viernes, 11 de febrero de 2011

SEXTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

"No crean que he venido a abolir la ley o los profetas; sino a darles cumplimiento”
(Mt. 5,17-37)

Rev. Alexander Díaz


Dios nos creo libres, para que seamos nosotros quienes escojamos con entera convicción que es lo que queremos para nuestro ser, si vivir o morir, si optar por lo bueno o por lo malo, tenemos la capacidad amplia de analizar cualquier elemento que llegue a nuestras manos, por eso en la primera lectura de este domingo afirma: “El Señor ha puesto delante de ti fuego y agua; extiende la mano a lo que quieras. Delante del hombre están la muerte y la vida; le será dado lo que él escoja.”(Ecle. 15,17)

Generalmente nuestra humanidad pesa y nos cuesta aceptar seguir el buen camino, ya que optar por el buen camino implica constancia y sacrificio, y tendemos siempre a buscar los atajos y salidas más fáciles para todo, buscando siempre lo que menos sacrificio tenga. Por esta simple razón fallamos y terminamos metidos en el fango del pecado, de la desesperación y del error, y que triste es el sabor de nuestra vida después de optar por el camino equivocado, por ende es de prudencia cumplir la voluntad de Dios y detenerse a cumplirla.


Uno de estos días, escuche a alguien decir que las leyes fueron hechas para saltarlas, posiblemente muchos tengan esa mentalidad, pero la realidad es otra, las leyes Dios nos las dejo para manejar nuestra vida por el recto y entero camino, para encontrar la felicidad y el recto actuar, a veces cuando veo la forma de actuar del ser humano aun con leyes en nuestro entorno, actuando de forma despótica, me pregunto: ¿qué sería de este mundo sin leyes?, sería un caos completamente o por lo menos un tanto más.

Jesucristo es bien claro para hablar de la ley da la pauta de lo que sería la enseñanza que El venía a dar. Deja claramente establecido que no ha venido a abolir la Ley antigua, sino a perfeccionarla. Y los perfeccionamientos que introduce están basados más en el amor que en el cumplimiento de la Ley Antigua.


Inicia enfocando uno de los mandamientos mas fuertes de la ley mosaica, al antiguo precepto de “No matarás”, lo aclara y explica que matar no es quitar la vida a otro ser humano, es más que eso, matamos a otros con el insulto, la ira, la agresión, el desprecio, el resentimiento contra alguien. Y explica con más detalle: “Cuando vayas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda junto al altar y ve primero a reconciliarte con tu hermano, y vuelve luego a presentar tu ofrenda”.

Y ¿hacemos esto? Cuando vamos a Misa y a comulgar ¿hemos perdonado realmente a los que nos han hecho daño? ¿Hemos pedido perdón a quien hemos ofendido? ¿Nos hemos liberado de los resentimientos que tenemos contra los demás? El Rito de la Paz que se realiza justo antes de la Comunión indica precisamente esto a que se refiere el Señor.

Pero ¿nos damos “fraternalmente” la Paz, como indica el Celebrante? En ese momento las personas que tenemos “próximas” representan al “prójimo”, al “hermano” de que nos habla el Señor en este pasaje. Y ese gesto no significa un saludo vacío o de cortesía, sino algo muy concreto y exigente: que no tenemos nada contra nadie, que nuestro corazón está limpio de rencor, de resentimiento y que, por tanto, puedo comunicar la Paz que Cristo nos da.
Sólo así, reconciliados plenamente con el hermano, podemos entonces comulgar y “presentar nuestra ofrenda”, en las condiciones que el Señor nos indica.
El perdón es difícil. Es uno de esos preceptos exigentes que pone Jesucristo en su Ley del Amor. Si nos cuesta, pidamos esa gracia al Espíritu Santo. Esa gracia del perdón es de las cosas buenas que el Señor desea que le pidamos, para El dárnosla.


Otro perfeccionamiento a la Antigua Ley se refiere a que no basta el no materializar actos que vayan contra la Ley para infringirla, sino que el simple solo deseo de los mismos, ya es una falta. Por eso el que habla contra alguien, sobre todo si es una calumnia, ya ha asesinado a ese hermano en su corazón. Asimismo, el que haya mirado a alguien con deseo, aunque no materialice ese deseo, ya ha cometido adulterio en su corazón.


También el Señor habla en el Sermón de la Montaña contra el divorcio y a favor de la indisolubilidad del Matrimonio Cristiano. No es lícito divorciarse y volverse a casar. Y basado en esto la Iglesia no permite la recepción de la Comunión a los que se encuentran en esta situación irregular, pero sí los invita a asistir a la Santa Misa, a orar, e inclusive a hacer obras de caridad y a participar en algunas actividades de la Iglesia, invitándolos siempre a pedir la gracia de regularizar su situación.


Juzgados estos exigentes preceptos del Señor con sabiduría humana, es imposible comprenderlos y cuesta mucho aceptarlos. Pero si el cristiano se deja penetrar de la Sabiduría Divina, podrá ser dichoso, porque podrá llegar a disfrutar de “lo que Dios tiene preparado para los que lo aman”. Y eso que Dios tiene preparado no lo podemos ni imaginar. Así dice San Pablo: “ni el ojo lo ha visto, ni el oído lo ha escuchado, ni la mente del hombre pudo siquiera haberlo imaginado”. (1 Cor. 2. )
En vez de pensar que los preceptos del Señor son imposibles de cumplir o demasiado difíciles, es preferible orar con las palabras del Salmo 118: “Muéstrame, Señor, el camino de tus leyes y yo lo seguiré con cuidado. Enséñame, Señor, a cumplir tu Voluntad y a guardarla de todo corazón” Porque si como cristianos verdaderos y auténticos no logramos entender y vivir la ley basada en el amor y la voluntad de Dios será muy difícil que los seres humanos le encontremos el verdadero sentido a nuestra existencia, recordemos que las leyes y normas no han sido creadas para saltárnoslas o romperlas, sino para ser respetadas y cumplidas para nuestro bien y nuestro crecimiento interior, si todos fuéramos capaces de cumplir y guardar las leyes, viviéramos en orden y armonía, respetándonos los unos a los otros, pero creo y pienso que esto no es una utopía, si todos nos proponemos lo podemos convertir en realidad, en nuestras manos está el hacer en nuestra vida lo mejor…. Da lo mejor de ti a Dios cumpliendo con alegría los mandatos del Señor. Amén.