viernes, 13 de julio de 2012

XV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO


”Los envió  de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos”

Mc. (6,7-13)



La semana pasada se nos decía que el profeta es un hombre (o una mujer) cualquiera y que, por eso, puede ejercer de profeta para nosotros alguien cercano, con tal de que se convierta en alguien que nos transmite la Palabra de Dios sin componendas ni compromisos; pero también comprendíamos que, como de manera tan clara sucede en el caso de Jesús, esa misma cercanía puede convertirse en una dificultad añadida para que el mensaje de la Palabra que el profeta nos transmite (verbalmente o con su modo de vida) sea acogido.
En este sentido, el verdadero profeta, por más cercano que nos sea (paisano, familiar, amigo) tiene siempre algo de “extranjero”, de extraño, de ajeno, precisamente por su espíritu no acomodaticio, por su capacidad de transmisión de un mensaje religioso o simplemente moral, que puede incomodarnos, poner al descubierto aspectos de nuestra vida que no quisiéramos mirar, precisamente porque sabemos que deberíamos disponernos a cambiar en algún sentido.
El profeta es un enviado de Dios. Jesús, el definitivo enviado de Dios y, por tanto, el verdadero y supremo profeta, hace a sus discípulos partícipes de su misma identidad. Así como él ha sido enviado por el Padre, envía él a sus discípulos. Estos han tenido la experiencia de la Palabra de Dios en contacto directo con quien es su encarnación viva. Es lógico que hayan de salir, enviados por el maestro, para transmitirla a otros. Ya en vida de Jesús fue así.
Y no se trata simplemente de una transmisión teórica, de comunicar y enseñar una doctrina, sino de abrir camino a una realidad viva que se refleja en un estilo y un modo de vida: en comunidad, investidos de una autoridad sobre el mal carente de signos externos de poder, ligeros de equipaje, con sencillez de vida, aceptando lo que les den pero sin exigir nada, avalando la Palabra que transmitían haciendo el bien, curando y liberando.

El evangelio de Marcos nos narra hoy, las normas especificas que El les da, Jesús envió de dos en dos a sus primeros apóstoles, los Doce, dándoles el poder sobre los espíritus inmundos. En este texto se describen las circunstancias o características de esta misión evangelizadora que Jesús dio a sus primeros apóstoles:

Les pide primero, que vayan de dos en dos. Se trata de trabajar en forma comunitaria, es decir, “en equipo”.
Les indica que no lleven nada por el camino. Les pide pobreza confiando al mismo tiempo en la fuerza del mismo evangelio que deben predicar en su nombre. Como vestimenta llevarán un bastón, sandalias y una sola túnica, a semejanza de los verdaderos peregrinos.
 Cuando entren a alguna casa que les brinde hospitalidad, deben permanecer en ella sin andar de casa en casa. Se trata de fortalecer la convivencia y colaborar con la familia que los recibe para permanecer unidos.

Si en algún lugar no los reciben y los rechazan deben abandonar ese lugar sacudiendo el polvo de los pies como una advertencia para ellos. Se trata de respetar siempre la libertad de quienes reciben el mensaje por la misma fuerza de éste. Están siendo enviados para expulsar a los demonios; curar, consolar a los pobres y a los enfermos. Se debe entender que el anuncio del evangelio debe ser acompañado siempre por las obras de misericordia.
Por el bautismo, somos llamados a proclamar la buena nueva del Reino, a compartir con otros la Palabra de Dios, y a vivir esa Palabra que tratamos de comunicar. Nuestro modo de actuar mostrará la autenticidad de nuestra misión e invitará a otros a seguir a Jesús”.

martes, 10 de julio de 2012

Juan Pablo I y Pablo VI podrían subir a los altares durante Año de la Fe


ROMA, 10 Jul. 12 / 06:09 am (ACI).- En el próximo Año de la Fe que conmemora el 50 aniversario del Concilio Vaticano II, el Papa Benedicto XVIpodría elevar a los altares a dos de sus participantes y antecesores: el Papa Juan Pablo I y el Papa Pablo VI.
El 1 de mayo del 2011, Benedicto XVI beatificó a Juan Pablo II y con las dos posibles beatificaciones, sería la primera vez en la historia que un Papa beatifique a tres de sus antecesores.
El Corriere delle Alpi, diario que sigue de cerca las noticias sobre Juan Pablo I, por ser del lugar donde el Pontífice desempeñó su labor como párroco, publicó el 25 de junio unas declaraciones del Prefecto Emérito para las Causas de los Santos, Cardenal José Saraiva Martins, quien señaló que sería posible labeatificación de ambos pontífices durante el Año de la Fe.
La beatificación "es posible, aunque los procesos son generalmente muy complejos, en este caso, las fases van hacia adelante", y "diría más, considerado que no conocí bien, tanto a Montini –Pablo VI-, como a Luciani –Juan Pablo I-, espero que puedan ser beatificados juntos", explicó el Purpurado.
Juan Pablo I, entrega de la Positio para el próximo 17 de octubre
Además, el viernes pasado, el Postulador de la Causa de Beatificación de Juan Pablo I, Mons. Enrico Dal Covolo, afirmó que la Positio del Siervo de Dios Juan Pablo I, ya está terminada y el próximo 17 de octubre, con motivo del centenario del nacimiento del Papa Luciani, hará la entregará al Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, Cardenal Angelo Amato.
El anuncio fue dado durante la Misa celebrada en la fiesta de San Pedro y San Pablo, en Agordo, localidad que une en origen a Mons. Dal Covolo y al Papa Luciani.
Mons. Dal Covolo, quien además es Rector de la Pontificia Universidad Lateranense de Roma, explicó que la Positio se divide en dos volúmenes. El primero presentará las virtudes heroicas del Pontífice, y el segundo explicará toda su vida.
Para el siguiente paso que conduciría a los altares al Pontífice, se debe esperar el veredicto positivo y unánime de los estudiosos, expertos y médicos que contrata el dicasterio para afirmar si resulta, o no, "Venerable".
Aunque todavía nada es oficial, el milagro por el que se elevaría a los altares el Papa Luciani, sería la curación de Giuseppe Denora, un italiano que tras orar al pontífice, fue sanado totalmente de un severo tumor gástrico.
Pablo VI, el Papa que nombró Cardenal a Joseph Ratzinger
El posible milagro atribuido al Siervo de Dios Pablo VI -el Papa que nombró Cardenal a Joseph Ratzinger-, sería la sanación de un niño dentro del vientre de su madre.

viernes, 6 de julio de 2012

XIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO


"Nadie es profeta en su tierra.." 

