jueves, 23 de octubre de 2008

XXX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

AMAR AL PROJIMO ES AMAR A DIOS
Amar a Dios y amar al prójimo. En estos dos mandamientos se encierra la voluntad de Dios revelada en la Sagrada Escritura. No puede separarse uno del otro.
Veamos el primero de los dos: amar a Dios. Nos dice Jesús que éste es “el más grande y el primero de los mandamientos” (Mt. 22, 34-40). Pero ... ¿en qué consiste? ¿qué significa amar a Dios? El mismo Jesús nos lo dice: “Si me aman, cumplirán mis mandamientos” (Jn. 14, 15). Amar a Dios, entonces, es complacer a Dios. Quien ama complace al ser amado. Amar a Dios es tratar de agradar a Dios en todo, en hacer su Voluntad, en cumplir sus mandamientos, en guardar su Palabra. Amar a Dios es también, amarlo a El primero que nadie y primero que todo.
Sabemos también que Dios es la fuente de todo amor... y no sólo eso, sino que Dios es el Amor mismo (cfr. 1 Jn. 4, 8). Esto significa que no podemos amar por nosotros mismos, sino que Dios nos ama y con ese Amor con que Dios nos ama, podemos nosotros amar: amarle a El y amar también a los demás.
Esto significa también que ambos mandamientos -el amor a Dios y el amor al prójimo- están unidos. Uno es consecuencia del otro. No podemos amar al prójimo sin amar a Dios. Y no podemos decir que amamos a Dios si no amamos al prójimo, pues el amor a Dios necesariamente se traduce en amor al prójimo.
“La característica de la civilización cristiana es la Caridad: el Amor de Dios que se traduce en amor al prójimo… el amor a Dios y el amor al prójimo son inseparables” (Benedicto XVI, 19-10-2008).
El Señor nos manda a “amar al prójimo como a nosotros mismos”. Y ¿qué es amarse a uno mismo? Se ha pretendido basar la llamada “auto-estima” en este mandato del Señor. Pero, viéndolo bien... ¿significa amar a alguien estimarlo por sus cualidades o, más bien, significa buscar su bien sin tener en cuenta cualidades y defectos? Asimismo ¿significa amarse a uno mismo estimar las cualidades propias o más bien buscar el propio bien y la propia complacencia? Apreciar las propias cualidades y el propio valer es estimarse a uno mismo, pero esa estima no significa amarse a uno mismo. Amarse a uno mismo es otra cosa: es buscar el propio bien y la propia complacencia. Y ésa fue la medida mínima que Dios nos puso para amar a los demás.
¿Qué nos quiere decir el Señor, entonces, cuando nos pide amar al prójimo como a uno mismo? Nos quiere decir que desea que tratemos a los demás como nos tratamos a nosotros mismos. Si nos fijamos bien, somos muy complacientes con nosotros mismos: ¡cómo respetamos nuestra forma de ser y de pensar! ¡cómo excusamos nuestros defectos! ¡cómo defendemos nuestros derechos! ¡cómo nos complacemos nosotros mismos, buscando lo que nos agrada y lo que necesitamos o creemos necesitar!
El precepto del Señor de amar a los demás tiene esa medida: la medida de cómo nos respetamos y nos complacemos nosotros mismos. Dicho más simplemente: debemos tratar a los demás como nos tratamos a nosotros mismos, complacer a los demás como nos complacemos a nosotros mismos, ayudar a los demás como nos ayudamos a nosotros mismos, respetar a los demás como nos respetamos a nosotros mismos, excusar los defectos de los demás como excusamos los nuestros, etc, etc.
Amar al prójimo como a uno mismo no significa, por tanto, auto-estimarse, sino más bien seguir este otro consejo de Jesús: “Traten a los demás como quieren que ellos les traten a ustedes” (Lc. 6, 31). Nos amamos tanto a nosotros mismos que esa fue la medida mínima que puso el Señor para nuestro amor a los demás ... porque también nos dio una medida máxima que El nos mostró con su ejemplo: “Aménse unos a otros como Yo los he amado” (Jn. 15, 12). Y El nos amó mucho más que a sí mismo, dando su vida por nosotros.

