«¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en el cielo!»
(Mt.21, 1-11)
Rev. Alexander Díaz
Este domingo iniciamos la Semana Mayor, la semana que nos invita a meditar y cuestionar nuestra vida en torno al Jesús que entra a Jerusalén para ser entregado, apresado y juzgado injustamente. La liturgia de este domingo de ramos está llena de signos y símbolos que nos hacen crecer y meditar más a cerca de nuestra redención.
Este domingo es un tanto diferente a los demás, porque todos acudimos a nuestras parroquias con ramos en nuestras manos, ramos que sean bendecidos por el sacerdote o diacono, como señal y recuerdo de la entra de Jesús en Jerusalén donde todos lo vitoreaban como Rey, donde todos lo vitoreaban como el mas excelso de los seres, Jesús rey de reyes. Esas palmas recuerdan las palmas y ramos de olivo que los habitantes de Jerusalén batían y colocaban al paso de Jesús.
Jesús, siendo el Mesías, nunca busca que las multitudes lo aclamen porque su reinado no es de este mundo, la gran mayoría del pueblo de Israel, tenía una idea muy errada de lo que en realidad era el mesías: ellos esperaban un Mesías poderoso, de acuerdo a criterios humanos y políticos, que los libertara del colonialismo romano. Jesús, por el contrario, va dejando bien claro que su misión es diferente. Por ejemplo, cuando después del milagro de la multiplicación de los panes, la multitud quiere aclamarlo como rey, sencillamente desaparece.
Sin embargo, sólo en la ocasión de su entrada a Jerusalén se deja aclamar como Mesías y como Rey de Israel, como “el Rey que viene en nombre del Señor” (Lc. 19, 38).
Cuando ya comienza el proceso que llevaría a su Pasión y Muerte, Jesús, interrogado por Pilatos “¿Eres el Rey de los Judíos?”, no lo niega, pero precisa: “Mi Reino no es de este mundo” (Jn. 18, 36). Ya lo había dicho antes a sus seguidores: “Mi Reino está en medio de vosotros” (Lc.17, 21). Y es así, pues el Reino de Cristo va permeando paulatinamente en medio de aquéllos y dentro de aquéllos que acogen la Buena Nueva, es decir, su mensaje de salvación para todo el que crea que El es el Mesías, el Hijo de Dios, el Rey de Cielos y Tierra. Es por ello que al iniciar este recorrido con Jesús, el rey de Reyes en la Semana mayor, debemos de preguntarnos de manera enfática, si estamos listos para aceptarlo como rey y para vivir con él estos días agónicos de la pasión, pero no solo para vivir la pasión, sino también para vivir la resurrección que es lo más grande que se nos ha dado.
La mirada del creyente hacia la Semana Santa es de profunda interiorización del sacrificio de Cristo. No nos quedamos contemplando un acontecimiento histórico de ajusticiamiento de un ser humano. Nuestra mirada encuentra en estos días una respuesta a la voluntad de Dios.
Todos los amores humanos son más fuertes que la muerte gracias al sacrificio de Jesús en la cruz. Jesús pasó haciendo el bien como otras muchas personas y culminó su vida en la entrega máxima. La Pasión de Cristo no ha sido un trágico destino, sino un acontecimiento salvífico como nunca había sucedido a los seres humanos. Si en nuestras sociedades civiles honramos con cariño y con respeto a los héroes que en distintas etapas de la vida sacrificaron sus vidas por personas concretas, ¡qué gran agradecimiento debemos tener a quien la dio por todos!
Cristo nos abrió camino, nos enseñó las sendas por las que va a discurrir la historia de la Iglesia y la historia personal de cada uno. Pasión, cruz, resurrección se turnarán una y otra vez en nuestra vida física hasta que lleguemos al reino definitivo que Dios nos tiene preparados. La Iglesia camina en el sufrimiento reflejado en distintos momentos. La Iglesia siempre está en Pasión, en agradecimiento y en Resurrección.
Cuando las personas temen a la muerte es que no han sido capaces de mirar la cruz de Cristo como una oferta de vida eterna. Las personas de nuestro tiempo ya no están acostumbradas a las grandes palabras ni a las grandes promesas, ni a los evangelios. Hemos entrado en una sociedad donde las palabras son siempre pasajeras, sin raíces. Lo que es nuevo es lo que atrae; por ello la Semana Santa o la vivimos cada año como una realidad nueva o se nos vuelve, aburrida, sin sentido.
Empezar la Semana Santa es hacer provisión de eternidad sin olvidarse de este mundo doliente que está siempre en viernes santo.
Que este domingo sea una puerta grande para vivir en meditación profunda estos días santos de la pasión muerte y resurrección de Jesús nuestro Señor, recuerde estos días no son santos porque el calendarios los pone, sino porque usted y yo los santificaremos con el silencio interior y la meditación asidua en estos días de gracia. Amén.
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