(Mc. 6,1-6)



La liturgia de este domingo decimo cuarto del Tiempo Ordinario, es una reflexión profunda sobre el anuncio del evangelio y la aceptación por parte de aquellos a los cuales se les anuncia. Es una meditación a cerca del profetismo, del profeta que anuncia y denuncia lo que Dios le ha mandado.
Nunca perdamos de vista que cuando alguien anuncia y denuncia es Dios mismo quien toma y envía a sus "portavoces"... para que digan algo en su nombre: que mantengan viva la esperanza en tiempos duros; que denuncien la infidelidad, los abusos e injusticias; que saquen a la luz las rebeldías y pecados colectivos; que preparen a fondo una renovación del resto (pobre) de Israel.
El profeta inevitablemente es controvertido, su palabra dura de oír, su tenacidad escandalosa, el conflicto con los dirigentes oficiales es inmediato. Una palabra para todos. Libertad de palabra, temido, respetado.
Buena noticia de salvación y misericordia para unos... Mala noticia de juicio y reprobación para otros. Y el profeta en medio, posesión de nadie..., posesión del Espíritu de Dios, heraldo suyo, sufriente siervo las más de las veces, ofreciendo su vida y su palabra para que Otro las tome como cosa suya.
Cuando leo las lecturas de este domingo y en concreto el evangelio me puedo dar cuenta el reto grande que se tiene de anunciar la gracia de Dios, de proclamar el evangelio, porque si a Jesús lo rechazó su propia gente, que no harán con nosotros que solo somos siervos de Jesús.
Cuando Jesús se presenta en Nazaret produce conmoción. Por algo sería. Es despreciado porque le ven "como uno de tantos", no aceptan su persona, es despreciado su mensaje.
 "La reacción de oposición o de indiferencia que los hombres mantenemos frente a las voces proféticas, obedece casi siempre a que el profeta se nos presenta bajo apariencias excesivamente humanas.
El evangelio hace ver, muy claramente, que el motivo de la indiferencia de los de Nazaret ante la predicación de Jesús es, cabalmente, que Jesús sea tan semejante a ellos mismos, tan vulgar y ordinario, cuya parentela y origen todo el mundo conoce. Pero los pensamientos de Dios no son como los de los hombres.
En toda la historia de la salvación, Dios ha querido comunicarse con los hombres y mujeres a través de instrumentos humanos, muchas veces débiles e imperfectos, pero que, precisamente por ello, son capaces de mostrar toda la fuerza de Dios. Todos debemos ser conscientes de que, de acuerdo con el plan de Dios, siempre somos salvados por medio de unos hombres y a pesar de las deficiencias de estos mismos hombres".
Sin embargo hay algo que me asombra de Jesús, no obliga a nadie a creer, no comienza a hacer milagros por todos lados para que todo mundo crea, Jesús nos deja libres; propone, no impone sus dones.
Aquel día, ante el rechazo de sus paisanos, Jesús no se abandonó a amenazas e invectivas. No dijo, indignado, como harían otros, sencillamente se marchó a otro lugar. Una vez no fue recibido en cierto pueblo; los discípulos indignados le propusieron hacer bajar fuego del cielo, pero Jesús se volvió y les reprendió (Lc 9, 54).
Así actúa también hoy. «Dios es tímido». Tiene mucho más respeto de nuestra libertad que la que tenemos nosotros mismos, los unos de la de los otros. Esto crea una gran responsabilidad. San Agustín decía: «Tengo miedo de Jesús que pasa». Podría, en efecto, pasar sin que me percate, pasar sin que yo esté dispuesto a acogerle. 
¿Por qué actúan así, aquella gente de Nazaret? Yo diría que por varios motivos. Por ejemplo:
-Un primer motivo puede ser esa especie de sentimiento que todos llevamos dentro, según el cual nosotros ya sabemos lo que somos, y nadie nos tiene que enseñar nada. Cada uno ya tiene su propia manera de ver las cosas, y no tenemos ningún deseo de hacer el esfuerzo de escuchar a otra gente, de estar atentos a otras cosas con ganas de ver más claro, con ganas de cambiar las formas de ver y de actuar, si es que nos damos cuenta que vale la pena hacer este cambio.
-Un segundo motivo puede ser que hemos clasificado a las personas y creemos que sea quien sea nada nuevo puede enseñar y por tanto no aprenderemos nada nuevo. La gente de Nazaret sabía que Jesús era el carpintero, y que, por tanto, poco podía decirles.
Incluso cuando ven que lo que dice y hace vale la pena de verdad, piensan que no es posible y lo ignoran. En vez de hacer lo que sería razonable: escuchar lo que dice y lo que hace, y ver si merece la pena hacerle caso, tanto si el que lo dice es el carpintero como si es el rey, o como si es un muchacho sencillo con un pendiente en la oreja.
-Y un tercer motivo podría ser que  no les interesa escuchar lo que Jesús decía, porque su palabra les mostraba un estilo de vida que entrañaba. Les invitaba quizás a cambiar cosas en su vida que no tenían ganas de cambiar, y entonces todas las excusas son buenas para ahorrarse este cambio.
A menudo lo hacemos: cuando vemos que una persona actúa de modo generoso y entregado, y que con esta manera de actuar pone al descubierto nuestra pereza, rápidamente encontramos mil motivos para demostrar que lo que aquella persona hace no lo hace de buena fe, sino por vete a saber qué intenciones ocultas. De igual modo cuando oímos que alguien dice cosas que son verdad, pero que nos denuncian y que nos obligaría a cambiar, también rápidamente encontramos motivos para desacreditarlo a él y a lo que dice.
Jesús sigue anunciando el evangelio a través de tantos y tantas personas en nuestra vida, no juzgues a las personas, mejor escucha lo que tienen que decirte y llévalo a tu vida y a tu corazón, no permitas que la gracia se vaya de tus manos por la dureza de corazón. Nadie es profeta en su tierra, dice el evangelio de hoy, pero yo creo que como cristianos maduros deberíamos de escuchar lo que el profeta comunica para madurar nuestra fe.
Amén.

