miércoles, 5 de noviembre de 2008

JUAN XXIII EL PAPA DE LA PAZ

A 50 AÑOS DE SU ELECCION
Para muchos jóvenes del mundo moderno creo que no es conocido el Papa Juan XXIII, o más conocido como el Papa Bueno o el Papa de la Paz, por la simple y sencilla razón que no ha sido tan exaltada su figura, como otros papas a lo largo de la historia, aunque creo que con justa razón deberíamos de hacerlo, ya que gracias a él la Iglesia dio un giro que muchos quizás ni se esperaron. Fue hace exactamente cincuenta años que figuro como sucesor de Pedro, un 28 de octubre de 1958, contando con casi 77 años de edad, el cardenal Ángelo Giuseppe Roncalli fue elegido papa ante la sorpresa de todo el mundo, era un hombre sencillo y humilde que nunca jamás nadie, e incluso el mismo, se imagino llegar a ser vicario de Cristo, no porque no tuviera la capacidad de hacerlo sino porque su sencillez y su avanzada edad pensaron no se lo permitiría; Era el cuarto de los catorce hijos (y el mayor de los varones) de Giovanni Battista Roncalli y de Mariana Mazzola. Su familia trabajaba como campesinos en un terreno arrendado. Es ahí donde Dios forja la figura de un hombre que se convertiría en un pescador humilde y sencillo. Ni los cardenales ni el resto de la Iglesia esperaban que el temperamento alegre, la calidez y la generosidad del papa Juan XXIII cautivaran los afectos del mundo de una forma en que su predecesor no pudo. Fue un hombre optimista y lleno de paciencia, forrado de grandes virtudes entre ellas la de estar siempre alegre y buscar el lado cómico a todo lo que le sucedía, porque decía que en la alegría y la paciencia esta la paz, y quien las pierde lo pierde todo, pensaba que el diálogo era la mejor forma para dar solución a un conflicto. Enseguida empezó una nueva forma de ejercer el papado. Fue el primero desde 1870 que ejerció su ministerio de obispo de Roma visitando personalmente las parroquias de su diocesis. Al cabo de dos meses de haber sido elegido, dio ejemplo de obras de misericordia: por Navidad visitó los niños enfermos de los hospitales Espíritu Santo y Niño Jesús; al día siguiente fue a visitar los prisioneros de la cárcel Regina Coeli. Fue el papa de los cambios inesperados, dichos cambios fueron forjados no solo desde un escritorio u oficina, sino que los pensaba estando con sus hermanos y hermanas, paseando por el jardín, dialogando con sus secretarios y personas que se acercaban a él. Su primera medida como Sumo Pontífice, no fue aceptada con tanto agrado por la curia vaticana por la sencilla razón que de un día para otro redujo los altos estipendios (y la vida de lujo que, en ocasiones, llevaban los obispos y cardenales). Asimismo, dignificó las condiciones laborales de los trabajadores del Vaticano, que hasta ese momento carecían de muchos de los derechos de los trabajadores de Europa, además retribuidos con bajos salarios. Por primera vez en la historia nombra cardenales indios y africanos que hasta ese momento no existían. Con todas estas medidas el mundo observaba atónito unos cambios que hasta ese momento nadie se imaginaba, y lo que más admiraba era que venían de alguien que los medios de comunicación habían llamado con tono despectivo “un papa de transición” a lo