viernes, 16 de septiembre de 2011

VIGESIMO QUINTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

“Los primeros serán los últimos y los últimos serán los primero”

(Mt.20,1-16)



Cada domingo la palabra a encontrarnos a nosotros mismos y encontrar la tan preciada gracia de Dios en nuestras vidas, a ver su amor y su misericordia, su gratitud y su generosidad por todos y cada uno. Las lecturas de este domingo como todos los anteriores son impresionantes, porque plasman con una claridad rica la bondad de Dios. La lectura del profeta Isaías presenta a Dios regalando un perdón total y gratuito. El perdón que Dios da al que hace lo posible por vivir de acuerdo con la exigencia de la fe es un acto de una misericordia que tiene comparación entre los seres humanos.

Dios nos da la oportunidad de buscarle y encontrarle, es claro al hacer esta llamada, “Buscan al Señor mientras le encuentran”(Is. 55,6). Muchas personas se preguntan y hasta yo mismo en muchas ocasiones me pregunto, donde esta Dios, donde está su presencia y al mismo tiempo caigo en la cuenta que El, está más cerca de lo que yo mismo pienso. El se pone en nuestro camino para que le encontremos y para que sigamos sus pasos, pero nos volvemos ciegos por nuestros propios complejos y caprichos.

Todas las oportunidades que El nos da tienen justo valor y debemos de aprovecharlas, solo aquel que las aprovecha llegara a triunfar plenamente en la vida. Por el contrario, si no las aprovechamos estamos autocondenandonos a fracasar y quedarnos siempre atrás, en la frustración y en la cobardía de la vida absurda y sin sentido. Por tanto, esta llamada de buscar al señor es un grito de alerta a despertar, a abrir los ojos, a sentir a Dios cerca, tan cerca que si nos percatamos bien, su mirada de amor penetra vivamente en nuestro corazón.

Es por ello que en el evangelio de este Domingo, Jesús nos propone el ejemplo de un hombre rico que va en busca de aquellos que no tienen nada que hacer y pierden su tiempo, porque según ellos nadie les quiere contratar.

Dios sale una y otra vez en nuestra búsqueda a contrartarnos para trabajar en su viña, a cualquier hora de nuestra vida, esta siempre ahí para darnos una oportunidad de ocuparnos en la salvación de nuestra vida. Nadie podrá decir que no sirve para nada, ni de nunca haber sido llamado a trabajar en la tarea de extender este reino de vida.

Me llama la atención en esta parábola, la generosidad de Dios para hacer el llamado, a unos les llama en la mañana, a otros al medio día y a otros ya bien entrada la tarde. La lógica humana y hasta cierto punto justa según nuestros ojos, debería de ser que cada uno recibiera lo justo según el tiempo trabajado, sin embargo Dios piensa diferente a nosotros, de hecho nos lo dice en la primera lectura “Mis pensamientos no son tus pensamientos, y tus caminos no son mis caminos…” (Is. 55,8), cuesta aceptarlo y entenderlo.

¿Por qué esto? Jesucristo, quien es el dueño de la siembra y quien cuenta la parábola, no nos explica el por qué de esta aparente “injusticia”. Por ello, para analizar y comprender el mensaje escondido en este relato, debemos darnos cuenta, primeramente, de que el Señor no está pretendiendo darnos una lección de sociología sobre la moral del salario. La parábola tampoco es para estimular a los flojos a que no trabajen o a los tibios a que dejen la conversión para última hora.Más bien nos indica que Dios puede llamar a cualquier hora: a primera hora del día, o a la última, o al mediodía... o cuando sea, y que debemos estar siempre listos para responder en el momento que seamos llamados -sea la hora que fuere- sin titubear, sin buscar excusas y sin retrasar la respuesta. Y el salario es el mismo porque Jesús nos está hablando de la salvación eterna, que es para todo el que quiera estar en la viña del Señor.

Jesús quiere también hacernos una advertencia contra la envidia, ese pecado en el deseo de querer que lo bueno de los demás no sea para ellos sino para nosotros, ese deseo diabólico que hace que nos sintamos enojados y molestos por el bien que los otros reciben. Cuantas personas destruyen a sus semejantes por el enojo y rencor desmedido por la envidia, o porque los otros son promovidos por la bondad de sus superiores o por las cualidades que este tiene para el desarrollo integral y personal. El Señor advierte a los trabajadores envidiosos que reclaman: “¿Vas a tenerme rencor porque Yo soy bueno?”

Dios no admite envidia o rivalidad entre sus hijos, pues desea que nos gocemos del bien de los demás como si fuera nuestro propio bien. De no ser así, estamos pecando de envidia, ese pecado escondido, bastante más frecuente de lo que creemos. Si acaso hemos sido fieles al Señor desde la primera hora, debemos alegrarnos por los de las últimas horas. Alegrarnos, porque son almas que recibirán la salvación. Y alegrarnos también porque los tempraneros han tenido la oportunidad de servir al Señor toda la vida o casi toda la vida.

La frase final también es controversial, pero hay que notar que la repite el Señor con bastante insistencia en el Evangelio y referida a diferentes situaciones: “Los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos”. (Mt. 19,30)

¿Qué significado tiene esta sentencia del Señor? Lo primero a tener en cuenta es que no dice que los últimos son los únicos que van a llegar y que los primeros no llegarán.
Simplemente invierte el orden de llegada. Así que el más importante significado es que todos -primeros y últimos- van a llegar. Significa que Dios ofrece la salvación a todos: recibe a los pecadores o incrédulos convertidos en la madurez de sus vidas, pero a la vez mantiene con sus gracias a aquéllos que desde su niñez o su juventud han vivido unidos a Él.

La paga final que nos dice el Evangelio de hoy nos hace caer en la cuenta que no es la cantidad de servicio lo que cuenta, sino el amor con el que se hace. Todo lo que Dios nos da por su gracia, sin nosotros merecerlo. Lo que da no es paga, sino regalo; no es un salario, es una gracia santificante, que debe de animarnos a ser más fieles y mas santos.

El cristiano no debe de ir buscando un salario sino que debe de trabajar en la alegría de servir a Dios y a sus semejantes. No hay para el trabajo evangelizador que pensar en términos de compensaciones. Todos tenemos que aprender de la bondad de Dios. Trabajar por el evangelio es un honor. Es un honor sentirse llamado a participar en la aventura de acercarse a los demás a la presencia de Dios, aunque esto represente soportar el peso del día. Don’t be afraid t olive under God’s presence.

Amen.