viernes, 18 de marzo de 2011

SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA

“Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escúchenlo”
(Mt.17,1-9)

Rev. Alexander Díaz


Estamos celebrando el Segundo domingo de cuaresma, y la liturgia de hoy, es un tanto diferente a todos los otros domingos que nos invitan al sacrificio, a la mortificación, al cambio de vida. Este domingo es más de reflexión sobre nuestra vida misma.
Hoy es el domingo del Tabor, de la transfiguración, de la manifestación gloriosa de Jesús ante sus amigos, al terminar de escalar una montaña impresionante.

Jesús nos invita a hacer un alto en el camino, a acompañarle hasta una montaña alta y a ver como se transfigura ante nosotros, su rostro como el sol, sus vestidos blancos como la luz.
Siempre me ha gustado la imagen de Pedro y los otros apóstoles ya que pienso que tan impresionante debió ser aquella situación que Pedro –siempre el más atrevido- no se le ocurrió más que decir: “¡Qué bien se está aquí!”

Y luego añadió aquello de hacer tres tiendas, olvidándose de sus compañeros y de él mismo. Debió ser una experiencia impactante. No parece que en ningún momento les causase miedo o temor. Más bien, lo contrario. Escucharon o sintieron la voz de Dios que les invitaba a escuchar la voz de su Hijo, Jesús. Una vez más, la invitación a escuchar y acoger en el corazón la Palabra, que debe ser siempre el centro de la vida cristiana.

Todo sucedió en una montaña alta. Cuando subí hace unos meses atrás, esta montaña, me ponía a pensar como fue en aquel tiempo este recorrido con sus tres grandes y cercanos amigos, subir esa montaña alta, a pie, debieron de tardar por lo menos de tres a cuatro horas, y se debieron de tener una buena preparación física, pues en este contexto es donde Jesús nos invita a meditar sobre nuestra vida.
La vida es así, es como el escalar una gran montaña, en la cual vamos encontrando un sinfín de dificultades, donde tenemos que ir apartando piedras y escombros que se oponen a nuestro caminar e impiden que avancemos y conquistemos esa montaña.

Cuando se sube la montaña y no se tiene la debida preparación hay momentos en los cuales dan deseos de abandonar esa conquista, y regresar al camino llano, a lo que no requiere sacrificios ni dolores, es fácil dejarlo todo y vivir cómodamente, pero eso no es de cristianos, eso es de cobardes y acomodados que nunca conquistan nada.

Pero luego de subir la montaña viene la gloria y la transfiguración, transfiguración a la cual estamos llamados y porque no decirlo, obligado por el bautismo, la gran pregunta hoy es:
¿Cuáles son las experiencias transfiguradoras en nuestra vida y en nuestro entorno social?
Este acontecimiento se ve latente cuando somos capaces de acercarnos tanto a Jesús y de retirarnos con Él en el silencio de la oración y la contemplación en la eucaristía. Contemplar la gloria de Dios no es ni más ni menos que disfrutar de nuestro encuentro con Jesús en plenitud es sentir a Jesús cercano, amigable, queriéndonos. De esta primera forma se trasluce el amor que Dios nos tiene. Cuanto tiempo hemos perdido buscando y mendigando amor en los lugares equivocados.

Esta trasfiguración se hace realidad cuando se ve en el más pobre y desvalido a los privilegiados de Dios es también otra experiencia de la transfiguración. Los discípulos se sintieron ante aquel gran acontecimiento mendigos de la salvación, se sintieron vacios de salvación, por ello quisieron quedarse y hacer tres chozas para seguir disfrutando, es que cuando se siente y se experimenta la gloria de Dios, no quisiera que se termine, deseáramos que continúe y sea plena.
Ver mi vida tal como Dios me ve es otra de las experiencias transfiguradoras ya que Dios se hace presente en mi vida real, tal cual soy.

“En muchas ocasiones los cristianos pretendemos que el Señor esté en mi vida, pero no en mi vida real, sino en la vida perfecta a la que soy llamado. Luchamos porque no somos como nos gustaría ser y nos desalentamos porque no logramos que Dios esté en nuestro ideal de vida. Y esto es verdad: Dios nunca está en lo que nos gustaría ser o en el cómo nos gustaría ser... Padre Dios sólo está en lo que somos hoy, con nuestras realidades y miserias, con nuestras debilidades y errores. Si muchos hermanos y hermanas en la fe tuviesen en cuenta este punto sufrirían menos y serían más plenamente cristianos: Dios no está en el ideal al que estoy llamado. Dios está hoy, en este momento, a mi lado, acompañando mi fragilidad, animándome, alentándome, dándome vida.
La vida cristiana está llena de conatos de transfiguración, pero son esos momentos los que nos marcan el camino que tenemos que seguir. Podemos saborear la grandeza de Dios cuando no nos desesperamos, cuando somos capaces de latir con Dios, de ahí que la experiencia de Cristo vivo pase desapercibida para tantos. No son capaces de captar la transfiguración porque no tienen tiempo para Dios.” (Mario Santamaría Bueno, homilías para cada domingo, 2005).

Cuanto nos hace falta cambiar y transfigurar en nuestra vida, con solo dejarnos arrastrar por el maestro, que quiere subir con nosotros esta difícil montaña de la vida, El verdaderamente camina con nosotros, tristemente muchas personas dudan de Dios porque no le ven, nosotros podemos percibir al Señor en su grandeza, en su infinito amor, en su gloria. La vida cristiana es vivir y contar a los demás esta experiencia del encuentro con el Señor.

Hermanos en el camino hacia la cruz se entrecruzan la gloria y el sufrimiento, la debilidad humana y la grandeza de Dios. Es una mezcla exacta de lo que es el acontecer humano. Es un aviso constante a nuestra débil humanidad. No hay gloria sin cruz, no hay cruz redimida sin Cristo. Jesús maestro, hermano, amigo, danos la gracia y la fortaleza de transfigurar nuestra vida, y caminar a tu lado para ser trasformados en verdaderos hijos de Dios y en verdaderos cristianos.

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