguen en el camino.

Llegan al pueblo y Jesús hizo como si fuera a seguir su camino, pero ellos le invitan a quedarse. Se sientan a la mesa y de nuevo Jesús toma el pan y habiendo dado gracias a Dios, lo partió y se lo dio. Dice la Escritura que en ese momento se les abrieron los ojos y reconocieron a Jesús; pero Él desapareció.


El último gesto que tuvo Jesús con sus Apóstoles fue la cena. Ahora, después de su resurrección hace de nuevo el gesto de la fracción del pan, que alimenta, que salva, que abre los ojos al ciego.

La Eucaristía es el lugar del encuentro con Jesús. Él se les muestra entregándose nuevamente, esta vez de una manera incruenta. Parte para ellos y con ellos el pan y bendice a Dios. Y ellos le descubren, en el momento preciso. Qué lindo seria que nosotros como cristianos al igual que ellos le descubriéramos también al partir el pan y que nuestros ojos se abrieran al momento de este milagro incruento.

La vida cristiana estará siempre enlazada entre Eucaristía, Cruz y Resurrección. Una y otra vez en la vida del seguidor de Cristo estarán presentes estos tres momentos.

Hay una pregunta que nuestros amigos no creyentes o no muy creyentes nos suelen hacer: Si Jesús resucitó, ¿Dónde está ahora?

Jesús no está en el sepulcro. El sepulcro se quedó vacío. Tampoco la resurrección es un retorno al pasado. El verdadero encuentro con Cristo está hoy en la Palabra, en la Eucaristía y en la profesión de fe.

El Señor está en la vida nueva que ha llegado en la transformación del sufrimiento de este mundo. Encontrarlo es encontrar el camino de la salvación.

Jesús resucitado está en la Eucaristía. La Eucaristía es el lugar preferente de la presencia de Cristo.

Participar en la Eucaristía significa tener un encuentro personal con Cristo resucitado.

También el resucitado está presente donde las personas se sienten hermanadas, donde se late con el mismo tono. El resucitado está entre los más débiles y pobres de la sociedad, aquellos que siempre llevan las de perder. Jesús con la superación de la muerte les hace ganar fuerzas para el camino de la vida, ilusión y alegría para su corazón, y ver, sobre todo ver que Él va siempre a nuestro lado en todos los momentos de caminar por nuestra existencia.

No pierdas las esperanzas, cuando te sientas solo y derrotado, no pierdas el ánimo cuando te sientas vencido, porque siempre estará Jesús caminando como un peregrino al tu lado, reconócele cuando tu corazón arda y se sienta confortado, es El, no puede ser nadie más. El está vivo y camina con nosotros.. Amén.

jueves, 5 de mayo de 2011

Asistió a Juan Pablo hasta su muerte: "Yo era una enfermera inflexible y él un enfermo inflexible"

Rita Megliorin: "Juan Pablo II sentía predilección por los más débiles"


Roma (Italia), 2 May. 11 (AICA)

“Me llamaron a última hora de la mañana. Corrí, tenía miedo de no llegar a tiempo. En cambio, él me esperaba. ‘Buenos días, Santidad, hoy luce el sol’, le dije en seguida, porque era la noticia que en el hospital le alegraba”.

Así recuerda el último día de Juan Pablo II Rita Megliorin, ex enfermera jefe del servicio de reanimación en el Policlínico Gemelli, la mañana del 2 de abril, cuando fue llamada al apartamento pontificio, a la cabecera del Papa agonizante, según lo relata Mariaelena Finessi, en una nota que tradujo Inma Álvarez para la agencia Zenit.

“No creí que me reconociese. Él me miró. No con esa mirada inquisitiva que usaba para entender en seguida cómo iba su salud. Era una mirada dulce, que me conmovió”, añade la mujer.

“Sentí la necesidad de apoyar la cabeza sobre su mano, me permití el lujo de tomar su última caricia posando su mano sin fuerzas sobre mi rostro mientras él miraba fijamente el cuadro del Cristo sufriente que estaba colgado en la pared frente a su cama”.

Mientras tanto, oyendo desde la plaza los cantos, las oraciones, las aclamaciones de los jóvenes que se hacían cada vez más fuertes, la mujer preguntó a monseñor Dziwisz (hoy cardenal), si esas voces no importunaban acaso al Papa. “Pero él, llevándome a la ventana, me dijo: ‘Rita, estos son los hijos que han venido a despedir al padre”.


Se conocieron en enero de 2005, cuando las condiciones de salud del Papa Wojtyla se habían agravado. Megliorin explica que en aquellos días de comienzo de año, llegando al hospital para entrar en servicio e ignorando que el Papa hubiera ingresado, le dijeron que se diera prisa, que fuese al décimo piso porque allí había “un huésped especial”.

