viernes, 10 de agosto de 2012

DOMINGO XIX DEL TIEMPO ORDINARIO


“Yo soy el Pan que ha bajado del cielo…”
Jn. 6 41-52

Celebramos hoy el domingo decimo noveno del Tiempo Ordinario, en la liturgia se nos habla hoy del alimento, de la comida espiritual y junto a estos elementos también se nos habla del desaliento y del deseo de abandonar esta gran aventura de la vida.

Jesús desde hace varias semanas atrás nos viene hablando del alimento espiritual, del pan que es necesario para vivir; si nos recordamos el domingo pasado vimos que la imagen de Cristo como "pan de vida" significa que Dios nos ofrece la posibilidad de una vida plena, con tal de que nosotros nos alimentemos de El compartiendo (o asimilando) sus actitudes por medio de la fe.

Hoy ya aparece, en la última frase del Evangelio, el tema de Jesús como pan de vida en la Eucaristía.
Esta visión del Pan eucarístico la vemos prefigurada ya en El Antiguo Testamento que escuchamos en la primera lectura, tomada del Libro de Los Reyes: El "pan de vida" tiene el carácter de "pan para el cansancio del camino", (Rey. 19,4-8) en otras palabras seria el pan que rehabilita al ser humano agotado, es un pan que devuelve las fuerzas al cuerpo que está a punto de desfallecer.

Creo que el más característico "cansancio del camino" es el desaliento o desánimo que surge no tanto del camino ya recorrido, sino del mucho camino que nos queda por recorrer; ese cansancio que no se debe al pasado, sino al miedo del futuro, a la extinción de la esperanza, de la ilusión.

Muchas veces tenemos miedo a lo que está por venir y deseamos mejor morir como lo desea el profeta Ezequiel, deseamos darnos por vencidos, tirarnos al suelo a esperar la muerte, en vez de seguir luchando. Todo esto es lógico, el desierto mata, aniquila, cansa y hace que todo parezca muerto y sin esperanzas, pero sobretodo el desierto anima y empuja a morir.

En muchas ocasiones nuestra vida parece un desierto donde nada tiene sentido, donde todo se ve oscuro, sin rastros de esperanza y deseamos, tirarnos y morir, la soledad del desierto ataca y cala en lo hondo de nuestra alma, estamos en ese momento como el profeta, deseando morir rápido para no sufrir, nuestra hambre se ve muy evidente que no tenemos más esperanzas   

Cristo es nuestro "pan para el cansancio del camino" por cuanto nos incita a la esperanza, nos hace conscientes de que lo decisivo para nuestra existencia no radica en nuestras propias fuerzas - que con razón nos parecen pocas y débiles - sino en el amor que Dios nos tiene, del que la prueba mayor está en la vida y más aún en la muerte del mismo Jesús.

Y esta reflexión nos lleva a la gran frase final del Evangelio de hoy, en que ya aparece la Eucaristía como la forma concreta en que Jesús es nuestro "pan de vida". Dice Jesús: "El pan que yo daré es mi propio cuerpo" y precisa que es su cuerpo que él "entregará por la vida del mundo". (Jn.6,51)
Estas palabras nos insinúan que él es pan de vida en cuanto la dinámica central de su existencia estuvo en "darse" en "entregarse" incluso hasta la muerte por la vida del mundo.
Cuando Jesús dice esta frase “por la vida del mundo” eso me hace ponerme a pensar cuan enamorado esta Dios de nosotros y cuanto está dispuesto a dar para que nosotros tengamos vida, y vida en abundancia. Nos da alimento para el camino tortuoso y difícil de la vida. Su muerte nos ha dado un sentido diferente a nuestra existencia, nos debe de hacer hombres y mujeres nuevos, con un sentir y pensar más espiritual y divino. 

Andando de la mano de Él, la vida se torna más fácil, con el alimento del pan vivo, hay más fuerza para caminar y para vencer cualquier obstáculo en el camino.
Por consiguiente, nuestra celebración eucarística y nuestra comunión piden que  tengamos una gran lucidez sobre las raíces y el sentido de la muerte de Jesús.

Desde luego, celebramos la muerte de Jesús porque creemos en su resurrección; pero esto significa que reconocemos en su muerte la raíz de su resurrección, y así profesamos que participar en su muerte es la condición indispensable - prenda y garantía - de una participación en su vida.

Por eso es importante tener presente que a Jesús lo mataron a causa de su mensaje y de su actuación; su muerte fue voluntaria en el sentido de que él fue intransigente en seguir adelante con el designio de su Padre, aunque le costara la vida. Esta actitud, nos dice S. Pablo (2ª Lectura), tuvo el carácter de un "sacrificio....agradable a Dios". (Ef.5,2)

Lograr que nuestra actitud fundamental sea como la de Cristo, hace que su sacrificio sea también el nuestro. Si nuestra actitud es diferente, nos quedamos fuera del sacrificio de Cristo, que se hace presente de nuevo  en la celebración eucarística.

Todo se resume en la frase final de la 2ª Lectura: "Condúzcanse con amor (superando los egoísmos), lo mismo que Cristo nos amó y se entregó para ser sacrificado por nosotros, como ofrenda y sacrificio de olor agradable a Dios". (Ef.5,2)

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