viernes, 21 de octubre de 2011

DOMINGO XXX DEL TIEMPO ORDINARIO

DOMINGO MUNDIAL DE LAS MISIONES
“Amarás a tu prójimo como a ti mismo.”
(Mt. 22,34-40)
Rev. Alexander Díaz


La Iglesia celebra hoy el Día Mundial de las Misiones. Quisiera invitar a todos para que profundicemos en el significado de esta convocatoria que se nos hace. Este día se busca que todos nosotros tomemos conciencia de la tarea que nos fue confiada en el bautismo, a través de nuestros papás y padrinos, y que ratificamos al recibir el sacramento de la confirmación: ser testigos y anunciadores de la buena noticia de Jesús, manifestando una solidaridad activa con aquellas mujeres y hombres que anuncian el mensaje de salvación a los que no conocen a Dios, o que lo conocieron pero después se olvidaron de él.

En este Día Mundial de las Misiones tomemos conciencia de nuestras responsabilidades como testigos del evangelio en nuestro entorno familiar, laboral y ciudadano; expresemos nuestra solidaridad con la obra misionera en todo el mundo aportando una limosna generosa que irá en su totalidad a las misioneras y misioneros que propagan la buena noticia de Jesús en condiciones difíciles.

Las lecturas de este domingo nos hablan del amor... del amor en sus dos dimensiones: amar a Dios y amar al prójimo. En estos dos mandamientos se encierra la voluntad de Dios revelada en la Sagrada Escritura. Nuestra relación con Dios va en sentido vertical y nuestra relación con el prójimo va en sentido horizontal, como formando una cruz, en la cual uno y otro eje son indispensables. No puede separarse uno del otro.

El amor a Dios no se basa en la admiración, en el reconocimiento de su majestad... El amor a Dios es una respuesta: Amo a Dios porque me siento querido por Él. Ahí está la raíz del "mandamiento", y la esencia de la Buena Noticia. En el fondo, la Buena Noticia no es más que esto: "Dios te quiere, como te quiere tu madre, pero en infinito".

Esto es una experiencia interior, no un conocimiento intelectual. La conversión no es un arrepentimiento, un cambio de ideas, una decisión tomada por cálculo. La conversión es la consecuencia de un profundo sentimiento: sentirse querido por Dios cambia la vida, cambia el corazón. Ese cambio es la conversión.

Sentirse querido por Dios no por merecerlo sino por necesitarlo. Dios no me quiere porque soy bueno, justo, santo... Dios me quiere, sin más, como las madres quieren a sus hijos, no porque son listos o guapos. Les quieren antes de nacer, sin conocerlos. Así me quiere Dios. Y ni siquiera mis pecados pueden cambiar a Dios. El amor de mi Madre es mucho más fuerte que mis pecados. Dios es Amor, esa es su Esencia. Éste es el corazón de la Buena Noticia de Jesús. Y nuestra fe se basa en creerle.

Dios-amor es la esencia del mundo. Lo contrario del amor es la muerte total. Amar o morir. Amor o destrucción. La esencia del ser humano es la capacidad de construirse amando. El error es intentar hacer sociedad humana sobre otros cimientos: violencia, poder, justicia. La justicia no es más que un sustituto jurídico o una consecuencia del amor. La justicia sola tampoco es humana. Nadie puede vivir de la justicia, porque en la esencia del ser humano está amasado el pecado, el error. Y la justicia no cura, no cambia al ser humano por dentro. La verdadera justicia está en dar a cada uno lo que le corresponde. El papa Benedicto afirmaba al respecto: “La característica de la civilización cristiana es la Caridad: el Amor de Dios que se traduce en amor al prójimo el amor a Dios y el amor al prójimo son inseparables” (Benedicto XVI, 19-10-2008).

El Señor nos manda a “amar al prójimo como a nosotros mismos”. Y ¿qué es amarse a uno mismo? Amarse a uno mismo es buscar el propio bien y la propia complacencia. Y ésa fue la medida mínima que Dios nos puso para amar a los demás.

La clave está en que no hay diferencia entre el amor que me tengo a mí y el que tengo a los demás. Esto se da entre hermanos, en la familia. Entre hermanos y en la familia usamos mejor la primera persona del plural que la primera persona del singular. Esto caracteriza a un matrimonio que se quiere de veras. Que rara vez dice "yo", sino "nosotros".

Esto es lo que diferencia a los cristianos. Saber quién es Dios, saber quién es el hombre, vivir para el bien de los demás. Saber y sentir que eso es la mejor manera de vivir para el propio bien. Es el egoísmo correcto, buscar mi mayor bien y descubrirlo en servir... y olvidarme de que busco mi bien. Es decir, realizarse en el amor, no en el odio, no en el triunfo sobre alguien... Y recordemos que todas las parábolas del Evangelio van en esta dirección. El Hijo pródigo, el Buen samaritano... Eso es entrar en el Reino.

Por eso, la proclamación unitaria de nuestra fe es: "Hemos descubierto (Jesús nos ha descubierto) el secreto de todo, el secreto de Dios y del mundo: el amor es el que mueve todo para bien. Aceptar ese Dios, ese hombre, ese modo de vivir; eso es el Reino.

Amar al prójimo como a uno mismo significa seguir este otro consejo de Jesús:“Traten a los demás como quieren que ellos les traten a ustedes” (Lc. 6, 31). Nos amamos tanto a nosotros mismos que esa fue la medida mínima que puso el Señor para nuestro amor a los demás ... porque también nos dio una medida máxima que El nos mostró con su ejemplo: “Ámense unos a otros como Yo los he amado” (Jn. 15, 12). Y El nos amó mucho más que a sí mismo, dando su vida por nosotros. Amén.