“Piensen –dice la mujer– en un lugar donde no existe el espacio y donde no existe el tiempo, y piensen sólo en mucha luz”. La misma luz que acompañó las jornadas del pontífice.

“En aquellos meses, cada mañana entraba en su habitación encontrándole ya despierto, porque rezaba ya desde las 3. Yo abría las persianas y dirigiéndome a él decía: ‘Buenos días, Santidad, hoy luce el sol’. Me acercaba y él me bendecía. Arrodillándome, él me acariciaba la cara”.

Este era el ritual que daba inicio a las jornadas de Wojtyla. “Por lo demás yo era una enfermera inflexible y él un enfermo inflexible. Quería estar al corriente de todo, de la enfermedad, de su gravedad. Si no entendía, me miraba como pidiendo que le explicara mejor”.

“Nunca dejó de estudiar los problemas del hombre. Recuerdo los libros de genética, por ejemplo, que él consultaba y estudiaba con atención, incluso en aquellas condiciones”. Ese no querer rendirse, ese querer vivir la gracia de la vida recibida: “Cada día nos decíamos que ‘todo problema tiene solución’”.

Y el Papa lo decía también, y sobre todo, a las personas que encontraba, por las que sentía un amor paternal. “Y como todo padre, sentía una predilección por los más débiles. Por ejemplo, en la Jornada Mundial de la Juventud de Tor Vergata, en Roma, saludó a los jóvenes que estaban al fondo, pensando que no habrían podido ver mucho. También en el hospital se entretenía con los más humildes y no con los grandes profesores, les preguntaba por sus familias, si tenían niños en casa”.

Recordando en cambio los últimos ingresos, la ex jefa de planta añade: “El Papa vivió los momentos quizás más difíciles en el Policlínico”, pero “asistir a los enfermos es un don, al menos para quien cree en Dios. Y con todo, también para quienes no tienen fe es una experiencia única”.

Para quien comprende plenamente el sentido de lo que entiende Megliorin, resultan estridentes las preguntas de tantos periodistas, reunidos en la Universidad Pontificia de la Santa Cruz para escuchar, en un encuentro con los medios de comunicación, el testimonio de la enfermera.

Hay quien pregunta si una película sobre la vida de Wojtyla se corresponde con la verdad, sobre todo el fragmento en que la película cuenta que el Papa tuvo espasmos en el momento de su muerte. Preguntas estrafalarias, a veces inoportunas si no fuesen de dudoso gusto. Y de hecho, la enfermera pregunta cuantas personas de la sala han asistido a la pérdida de un progenitor en los propios brazos: “No puedo responder –explica a regañadientes–. Quien no lo ha vivido no lo puede entender”.

Entonces, “¿la muerte fue un alivio?”, insiste otro. “La muerte nunca es un alivio –replica la mujer–. Como enfermera digo sólo que hay un límite en el tratamiento, más allá del cual éste se convierte en un tratamiento médico agresivo”. El morbo de saber si Wojtyla se ahogaba o tragaba, si tenía fuerzas para comer, beber o respirar, todo esto es una violación de la intimidad de un cuerpo, la sacralidad de una vida que ya no está. Su pensamiento vuelve a las palabras de Wojtyla que sin embargo, ha “restituido la dignidad al enfermo”, recuerda Megliorin.

En la Carta Apostólica Salvifici doloris de 1984, Juan Pablo II dice que el dolor “es un tema universal que acompaña al hombre en todos los grados de la longitud y de la latitud geográfica: es decir que coexiste con él en el mundo”. También dice el Papa, “el sufrimiento parece pertenecer a la trascendencia del hombre: es uno de esos puntos, en los que el hombre parece, en cierto sentido, ‘destinado’ a superarse a sí mismo, y llega a esto llamado de un modo misterioso”.

Juan Pablo II “en el último momento de su vida terrena –concluye Rita Megliorin– rescató su cruz, haciéndose cargo no sólo de la suya propia, sino también de todos los que sufren. Lo hizo con la alegría que nace de la esperanza de creer en un mañana mejor. Incluso creo que él tenía la esperanza de un hoy mejor”.

lunes, 2 de mayo de 2011

SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA

“Dichosos los que crean sin haber visto”
Jn. 20,19-31
Rev. Alexander Díaz


Nos encontramos celebrando el Segundo Domingo de la Pascua, este es el llamado domingo de la Misericordia, porque en ella se muestra la misericordia del Resucitado sobre uno de sus apóstoles que muy altaneramente no cree, simple y sencillamente porque no ha visto con sus propios ojos este milagro.