viernes, 29 de junio de 2012

DOMINGO XIII DEL TIEMPO ORDINARIO


«¿Qué estrépito y qué lloros son éstos? 
La niña no está muerta, está dormida.»
(Mt.5, 21-43)
Muchas curaciones y unas cuantas revivificaciones realizó Jesús entre sus milagros.  El Evangelio de hoy nos trae una curación y una revivificación conectadas entre sí.  Se trata de la hijita de Jairo, que muere mientras el Señor se retrasa en la curación de la hemorroísa (Mc. 5, 21-43). A simple vista se vería como si hubiera sido un descuido de Jesús al llegar tarde para ver a esta niña que estaba agonizando. 

Esta es una situación típica en la que cualquiera de nosotros podría reconocerse con facilidad: un familiar cercano enfermo y en grave peligro de muerte, y encima joven, un niño o una niña, con toda esa vida que debería tener por delante, amenazada con terminar pronto.

La impotencia ante la muerte es una situación típica para acudir a Dios, pedirle la curación; y, en un caso como el del evangelio, casi exigírsela; porque, si para nosotros, los seres humanos, la muerte es siempre percibida como una injusticia que no debería suceder, tanto más si se trata de alguien que apenas ha podido estrenar su propia vida.

Jairo, el hombre importante que, ante la enfermedad de su hija, nada puede hacer, más que suplicar. Sin embargo, este fragmento parece que está más hecho para suscitar interrogantes que para suspirar aliviados por su final feliz. 

Jesús responde, pero no inmediatamente. Entre la petición de Jairo y la llegada a la casa se interpone el encuentro con la mujer hemorroísa (cf. Mc 5, 25-34), que le hace “perder un tiempo precioso” en un asunto que, al fin y al cabo, no parecía tan urgente, hasta el punto de que, entretanto, la niña enferma muere.

¿No podía haber acudido Jesús inmediatamente y ahorrar así, en los dos casos, el amargo trance de la muerte? Pero no es este el único interrogante. Si Jesús tiene la capacidad de apiadarse y de salvarnos de la enfermedad y la muerte, ¿por qué lo hace sólo en unos pocos casos, mientras que parece ignorar olímpicamente muchísimos otros?

Es muy posible que todos nosotros hayamos rezado en alguna ocasión con angustia, pidiendo por la vida de un ser querido o cercano, sin que, aparentemente, hayamos obtenido respuesta. La oración de petición por la vida amenazada de nuestros seres queridos es su forma más dramática, precisamente porque percibimos la muerte como el “mal irremediable”.

Por fin, un último interrogante que suscita este milagro de Jesús es el de su carácter provisional: la hija de Jairo, igual que el hijo de la viuda de Naín (cf. Lc 7, 11-17) y su amigo Lázaro no fueron, estrictamente hablando, “resucitados”, sino vueltos a esta vida mortal, por lo que después de un tiempo, volvieron a morir.

Si queremos entender el sentido de este milagro de Jesús, tenemos que tratar de descubrir su significado profundo, el que trasciende el favor personal que recibió Jairo, su hija y su familia, y que adquiere significado para todos nosotros, para nuestra comprensión en fe de la persona de Jesucristo y del modo de actuar de Dios en nuestro favor.

Pero la fe en Cristo significa la fe en un Dios que ama la vida, que no ha hecho la muerte (más que, en todo caso, como final biológico en esta vida y como tránsito a la vida plena), porque en este vida hay dimensiones que traspasan las condiciones efímeras del espacio y el tiempo: la justicia es inmortal, nos recuerda la primera lectura, y también lo son la verdad, la honestidad, la generosidad, el amor…

La vida eterna no es una mera vida sin fin, sino una vida plena, liberada de la amenaza del mal y de la muerte, una vida en comunión con Dios en Cristo (cf. Jn 17, 3). Y, puesto que Cristo se ha hecho hombre y vive con nosotros, podemos empezar ya en este mundo caduco a gozar de la vida eterna: una vida como la de Cristo basada en el amor, abierta a todos, a favor de todos, en la que, como el Dios Creador, no destruimos, ni gozamos destruyendo, sino que estamos al servicio de la vida, de la justicia, viviendo con la generosidad a la que nos exhorta hoy Pablo.

