“Yo soy el Pan que ha bajado del cielo…”
Jn. 6 41-52
Celebramos hoy el domingo decimo noveno del Tiempo Ordinario, en la
liturgia se nos habla hoy del alimento, de la comida espiritual y junto a estos
elementos también se nos habla del desaliento y del deseo de abandonar esta
gran aventura de la vida.
Jesús desde hace varias semanas atrás nos viene hablando del alimento
espiritual, del pan que es necesario para vivir; si nos recordamos el domingo
pasado vimos que la imagen de Cristo como "pan de vida" significa que
Dios nos ofrece la posibilidad de una vida plena, con tal de que nosotros nos
alimentemos de El compartiendo (o asimilando) sus actitudes por medio de la fe.
Hoy ya aparece, en la última
frase del Evangelio, el tema de Jesús como pan de vida en la Eucaristía.
Esta visión del Pan eucarístico
la vemos prefigurada ya en El Antiguo Testamento que escuchamos en la primera
lectura, tomada del Libro de Los Reyes: El "pan de vida" tiene el
carácter de "pan para el cansancio del camino", (Rey. 19,4-8) en
otras palabras seria el pan que rehabilita al ser humano agotado, es un pan que
devuelve las fuerzas al cuerpo que está a punto de desfallecer.
Creo que el más característico
"cansancio del camino" es el desaliento o desánimo que surge no tanto
del camino ya recorrido, sino del mucho camino que nos queda por recorrer; ese
cansancio que no se debe al pasado, sino al miedo del futuro, a la extinción de
la esperanza, de la ilusión.
Muchas veces tenemos miedo a lo
que está por venir y deseamos mejor morir como lo desea el profeta Ezequiel,
deseamos darnos por vencidos, tirarnos al suelo a esperar la muerte, en vez de
seguir luchando. Todo esto es lógico, el desierto mata, aniquila, cansa y hace
que todo parezca muerto y sin esperanzas, pero sobretodo el desierto anima y
empuja a morir.
En muchas ocasiones nuestra vida
parece un desierto donde nada tiene sentido, donde todo se ve oscuro, sin
rastros de esperanza y deseamos, tirarnos y morir, la soledad del desierto
ataca y cala en lo hondo de nuestra alma, estamos en ese momento como el
profeta, deseando morir rápido para no sufrir, nuestra hambre se ve muy
evidente que no tenemos más esperanzas
Cristo es nuestro "pan para
el cansancio del camino" por cuanto nos incita a la esperanza, nos hace
conscientes de que lo decisivo para nuestra existencia no radica en nuestras
propias fuerzas - que con razón nos parecen pocas y débiles - sino en el amor
que Dios nos tiene, del que la prueba mayor está en la vida y más aún en la
muerte del mismo Jesús.
Y esta reflexión nos lleva a la
gran frase final del Evangelio de hoy, en que ya aparece la Eucaristía como la
forma concreta en que Jesús es nuestro "pan de vida". Dice Jesús:
"El pan que yo daré es mi propio cuerpo" y precisa que es su cuerpo
que él "entregará por la vida del mundo". (Jn.6,51)
Estas palabras nos insinúan que
él es pan de vida en cuanto la dinámica central de su existencia estuvo en
"darse" en "entregarse" incluso hasta la muerte por la vida
del mundo.
Cuando Jesús dice esta frase “por
la vida del mundo” eso me hace ponerme a pensar cuan enamorado esta Dios de
nosotros y cuanto está dispuesto a dar para que nosotros tengamos vida, y vida
en abundancia. Nos da alimento para el camino tortuoso y difícil de la vida. Su
muerte nos ha dado un sentido diferente a nuestra existencia, nos debe de hacer
hombres y mujeres nuevos, con un sentir y pensar más espiritual y divino.
Andando de la mano de Él, la vida se torna más fácil, con el alimento del pan
vivo, hay más fuerza para caminar y para vencer cualquier obstáculo en el
camino.
Por consiguiente, nuestra
celebración eucarística y nuestra comunión piden que tengamos una gran lucidez sobre las raíces y
el sentido de la muerte de Jesús.
Desde luego, celebramos la muerte
de Jesús porque creemos en su resurrección; pero esto significa que reconocemos
en su muerte la raíz de su resurrección, y así profesamos que participar en su
muerte es la condición indispensable - prenda y garantía - de una participación
en su vida.
Por eso es importante tener
presente que a Jesús lo mataron a causa de su mensaje y de su actuación; su
muerte fue voluntaria en el sentido de que él fue intransigente en seguir
adelante con el designio de su Padre, aunque le costara la vida. Esta actitud,
nos dice S. Pablo (2ª Lectura), tuvo el carácter de un "sacrificio....agradable
a Dios". (Ef.5,2)
Lograr que nuestra actitud
fundamental sea como la de Cristo, hace que su sacrificio sea también el
nuestro. Si nuestra actitud es diferente, nos quedamos fuera del sacrificio de
Cristo, que se hace presente de nuevo en
la celebración eucarística.
Todo se resume en la frase final
de la 2ª Lectura: "Condúzcanse con amor (superando los egoísmos), lo mismo
que Cristo nos amó y se entregó para ser sacrificado por nosotros, como ofrenda
y sacrificio de olor agradable a Dios". (Ef.5,2)
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