“Dame de beber”
(Jn.4, 5-42)
Rev. Alexander Diaz
El evangelio de este domingo narra el encuentro de Jesús con una mujer samaritana. El texto nos permite descubrir la delicada forma como Jesús se acercaba a las personas que se encontraban en situaciones complejas, y su acompañamiento para que descubrieran la verdad y el sentido de la vida. Los agentes de pastoral encontrarán en esta página una rica inspiración para su servicio evangelizador.
El primer punto que debemos aclarar es el origen de la mujer que dialoga con El: ¿tiene un sentido especial el que se trate de una mujer samaritana o es algo puramente casual, no estaba planificado, una coincidencia.
Estoy casi seguro que en la gran mayoría de los casos el encuentro de las personas con Dios se establece muchas veces por cuestiones accidentales o coincidencias. Las conversiones se dan en las calles, en los hogares, en los hospitales... Cuando vamos al templo lo que hacemos es ponernos ante Dios que nos ha cautivado.
Este encuentro se torma mas interesante porque las relaciones entre los judíos y los samaritanos eran muy difíciles, pues los Samaritanos eran considerados semi-paganos ya que su fe se había mezclado con las creencias provenientes de otras culturas; por esa razón, los judíos no les habían permitido participar en la reconstrucción del Templo de Jerusalén, y su lugar de culto se encontraba en el monte Garizim.
Jesús no se solidariza con este rechazo manifestado por su pueblo. Rompiendo las barreras sociales, entabla una conversación con esta mujer, a la que trata con respeto.
A través de la conversación, Jesús guía a esta mujer para que vaya encontrando respuestas a sus inquietudes más profundas, y termina por convertirse en anunciadora de la buena noticia que le ha cambiado la vida: “Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será éste el Mesías?”
Cuanto bien se hace cuando se dialoga con calma, cuando se buscan las respuestas y se escucha con tranquilidad. Jesús no encara a esta pobre por sus errores, no la crítica, no la enfrenta, solo le muestra, amor, respeto, caridad y sobretodo, paz para que ella se encuentre consigo misma. Cuanto bien le haría a muchos de nosotros escuchar y corregir con paz y tranquilidad como lo hace Jesús con esta pobre mujer.
La actitud de Jesús hacia la mujer samaritana muestra la universalidad del anuncio de salvación, que no está circunscrito a una cultura determinada, sino que se ofrece a todos los hombres y mujeres de buena voluntad.
“Jesús, venía cansado del camino, se sentó sin más junto al borde del pozo. Era cerca del mediodía”. Sol, cansancio, sed… Como cualquier ser humano, Jesús siente las consecuencias del clima y del trabajo.
En ese momento, se acerca una mujer que llega al pozo para sacar agua y llevarla a su casa. Jesús inicia una conversación con esa interlocutora anónima, como lo hemos hecho todos nosotros mientras esperamos ser atendidos en un consultorio médico o aguardando que pase el autobús…
¿De qué hablan? Del calor, de la sed, del pozo. Es muy interesante analizar la habilidad con Jesús inicia la conversación a partir de una solicitud obvia dentro de ese contexto – “dame de beber” -, y poco a poco va avanzando en su mundo interior: su resentimiento social al sentirse rechazada por ser samaritana, sus preocupaciones espirituales, sus inquietudes, su historia afectiva, etc.
Utilizando una palabra que está muy de moda en las empresas, Jesús hace un “coaching” o acompañamiento muy fino; a pesar de los temas tan sensibles que van entrando en la conversación, la mujer en ningún momento se siente incómoda sino que él, a través de sus comentarios y reacciones, la va estimulando para que avance en su crecimiento interior.
El tacto con que Jesús va guiando a esta mujer debería hacer pensar a algunos sacerdotes que atropellan la privacidad de los fieles y los maltratan con sus palabras. Vale la pena detenernos a contemplar la forma como Jesús va descubriendo, con gran sentido pedagógico, su verdadera identidad.
Lo que empezó como un encuentro aparentemente coincidente, termina como la revelación de que la gran esperanza del pueblo de Israel, el Mesías, ya estaba presente en medio del pueblo.
Elemento central de esta catequesis de Jesús es el AGUA. Poco a poco va desentrañando su sentido y va pasando de su función en la vida diaria a un simbolismo más hondo, que es la comunicación de la vida divina.
La liturgia del sacramento del Bautismo tiene como elemento central el agua; los textos que lee el ministro del sacramento descubren su sentido en la historia de salvación.
Así, pues, este relato del encuentro de Jesús con la samaritana, que tiene como elemento central el AGUA, puede ser interpretado como una hermosa catequesis sobre el significado del Bautismo, el cual nos permite participar de la vida divina dentro de la comunidad: “El que beba del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed. El agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un manantial capaz de dar la vida eterna”.
El agua que lleva a la eternidad. Hoy se predica poco sobre la eternidad. Es como si lo que de verdad merece la pena de atenderse es siempre lo efímero, lo pasajero. Pero el Evangelio es una invitación a la eternidad de Dios. Ocurre muchas veces que los predicadores se encuentran más cómodos hablando del horizonte humano que de la promesa de la vida eterna.
De esta manera la fe se convierte en una filosofía más o en unas técnicas más o menos adecuadas para el crecimiento personal. La eternidad no está de moda, pero la eternidad es el tiempo de Dios. Muchas de las angustias de las personas de nuestro tiempo se dan por la falta de tiempo, por el no llegar a todo lo que hay que hacer. Dios se sitúa en la eternidad, fuera del tiempo, para que nos demos cuenta que nuestra vida y relación con Él es para siempre. Dios no tiene nunca prisas con nosotros...
Adorar en espíritu y verdad. La adoración a Dios no está en Jerusalén o en el templo del Garizim, sino en la actitud de fe. Una persona puede estar todo el día metido en una catedral o en cualquier templo queriendo descubrir a Dios y, en cambio, su corazón estar espiritualmente a miles de kilómetros de distancia. Para descubrir a Jesús en el sagrario, en la Eucaristía o en la Palabra hay primero que adecuar un sitio en nuestro interior; uno o varios motivos por los cuales darle las gracias y tener un oído espiritual más que atento para que se nos haga presente en los locales divinos. Te invito a que el sagrario, la Eucaristía y la Palabra no estén solo en los muros de tu Iglesia, sino que tengan sede en tu corazón.
El auténtico templo de culto es Jesús o la Palabra de Jesús que fructifica en el corazón de las personas por medio del Espíritu Santo. Dios está por encima de los lugares. Nuestro verdadero contacto con Dios es la persona de Jesús. Quien quiera encontrar a Dios, lo encontrará en Jesucristo.
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