(Mt. 13, 24,-43)
Rev. Alexander Díaz
Mateo, buen pedagogo y sistematizador, reúne en todo el capitulo trece, capitulo que iniciamos el domingo pasado con la parábola del sembrador, reúne siete parábolas sobre el Reino de los Cielos, tomadas de diversos lugares de la tradición, y dispone el conjunto de dos bloques, uno en público y otro en privado; (13, 1-35) tiene lugar en público y contiene enseñanzas dirigidas al pueblo, que no las comprende.
La finalidad del conjunto es ofrecer una reflexión sobre la incredulidad y sobre la postura que el discípulo ha de adoptar ante ella.
El evangelio correspondiente a este domingo muestra tres parábolas de esta siete, estas son: La parábola de la Cizaña, del Grano de Mostaza y de la Levadura. Todas son una presentación concreta del reino de los cielos. La parábola de la cizaña es una de las tantas que estamos acostumbrados a escuchar en nuestros coloquios personales y en nuestro hablar cotidiano; “Sembrar cizaña” en nuestro léxico -y hasta en el Diccionario- significa poner enemistad o hacer daño a otro, es un elemento tan vivo y tan cierto que no necesita tanta explicación sin embargo Jesús de forma sencilla pero profunda hace alusión a las grandes preguntas que nosotros nos hacemos en nuestro entorno : ¿Por qué el mal? ¿Por qué el sufrimiento? ¿Cómo entender el poder de Dios si vivimos también rodeados por la maldad? ¿Qué papel juega Dios en todo esto?.
Ante estas cuestionantes se nos propone la respuesta más increíble que podamos imaginar: el bien camina junto al mal por el mismo camino, por las mismas sendas, que es lo mismo que Jesús dice: Déjenlos crecer juntos hasta la hora de la cosecha. Entonces diré a los segadores: Corten primero la cizaña, hagan fardos y arrójenlos al fuego. Después cosechen el trigo y guárdenlo en mis bodegas.» (Mt.13,30) El señor permite que todo esto marche al mismo ritmo, sin darse cuenta que al final serán separados los unos y los otros.
Pero hay una seguridad: el mal se desvanecerá antes de llegar al final del camino. Se desvanecerá por la fuerza invisible del bien. El mal sólo se destruye con el ejercicio del bien. "Vence al mal con el bien". Es utilizar las herramientas del amor en la solución de los grandes conflictos. El amor es más fuerte que nada, aunque parezca a muchos inofensivo; es realmente la solución.
Por tanto, no hay que temer al mal, hay que seguir sembrando el reino de los cielos con pasión El Reino de Dios necesita ser sembrado, cuidado, mimado, vivido. El mal se propaga por sí solo, sólo hay que sembrarlo. Hay una realidad fácilmente comprobable y es que el mal logra esconderse largo tiempo en la vida de las personas en forma de odio, maldad, celos, alejamiento de Dios, etc.
En el mundo el mal está presente en forma de toda clase de acciones que conducen al ser humano a la infelicidad permanente. Existe un estado donde la persona va perdiendo el norte de su vida y al final no sabe ni quién es, ni dónde está ni adónde va.
La paradoja del mal y del bien en el mundo es que el mal parece no exigir gran esfuerzo, se hace con facilidad y hasta con impunidad. Hacer sufrir a alguien es muy sencillo, destruir es muy fácil; pero hacer el bien, crear, hacer crecer a los demás, hacerlos personas, recrearlos de nuevo libres ya de las ataduras de los pecados, es una obra que sólo puede hacer Dios a través de nosotros. Una persona se puede contagiar del mal fácilmente con la actuación de otra persona. Una persona sólo puede estar incitada permanentemente al bien si Dios la ilumina, le da la fuerza necesaria y el apoyo en el interior de su corazón. Para sembrar el bien cada persona debe ser para la otra hermano y hermana.
Para muchas personas el Evangelio aparece como algo sin fuerzas, sin posibilidad de transformar la vida de las personas que nos rodean. ¿Te sientes transformado por Dios? ¿Por qué? ¿En qué? El Evangelio es como una pequeña semilla, casi insignificante: no está hinchada de filosofía, no quiere alardes y puede ser predicado y entendido por cualquier persona que se abra al bien. No debemos olvidar que ambas siembras la de la bondad de Dios y el mal se hacen casi al mismo tiempo, cada persona debe decidir qué cosecha escoger.
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