domingo, 30 de diciembre de 2012

FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA



“A los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas: todos los que le oían, quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba. Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre: -Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados”.
(Lc.2,46-48) 

La Sagrada Familia fue una familia normal.
Cada año la Iglesia nos invita a meditar sobre el misterio que encierra la Familia, presentándonos como modelo imprescindible a la Sagrada Familia de Nazaret, una familia sencilla, normal, común y corriente como cualquier otra familia de hoy día. Una mujer sencilla y humilde, casada con un carpintero, que según lo que muchos afirman más que un carpintero era un “hacelotodo”, en otras palabras un hombre que se ganaba la vida trabajando de forma honrada en cualquier tarea artesanal.
Muchas veces creemos que la Sagrada Familia era diferente, por tener el privilegio de tener en su seno al hijo de Dios, mas sin embargo ese Dios amoroso quiso que su hijo creciera de forma normal rodeado de las atenciones, cuidados y cariños que solo una familia puede ofrecer. Una familia de inmigrantes y perseguidos por la injusticia del régimen de aquel tiempo, que sufrió el hambre y la soledad, que vivió las preocupaciones de la falta de trabajo, de los quebrantos de salud, y la opresión de las deudas que han sido las eternas compañeras de cualquier familia normal.
- María la madre y esposa.
Cuando veo a María como madre sencilla, como una campesina humilde, puedo ver a mi propia madre, con las manos rotas y curtidas por el peso del trabajo, con el rostro estremecido por el cansancio y la preocupación, pero con una eterna sonrisa de confianza en ese Dios de la vida que siempre es fiel a sus promesas, una mujer optimista y trabajadora, valiente y decidida, con una dignidad integra capaz de educar a un hijo que solo ella sabe quién es en realidad.
Con una sabiduría que no se consigue en ninguna universidad de prestigio ni se paga con todos los tesoros del mundo porque solo se consigue confiando en Dios. Nuestras Santas Madres biológicas al igual que ella, mi Madre del Cielo se volvieron sabias confiando y haciendo la voluntad de Dios, y guardando el sufrimiento de esta confianza en el silencio de su corazón. Como lo dice el evangelio de hoy “conservaba todo esto en su corazón. ”(Lc.2,51).
-José el esposo y padre prudente.
Y que podemos decir del Padre, de José, del hombre sencillo casado con una mujer que a los ojos de la humanidad no honrada ni fiel, porque a los cuchicheos de la gente, el hijo que ambos tenían era producto de una relación extramarital, y fruto de ello quizás llego a ser la burla de los irónicos de aquel tiempo, pero esto no le amedrento para poner su confianza en el Dios todo poderoso. San José un gran hombre, un padre y un gran maestro para Jesús, de quien se habla poco o casi nada en los evangelios, pero de quien se tiene gran estima y admiración, por su prudencia y por su confianza.
A él Dios le confió los primeros misterios de la Salvación, a él se le confió el cuidado de un recién nacido perseguido y odiado por muchos, fue testigo de los milagros de la noche del nacimiento de aquel niño en una cueva en Belén. Siempre para estas épocas me imagino la angustia y desesperación que este hombre vivió al ver a su mujer sufrir los dolores del parto, y sentirse impotente al no poder darle la ayuda necesaria para aliviar este sufrimiento. Pienso que a su mente vinieron preguntas profundas hacia Dios, hacia el plan que este tenía, pero pienso que también que estas interrogantes fueron selladas con la confianza y el abandono en el proyecto que Dios le había confiado.
El, es el un ejemplo vivo de esposo, de padre, de maestro y de un amigo en el círculo familiar, un padre normal, con un trabajo normal, un campesino como cualquier otro, con ilusiones y proyectos como ninguno. Que bendición tener un padre como este, que se abandona en las manos de Dios, que es cabeza indiscutible de una familia, que se preocupa pero que también la disfruta a cabalidad.
- El Sí de la Sagrada Familia, un Sí mutuo.
De San José podemos decir -según el evangelio- que se asemeja extremadamente a la Virgen María. Esta dijo sí a Dios e hizo posible la Encarnación, prestando al Hijo de Dios su corazón y su seno para que éste pusiera su tienda entre nosotros. San José dijo también dijo sí a Dios y le dio al Hijo de Dios una estirpe, una patria, una familia, una casa, un lenguaje, una autoridad, para que Dios habitara entre los hombres como un hombre más. En una palabra, José contribuyó a que continuara la Encarnación.
