viernes, 4 de febrero de 2011

QUINTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO


“Procurad que vuestra luz brille delante de la gente”
Mt 5, 13-16

Rev. Alexander Díaz

El evangelio de este domingo tiene muchos tópicos de los cuales hablar, ya que s presta para insertarlo en nuestra vida personal, y sobre todo Jesús nos habla a través de elementos con los cuales estamos muy relacionados. Quien no conoce la sal y la luz, ambos elementos tiene un significado muy grande en la vida del todo ser humano y sobre todo de todo cristiano.

La sal es un componente muy poderoso que durante toda la historia de la humanidad ha tenido un fuerte protagonismo en su desarrollo; la sal sirve para darle sabor a los alimentos, para purificar la comida, para evitar la corrupción de ciertos alimentos perecederos a falta de un refrigerador, y al mismo tiempo el comer mucha sal da sed. Puntos importantes porque eso realmente es la vida del cristiano y eso es Jesús en la vida nuestra.

A nuestros mismos grupos que moralmente viven o se han acostumbrado a vivir de forma mediocre y doblez imitando la pobreza del fariseísmo hay que salvarlos con la doctrina viva de Jesús, purificarlos de su descomposición, porque de lo contrario se continuaran corrompiendo.


Entiendo perfectamente que es duro hablar en estos términos pero es la vida espiritual del ser humano la que está en juego; lo mismo que a nuestras prácticas de fe hay que darles el sabor y gusto de Jesús, porque de lo contrario no pasaran de ser unos ritos vacios y sin el sentido debido, se convertirán en unos espectáculos circenses que no nos llevaran a nada, que no nos harán transformar ni cambiar la corrupción que tenemos.

Esto hace ver que esta parte del sermón se dirige a apóstoles y discípulos, que son los que tienen la misión de salar la masa, de cual se convertirá en pan, para alimento de muchos.
Jesús nos da una gran responsabilidad. Somos la sal del mundo. Esto significa que el mundo existe pero en muchos casos no tiene sabor. La vida se ha vuelto para muchos invivible. Nuestra misión es mantener encendida la vela de la fe en un mundo tecnificado y ensimismados en sus aparentes adelantos. El mundo es la gente que sufre.


Somos también la luz de este mundo. La luz es algo inmaterial, invisible. La luz es lo que nos hace ver pero ella en sí misma es invisible. La luz es la fe. La fe no es algo que debamos de tener escondida para evitar su pérdida o deterioro. La luz cuanto más se reparte más grande se hace.
Vemos a nuestro alrededor personas que dicen que no saben qué hacer en la vida, que no saben cómo dirigir su vida. La fe es siempre una invitación a mirar hacia adelante, a progresar en el camino de la vida y de la unión con Cristo. Tenemos luz en la medida que aceptemos la Luz.
Los cristianos siempre estaremos entre estos dos equilibrios de la fe y de las obras. Sólo Cristo es quien salva, pero esa salvación necesita ser anunciada y vivida. El Evangelio nos dice que esa luz de la fe cuando brilla delante de la gente se convierte en alabanza al Padre. Tenemos que hacer obras de fe.

El mundo de hoy está cansado de las grandes palabras y de las teorías que se le ofrecen. Parece como si las personas no tuviesen oídos para lo trascendente. Es como si toda la vida se redujese al resultado de lo que queremos. Hemos perdido el aliento de la ilusión y la esperanza.
Ser sal y luz es recordarles a las personas una y otra vez el proyecto que Dios tiene para la humanidad. Dios no quiere más sufrimientos porque Jesús tomó sobre sí todos nuestros dolores. No quiere más violencia porque Él asumió nuestros castigos. No desea nuestra desorientación porque con su vida nos enseñó el camino hacia el Padre. Sal y luz es darnos cuenta de todo ello y vivirlo con alegría.
Jesús nos señala el cielo como el lugar de Dios, y es verdad. El cielo es Dios. Cada persona puede tener el cielo más cerca, en su corazón, en su latir espiritual, en su entrega diaria.
Hay un espacio que sólo nosotros podemos abrir a Dios y a los demás. Es el terreno de nuestro corazón y de nuestra vida. Si me cierro a Cristo, si bloqueo mis entrañas, no entenderé nunca ese amor que me ama aunque yo le ignore. Ser sal y luz es tomar conciencia de ese amor.
La sal cuando se disuelve se vuelve invisible pero su sabor perdura. La luz se va haciendo más grande cuando se va compartiendo. La mecha encendida de una vela sería el amor de Dios, el origen de la luz.

La luz que emana de esa mecha y que ilumina el mundo es el fruto de ese amor. La tarea de los cristianos es seguir pasando esa luz a los seres humanos de nuestro tiempo y de todos los tiempos.
Esa es nuestra principal responsabilidad, vivir en la verdad, es vivir en la luz, y vivir en ella es ser esa luz y serlo con entusiasmo y alegría, y así mostrar el camino hacia los otros, convertirnos en antorchas brillantes que van delate mostrando ese camino preciado de la verdad, les invito a ser luz y sal, en este mundo que camina en oscuridad sin sabor ni sentido. Amen