que el respondía con suma paciencia y enérgica alegría, “Señor, porque me metes en estos embrollos tuyos, sabes que no soy tan bueno como crees, es cierto que quería ser ministro tuyo, pero yo solo quería ser un pobre cura de pueblo, y mira, menuda broma me has hecho, vestirme de blanco y con lo que cuesta cepillar la sotana, pero aquí estamos...” se le llamo también un papa de transición dada su avanzada edad y el poco relieve que su figura había tenido hasta la fecha dentro de la curia romana, tres meses después de su elección, el 25 de enero de 1959, en la Basilica de San Pablo Extramuros y ante la sorpresa de todo el mundo anunció el XXI Concilio Ecuménico -que posteriormente fue llamado Concilio Vaticano II-, el I Sínodo de la Diócesis de Roma y la revisión del Código de Derecho Canonico. Abrió las sesiones del concilio Vaticano II –el primero en casi un siglo– en octubre de 1962, con un discurso inaugural en el que expresó su intención de acometer una reforma de la Iglesia basada en el aggiornamento, es decir, su puesta al día. Ha sido el Concilio más representativo de todos, con una media de asistencia de unos dos mil padres conciliares procedentes de todas las partes del mundo y de una gran diversidad de lenguas y razas. Asistieron además miembros de otras confesiones religiosas cristianas. Si bien sólo se celebró una sesión bajo su pontificado, ésta sirvió para originar una apertura sin precedentes en el seno de la Iglesia Católica. El nuevo cambio de rumbo siguió dos ejes fundamentales: una actitud hacia los cristianos no católicos basada en el respeto y la tolerancia, y una posición independiente y sin alianzas en política internacional, sin participación en la férrea división en bloques de la época. Dentro de todos los hechos que marcaron a América Latina y el Caribe dentro de su pontificado figura la excomunión de Fidel Castro dictador Cubano realizada el 3 de Enero de 1962 y la canonización del primer santo negro de América Latina “ San Martin de Porres”. Nombró 37 nuevos cardenales, entre los cuales por primera vez figuraron un colombiano, un tanzano, un japonés, un filipino, un venezolano y un mexicano. Ciertamente fue un pontificado corto porque solo duro escasos cinco años, pero durante ese corto tiempo, este bien dotado hombre de Dios le regalo mucho a la Iglesia, dentro de estos regalos destacan ocho encíclicas llenas de un profundo sentido de Dios, y defensa de la dignidad de la persona humana, pero Dios premia a los santos de maneras inexplicables El 23 de mayo de 1963 se anunciaba públicamente la enfermedad del papa (cáncer de estómago). Murió en Roma el 3 de junio de 1963. El Papa no quiso dejarse operar temiendo que el rumbo del Concilio se enfocase por otro rumbo de lo estimulado, de esta forma el mismo Papa estaba firmando su sentencia de muerte. Al fin, después de una grave enfermedad el 3 de junio de 1963, hacia las dos y cincuenta de ese día, el Papa Juan XXIII muere sin ver concluir su obra, a la que él mismo consideraba "La Puesta al día de la Iglesia". En la memoria de muchos, el Papa Juan XXIII ha quedado como "el Papa bueno" o como "el Papa más amado de la historia", a lo que el respondería, “yo solo quería ser un pobre cura de pueblo”.

