viernes, 10 de junio de 2011

SOLEMNIDAD DE PENTECOSTES

“Recibid el Espíritu Santo, a quienes les perdonen los pecados les quedan perdonados…”
(Jn20, 19-23)
Rev. Alexander Díaz




Celebramos hoy la solemnidad de Pentecostés, la fiesta del Espíritu Santo, la fiesta en la cual nace y se consolida la iglesia sin temor, sin miedo y sin ninguna duda. Nos dice la liturgia de hoy que después de la Ascensión de Jesús, se encontraban reunidos los apóstoles con la Madre de Jesús.



Era el día de la fiesta de Pentecostés. Tenían miedo de salir a predicar. Repentinamente, se escuchó un fuerte viento y pequeñas lenguas de fuego se posaron sobre cada uno de ellos.



Quedaron llenos del Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas desconocidas.
En esos días, había muchos extranjeros y visitantes en Jerusalén, que venían de todas partes del mundo a celebrar la fiesta de Pentecostés judía. Cada uno oía hablar a los apóstoles en su propio idioma y entendían a la perfección lo que ellos hablaban.



Todos ellos, desde ese día, ya no tuvieron miedo y salieron a predicar a todo el mundo las enseñanzas de Jesús. El Espíritu Santo les dio fuerzas para la gran misión que tenían que cumplir: Llevar la palabra de Jesús a todas las naciones, y bautizar a todos los hombres en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Es este día cuando comenzó a existir la Iglesia como tal.

¿Quién es el Espíritu Santo?
El Espíritu Santo es Dios, es la Tercera Persona de la Santísima Trinidad. La Iglesia nos enseña que el Espíritu Santo es el amor que existe entre el Padre y el Hijo. Este amor es tan grande y tan perfecto que forma una tercera persona. El Espíritu Santo llena nuestras almas en el Bautismo y después, de manera perfecta, en la Confirmación. Con el amor divino de Dios dentro de nosotros, somos capaces de amar a Dios y al prójimo. El Espíritu Santo nos ayuda a cumplir nuestro compromiso de vida con Jesús.



Estamos llamados a crecer en el Espíritu. Estamos invitados a madurar humana y espiritualmente y para ello necesitamos la presencia constante de Dios en nuestra vida.
La Palabra nos recuerda que los discípulos estaban reunidos (como muchas veces nos reunimos nosotros hoy), pero tenían las puertas cerradas (no se refiere sólo a las puertas físicas, sino a las de nuestro corazón), por miedo (tengo que descubrir los miedos que rondan mi vida y me impiden crecer como persona y creyente). Bien sabe el Señor que para la titánica misión de crecer y hacer presente a Dios en el mundo es necesario la ayuda del propio Dios.


El ser humano no tiene fuerzas suficientes para por sí mismo mantenerse en la presencia constante de Dios. Es por ello que necesitamos de su ayuda y aliento.


¿Vives tú bajo la ley del Espíritu?
Los frutos del Espíritu Santo son el testimonio más importante de su acción en nosotros. Somos cristianos en la medida que dejamos que Dios nos transforme y nos capacite para ser sus seguidores.


“A pesar de estar la casa cerrada Jesús no violenta las cerraduras ni da un golpe agresivo en la puerta de aquellos discípulos. Entra silenciosamente. Se filtra por las paredes. Aquellos estaban llenos de miedo pero estaban reunidos recordando lo que había ocurrido. Fue tan fuerte el ver a Cristo resucitado que el miedo les desapareció y se creó la Iglesia. La Iglesia aparece por tanto con estos elementos: estaban reunidos- aceptando la presencia de Cristo Resucitado- abriendo las puertas del alma- superando el miedo- recibiendo el Espíritu Santo.

La Iglesia es la patria del alma. Ser Iglesia es tener las puertas abiertas, reunidos y sin miedos. Quienes intentan vivir el Evangelio desde esas premisas son los que ven cómo el Espíritu Santo les va haciendo cada día.


La gente que vive llena de miedos e inseguridades serán unos ineficaces discípulos porque en ellos no se dan los frutos del Espíritu. Quien vive en cobardías sólo cobardías transmitirán a otros. Quienes piensan que la fe es algo tan íntimo que no necesita ser compartida se encontrarán encerrados en su egoísmo, solos y sin la presencia del Espíritu Santo”. (Mario Santana Bueno)


En este día de Pentecostés tenemos que preguntarnos sobre el proceso de madurez de nuestra fe. ¿Ha ido mi corazón en todos estos años acercándose a la madurez espiritual a la que soy llamado? ¿Qué cerraduras son las más difíciles de abrir en mi vida y por qué? ¿Qué miedos son los que todavía tengo que superar? ¿Acepto al Espíritu Santo en mi vida?
Que el Espíritu Santo nos fortalezca con su luz y nos purifique para ser buenos cristiano. Ven dulce huésped del alma y danos paz y alegría. Amén..