viernes, 13 de febrero de 2009

VI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

El evangelio que hemos leído hoy es un evangelio de la misericordia, vemos a Jesús que se interesa por el dolor de los que necesitan de su amor y misericordia. Es un evangelio conmovedor, la razón era simple, en los tiempos del maestro, a las personas que estaban enfermas de lepra se les consideraba, personas sin derechos, y eran considerados malditos en la sociedad, porque según sus creencias, habían cometido grandes faltas contra Dios y Dios les había castigado, y la condena a parte de la enfermedad, era la expulsión de donde vivían a las montañas y montes donde morían, a veces de hambre y a veces por la misma enfermedad. Los sacerdotes tenían la función de examinar las llagas del enfermo, y en caso de diagnosticarlas efectivamente como síntomas de la presencia de lepra, la persona era declarada impura, con lo que resultaba condenada a salir de la población, a comenzar a vivir en soledad, a malvivir indignamente, gritando por los caminos «¡impuro, impuro!» para evitar encontrarse con personas sanas a las que poder contagiar. En realidad, todo el sistema normativo religioso generaba una permanente exclusión de las personas por motivos de sexo, salud, condición social, edad, religión, nacionalidad.
Los leprosos no podían vivir con la comunidad, y lo hemos escuchado muy claramente en la primera lectura de hoy, tenía que gritar siempre impuro, impuro, para que todos se quitaran y no les vieran.

El leproso que hemos visto hoy en el evangelio, se acerca a Jesús con humildad, y le suplica lo que nadie se atrevería a hacer, por miedo a quebrantar la ley, se acerca y le dice una frase humilde y conmovedora: "If you wish, you can make me clean." esa frase en los labios de este hombre tienen gran significado, suplica amor, misericordia, respeto, y aceptación a los designios de Jesús, reconoce que tiene una enfermedad y que necesita curación. Comparando este hombre con el hombre actual, a nosotros nos cuesta aceptar nuestras enfermedades, tanto físicas como espirituales, nos cuesta creer que podamos ser portadores de una enfermedad, nos deprime, nos trauma, y en muchos casos nos entristece. Decía un escritor, que nuestra sociedad se ha acostumbrado al mal y al pecado, y ha decidido que es normal que el pecado se cometa, es normal vivir en una sociedad sin Dios, alejada de los valores morales y espirituales, al hombre moderno se ha habituado a ser esclavo del pecado y por esa razón no le interesa acercarse al maestro, aunque inconscientemente pide a gritos la misericordia de Dios, pero no sabe o no quiere interesarse por buscarla, vive agonizando por el peso de su pecado decía Juan Pablo II.

En la sociedad actual no se trata sólo de la enfermedad. Hay otras “condiciones” sociales de la persona que la condenan a una situación de marginación, que le impiden desarrollarse como hijo o hija de Dios, que le condenan a la exclusión, a “tener su morada fuera de nuestro campamento”. Este mundo sigue, desgraciadamente, sin ser la casa de todos. Se sigue discriminando a las personas por razón de su sexo o tendencia sexual, de su nacionalidad, de su raza, de su cultura, de su edad, de su origen social o de su color de piel o por la lengua que este habla... Y podríamos seguir porque una de las cosas que nos gusta más a las personas es poner barreras, marcar límites, señalar fronteras y decir “aquí estamos los buenos, los de más allá son los malos, los que no tienen derechos, los que no son como nosotros”. Y marginamos y dejamos fuera. Llevados de los prejuicios contra lo que es diferente.
En el Evangelio de hoy se nos relata la curación milagrosa de un leproso. Podemos leerlo como un milagro más de Jesús. Pero el relato de este domingo nos dice algo más. Porque el leproso no es un enfermo más. El leproso que se acerca a Jesús es un marginado, es un expulsado de la sociedad. Tanto como lo puede ser hoy un drogadicto, o una persona que tiene SIDA u otra enfermedad contagiosa.
Sin embargo ante este acontecimiento, Jesús hace lo que nadie en aquel tiempo hubiera hecho, “Toca” al leproso, no dice como el evangelio, quizás lo levanto de la mano, quizás lo abrazo, quizás le toco su cara viéndole a los ojos, y le dice una frase que nos repite a todos en cada momento de nuestra vida cuando más lo necesitamos, "I do will it. Be made clean." Cuando Jesús se acerca a cada uno de nosotros sucede algo semejante, nos limpia, nos devuelve la dignidad perdida por el pecado y nos hace volver a ser sus amigos entrañables nuevamente, es Dios que toca al pecador empedernido, Dios que nos levanta del polvo que nos asfixia y nos entristece.