Ante la muerte humana, ante nuestros muertos, ante nuestra propia muerte Jesús afirma: no están muertos, están dormidos. Y luego añade “contigo hablo, levántate”; o, con otras palabras: “Despiértate, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y Cristo será tu luz” (Ef 5, 14). Así es si participamos ya, por la Palabra y los Sacramentos, en la muerte y resurrección de Jesucristo, si tratamos de seguirlo en esta vida, si procuramos vivir como Él nos ha enseñando. Está claro que para que la muerte sea sólo eso, una dormición que nos abre a la vida plena, en esta vida caduca tenemos que vivir en vela, tenemos que estar despiertos.

miércoles, 20 de junio de 2012

SOLEMNIDAD DE SAN JUAN BAUTISTA


“Será llamado Juan”
 Lc. 1:57-66.80

No es habitual que en la Iglesia festejemos el nacimiento de los santos y santas, sino que a todos ellos los recordamos en el día de su muerte. La única excepción está dada por la Virgen María, cuyo natalicio celebramos el 8 de septiembre, y por Juan Bautista, el 24 de junio. Estos dos nacimientos, junto con la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo el 25 de diciembre, son los únicos nacimientos que celebramos en la Iglesia.
En la liturgia siempre se le busca dar preeminencia a la celebración del domingo, el día del Señor. Por eso, cuando la fiesta de algún santo o alguna otra memoria cae en domingo, “se corre” de día para no opacar la celebración dominical de la resurrección del Señor. Es muy extraño que ocurra, como en este caso, que en día domingo tengamos como fiesta central la memoria de un santo. Esta decisión eclesial de celebrar el nacimiento de San Juan Bautista, inclusive en día domingo, nos habla de la importancia de este acontecimiento.

El evangelio nos dice que Zacarías e Isabel, los padres de Juan, “eran justos a los ojos de Dios y seguían en forma irreprochable todos los mandamientos y preceptos del Señor” (Lc 1,6). En ellos, el evangelio evoca la figura de tantos hombres y mujeres que, fieles a la fe de Israel, confiaban en Dios y esperaban su manifestación. La llegada del niño que se anuncia no viene a colmar solamente las expectativas de ellos, sino las de todo un pueblo.
Para el pueblo sencillo, para los “anawim” (los pobres de Yavé), muchas de las circunstancias que marcaban sus vidas potenciaban la expectativa por la llegada del Salvador que trajera la justicia de Dios.

Cada vez que en la Biblia se anuncia el nacimiento de un niño, eso indica que no viene simplemente a satisfacer el deseo de sus padres, sino que cumplirá una misión a favor de todo el pueblo. El nombre del niño encierra la misión que cumplirá:"En hebreo, todos los nombres tienen un significado. Zacarías significa "Dios recuerda".

Toda la gente que estaba ahí decía que ese niño iba a llamarse como su padre. Pero interviene la madre para decir que se llamará Juan, en hebreo Yohanan. No se va a llamar "Dios recuerda" sino "Dios da la gracia". Yohanan es aquel a quien Dios favorece, a quien Dios otorga la gracia, en el sentido de liberar. En esos dos nombres propios ya está explicado todo el proyecto de Dios: el hecho que se está produciendo en ese momento con el nacimiento de ese niño.

Juan lleva de ahora un nombre que no es el de sus antepasados: ¡él lleva un nombre nuevo! Un nombre es la expresión de la personalidad de un ser. Y cuando el Señor mismo da un nombre, quiere decir que aquél que recibe ese nombre es verdaderamente reconocido como el Espíritu mismo de Dios.

El nombre de Juan significa "gracia". Dándole tal nombre, el Señor ve ya en él a su propio hijo; Juan no es el Hijo de Dios hecho hombre sino el que lo anuncia, el signo viviente del Mesías. Otro Juan, el que escribió el cuarto evangelio, lo comprendió muy bien, al decir: "Fué un hombre enviado de Dios, el cual se llamaba Juan... No era él la luz, sino para que diese testimonio de la luz. Aquel era la luz verdadera, que alumbra á todo hombre que viene á este mundo." (Jn. 1:6-9)

Dios da la gracia, Dios otorga su favor. Las expectativas de los pobres de Yavé no quedarán sin colmarse. Se acerca el tiempo en que todos y todas, sacerdotes y laicos, letrados y analfabetos, varones y mujeres, sanos y enfermos, verán la salvación de Dios. A esto invitaba, ya adulto, Juan Bautista. Su prédica no pasaba por cumplir rituales, ni ajustarse a normas ya hechas, ni  pertenecer a tal o cual grupo mistérico de iniciados. La propuesta era sencilla y profunda: cambiar el corazón. Meterse al agua y dejar que el agua se lleve el pecado, lo viejo, lo anquilosado… y salir del agua refrescados por Dios para vivir la novedad del Reino de Dios.
Bien puesto tiene Juan el título de “precursor”. Aún antes de que Jesús empezara a predicar, ya estaba Juan trayendo una propuesta nueva, mucho más sencilla que los rituales del Templo o las prescripciones fariseas, y al mismo tiempo mucho más honda.
Sí, Dios hace una gracia, Dios hace un favor. Nos invita a zambullirnos en el agua refrescante de su gracia.

viernes, 10 de febrero de 2012

SEXTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO


“Si quieres puedes curarme…”
(Mc. 1,40-45)
Rev. Alexander Díaz





Las lecturas de hoy hieren nuestra sensibilidad, que se siente incómoda ante la figura de un leproso de apariencia repugnante, vestido de harapos tal como lo ordenaba la ley judía:

El texto del libro del Levítico contiene las normas vigentes en esa época: como esta enfermedad se consideraba castigo de Dios, sus víctimas debían presentarse a los sacerdotes; además vivían como indigentes y estaban excluidos de la vida en sociedad. En esa época, el leproso era una persona muerta en vida.

El evangelio de Marcos nos muestra cómo Jesús supera todos los tabúes respecto a esta enfermedad y la convierte en ocasión para una maravillosa manifestación de la misericordia y el amor de Dios.

Detengamos nuestra mirada en los dos personajes de este relato, el leproso y Jesús.

