miércoles, 23 de noviembre de 2011

PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO

“Velen y vigilen pues no saben cuándo será el momento”

(Mc.13,33-37)
Rev. Alexander Díaz

Este domingo iniciamos el tiempo del Adviento, es una palabra latina "adventus" significa “venida”. En el lenguaje cristiano se refiere a la venida de Jesucristo. La liturgia de la Iglesia da el nombre de Adviento a las cuatro semanas que preceden a la Navidad, como una oportunidad para prepararnos en la esperanza y en el arrepentimiento para la llegada del Señor, este tiempo nos invita a esperar y a estar vigilantes ante la venida del Señor.

Esperar supone una vigilancia constante y responsable. Hay personas que esperan acontecimientos definidos en su vida. Esperan cosas de manera global a través de un golpe de suerte: ganarse la lotería, o esperan situaciones después de un esfuerzo considerable… eso está bien, para alguien que no conoce el evangelio.

Pero para un cristiano esa espera es distinta, porque nuestra espera se mueve en el presente y en el futuro. Debemos esperar no desde nuestras expectativas sino desde el ritmo que Dios va marcando poco a poco. Nuestra espera es gratuita y sobretodo segura, nuestra espera supera todo conocimiento humano.

La espera en Jesús es totalmente distinta: supone aceptar lo que ya sabemos, esperamos a Jesús el amor de los amores, el amor que destruye toda ocasión de oscuridad y pecado. Algo interesante en la liturgia de este domingo es que El Señor no nos dice cuando será su venida definitiva.

Siempre me a parecido algo irrespetuoso cuando muchos grupos se han atrevido a afirmar en varias ocasiones el fin del mundo con fechas concretas, y han llenado de miedo y de dudas a muchos que con ingenuidad han creído esas charlatanerías. La palabra de Dios no nos dice nada al respecto, solo nos invita a estar alertas y expectantes. Hay que estar alertas para descubrir el paso de Dios por nuestras vidas; alertas para descubrir el paso de Dios por nuestras vidas, para descubrir su invitación al cambio y a la conversión. Esta palabra nos invita a tres compromisos: Estar atentos, a velar y a Orar sin cesar.

Atentos para que nada nos disponga a pasar por alto la venida del señor. Hay muchas cosas que nos pueden distraer de descubrir al señor. Es relativamente fácil alejarnos de Dios e incluso ocultarnos de Él, pero es muy difícil mantenernos en Dios porque la realidad del mundo no nos ayuda en nada.

Velar, es estar despiertos, saber descubrir en la noche de la vida, en las tinieblas de nuestro yo y ver la luz de Cristo que viene. El velar significa dejarse iluminar la vida por Jesús.

Orar, esperar atentos y velando en oración. No es esperar de cualquier manera, sino en una actitud orante, de hijo de desvalido, de quien de verdad espera al Señor. Esperar orando sin desesperarse y sin perder la calma. Cuando se ora, la espera no cansa sino que adquiere sentido y transforma nuestro corazón. Quien no sabe esperar confiado en la palabra de Jesús, se desespera.

El mundo de hoy no es propenso a aconsejar la espera. Todo intenta ser rápido, comida, limpieza, arreglos, fotos, comunicación, etc. El mundo de hoy ha sido pensado para tratar lo que el ser humano ha creado. La espera del evangelio, en cambio, añade a lo más íntimo del ser humano: una persona no cambia en un día, ni de manera rápida. Una persona no puede cambiar automáticamente el corazón ni un interior, de ahí la necesidad de espera en el Señor.

El cristiano por tanto debe vivir como centinela de esperanza en la noche del mundo. Algo que debe caracterizar la vida del cristiano es su esperanza gozosa en el triunfo de Cristo sobre el mal y sobre el pecado. En verdad, son muchos los motivos de sufrimiento y de “noche” para los hombres. Los dolores morales profundos, las enfermedades, las desgracias personales, el “tedio de la vida”, las grandes catástrofes que se abaten sobre pueblos enteros. Parece que todo nos invita a perder el ánimo. Sin embargo, Cristo sale al paso de nuestra vida y nos hace presente que la noche ha sido vencida y que debemos vivir como hijos de la luz. Cristo nos invita a ser “centinelas de la mañana”, centinelas de la esperanza, pregoneros de la buena nueva de la salvación.

En este sentido habría que alimentar la capacidad de maravilla ante todo el mundo creado. El Beato Juan Pablo II afirmaba: “Es necesario abrir los ojos para admirar a Dios que se esconde y al mismo tiempo se muestra en las cosas y que nos introduce en los espacios del misterio.

La cultura tecnológica y la excesiva inmersión en las realidades materiales nos impiden con frecuencia percibir el rostro escondido de las cosas. En realidad, para quien sabe leer con profundidad, cada cosa, cada acontecimiento trae un mensaje que, en último análisis, lleva a Dios. Los signos que revelan la presencia de Dios son, por tanto, múltiples. Pero para que no se nos escapen tenemos que ser puros y sencillos como los niños (Mt. 18, 3-4), capaces de admirar, sorprendernos, maravillarnos, encantarnos con los gestos divinos de amor y de cercanía para con nosotros.

Amen