viernes, 21 de agosto de 2009

XXI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

"Señor tu tienes palabras de vida eterna" (6,60-69)
Hoy el Evangelio nos presenta el final del Discurso del Pan de Vida pronunciado por Jesús después de la multiplicación de los panes. Centrémonos en tres frases de este texto evangélico y tratemos de aplicarlas a nuestra vida, teniendo en cuenta también las otras lecturas bíblicas de hoy [Josué 24, 1-2ª.1-17. 18b; Salmo 34 (33); Efesios 5, 21-32].

1.- “Qué enseñanza tan difícil…”
Lo primero que conviene resaltar es la reacción de muchos de los discípulos de Jesús ante sus enseñanzas porque aceptarlas era “difícil”. La tentación del facilismo es también una tentación actual. Como en aquél tiempo, igualmente hoy es frecuente ver cómo muchos pierden la fe porque les parece difícil lo que implica asumirla y vivirla. Y esta tentación nos puede sobrevenir también a nosotros, si nos descuidamos. La fe supone y exige un esfuerzo no solamente para comprender las realidades trascendentes, sino asimismo para llevar a la práctica el compromiso que ella misma implica.

Así como no es fácil a veces entender la Palabra del Señor, sobre todo cuando nos exige superar el plano de lo material, tampoco lo es, por ejemplo, asumir y vivir todas las implicaciones del compromiso que conlleva el sacramento del matrimonio, del cual nos habla Dios a través del apóstol san Pablo en la segunda lectura de este domingo. Aunque el contexto cultural de esta exhortación que les hace el apóstol a los primeros cristianos de la ciudad de Éfeso es el de una mentalidad según la cual las mujeres debían estar sometidas a sus maridos prácticamente esclavas, sin embargo Pablo les dice a los esposos que amen a sus esposas “como a su propio cuerpo”, lo cual sigue siendo hoy una exhortación muy importante ante los hechos de violencia conyugal que con frecuencia son noticia en los medios de comunicación.

Por eso, vivir de acuerdo con nuestra fe en Dios y concretamente en Jesucristo, a quien reconocemos como la Palabra de Dios hecha carne, implica a su vez la exigencia de una decisión tajante. “Escojan hoy a quién servir”, le dice al pueblo Josué, a quien le correspondió dirigir la entrada de los hebreos en la tierra prometida después de la muerte de Moisés. Esta elección a veces se torna difícil, pues la opción por el Dios verdadero supone y exige renunciar a nuestros ídolos, a nuestros apegos a lo material.

2.- “El Espíritu es el que da vida; la sola carne no sirve para nada”
Muchos de los que oían a Jesús no entendieron ni aceptaron sus enseñanzas porque pensaban que lo de comer su carne y beber su sangre era una especie de acto caníbal. Se quedaban en la materialidad del signo y por eso no eran capaces de comprenderlo en su sentido espiritual trascendente.
El Salmo 34 dice en una de sus estrofas que son los humildes los que pueden escuchar lo que dice el Señor y alegrarse al oír su Palabra: “que los humildes lo escuchen y se alegren”. Para entender y vivir el sacramento de la Eucaristía, al cual se refiere el Discurso del Pan de Vida, es preciso que nos abramos con humildad y sencillez al don de la fe que nos llega por la acción del Espíritu Santo.
Es este mismo Espíritu, por obra y gracia del cual fue posible que la Palabra de Dios se hiciera carne en Jesús de Nazaret, el que nos hace posible creer en la presencia real de Cristo en las especias eucarísticas del pan y el vino consagrados, que son para nosotros su cuerpo y sangre gloriosos, es decir, su vida resucitada que nos alimenta espiritualmente en el camino hacia la felicidad eterna.

3.- “Señor, ¿a quién vamos a ir? ¡Tú tienes palabras de vida eterna!”
Estas palabras del apóstol Pedro constituyen una oración que cada uno y cada una de nosotros puede hacer suya. En medio de las tentaciones a abandonar el camino del seguimiento de Jesús, en medio de las invitaciones a las distintas formas de idolatría que a menudo nos llegan de parte de un mundo que vive de espaldas a Dios y se queda encerrado en el culto a lo material e intrascendente, y ante el hecho de tantos que se resisten a acoger la Palabra de Dios o dejan de creer en ella y se van detrás de los falsos dioses, Jesús nos pregunta a cada uno de nosotros lo mismo que a sus primeros discípulos: “¿También ustedes quieren irse?”.

Para responderle de la misma forma en que lo hizo Pedro, quien habla en el Evangelio como el discípulo y apóstol que Jesús había escogido para ser después de su muerte y resurrección el máximo guía visible de la comunidad de fe que iba a ser su Iglesia, tenemos que disponernos con humildad y sencillez a dejarnos empapar por el Espíritu Santo, para que la Palabra de Dios hecha carne que es el mismo Jesucristo y que se nos da en alimento en la Eucaristía, nos transforme y haga posible en cada uno de nosotros la vida eterna.-

DIOS Y LAS CIENCIAS I

El carácter de dicho discurso no es dogmático ni siquiera para la importancia de una encíclica, sino más bien tiene el sentido de un estímulo a seguir investigando en el ámbito propiamente científico de los rastros o huellas del Creador en su obra.