Primero detengámonos a meditar la vida que llevaba este pobre hombre que se acerco al maestro vivía en un mundo atormentado y se arriesgó cuando se acercó a Jesús:

La enfermedad de la lepra tenía unas connotaciones religiosas y sociales que la hacían casi imposible de sobrellevar, pues implicaba no sólo un terrible deterioro físico (la nariz, las manos y los pies se iban desfigurando de tal manera que se adquiría una apariencia repugnante); además se la consideraba un castigo divino por pecados inconfesables; y como si lo anterior no bastara, la víctima era excluida de la vida en familia y en sociedad. El espectáculo era desolador: sin salud, sin Dios y sin nadie.



A pesar de su tragedia, este personaje que nos presenta el evangelista Marcos no se hunde en la desesperación. Con una humildad cargada de fe y de esperanza suplica: “Si quieres, puedes limpiarme”. No hay situación, por complicada que sea, que no pueda ser transformada por la acción salvadora de Jesús. Todas las heridas morales y afectivas pueden ser curadas por el amor del Padre que se manifiesta a través de Jesús. Todos los pecados, por graves que éstos sean y que la justicia humana castiga con 30 o 40 años de cárcel, pueden ser perdonados por Dios si hay un arrepentimiento sincero y una reparación.

Me encanta y me llama la atención las palabras que Jesús que le escucha con ternura y no lo cuestiona ni le hace preguntas, me imagino el rostro del maestro viéndolo a los ojos. Alguien me dijo un día, que cuando alguien te mira directo a los ojos, está viendo directamente tu alma, tu ser, tu verdad; Jesús ve en aquel hombre su dolor, su aflicción pero también su confianza y su deseo de volver a ser feliz, entre los suyos.

Cada una de las palabras y de los gestos que Jesús hace, tienen un significado profundo:

Lo primero que hace Jesús es tocar a este hombre.

Dentro de la mentalidad de la época, cargada de prejuicios y con unos conocimientos muy precarios de Medicina y en particular de Infectología, era impensable tocar a un leproso, pues hacerlo traía dos consecuencias: la posibilidad de contraer la enfermedad y la impureza legal, es decir, la obligación de alejarse de la comunidad y realizar unos ritos de purificación.
Jesús conocía el alto precio social que tendría que pagar por este gesto. Y conscientemente lo hizo como expresión de solidaridad con este ser excluido y como rechazo a los prejuicios de la religión judía.

El leproso se acerca a Jesús y, de rodillas, le suplica: “Si tú quieres, puedes curarme” Y, Jesús, “extendiendo la mano, lo tocó le dijo: “¡Sí, quiero: Sana!”Inmediatamente se le quitó la lepra y quedó limpio. (Mc. 1, 40-45).

¡Qué grande fe la de este pobre leproso! Y ¡qué audacia! No tuvo temor de acercarse al Maestro. No tuvo temor de que le diera la espalda. La fe cierta no razona, no se detiene. Quien tiene fe sabe que Dios puede hacer todo lo que quiere. Para Dios hacer algo, sólo necesita desearlo. Por eso el pobre leproso se le acerca al Señor con tanta convicción. Por eso el Señor le responde con la misma convicción: “¡Sí quiero: Sana!”

Nos dice el Evangelista que Jesús “se compadeció”, “tuvo lástima” del leproso. Tiene el Señor lástima de la lepra que carcome el cuerpo. Por eso la cura. Pero más lástima y más compasión tiene aún Jesús de la lepra del pecado que carcome el alma. Por eso toma sobre sí nuestros pecados para salvarnos, apareciendo El también “despreciado y evitado por los hombres, como un leproso” (Is. 53, 3-40). Es la descripción que hace el profeta Isaías cuando anuncia la Pasión del Mesías.

Estas lecturas de hoy, que tanto golpean nuestra sensibilidad, desenmascaran las crueles discriminaciones que amargan a tantos hermanos nuestros:

¡Cuántas personas discriminadas laboral y socialmente por su apariencia física! En esta sociedad de consumo que juzga por las apariencias sólo hay empleo para los cuerpos masculinos atléticos y para las mujeres construidas artificialmente mediante el bisturí, el láser y la silicona…

¡Cuántas personas archivadas en instituciones de caridad porque son una carga económica! Pensemos en los ancianos abandonados por sus familiares, tengamos presentes a los niños portadores de alguna deficiencia y que son rechazados, recordemos la pena de muerte aplicada a tantos bebés en nombre del aborto terapéutico…

¡Cuántas personas a quienes se les impide la movilidad social y la posibilidad de progresar por el color de la piel o porque son emigrantes o desplazados o porque son reinsertados o porque profesan creencias religiosas o políticas diferentes!

Cuando Jesús se atreve a tocar al leproso y le dice “quiero, queda limpio”, está dando un golpe demoledor a los prejuicios sociales y a todas las formas de exclusión.

Acercarse a Jesús con convicción, sin temor y con una fe segura. Esa debe ser nuestra actitud: reconocer nuestra lepra, buscar ayuda del Señor y aproximarnos a El con convicción y sin temor, pidiéndole que nos sane. El Señor no tendrá asco de nuestra lepra, por más grave que sea nuestra situación de pecado, si humillados nos presentamos ante El. Sabemos que no podemos curarnos por nosotros mismos. Puede ser que por muchos, por muchísimos años vengamos arrastrando una enfermedad del alma, una lepra que parece incurable. Pero, si Dios quiere –y si yo estoy dispuesto- Dios puede hacer cualquier milagro ... como el del leproso que se le acercó con fe, con confianza, sin temor, con convicción.


miércoles, 8 de febrero de 2012

VIVE COMO CURA.... COSA FACIL



Me encontré esta nota en uno de los periódicos españoles y me gusto mucho lo que dice porque dice cosas muy reales, me pareció interesante viniendo de un país donde hay mucha gente que ha dejado de creer en nosotros les digo que las veces que he estado en España en más de una ocasión me han insultado y hasta han escupido cuando he pasado frente a ellos, porque creen que somos personas que no hacemos nada y que vivimos de haraganes cómodos y holgazanes no me escandaliza, porque solo yo se lo cansado que es dar un servicio a mis hermanos, sin embargo aun hay muchos que ven nuestro ministerio como algo sacrificado y que conlleva agallas para hacerlo. a ver qué les parece y me cuentan:

