"Nadie es profeta en su tierra.."
(Mc. 6,1-6)
La liturgia de este
domingo decimo cuarto del Tiempo Ordinario, es una reflexión profunda sobre el
anuncio del evangelio y la aceptación por parte de aquellos a los cuales se les
anuncia. Es una meditación a cerca del profetismo, del profeta que anuncia y denuncia
lo que Dios le ha mandado.
Nunca perdamos de
vista que cuando alguien anuncia y denuncia es Dios mismo quien toma y envía a
sus "portavoces"... para que digan algo en su nombre: que mantengan
viva la esperanza en tiempos duros; que denuncien la infidelidad, los abusos e
injusticias; que saquen a la luz las rebeldías y pecados colectivos; que
preparen a fondo una renovación del resto (pobre) de Israel.
El profeta
inevitablemente es controvertido, su palabra dura de oír, su tenacidad
escandalosa, el conflicto con los dirigentes oficiales es inmediato. Una
palabra para todos. Libertad de palabra, temido, respetado.
Buena noticia de
salvación y misericordia para unos... Mala noticia de juicio y reprobación para
otros. Y el profeta en medio, posesión de nadie..., posesión del Espíritu de
Dios, heraldo suyo, sufriente siervo las más de las veces, ofreciendo su vida y
su palabra para que Otro las tome como cosa suya.
Cuando leo las
lecturas de este domingo y en concreto el evangelio me puedo dar cuenta el reto
grande que se tiene de anunciar la gracia de Dios, de proclamar el evangelio,
porque si a Jesús lo rechazó su propia gente, que no harán con nosotros que
solo somos siervos de Jesús.
Cuando Jesús se
presenta en Nazaret produce conmoción. Por algo sería. Es despreciado porque le
ven "como uno de tantos", no aceptan su persona, es despreciado su
mensaje.
"La
reacción de oposición o de indiferencia que los hombres mantenemos frente a las
voces proféticas, obedece casi siempre a que el profeta se nos presenta bajo
apariencias excesivamente humanas.
El evangelio hace ver,
muy claramente, que el motivo de la indiferencia de los de Nazaret ante la
predicación de Jesús es, cabalmente, que Jesús sea tan semejante a ellos
mismos, tan vulgar y ordinario, cuya parentela y origen todo el mundo conoce.
Pero los pensamientos de Dios no son como los de los hombres.
En toda la historia de
la salvación, Dios ha querido comunicarse con los hombres y mujeres a través de
instrumentos humanos, muchas veces débiles e imperfectos, pero que,
precisamente por ello, son capaces de mostrar toda la fuerza de Dios. Todos
debemos ser conscientes de que, de acuerdo con el plan de Dios, siempre somos
salvados por medio de unos hombres y a pesar de las deficiencias de estos
mismos hombres".
Sin embargo hay algo
que me asombra de Jesús, no obliga a nadie a creer, no comienza a hacer
milagros por todos lados para que todo mundo crea, Jesús nos deja libres;
propone, no impone sus dones.
Aquel día, ante el
rechazo de sus paisanos, Jesús no se abandonó a amenazas e invectivas. No dijo,
indignado, como harían otros, sencillamente se marchó a otro lugar. Una vez no
fue recibido en cierto pueblo; los discípulos indignados le propusieron hacer
bajar fuego del cielo, pero Jesús se volvió y les reprendió (Lc 9, 54).
Así actúa también hoy.
«Dios es tímido». Tiene mucho más respeto de nuestra libertad que la que
tenemos nosotros mismos, los unos de la de los otros. Esto crea una gran
responsabilidad. San Agustín decía: «Tengo miedo de Jesús que pasa». Podría, en
efecto, pasar sin que me percate, pasar sin que yo esté dispuesto a acogerle.
¿Por qué actúan así, aquella gente de
Nazaret? Yo diría que por varios motivos. Por ejemplo:
-Un primer motivo
puede ser esa especie de sentimiento que todos llevamos dentro, según el cual
nosotros ya sabemos lo que somos, y nadie nos tiene que enseñar nada. Cada uno
ya tiene su propia manera de ver las cosas, y no tenemos ningún deseo de hacer
el esfuerzo de escuchar a otra gente, de estar atentos a otras cosas con ganas
de ver más claro, con ganas de cambiar las formas de ver y de actuar, si es que
nos damos cuenta que vale la pena hacer este cambio.
-Un segundo motivo
puede ser que hemos clasificado a las personas y creemos que sea quien sea nada
nuevo puede enseñar y por tanto no aprenderemos nada nuevo. La gente de Nazaret
sabía que Jesús era el carpintero, y que, por tanto, poco podía decirles.
Incluso cuando ven que
lo que dice y hace vale la pena de verdad, piensan que no es posible y lo
ignoran. En vez de hacer lo que sería razonable: escuchar lo que dice y lo que
hace, y ver si merece la pena hacerle caso, tanto si el que lo dice es el
carpintero como si es el rey, o como si es un muchacho sencillo con un
pendiente en la oreja.
-Y un tercer motivo
podría ser que no les interesa escuchar
lo que Jesús decía, porque su palabra les mostraba un estilo de vida que
entrañaba. Les invitaba quizás a cambiar cosas en su vida que no tenían ganas
de cambiar, y entonces todas las excusas son buenas para ahorrarse este cambio.
A menudo lo hacemos:
cuando vemos que una persona actúa de modo generoso y entregado, y que con esta
manera de actuar pone al descubierto nuestra pereza, rápidamente encontramos
mil motivos para demostrar que lo que aquella persona hace no lo hace de buena
fe, sino por vete a saber qué intenciones ocultas. De igual modo cuando oímos
que alguien dice cosas que son verdad, pero que nos denuncian y que nos
obligaría a cambiar, también rápidamente encontramos motivos para
desacreditarlo a él y a lo que dice.
Jesús sigue anunciando el evangelio a través
de tantos y tantas personas en nuestra vida, no juzgues a las personas, mejor
escucha lo que tienen que decirte y llévalo a tu vida y a tu corazón, no
permitas que la gracia se vaya de tus manos por la dureza de corazón. Nadie es
profeta en su tierra, dice el evangelio de hoy, pero yo creo que como
cristianos maduros deberíamos de escuchar lo que el profeta comunica para
madurar nuestra fe.
Amén.
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