JUAN XXIII Y EL CONCILIO VATICANO II

domingo, 2 de noviembre de 2008

FESTIVIDAD DE LOS FIELES DIFUNTOS

Muchas veces nos hemos preguntado en nuestra América Latina: -¿A qué viene, y cómo se explica, la devoción de nuestros pueblos a los Fieles Difuntos? No podemos ni queremos establecer comparación con otras culturas no cristianas, que no tienen nuestra esperanza, y que son también muy apegadas al culto de sus muertos. Hablamos de nosotros porque tenemos fe. Sabemos que los que nos precedieron están en el seno de Dios. Y sin embargo, pensamos mucho en ellos, rezamos mucho por ellos, y los muertos están presentes en nuestra familias como lo estuvieron en vida.
No pasa así en otras civilizaciones también cristianas --que se dicen superiores (!)-- y que ante sus muertos se muestran bastante frías...
Hablando, pues, de nosotros, ciertamente que hay dos explicaciones, muy legítimas las dos, y también bastante claras, en este proceder nuestro con los difuntos: el amor familiar y el buen corazón de nuestras gentes.
La primera, el amor familiar, es evidente. Nuestros pueblos conservan, gracias a Dios, un gran apego a la familia. Y es natural que, al llegar este día, sintamos la necesidad de hacer más presentes entre nosotros a los seres queridos que se nos fueron. La segunda explicación que se da es el buen corazón, que nos hace sentir muy de cerca el dolor de los demás. Y eso de pensar que nuestros difuntos están a lo mejor todavía purificándose en aquel fuego devorador que, según la piedad y la fe cristiana, llamamos Purgatorio, eso nos llega muy al fondo del alma. Y eso es también lo que nos mueve a intensificar nuestros sufragios ante Dios por las almas benditas. Hablando de esta segunda razón --el buen corazón de nuestros pueblos--, explicaba un prestigioso sacerdote latinoamericano:
- Pasa con los Difuntos como lo que ocurre en nuestros pueblos con el Santo Cristo. Se le tiene una devoción muy especial. Por ejemplo, llega la Semana Santa, y hay que ver las plegarias ante el Señor que sufre y cómo se le acompaña en procesiones penitenciales... Pasa el Sábado Santo con el recuerdo de la Virgen Dolorosa, y dice poco la celebración del Señor que resucita. ¿A qué obedece este fenómeno, a sólo cultura o a un sentimiento muy profundo del corazón?...
Nosotros aceptamos esta realidad: los difuntos nos dicen mucho al corazón, y los recordamos, rogamos por ellos, y los seguiremos encomendando siempre al Señor.
Pero, ¿qué debemos pensar de las penas del Purgatorio, de las cuales queremos aliviar a nuestros queridos difuntos? Aquí deberíamos tener las ideas muy claras. La Iglesia, guiada siempre en su fe por el Espíritu Santo, es quien tiene la palabra. Y lo que nos enseña nuestra fe se puede resumir en dos o tres afirmaciones breves y seguras. Es cierto que en la Gloria de Dios no puede entrar nada manchado. Quien tenga pecado mortal --que quiere decir esto: de muerte eterna-- no verá jamás a Dios. ¿Y quien no tenga pecado mortal, sino faltas ligeras, apego a las criaturas, amor muy imperfecto a Dios, mezclado con tanto polvo y tantas salpicaduras de fango que se nos apegan siempre?... A la condenación eterna no va el que muere en estas condiciones, pero tampoco puede entrar en un Cielo que no admite la más mínima mancha de culpa.
Para eso está el Purgatorio, que significa eso: lugar de limpieza, de purificación. Lo cual es una gran misericordia de Dios. Si no existiera esa purificación y limpieza, ¿quién entraría en el Cielo, fuera de niños inocentes y de grandes santos que apenas se han manchado con culpa alguna?
San Juan Bautista Vianney, el Párroco de Ars, lo explicaba así en sus catequesis famosas: - Cuando el hombre muere, se halla de ordinario como un pedazo de hierro cubierto de orín, que necesita pasar por el fuego para limpiarse.
¿Y qué podemos hacer nosotros? Pues, mucho. Al ser cierto que todos los miembros de la Iglesia formamos un solo Cuerpo, y que está establecida entre todos la Comunión de los Santos --es decir, la comunicación de todos nuestros bienes de gracia--, todos podemos rogar los unos por los otros.
Nosotros rogamos por las almas benditas para que Dios les alivie sus penas y las purifique pronto, pronto, y salgan rápido del Purgatorio. Y esas almas tan queridas de Dios, que tienen del todo segura su salvación, ruegan también por nosotros, para que el Señor nos llene de sus gracias y bendiciones. Ésta ha sido siempre la fe de la Iglesia Católica.
Esto hacemos cada día cuando en la Misa ofrecemos a Dios la Víctima del Calvario, Nuestro Señor Jesucristo, glorificado ahora en el Cielo, pero que se hace presente en el Altar y sigue ofreciéndose por la salvación de todos: de los vivos para que nos salvemos, y de los difuntos que aún necesitan purificación.
Eso hacemos también con todas nuestras plegarias por los difuntos.
Esto hace la Iglesia especialmente en este día, con una conmemoración que nos llena el alma de dulces recuerdos, de cariños nunca muertos, de esperanza siempre viva...
¡Los Difuntos! ¡Nuestros queridos Difuntos! No los podemos olvidar delante de Dios, desde el momento que los queremos tanto....