VIVE COMO CURA.... COSA FACIL
Esta es la frase que suele emplear la gente para referir que vives como un rey. Lo sorprendente es que para vivir tan bien, como al parecer viven, escasean voluntarios. Pero, ¿Qué hay que hacer para poder vivir como un cura? Poca cosa. Lo primero dejar la familia, las proyecciones propias y tu vida anterior, pues el nuevo Patrón es bastante exigente. Así, tras siete años de estudios ya está uno disponible para que el obispo le envíe durante 5 años, normalmente prorrogables, a la parroquia de un pueblo cuya exacta localización hay que buscar en el Google Maps.
Una vez allí, a cambio de vivienda gratis, sólo hay que estar disponible 24 horas al día, 7 días a la semana, por si alguien tiene un problema que únicamente le puede contar al cura, por si alguno tiene que pedir algo que sólo un cura le puede dar o por si un vecino, parroquiano o no, decide morirse, que ya se sabe que la gente se muere a la hora que le da la gana.

En estos casos es conveniente llamar al cura antes, porque una vez fallecido, incluso para el cura, es imposible darle la unción de los enfermos.
Es importante mantener un gesto amable durante las 24 horas, y solamente un 100% de disponibilidad, incluida licencia de conducir y carro, porque es absolutamente imprescindible no fallar a nadie durante los 40 a 60 años de actividad laboral, si no le tildarán de haragán o cosas peores.

Asimismo, entre sus obligaciones laborales está escuchar con interés los problemas, tragedias y desgracias de todo el mundo, gratis y sin cita previa, y por supuesto intentar resolver el problema consultado o al menos procurarle un consuelo contundente. Por supuesto él, por convenio, no tiene derecho a tener problemas y algunas veces a no ser escuchado.
Debe asumir que será el representante en el pueblo de la institución más criticada y vapuleada del mundo y sobrellevar con agrado largas e inútiles conversaciones con gente que ni le va ni le viene lo de la Iglesia, pero que se creen con derecho a opinar lo que les viene en gana, casi nunca bueno, y a exigir una respuesta argumentada y coherente.
Y todo esto por unos escasos dólares al mes. Seguramente por eso la gente prefiere ser otra cosa...
Pero recuerde lo que dije al inicio, hay que vivir como cura, es la cosa mas fácil del mundo, y sobretodo mas cómoda del mundo…
TOMADO DE UN PERIODICO ESPAÑOL (LA VOZ DE CADIZ

viernes, 3 de febrero de 2012

Quinto Domingo del Tiempo Ordinario

«Todo el mundo te busca.»

(Mc. 1,37)
Rev. Alexander Díaz

El texto evangélico que acabamos de leer nos permite avanzar en el conocimiento de Jesús pues nos ofrece una descripción de lo que era un día típico en su vida. Su jornada iba alternando encuentros con los enfermos, catequesis y tiempos de oración. Este relato de la curación de la suegra de Pedro es un ejemplo, entre muchos, de su preocupación por el sufrimiento humano.

La labor terapéutica o curativa de Jesús se dirige al ser humano integral, pues no solo curaba las dolencias físicas sino que igualmente actuaba en lo más profundo del ser humano (sus tristezas, dramas interiores, esclavitudes o dependencias.

En torno a esta vida normal y cotidiana Jesus va a visitar la casa de la suegra de Simón Pedro. Al entrar en la casa, los discípulos le hablan de la suegra de Simón. No puede salir a acogerlos pues está postrada en cama con fiebre.

Jesús no necesita más. De nuevo va a romper el sábado por segunda vez el mismo día. Para él lo importante es la vida sana de las personas, no las observancias religiosas. El relato describe con todo detalle los gestos de Jesús con la mujer enferma

«Se acercó». Es lo primero que hace siempre: acercarse a los que sufren, mirar de cerca su rostro y compartir su sufrimiento. Luego, «la cogió de la mano»: toca a la enferma, no teme las reglas de pureza que lo prohíben; quiere que la mujer sienta su fuerza curadora. Por fin, «la levantó», la puso de pie, le devolvió la dignidad.

Así está siempre Jesús en medio de los suyos: como una mano tendida que nos levanta, como un amigo cercano que nos infunde vida. Jesús solo sabe servir, no ser servido. Por eso la mujer curada por él se pone a «servir» a todos. Lo ha aprendido de Jesús. Sus seguidores han de vivir acogiéndose y cuidándose unos a otros.

Todas las acciones nos describen a la perfección la búsqueda constante de Dios al ser humano doliente. La enfermedad y la muerte siempre nos están rodeando y solo nos queda preguntarnos si nos dejamos encontrar con el Dios que nos por dentro.

La pregunta es ¿Cómo entender la enfermedad? En un mundo donde al ser humano no le gusta el sufrimiento y no está dispuesto a sufrir ni a mortificarse en lo absoluto.

Jesús se nos acerca hoy para decirnos que incluso en lo que no entendemos en las negruras del dolor tiene sentido. La tarea del cristiano es acercarse a la cruz y a la tumba del resucitado y encontrar en El sentido de lo que vivimos.

Hoy vemos el dolor y el sufrimiento humano con todo lujo. La televisión se ha vuelto un buen notario de nuestro tiempo. Algunos se preguntan donde esta Dios en nuestros días cuando se dan esas situaciones…. Puede ser que este en ti, y también en el que sufre. El que sufre espera consuelo y ayuda, en ti y en mi, espera que seamos nosotros quien la ofrezcamos. Esta es la lógica de Dios, que hace el menesteroso esperar y que queda a la espera de nuestra respuesta solidaria.

