lunes, 30 de julio de 2012

DOMINGO XVII DEL TIEMPO ORDINARIO


"Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebada y dos pescados,
(Jn. 6,1’15)

El evangelio de hoy nos presenta el conocido pasaje del milagro de la multiplicación de los panes (Jn. 6, 1-15). Es un canto a la solidaridad, compasión, ternura y sensibilidad del Señor.
Mucha gente sigue a Jesús porque desea conocer su doctrina. Atraídos por la fama de sus prodigios, todos quieren que cure sus enfermedades y les dé la paz que necesitan. El Señor se apiada de ellos y los alimenta.
Destaca la primera reacción de los discípulos cuando el Señor les manda que dieran de comer. Al principio eluden la responsabilidad porque les resultaba imposible satisfacer esa petición. Sin embargo, se dan cuenta que la iniciativa y la creatividad es más fuerte que sus propios temores y, aceptando el reto con la ayuda milagrosa del Señor, logran salir airosos de la situación. La compasión y la solidaridad están por encima de las dificultades cuando el corazón generoso y la mente dispuesta se ofrecen para ayudar a los demás.
Siempre se ha asociado este pasaje de la multiplicación de los panes con la Eucaristía. De esta manera pasamos del signo material y humano, el pan, al signo espiritual de la Eucaristía como alimento del Cuerpo de Cristo. Se acercaba la Pascua y el Señor adelanta el sentido que le iba a dar a esta fiesta como acción de gracias y encuentro con Dios y con los hombres. Si sentimos necesidad del pan material también tendremos que buscar con ansia el propio Cuerpo de Cristo que se nos ofrece como alimento para nutrir nuestra fe y para adherirnos plenamente a su pasión, muerte y resurrección.
No es casualidad que la presentación de la Eucaristía comience con el relato de la multiplicación de los panes. Con ello se viene a decir que no se puede separar, en el hombre, la dimensión religiosa de la material; no se puede proveer a sus necesidades espirituales y eternas, sin preocuparse, a la vez, de sus necesidades terrenas y materiales.

Fue precisamente ésta, por un momento, la tentación de los apóstoles. En otro pasaje del Evangelio se lee que ellos sugirieron a Jesús que despidiera a la multitud para que fuera a los pueblos vecinos a buscar qué comer. Pero Jesús respondió: «¡Dadles vosotros de comer!» (Mateo 14, 16). Con ello Jesús no pide a sus discípulos que hagan milagros. Pide que hagan lo que pueden. Poner en común y compartir lo que cada uno tiene. En aritmética, multiplicación y división son dos operaciones opuestas, pero en este caso son lo mismo. ¡No existe «multiplicación» sin «partición» (o compartir)!

Este vínculo entre el pan material y el espiritual era visible en la forma en que se celebraba la Eucaristía en los primeros tiempos de la Iglesia. La Cena del Señor, llamada entonces agape, acontecía en el marco de una comida fraterna, en la que se compartía tanto el pan común como el eucarístico. Ello hacía que se percibieran como escandalosas e intolerables las diferencias entre quien no tenía nada que comer y quien se «embriagaba» (1 Co 11, 20-22). Hoy la Eucaristía ya no se celebra en el contexto de la comida común, pero el contraste entre quien tiene lo superfluo y quien carece de lo necesario no ha disminuido.
Solidaridad-amor y Eucaristía se identifican. No pueden caminar separadas. Sería contradictorio e injusto pretender compartir la mesa del Señor cerrando nuestro corazón a las necesidades de los demás. El pan y los peces, según el texto evangélico, no están para satisfacer necesidades personales sino para compartirlos con los otros.
La contribución solidaria, por pequeña que sea, cinco panes y dos peces no parecía nada para tanta gente, puede ser una fuente inagotable de bondad y ternura. Estamos llamados a gestos sencillos pero significativos que demuestren la presencia amorosa de Cristo en nuestro actuar diario.
Las obras de misericordia y las acciones de solidaridad realizadas por la Iglesia y los cristianos, como remediar el hambre de los pobres o el dolor de los enfermos, se han de hacer precisamente porque hay personas que sufren hambre y enfermedad y que, como en el caso de Jesús, deben despertar nuestra compasión y movernos a la acción. Pero esas acciones tienen que ser además “signos” que hablan de la presencia en el mundo del Reino de Dios, de Jesucristo que nos lo ha traído, de un corazón nuevo en aquellos que han aceptado la Palabra y a la persona de Jesús, de nuevas relaciones entre los seres humanos.

Solamente así descubriremos la fuerza de la solidaridad y el pan eucarístico en nuestro diario caminar.