“No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”
(Mt.4,1-11)
Rev. Alexander Díaz
(Mt.4,1-11)
Rev. Alexander Díaz
Hoy es el primer domingo de cuaresma, el pasado miércoles iniciamos este maravilloso camino espiritual, similar al de un gran retiro que durara cuarenta días y en los cuales nos detendremos a mirar y meditar sobre nuestra frágil realidad humana, la cual pesa y en momentos se torna difícil, ya que intentamos seguir el evangelio, pero esta “condición humana” nos cunde de tentaciones que nos hacen más difícil este caminar.
El evangelio de hoy nos habla de las tentaciones de Jesús, en el desierto, misterio que nos invita a pensar que si El, siendo Dios no fue eximido de esas tentaciones, nosotros tampoco lo estamos.
Nos dice la liturgia de que El Espíritu lleva a Jesús al desierto, es sabido por todos que Israel, el lugar donde el nace y crece esta plantado casi en un desierto, me pregunto ¿Qué sentido tiene esta sorprendente conducción, a un lugar donde el silencio y la muerte prácticamente viven? Reflexionemos un poco sobre qué significa «el desierto».
El desierto es el lugar del silencio, de la soledad; es alejamiento de las ocupaciones cotidianas, del ruido y de la superficialidad. El desierto es el lugar de lo absoluto, el lugar de la libertad, que sitúa al hombre ante las cuestiones fundamentales de su vida. En este sentido, es lugar de la gracia. Al vaciarse de sus preocupaciones, el hombre encuentra a su Creador.
Por esta razón para iniciar la cuaresma se nos llama a meditar en este paso que Jesús realiza para iniciar su vida pública, si queremos encontrar respuesta a nuestras propias interrogantes debemos de guardar silencio, debemos de irnos al desierto y dejar que El, hable a nuestro corazón. El ser humano siempre tiene miedo a estar solo, o interrogarse a sí mismo, estamos acostumbrado al ruido, al bullicio, a que otros sean los que hablen, pero no a hacerlo por nosotros mismos.
Las grandes cosas comienzan siempre en el desierto, en el silencio, en la pobreza. No se puede participar en la misión de Jesús, en la misión del Evangelio si no se participa en la experiencia del desierto, sin sufrir su pobreza, su hambre. Aquella bienaventurada hambre de justicia, de la que nos habla el Señor en el Sermón de la Montaña, no puede nacer estando el hombre harto de todo.
Pero quiero aclarar una cosa, el desierto de Jesús no acaba con estos cuarenta días. Su último desierto, su desierto extremo, se da cuando experimenta la soledad en la agonía de la cruz, cuando todo parece perdido, cuando todo es oscuro y tenebroso y de su boca pronuncia las palabras del salmo 21: «¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?»
En nuestra vida, para conquistar el cielo, tendremos que enfrentarnos a un sinfín de desiertos, y tempestades, donde también nosotros sentiremos lo mismo que sintió Jesús, sentiremos miedo, tristeza, aflicción, dolor, y no veremos claro en nada, todo se tornara oscuro y sin salida, pero cuando eso pase, tenemos que estar claros que eso no es el fin, es solo un momento de prueba, una tentación más que tenemos que superar sin ningún problema.
Al entrar en el desierto, Jesús entra también en la historia de la salvación de su pueblo, Jesús entra en esta historia, entra en las tentaciones de su pueblo, Jesús se va al desierto para ser tentado; quiere participar en las tentaciones de su pueblo y del mundo, sobrellevar nuestra miseria, vencer al enemigo y abrirnos así el camino que lleva a la Tierra Prometida.
Después de su experiencia en el desierto Jesús se entro’ en su vida de misión, predicando, sanando, enseñando, reconciliando, y aliviando sufrimiento. Con nuestras experiencias confrontando a la tentación también realizamos un papel de misión de predicar, sanar, ensenar, reconciliar, y aliviar el sufrimiento en el mundo. En fin, la tentación no es una realidad en que necesitamos huir, más bien, es una realidad que ofrece una nueva oportunidad crecer en nuestra identidad. Somos capaces, por la gracia del Señor, ser formados en la imagen de Cristo no tanto a pesar de las tentaciones sino que en proporción directo a nuestra fortaleza contra la mentira que siempre acompaña a las tentaciones.
Jesús llevo’ al desierto solamente a su fe, su esperanza, y su amor. Y era suficiente contra cualquier tentación usar a su poder en una manera orgullosa. A dentro de nuestras almas y corazones tenemos anhelos puesto por Dios que necesitan aire, que necesitan ser expresados. En ese Nuevo Tiempo de la Cuaresma tomamos el riesgo confrontar con los anhelos de justicia, reconciliación, y el deseo aliviar al sufrimiento las tentaciones, en todo momento de cualquier confrontación sabemos que Dios está a nuestro lado.
Que en este tiempo maravilloso de la cuaresma también nosotros seamos hombres y mujeres nuevos que afrontemos la realidad de nuestra vida y cambiemos algo de nosotros, que la predicación del este evangelio dominical nos ayude a cambiar de actitud ante las tentaciones que se nos ponen en nuestro caminar.
Amen
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