Me encuentro frecuentemente con personas sanas que dice que están cansadas de vivir…, los cristianos somos los que estamos cansados de vivir muertos, muchos viven con una pesada carga, como una negación de ser felices, viven lejos de la realidad. El evangelio es una invitación para que descubramos a Dios y desde ahí vivamos en El. No hay mayor felicidad.

En muchas ocasiones me da la impresión que muchos no sabemos valorar lo que Dios nos ha regalado, vivimos renegando y amargándonos y amargando a los otros por trivialidades que no tienen sentido, por esas trivialidades deseamos morirnos, dejar de vivir, mientras miles en los hospitales luchan por ganarle una hora más en este mundo a la eternidad o muchos están satisfechos viviendo sus últimas horas de vida. Creemos y pensamos que con hacernos las víctimas o con morir lo hemos resuelto todo.

El evangelio recuerda que aquel día curó a muchos enfermos. El texto es sin duda un sumario que resume la futura actividad de Jesús. Pero también su libertad, que no se deja anular ni seducir por las demandas de la multitud. Por eso sabe retirarse a orar en la soledad. En la oración encuentra su fuerza y el sentido de su misión.

Me parece impactante el final de evangelio que hemos leído hoy, nos dice que “Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar.

Simón y sus compañeros fueron y, al encontrarlo, le dijeron: «Todo el mundo te busca.»” (Mc.1,37)

El que ha hablado durante el día con autoridad y en la tarde ha curado con sincera compasión a los enfermos es capaz de retirarse en silencio a la aparente inacción de la plegaria. “Todo el mundo te busca”. Eso le dicen sus discípulos al encontrarlo de madrugada después de que él se retirara a orar.

- “Todo el mundo te busca”. La frase recordaba la tradición de Israel. Los hebreos fieles a la Ley de Moisés eran calificados como “los buscadores de Dios”. Ahora las gentes buscaban a Jesús. En esa búsqueda se manifestaba la fe de los creyentes, pero también la dignidad divina del Maestro.

- “Todo el mundo te busca”. La frase también evoca la sed de la humanidad que, insatisfecha con sus logros, anhela la salvación. Son muchos los que buscan un sentido para su vida. Sin saberlo, tratan de vivir de acuerdo con unos valores que se encuentran reflejados en la vida y el mensaje de Jesucristo.

- “Todo el mundo te busca”. Finalmente, la frase de los discípulos interpela también hoy a todos los cristianos. No nos salvarán ni el saber ni la técnica. No nos salvan las ideologías ni la política. No podemos salvarnos a nosotros mismos. Sólo nos salvará Jesús, el Mesías de Dios. Buscarle a Él es ponerse en el buen camino

domingo, 18 de diciembre de 2011


«He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra»
( Lc. 1, 26-38) 


Estamos a las puertas de la Navidad, el tiempo a transcurrido de forma muy rápida, celebramos hoy el cuarto domingo del Adviento , El pasaje del Evangelio de hoy comienza con las familiares palabras: «Fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea llamada Nazaret». Es el relato de la Anunciación. 
Para entender las lecturas de hoy (sin mencionar Navidad misma), tenemos que  volver a nuestros primeros papás. La Biblia les llama Adán (“el hombre”) y Eva (“madre de todo viviente”). De ellos hemos heredado cosas buenas, más  importante, la imagen de Dios. Nos hace capaces de arte y cultura – todas las cosas bellas que seres humanos han creado.
Al mismo tiempo, hemos heredado cosas que solamente  se puede denominar  como pecado, Además experimentamos una división interior.  Esa “división íntima” es el pecado  original, una debilidad terrible que heredamos de nuestros primeros padres.
Todos heredamos de nuestros papás cosas buenas y cosas malas y tu y yo hemos  heredado la “condición humana” que incluye el pecado original. Tenemos que hacer  lo posible con el hecho que somos hijos de Adán y Eva. 

Este domingo final antes de Navidad. No somos solamente hijos de Eva, sino de  la Nueva Eva, María. Me parece interesante que hace largo Eva trató de exaltarse, y se dejo engañar por la serpiente, porque quería ser importante, quería ser como un dios, poderosa, indestructible.
Hoy, una segunda Eva dice que quiere la “esclava” del Señor, todo lo contrario a la primera, esta respuesta es difícil, porque se humilla y su más grande deseo  es  vaciarse para ser llenada de Dios. En el caso de María, sucedió en un modo literal. Nos dice la liturgia de las Horas, “Por Eva se cerraron a los hombres las puertas del paraíso, pero por María virgen, han sido abiertas de nuevo.
Me impacta la sencillez y sinceridad con que María responde al pedido del Ángel y al mismo tiempo me pregunto si hubiera sido capaz de responder de la misma manera que ella lo hizo a tan grande misión, a tan arriesgado reto.

 «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc.1, 38). Con estas palabras María hizo su acto de fe. Acogió a Dios en su vida, se confió a Dios. Con aquella respuesta suya al ángel es como si María hubiera dicho: «Heme aquí, soy como una página en blanco: que Dios escriba en mí todo lo que quiera».

 Aquél fue el acto de fe más difícil de la historia. ¿A quién puede explicar María lo que ha ocurrido en ella? ¿Quién le creerá cuando diga que el niño que lleva en su seno es «obra del Espíritu Santo»? Esto no había sucedido jamás antes de ella, ni sucederá nunca después de ella. María conocía bien lo que estaba escrito en la ley mosaica: una joven que el día de las nupcias no fuera hallada en estado de virginidad, debía ser llevada inmediatamente ante la puerta de la casa paterna y lapidada (Cf. Dt 22,20ss). ¡María sí que conoció «el riesgo de la fe»!
La fe de María no consistió en el hecho de que dio su asentimiento a un cierto número de verdades, sino en el hecho de que se fió de Dios; pronuncio su «fíat» a ojos cerrados, creyendo que «nada es imposible para Dios». 