EL SACRAMENTO DE LA CONFIRMACION

El sacramento de la Confirmación es uno de los tres sacramentos de iniciación cristiana. La misma palabra, Confirmación que significa afirmar o consolidar, nos dice mucho.
En este sacramento se fortalece y se completa la obra del Bautismo. Por este sacramento, el bautizado se fortalece con el don del Espíritu Santo. Se logra un arraigo más profundo a la filiación divina, se une más íntimamente con la Iglesia, fortaleciéndose para ser testigo de Jesucristo, de palabra y obra. Por él es capaz de defender su fe y de transmitirla. A partir de la Confirmación nos convertimos en cristianos maduros y podremos llevar una vida cristiana más perfecta, más activa. Es el sacramento de la madurez cristiana y que nos hace capaces de ser testigos de Cristo.

El día de Pentecostés – cuando se funda la Iglesia – los apóstoles y discípulos se encontraban reunidos junto a la Virgen. Estaban temerosos, no entendían lo que había pasado – creyendo que todo había sido en balde - se encontraban tristes. De repente, descendió el Espíritu Santo sobre ellos –quedaron transformados - y a partir de ese momento entendieron todo lo que había sucedido, dejaron de tener miedo, se lanzaron a predicar y a bautizar. La Confirmación es “nuestro Pentecostés personal”. El Espíritu Santo está actuando continuamente sobre la Iglesia de modos muy diversos. La Confirmación – al descender el Espíritu Santo sobre nosotros - es una de las formas en que Él se hace presente al pueblo de Dios.

Institución

El Concilio de Trento declaró que la Confirmación era un sacramento instituido por Cristo, ya que los protestantes lo rechazaron porque - según ellos - no aparecía el momento preciso de su institución. Sabemos que fue instituido por Cristo, porque sólo Dios puede unir la gracia a un signo externo.
Además encontramos en el Antiguo Testamento, numerosas referencias por parte de los profetas, de la acción del Espíritu en la época mesiánica y el propio anuncio de Cristo de una venida del Espíritu Santo para completar su obra. Estos anuncios nos indican un sacramento distinto al Bautismo. El Nuevo Testamento nos narra cómo los apóstoles, en cumplimiento de la voluntad de Cristo, iban imponiendo las manos, comunicando el Don del Espíritu Santo, destinado a complementar la gracia del Bautismo. “Al enterarse los apóstoles que estaban en Jerusalén de que Samaria había aceptado la Palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan. Estos bajaron y oraron por ellos para que recibieran al Espíritu Santo; pues todavía no había descendido sobre ninguno de ellos; únicamente habían sido bautizados en nombre del Señor Jesús. Entonces les imponían las manos y recibían al Espíritu Santo”.
(Hech. 8, 15-17;19, 5-6).

El Signo: La Materia y la Forma
Dijimos que la materia del Bautismo, el agua, tiene el significado de limpieza, en este sacramento la materia significa fuerza y plenitud. El signo de la Confirmación es la “unción”. Desde la antigüedad se utilizaba el aceite para muchas cosa: para curar heridas, a los gladiadores de les ungía con el fin de fortalecerlos, también era símbolo de abundancia, de plenitud. Además la unción va unido al nombre de “cristiano”, que significa ungido.
La materia de este sacramento es el “santo crisma”, aceite de oliva mezclado con bálsamo, que es consagrado por el Obispo el día del Jueves Santo. La unción debe ser en la frente.

