viernes, 19 de octubre de 2007

Domingo XXIX del Tiempo Ordinario.

EL APOSTOLADO.
En la oración inicial de la santa misa de este domingo, oraremos al Senor de la siguiente manera: “Señor y Dios nuestro, que has querido que tu Iglesia sea sacramento de salvacion para todos los hombres, a fin de que la obra redentora de tu Hijo perdure hasta el fin de los tiempos, haz que tus fieles caigan en la cuenta de que estan llamados a trabajar por la salvacion de los demas, para que todos los pueblos de la tierra formen una sola familia y surja una humanidad nueva en Cristo nuestro Senor, que vive y reina contigo por los siglos de los siglos”. Y el santo padre Benedicto XVI, en su mensaje para este domingo mundial de las misiones nos dice: “Queridos hermanos y hermanas: Con ocasión de la próxima Jornada mundial de las misiones quisiera invitar a todo el pueblo de Dios —pastores, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos— a una reflexión común sobre la urgencia y la importancia que tiene, también en nuestro tiempo, la acción misionera de la Iglesia. En efecto, no dejan de resonar, como exhortación universal y llamada apremiante, las palabras con las que Jesucristo, crucificado y resucitado, antes de subir al cielo, encomendó a los Apóstoles el mandato misionero: «Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 19-20) (Papa Benedicto XVI, Mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones, 2007). Sobre este mismo tema, el Papa Juan Pablo II, en su documento “La Iglesia en América”, nos dijo: “La conciencia de la universalidad de la misión evangelizadora debe de permanecer viva” (n. 74). Y es que “el fin de la Iglesia es revelar a Cristo al mundo, ayudar a todos los hombres para que se encuentren a sí mismos en él, ayudar a las generaciones contemporáneas de nuestros hermanos y hermanas, pueblos, naciones, estados, humanidad, países en vías de desarrollo y países de la opulencia, a todos, en definitiva, a conocer las insondables riquezas de Cristo (Ef 3,8), porque estas son para todo hombre y constituyen el bien de cada uno” (Juan Pablo II, Redemptor hominis, 11). Pero esta necesidad de que todas las persona se encuentren con el Señor, como nos lo dice la primera lectura de este domingo, difícilmente se podrá ver satisfecha, si quienes ya hemos conocido al Señor no caemos en la cuenta de que estamos llamados a trabajar por la salvación de los demás pues, cada una y cada uno hemos sido constituidos “guardas de nuestros hermanos” (Gn 2,90). Y eso es precisamente el apostolado: trabajar por la salvación de quienes nos rodean, para que conozcan, amen y sirvan al Señor. Esta semana es el momento para que cada una y cada uno de nosotros nos preguntemos en serio: ¿Qué estoy haciendo yo para que el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo sea conocido, amado, creído y vivido en mi familia? ¿estoy haciendo algo para que los niños, los hombres y mujeres de mi comunidad conozcan la Palabra de Dios? ¿o soy de aquellas personas que no faltan a misa el día domingo pero que, les da pena hablar de Dios con sus compañeros de trabajo, con sus amigos? Hermanos, es bueno que sepamos que, “todos los fieles, como miembros de Cristo vivo, incorporados y configurados con El por el bautismo, la confirmacion y la Eucaristia, tienen el deber de cooperar a la expansion y dilatacion del Cuerpo de Cristo para llevarlo cuanto antes a su plenitud” (Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia, n. 36).