sábado, 31 de agosto de 2013

XXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO


XXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Porque todo el que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido…”
(Lc.13, 22-30)
fanossEn el evangelio de este domingo vemos a un Jesús que como toda persona normal vive su vida en medio del pueblo y en esta ocasión se le ve participando en una cena, o mejor dicho a un banquete invitado por “uno de los principales fariseos” de la región. Es una comida especial de sábado, preparada desde la víspera con todo esmero.
Como es costumbre, los invitados son amigos del anfitrión, fariseos de gran prestigio, doctores de la ley, modelo de vida religiosa para todo el pueblo. Por lo que el evangelio nos presenta, van entrando con el orgullo por delante, dándose el puesto de príncipes a ellos mismos, se vuelven arrogantes y egocéntricos en su actuar.
Cuanto nos choca ver y compartir con personas de esa mentalidad, con actitudes de ese tipo, que ven de menos a los otros, por condición social lengua o color de piel, que se sienten que el color de su sangre diferente.
Ese el fruto y el producto del pecado original, el ser humano olvida quien es y comienza a sentirse dueño y señor de lo que no es, comienza a creerse superior a los otros y comienza a volverse autosuficiente.
Todos padecemos la misma tentación de la autosuficiencia, de ser como Dios. Pretendemos ganarnos la vida por nosotros mismos, nos enorgullece haber llegado hasta aquí con nuestro esfuerzo; incluso hay quien presume de haberse construido a sí mismo sin la ayuda de nadie, -  esa es la necedad que Jesús denuncia hoy -. Y en eso estamos completamente equivocados.
Sin negar ni restar nada al esfuerzo y la voluntad personal, tenemos que reconocer, guste o no guste, que nadie es autosuficiente. Y menos que nadie los que están más arriba. Todos necesitamos de todos, incluso necesitamos a los que creemos no necesitar. Lo que Jesús denuncia hoy no es más que la actitud de los fariseos al mostrar su arrogancia y su soberbia, la actitud mal intencionada de sentirse más importantes que los demás, olvidando que la humildad debe de ser una característica para mostrarse a los otros.
No importa que tan importante seas, o que tan pobre seas, la humildad y el respeto para los otros debe de ser lo principal, ya que todos somos hechos de la misma pasta, del mismo material, en otras palabras todos somos humanos, hechos y creados por el mismo Dios.
La palabra humano viene de la misma raíz que humilde, ambos vocablos proceden del latín “humus” que significa suelo, tierra. Cuando Dios nos creo no nos hizo desde el cielo sino de la tierra, de ahí nuestra humana – humildad. Para un cristiano la humildad debe siempre de ser parte de su vida cotidiana y nunca olvidar quien es en verdad.
dibu_19_febrero_2012_colorAhora bien, la pregunta que muchos hacen es, que es ser humilde, o cómo hacer para serlo. Muchos tienen el concepto que humildes son solo los pobres y desprotegidos , o aquellos que presentan una cara de puritanos y de poca sonrisa;  pues déjeme decirles que no es así, porque en muchos de los casos solo son lobos con piel de oveja y debajo de esas caras tristes y descoloridas hay más que humildad. Ser humilde es la actitud de reconocerse ante Dios y ante los demás tal cual somos, sin apariencias ni falsas modestias. Aceptando la verdad. Viviendo verazmente. Sin medias tintas ni dobleces o hipocresías.
Ser humilde es vivir sin enaltecerse, sin elevarse, sin darse importancia  teniendo presente que solo somos “siervos inútiles” (Lc 17, 10), sin engreírse, sin considerarse autosuficiente, etc. Viviendo en la verdad y aceptándola. Esa es la humildad, ese es el valor evangélico que Jesús exalta y de hecho lo convierte en una bienaventuranza, “Bienaventurados los humildes, pues ellos heredarán la tierra”(Mt.5,5).
Por el contrario, hay muchos que quieren ser humildes pero no pueden porque viven más centrados en sí mismos y en sus complejos, lamentándose y quejándose, que se olvidan que todo lo que hay que hacer es aceptarse como Dios nos ha hecho y comenzar a buscar con sencillez el camino desde la verdad;  estos cristianos se olvidan de que su vida está construida en Dios y es Dios quien va ordenándolo todo, y cuando olvidamos a Dios y sus designios, nos volvemos mediocres y comiénzanos a  vivir de apariencias hacia nosotros y hacia los demás, buscamos dar siempre una cara que no es verdadera y por ello con arrogancia y autosuficiencia se comienza a aparentar lo que no se es.
Al finalizar este pasaje Jesús, termina dándonos una pauta bien clara, que la humildad debe dar sus frutos concretos, y estos frutos pueden resultar desconcertantes, El, lo plantea de forma sencilla: “Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote y quedarás pagado. Cuando des una comida, invita a los pobres …”
Jesús no critica la amistad, las relaciones familiares ni el amor gozosamente correspondido. Pero nos invita a reflexionar sobre la verdad última de nuestra conducta. Amar al que nos ama, ser amable con el que lo es con nosotros, puede ser todavía el comportamiento normal de un hombre egoísta en donde el propio interés sigue siendo el criterio principal de nuestras preferencias y de nuestra predilección.
 Sería una equivocación creer que uno sabe amar de verdad y con generosidad por el simple hecho de vivir en armonía y saber desenvolverse con facilidad en el círculo de sus amistades y en las relaciones familiares. También el hombre egoísta “ama” mucho a quienes le aman mucho. Saber amar no es simplemente saber tratar debidamente a aquél al que me une una amistad, una simpatía o una relación social. Saber amar es no pasar de largo ante nadie que me necesite cerca. Jesús pensaba en una sociedad en la que cada uno se sintiera servidor de los más necesitados. Una sociedad muy distinta de la actual, en la que los hombres aprendiéramos a mar no a quien mejor nos paga sino a quién más nos necesita.
Es bueno preguntarnos con sinceridad qué buscamos cuando nos acercamos a los demás. ¿Buscamos dar o buscamos recibir? Solo ama el que es capaz de comprender aquellas palabras de Jesús “Hay más felicidad en dar que en recibir”.