domingo, 19 de octubre de 2008

LA VERDAD NOS HACE LIBRES

El Esplendor de la Verdad, con estas palabras empezaba la gran encíclica del Papa Juan Pablo II sobre moral. Es curioso que se hable de esplendor (que apunta a belleza) y de verdad en el título de una exposición de ética. Vale la pena detenerse en estas dos palabras, y desde ellas pensar en lo que quería decir el Papa, que, en definitiva, deseaba ofrecernos una motivación y un recuerdo de lo que debe ser nuestra vida como cristianos, una vida que tiene de hecho, por su misma naturaleza venida de Dios, girar en torno a la verdad. Jesucristo se definió a sí mismo como “el Camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6). El es la Verdad, la Única Verdad que hace libre al hombre y a la mujer “que vienen a este mundo” (Jn 1,9). Vivir en la verdad y llevar esa verdad al ambiente en el que cada uno y cada una vivimos es la tarea que nos corresponde a nosotros como bautizados. Jesús dijo a sus apóstoles: “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado” (Mt 28,19). El Evangelio que es la Verdad tiene como misión penetrar y transformar no sólo el ser sino el hacer del hombre y de la mujer cualquiera que sea la ocupación de estos en este mundo, en otras palabras, no podemos aislar la Palabra de Dios de la vida diaria, de lo que cada uno hacemos y esto ha sido y es uno de los problemas más grandes de los que decimos creer en Jesucristo: no hemos sabido encarnar el Evangelio en la vida de cada día y “como consecuencia, el mundo del trabajo, de la política, de la economía, de la ciencia, del arte, de la literatura y de los medios de comunicación social no son guiados por criterios evangélicos” (Sto. Domingo, 96). Muchos cristianos quisieran un Evangelio que no tocara para nada sus vidas, el que vive en pecado quiere seguir en lo suyo, el rico no quiere que nadie le hable de justicia, algunos políticos creen que la Iglesia es su enemiga cuando ella les llama a trabajar buscando no sus propios intereses sino los de aquellos que más sufren en este mundo. Hace falta entender que el Evangelio es la medida de todo, que es la Luz que puede y debe de iluminarlo todo: “no es la cultura la medida del Evangelio, sino que es Jesucristo la medida de todas las culturas y de todas las acciones humanas” (Juan Pablo II). Pero el Evangelio de Jesucristo sólo logrará ser la medida de todo si “los laicos que tienen como vocación especial el hacer presente y operante a la Iglesia en los lugares y circunstancias donde ella no puede llegar a ser la sal de la tierra sino es a través de ellos” (LG, 33) conocen, aman y viven ellos mismos de acuerdo a los criterios del Evangelio, fácil es hablar de la Palabra de Dios pero sólo eso no cambia nada las cosas, hace falta además “el testimonio de vida cristiana de cada bautizado (RMi, 42). Por eso, es importante que como cristianos nos preguntemos con sinceridad así mismos: ¿Qué tanto estoy viviendo yo en todos los aspectos de mi vida dejándome iluminar y conducir por la Verdad del Evangelio? Y esto, porque vivir de acuerdo a la Verdad de Dios no es algo que resulte fácil para nadie; muchos “viven buscando nada más la comodidad en su vivir pero no encuentran alegría en someterse a la voluntad de Dios que es la Verdad. Muchos cristianos viven una religión que no les cuesta ningún trabajo pero esa no es ninguna religión en absoluto” (Jonh H. Newman, Discurso sexto). Si ya conocemos a Jesucristo que es la verdad, entonces, “no podemos tenerlo sólo para sí mismos sino que debemos de anunciarlo” (Juan Pablo II). Esta es la problemática de estos tiempos, en que los hombres y mujeres no nos atrevemos a anunciar de verdad y con valentía la verdad, que es Cristo, nos hemos acomodado, y acostumbrado a llevar una vida placentera y sin exigencias, una vida llena de mediocridades que cubrimos con algo que nosotros llamamos “Verdad”, pero que sabemos que no lo es, “yo estaba tranquilo en mi mediocridad hasta que me resulto insoportable, decía Robert Hostien, cuando le preguntaron porque su cambio de vida, y añadió, la mayor lacra de esta humanidad es vivir de mediocremente, y es por ello que no somos capaces de avanzar, y vivimos amargados y tristes” (razones para vivir #15) interesante verdad, pero es así la vida que esta sociedad nos presenta. Una última pregunta, ¿tratas de vivir en la verdad? Todos los acontecimientos de tu vida.