La verdadera misión de José, como la de María, fue presentar la obra de la salvación, Jesús, al mundo. Cuando se apercibe de su misión, José responde generosamente. Tiene el carisma de visiones angélicas; es decir, está atento a la llamada de Dios y está presto a cumplir su voluntad. Por eso no abandona a María cuando advierte que va a tener un hijo, y por eso también toma al Niño con su madre y huye a Egipto para burlar las iras de Herodes. No destaca su presencia en el evangelio, pero su figura ilumina la historia de Jesús.
No sé lo que significará para tu vida la figura de José. Lo que sí es cierto es que si fuéramos como él, llenaríamos de luz nuestro camino y el camino de los demás.
“La santidad de José consiste en la heroicidad del monótono quehacer diario. Sin llamar la atención, cumplió el programa de quien es “justo” con Dios mediante el fiel cumplimiento de las virtudes teologales de fe, esperanza y caridad; y con el prójimo por medio de su apertura constante al servicio de los demás. Como se construye la casa ladrillo a ladrillo, el edificio de la santidad se va realizando minuto a minuto, haciendo lo que Dios quiere. “San José es la prueba de que, para ser bueno y auténtico seguidor de Cristo, no es necesario hacer “grandes cosas”, sino practicar las virtudes humanas, sencillas, pero verdaderas y auténticas” (Pablo VI)
La Familia un invento de Dios para la construcción de reino.
Las dos primeras lecturas en la solemnidad de la Sagrada Familia, que hoy celebramos, son todos los años las mismas, y son una expresión clara y clásica del ideal de vida familiar tanto en el judaísmo como en el cristianismo, ambos presentados claramente en la primera y segunda lectura; y aunque ambos pasajes fueron escritos en diferentes tiempos y épocas es impresionante la coincidencia clara que estos presentan.
En ambos textos se subraya que la familia como comunidad de padres e hijos tiene una dignidad característica y un papel irremplazable, sobre todo para que los hijos puedan ir absorbiendo el sentido profundo y religioso de la comunión humana y familiar como elemento capital de toda existencia cristiana. En otras palabras, la vida familiar es la raíz de la dimensión comunitaria de la vida cristiana, por cuanto inicia y fomenta una forma de existencia caracterizada por un tipo de relación gratuita, no sólo funcional.
Desgraciadamente tanto en la vida simplemente humana como también en la vida cristiana, la dimensión “comunión” tiende – sobre todo por el uso de la televisión – a convertirse en una dimensión puramente “funcional” y despersonalizada. Y creo que en las familias cristianas tendría que generarse un examen de la calidad de la vida familiar y especialmente del nivel de las relaciones personales entre los miembros de la familia. Esa calidad se puede medir fundamentalmente a partir de dos dimensiones: una de “libertad” no rígidamente reglamentada, y – en forma especial – otra de “apertura”: una apertura al mundo real y al futuro y, para los cristianos, una apertura al pueblo de Dios (es decir a la comunidad eclesial cristiana) que sepa conjugar el amor y una objetividad sana y realista.
El Evangelio de hoy nos quiere subrayar que la valoración de la familia no debe llevar a desconocer lo individualmente personal. La familia es para sus miembros, y no al revés. Cada persona tiene rasgos, cualidades, inclinaciones y gustos diferentes. Y es un deber del resto de la familia – y principalmente de los padres – respetar e incluso fomentar lo que cada miembro tiene de peculiar.
Y aunque es normal que los padres se sientan asombrados, y hasta reticentes o desconcertados frente a opciones o actitudes de sus hijos, que les pueden resultar inicialmente incomprensibles, ellos tienen que saber – como la Virgen – conservar en el corazón esas actitudes y opciones. Los hijos, por su parte, deben saber “dar tiempo al tiempo” y buscar la convivencia pacífica con sus padres, sabiendo que esto constituye el mejor camino para que ellos puedan comprender y aceptar la vocación peculiar que cada uno de ellos manifieste tener.
No quiero terminar estas palabras sin insistir en que la calidad de vida familiar requiere un verdadero “cultivo” cuidadoso y de la contribución consciente y constante de parte de todos aquellos que la forman. ¿No valdría la pena, sobre la calidad de la propia vida familiar, tener una conversación en que participen todos los miembros de la familia?.

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