En ese momento Jesús deja la sociedad “buena” y se sitúa al otro lado de la frontera. Se hace él mismo impuro. Eso era lo que significaba en aquel mundo judío “tocar” a un leproso. Jesús, el Hijo de Dios, se hace marginal a sí mismo para salvar a los marginados. No es de extrañar que el pueblo se sorprendiese ante la forma de comportarse de Jesús, que acudiese a él de todas partes. Jesús era diferente, era nuevo, era distinto. Tocaba y salvaba. No se encontraba en el Templo sino en los caminos, cerca de los que sufrían, cerca de los oficialmente malos. Haciendo siempre presente el amor y la misericordia del Padre. A Dios se le sigue encontrando en nuestro mundo. Está más allá de las fronteras, en los márgenes. Del lado de los que sufren, de los que son excluidos y de los que se excluyen a sí mismos porque han perdido la esperanza en la vida. Basta con que levantemos la vista y el oído para descubrir esa presencia en los muchos hombres y mujeres que, a veces sin confesarse siquiera como cristianos, manifiestan en esos lugares el amor de Dios Padre para todos.
Hermanos y hermanas, todos nosotros donde quiera que nos encontramos somos representantes del mismo Cristo, porque somos cristianos, llevemos ese amor presentado por Jesús en el evangelio de hoy, seamos pregoneros de la unidad ante aquellos que la sociedad excluye, y aparta, creo que no es necesario con hacer cosas portentosas, creo que siendo amables con los otros, siendo sensibles ante el dolor ajeno, regalando una sonrisa a aquellos que nadie vuelve a ver, contestando el saludo amablemente, dejando atrás el odio el desprecio hacia todos aquellos que han cometido un error en esta vida, todos podemos ser parte para la construcción del amor y la unidad, en esta sociedad y en este mundo tan convulsionado por el odio y la división, Las fronteras no fueron construidas por Dios, las construimos los hombres, creyendo que somos poderosos, ante Dios todos somos iguales, con los mismos derechos y dignidades, recuerde algo, la palabra Amor y compasión, siempre significa lo mismo, porque la acción se vive igual en cualquier idioma o lenguaje. Una recomendación final: no tengamos miedo a ser diferentes. No nos dejemos llevar por los prejuicios. Extendamos la mano y toquemos, como Jesús, y seremos testigos del amor de Dios que salva, reconcilia, cura y acoge.

lunes, 9 de febrero de 2009

LA VIRTUD DE LA ESPERANZA

Todos los hombres en un momento u otro de su vida se enfrentan a momentos dolorosos como el sufrimiento, la muerte, la enfermedad, etc. Es sólo gracias a la Esperanza, la segunda virtud teologal, que estas realidades adquieren un sentido, convirtiéndose en medios de salvación, en un camino para llegar a Dios. La Esperanza nos da la certeza de que algún día viviremos en la eterna felicidad.
Es un virtud sobrenatural infundida por Dios en el momento del Bautismo. Consiste en confiar con certeza en las promesas de salvación que Dios nos ha hecho. Está fundada en la seguridad que tenemos de que Dios nos ama. Y está basada en la bondad y el poder infinito de Dios, que es siempre fiel a sus promesas.
Sin esperanza, el hombre se encierra en el horizonte de este mundo y pierde la visión de la vida eterna. Lucha solo contra las dificultades prescindiendo de la ayuda de Dios.Uno de los ejemplos más claros de lo que es la esperanza lo encontramos en Job, que a pesar de todo lo que le sucedió seguía creyendo en Dios. Su esperanza nunca se perdió, por más que le decían, él seguía siendo fiel.
Ahora bien, la esperanza en Dios no elimina un cierto temor a Dios, un temor sano, pues los hombres sabemos que así como Dios es siempre fiel, los hombres sabemos que muchas veces somos infieles y hacemos caso omiso a la gracia, lo cual nos conlleva el riesgo de condenarnos. Debe haber una proporción entre la esperanza y el temor.
Pecados contra la esperanza
Desesperación desconfianza en Dios, por lo que nos abandonamos al abismo de nuestra propia inseguridad. Es el pecado de Caín y de Judas. Ge. 4, 13; Mt. 27, 3-6. Con la desesperación estamos negando la fidelidad de Dios a sus promesas y su infinita misericordia, y nos puede llevar a muchos excesos, incluyendo el suicidio. Es un pecado gravísimo. La persona desesperada siente y piensa que Dios no le puede perdonar, que nada que haga va a cambiar la situación.
La presunción confiar en obtener la vida eterna sin la ayuda de Dios, porque nos bastamos a nosotros mismos. Es el caso típico del autosuficiente que se “no necesita de nada, ni de nadie, sólo él basta”. Es un exceso de confianza que nos hace pensar que vamos a obtener la salvación aún prescindiendo de los medios que Dios nos da. Es decir, sin la gracia, ni las buenas obras. Su causa principal es el orgullo. Se piensa que no importa lo que se haga, de todas maneras se obtiene la salvación.
La desconfianza: se tienen dudas en la misericordia y fidelidad de Dios, aunque se tenga cierta esperanza.
La irresponsabilidad: dejar toda nuestra salvación en manos de Dios y no poner los medios que corresponden a nuestra colaboración.
La esperanza es una virtud poco conocida o muy confundida. No se piensa en ella como algo sobrenatural, referente a nuestra vida eterna, sino que se piensa que la esperanza concierne en alcanzar diferentes cosas aquí en la tierra.