Cada año leemos lo mismo precisamente porque nos acerca el misterio de este domingo. Primero remarca que el domingo proviene del Señor. El primer domingo de Pascua es el día de la manifestación del Resucitado, primero a las mujeres, después a los discípulos. La primera preocupación del Señor es reunir a los discípulos después del escándalo de la cruz. El segundo domingo, el primer día de la semana, esto es, hoy, el Resucitado vuelve a reunir a los discípulos para confirmarlos en la fe.

Confirmarlos en la fe no fue una tarea fácil, ya que digerir el escándalo de la cruz no era una forma sencilla, ni mucho menos aceptable por las consecuencias que esta traía, el miedo era inminente. Nos dice el evangelio que “estaban con las puertas cerradas por miedo a los judíos” (Jn. 20,19). El miedo es uno de los mecanismos que el maligno utiliza para no permitirnos crecer ni fructificar como verdaderos cristianos. Jesús se presenta en medio de ellos con unas palabras sencillas pero que marcaran la vida de los Cristianos “Paz a ustedes” (Jn. 20,19).

Paz, es el primer mensaje del resucitado a los once, un elemento que hace que el hombre trascienda y se encuentre consigo mismo, es por ello que un cristiano que no sea portador y pregonero de la paz, no ha entendido el proyecto de Jesús, los apóstoles estaban llenos de resentimiento y odia en contra de aquello que clavaron en la cruz a Jesús el Señor.

El Beato Juan Pablo II nos dijo en repetidas ocasiones a los cristianos del tercer milenio: "Los cristianos, en particular, estamos llamados a ser centinelas de la paz, en los lugares donde vivimos y trabajamos; es decir, se nos pide que vigilemos para que las conciencias no cedan a la tentación del egoísmo, de la mentira y de la violencia. Pidamos juntos a Dios, rico de misericordia y de perdón, que apague los sentimientos de odio en el ánimo de las poblaciones, que haga cesar el horror del terrorismo y guíe los pasos de los responsables de las naciones por el camino de la comprensión recíproca, de la solidaridad y la reconciliación"
Solo cuando el ser humano encuentra paz consigo mismo entonces entenderá cual es el significado real de su vocación.

Uno de los frutos del miedo y del temor, es la frustración y el rechazo, la incredulidad y el desasosiego ante nuevos acontecimientos, es lo que le sucede a Tomas. El no estaba en el segundo día de la semana cuando todo esto sucede, por esa razón se vuelve un arrogante ante la resurrección.

Tomas no cree las cosas grandes de Dios con facilidad. Tomás es el mundo de hoy que pide pruebas y certezas. Son tan grandes las pruebas que piden que sólo Dios puede darlas con su resurrección.

Pedimos muchas pruebas a Dios cuando en realidad nosotros mismos somos un misterio para nosotros, e incluso para los demás. Sólo para Dios no somos un misterio. Dios sabe lo que habita en nuestro corazón y sabe dar la respuesta adecuada en el momento adecuado. Dios sabe de nuestras muertes y resurrecciones, de nuestras cobardías, grandezas y miserias. Él sabe del barro del que estamos hechos. Vivir en cristiano es sintonizar nuestra vida con el ritmo de Dios, sólo así la vida nos dará respuestas.

Meter los dedos en las heridas de Jesús es entrar en su interioridad, descubrir sus dolores y su entrega por nosotros. ¿No vivimos muchas veces una fe epidérmica que no nos transforma? Entrar en el interior de Cristo es sentir como Él.

Nuestra vida está llena de pecados y errores que se multiplican en la medida que nos alejamos de Dios. No es extraño por tanto que en este texto de la aparición de Jesús aparezca la referencia al Espíritu Santo y al perdón de los pecados. Aceptar el Espíritu Santo es aceptar la presencia de Dios en mi vida, y cuando una persona está con Dios y en Dios, el pecado tiene muy poco protagonismo en su existencia.

Tomás pedía pruebas vitales. Necesitaba ver, tocar, sentir, palpar la presencia del supuesto resucitado. La evangelización no es otra cosa que ofrecer a los demás esta experiencia sensible de Jesús. Creer es ver, tocar, sentir a Cristo. La crisis del apóstol era de fe más que de razonamientos.

Cuando llevamos un camino en dirección al resucitado las dudas son cada vez menos. Hay personas que sufren interiormente porque sus dudas no le dejan confiar ni en nadie ni en sí mismos. ¿Qué necesita una persona sin fe para sentir la presencia del Resucitado? Me da la impresión que tiene que empezar por el principio; ir una y otra vez de Belén a la Cruz y al Domingo de Resurrección con admiración y respeto. Cuando metamos nuestros dedos en las heridas de Cristo no le produce dolor sino amor, un amor que convierte el corazón de quien se acerca a Él.