jueves, 1 de septiembre de 2011

VIGESIMO TERCER DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

“Si tu hermano cae en pecado, repréndelo a solas”
(Mt.18, 15-20)

Jesús toca en el evangelio de hoy, dos grandes elementos en la vida de los seres humanos, primero nos habla de la corrección fraterna y luego nos invita a ser hombres y mujeres orantes, en palabras más sencillas, la oración constante tiene que llevarnos a vivir la corrección fraterna, a vivirla y a aceptarla.

La corrección fraterna es una obra de misericordia. Nadie se ve así mismo, nos cuesta ver bien nuestras faltas. Es por ello que es un acto de amor, ser complemento el uno del otro, para ayudar a verse mejor, a corregirse, ay udarnos los unos a los otros para que cada uno pueda realmente encontrar la propia integridad, la propia funcionalidad como instrumento de Dios, y para que esto suceda exige mucha humildad y amor.

Esta corrección es una verdadera obra de misericordia sólo si proviene de un corazón humilde que no se siente superior al otro, no se considera mejor que el otro, sino solamente humilde instrumento para ayudarse recíprocamente.

Con esto, Jesús nos está diciendo de manera sencilla, todos somos responsables de todos, usted es responsable de mi salvación y yo soy responsable de la suya, es por ello que nos invita de forma clara a ayudarnos, bajo el riesgo de perder el cielo y de dar cuentas ante El si no lo hacemos con responsabilidad, y se lo dice al profeta Ezequiel en la primera lectura de hoy:

Si yo digo al malvado: «Malvado, vas a morir sin remedio», y tú no le hablas para advertir al malvado que deje su conducta, él, el malvado, morirá por su culpa, pero de su sangre yo te pediré cuentas a ti. Si por el contrario adviertes al malvado que se convierta de su conducta y, el no se convierte, morirá el debido a su culpa, mientras que tu habrás salvado tu vida.” (Ez.33, 8-9)

Dios no puede ser más claro en su encomienda de pastorearnos mutuamente, y de forma precisa, me llama la atención el hecho de que si por nuestra negligencia y falta de amor al prójimo este pierde el cielo, nosotros seremos juzgados por no haberlo ayudado; es el llamado pecado de omisión, el omitir no ayudar al otro en su error, una responsabilidad mutua. Muchas veces nos quedamos callados ante el error ajeno, recuerde que de la sangre de estos que no salen de su error porque nosotros no les ayudamos, se nos pedirá cuentas.

La corrección es un bien y un servicio que se hace al prójimo. Pero aquí también hay reglas del juego, y hemos de tenerlas muy en cuenta para practicar cristianamente estos consejos que el maestro quiere hacernos entender.

Antes de corregir a los propios hijos o a nuestros educandos, o amigos familiares o personas que trabajan con nosotros debemos estar muy atentos nosotros para no faltar o equivocarnos en aquello mismo que corregimos a los demás; y, por tanto, el que corrige –ya se trate de un maestro, de un educador y, con mayor razón, de un padre o madre de familia, o amigo– debe hacerlo primero con el propio testimonio de vida y ejemplo de virtud, y después también podrá hacerlo con la palabra y el consejo.

Nunca mejor que en estas circunstancias hemos de tener presente el sabio proverbio popular de que “las palabras mueven, pero el ejemplo arrastra”. Las personas –sobre todo los niños, los adolescentes y los jóvenes– se dejan persuadir con mayor facilidad cuando ven un buen ejemplo que cuando escuchan una palabra de corrección o una llamada al orden.

Al corregir, hemos de ser muy benévolos y respetuosos con las personas, sin humillarlas ni abochornarlas jamás, y mucho menos en público. ¡Cuántas veces un joven llega a sufrir graves lesiones en su psicología y afectividad por una educación errada! Y es un hecho que m

uchos hombres han quedado marcados con graves complejos, nunca superados, a causa de las humillaciones y atropellos que sufrieron en su infancia por parte de quienes ejercían la autoridad. Y no digo yo que no hay que corregir a los niños, sino corregirlos con la caridad debida.

Jesús nos explicó que los mandamientos se resumen en "Amar a Dios y al prójimo" esto más que ser un mandamiento es sentir lo que este mandamiento indica es sentirse amado por Dios, sentirse hijo, sentirse hermano, sentirse parte del desarrollo del otro: es un motor para vivir de otra manera, por tanto la corrección hemos dicho viene por amor y se recibe por amor, ante esto podemos especificar ese amor así:

- Respecto a Dios: con una inmensa confianza. Sin miedo. No le tenemos miedo a nuestra madre. Lo único que temo es disgustarle, porque la quiero. Es hora de que enterremos al dios/juez, que tan útil es para amenazar, y tan inoperante para motivar a una persona humana.

- Respecto a mí mismo: con un inmenso sentido de la dignidad y la responsabilidad. No me conformo con menos, no hago lo que no es digno de mí Padre. Dar la talla, ser un hijo que colme las expectativas de mi padre.

- Respecto a los demás: les quiero como hermanos, aunque no me caigan bien. No se trata de apreciarlos por sus cualidades. Les quiero. Por ellos, cualquier cosa. Porque mi padre no está; a él, a su cariño, no puedo responderle directamente. Pero sus hijos, mis hermanos, sí que están. Y para lo que necesiten, ahí estoy yo.