Es de destacar que el texto del Pontífice está muy sólidamente documentado acerca de los conocimientos alcanzados por la ciencia hasta ese momento, sobre todo teniendo en cuenta que a la fecha de pronunciarse estaba aún muy cercano el descubrimiento de E. Hubble en el Observatorio de Monte Wilson en 1929, de que las galaxias se alejaban con una velocidad proporcional a su distancia y siguiendo una constante universal (H). Un poco antes, el mismo Hubble (1889-1953) y H. Shapley (1885-1972) habían develado la estructura de las galaxias en los albores del siglo XX.

En 1927, C. Lemâitre (1894-1966), belga sacerdote católico, astrofísico y profesor y presidente de la P.A.C., sobre la base de la Teoría de la Relatividad General explica la recesión de las galaxias con la hipótesis de un universo en expansión.(Pio XII y las Pruebas del a Existencia de Dios. Discurso a la P.A.C) El trabajo de Lemâitre fue dado a conocer al público en 1930 por Eddington, un año después del trascendente descubrimiento de E. Hubble.

Y este discurso papal fue pronunciado un año antes de darse a conocimiento público la teoría sobre el universo en expansión o Bing-Bang clásico por primera vez con precisión científica, cuyo autor fue Gamow (1952), físico ruso exiliado en los Estados Unidos en 1934. Este había expuesto su teoría tres años antes al publicar en 1932 "The Creation of the Universe".

De modo que el discurso papal está a tono con los tiempos y al tanto de los últimos descubrimientos y teorías de las ciencias de la naturaleza, y por eso muestra un conocimiento y precisión plausibles.

El actual Pontífice también se ocupa de la cosmología científica en ocasión de un discurso de inauguración en un simposio científico en la academia citada (1981). De esto da testimonio el conocido físico teórico inglés S. Hawking en su obra Historia del Tiempo, por cierto de un modo superficial y muy poco preciso.

En realidad, en esta ocasión el Pontífice, igual que lo hiciera Pío XII en el discurso citado, sostiene que una hipótesis científica sobre el origen del mundo como la del Bing-Bang "deja abierto el problema relativo al inicio del universo. La ciencia no puede por sí sola resolver ese problema; le hace falta el conocimiento del hombre que se eleva por encima de la física y de la astrofísica y que se conoce con el nombre de Metafísica, hace falta sobre todo el saber que viene de la Revelación de Dios". (Juan Pablo II, Acta Apostolica Sedis, 73,) Estas palabras del Papa colocan la cuestión del origen del universo en un plano que excede el de las ciencias naturales, encontrando su sitio en la Filosofía Primera y la Revelación en perfecta consonancia con lo dicho en su momento por Pío XII.

Fuera de estas dos manifestaciones, los Pontífices no se ocuparon de la cuestión del origen del mundo ni los problemas cosmológicos en lo sucesivo.

Hoy es mi intención investigar esta cuestión. Sobre todo en lo tocante a los puntos de partida de cada una de las cinco vías, en relación con las ciencias de la naturaleza.

Al problema de Dios se enfrenta inevitablemente todo hombre, por su misma naturaleza intelectual que se hace conciente en acto por la percepción de aquello primero que cae en su intelecto, el ente en el cual se resuelven todas sus concepciones ulteriores;, éste , el ente finito lo percibe por doquier en el mundo porque ente es todo lo que es de algún modo, se muestra independiente de él, pero limitado, y sin tener en sí la razón de su existencia. Junto con la percepción del mundo se conoce nuestra propia existencia con las mismas características y con los mismos interrogantes, límites, insuficiencia e imperfección, con el mismo carácter inevitablemente contingente y por lo mismo dependiente. Este planteo es similar en lo esencial para los hombres de todas las épocas.

En la situación particular que tiene el hombre de fin del siglo XX, nos encontramos en una situación muy diferente por la incidencia que tienen los avances científicos y técnicos qn la cultura que nos toca vivir.

Las ciencias de la naturaleza invaden toda nuestra existencia y nos dan explicación de los fenómenos más variados que protagonizamos cada día. Pero el sentido del ser está ausente de ella, " de modo que - al decir de Jacques Maritain - cuando nos acontece experimentar el choque del ser sobre nuestro espíritu, se nos aparece como una especie de revelación intelectual y tomamos claramente conciencia a la vez, de su poder de despertar y de liberación, y del hecho de que entraña un conocimiento que está separado de la esfera del conocimiento propio de la esfera de las ciencias naturales. Al mismo tiempo comprendemos que el conocimiento de Dios...es primeramente y ante todo un fruto natural de la intuición de la existencia
."(J. Maritain, Aproximaciones a Dios.,)

Pero una vez advertida nuestra situación particular, vamos a dar una rápida mirada a los aportes que las mismas ciencias nos ofrecen como puntos de apoyo para la búsqueda de Dios.