María no dio su consentimiento con triste resignación, como quien dice para sí: «Si es que no se puede evitar, pues bien, que se haga la voluntad de Dios». El amen de María fue como el «sí» total y gozoso que la esposa dice al esposo el día de la boda. Que haya sido el momento más feliz de la vida de María lo deducimos también del hecho de que, pensando en aquel momento, ella entona poco después el Magníficat, que es todo un canto de exultación y de alegría. La fe hace felices, ¡creer es bello!

La fe es el secreto para hacer una verdadera Navidad; expliquemos en qué sentido. San Agustín dijo que «María concibió por fe y dio a luz por fe»; más aún, que «concibió a Cristo antes en el corazón que en el cuerpo». Nosotros no podemos imitar a María en concebir y dar a luz físicamente a Jesús; podemos y debemos, en cambio, imitarla en concebirle y darle a luz espiritualmente, mediante la fe. Creer es «concebir», es dar carne a la palabra. Lo asegura Jesús mismo diciendo que quien acoge su palabra se convierte para él en «hermano, hermana y madre» (Mc. 3,33).

Vemos por lo tanto cómo se hace para concebir y dar a luz a Cristo. Concibe a Cristo la persona que toma la decisión de cambiar de conducta, de dar un vuelco a su vida. Da a luz a Jesús la persona que, después de haber adoptado esa resolución, la traduce en acto con alguna modificación concreta y visible en su vida y en sus costumbres.
Por ejemplo, si blasfemaba, ya no lo hace; si tenía una relación ilícita, la corta; se cultivaba un rencor, hace la paz; si no se acercaba nunca a los sacramentos, vuelve a ellos; si era impaciente en casa, busca mostrarse más comprensiva, y así sucesivamente. 

¿Qué llevaremos de regalo este año al Niño que nace? Sería raro que hiciéramos regalos a todos, excepto al festejado. Una oración de la liturgia ortodoxa nos sugiere una idea maravillosa: «¿Qué te podemos ofrecer, oh Cristo, a cambio de que te hayas hecho hombre por nosotros? Toda criatura te da testimonio de su gratitud: los ángeles su canto, los cielos la estrella, los Magos los regalos, los pastores la adoración, la tierra una gruta, el desierto un pesebre. Pero nosotros, ¡nosotros te ofrecemos una Madre Virgen!». ¡Nosotros –esto es, la humanidad entera-- te ofrecemos a María! 

sábado, 10 de diciembre de 2011


“En medio de ustedes hay uno al que no conocen”
(Jn.1,6-8.19-28)


Estamos celebrando El Tercer Domingo de Adviento, pareciera que el evangelio es el mismo que oímos de boca de Marcos la semana pasada, ciertamente tiene frases parecidas y prácticamente el significado es el mismo, la preparación a la venida de Jesús y la escucha vigilante de esa voz que nos está invitando a la conversión. La liturgia en plenitud nos anuncian a un punto grande y que el mundo de hoy a perdido y es la alegría, San Pablo nos invita y nos dice: “estar siempre alegres en el Señor”. 

Bien es cierto, que vivimos tiempos de crispación y hasta de desaliento. Hay una lista interminable de razones para el desaliento y la tristeza: la violencia que no cesa en muchos rincones de la tierra, la injusticia que cubre la vida de millones de personas, la indiferencia ante la Buena Noticia del Evangelio de nuestra sociedad satisfecha en sus propias redes, la insolidaridad ante el pobre y desvalido… Tantas razones para el desaliento y la tristeza.
Pero hoy, se nos anuncia la alegría como lo hizo Isaías y Pablo en otro tiempo, porque, como dijo San Juan Crisóstomo: “La verdadera alegría se encuentra en el Señor. Las demás cosas, aparte de ser mudables, no nos proporcionan tanto gozo que puedan impedir la tristeza ocasionada por otros avatares, en cambio, el temor de Dios la produce indeficiente porque teme a Dios como se debe a la vez que teme confía en Él y adquiere la fuente del placer y el manantial de toda alegría”

El profeta Isaías ha reflexionado profundamente sobre el verdadero designio de Dios. Éste no se manifestará de la manera brillante que esperan los hombres, sino que se dará a conocer a través de un "ungido", preocupado sobre todo por los pobres de este mundo. Esta salvación se manifestará por la justicia y por la alabanza al Dios vivo.

El apóstol Pablo escribe a la Comunidad de Tesalónica.  Les invita a que vivan en plenitud la vida en Dios, manifestado plenamente en Jesucristo, la verdadera alegría.  Y la seguridad en la cercanía del Señor, que debe ceñir toda la vida cristiana, la concreta en tres aspectos: la alegría confiada y pacífica, en toda circunstancia; la superación de toda preocupación y angustia; la oración de súplica y acción de gracias al Dios de la paz.  
      
En el Evangelio de este domingo hay una frase que me llama la atención este domingo, cuando Juan responde a la pregunta de los fariseos; “En medio de ustedes hay uno que a quien no conocen” (Jn. 1,6-8)I, y me llama la atención porque ciertamente porque muchos todavía no hemos descubierto el gozo de su presencia en nosotros por ello no descubrimos la alegría.
Comienza el texto diciendo: “Surgió un hombre”  a Juan se le describe como un hombre sin más calificación, no se dice su condición social ni religiosa. Pero si se enfatiza su misión, que era dar testimonio de la luz, el no era la luz, sino un testigo.
Todos los que deseamos ser discípulos de Jesús, estamos llamados a ser testigos como Juan, hombres y mujeres que siguiendo la humildad de Juan no confundió  su misión tomando los meritos que no le pertenecían, solo invito a esperar, y mostro la luz de la gracia de su misión con perseverancia.

La aparición de Juan en el Jordán y su impacto en el pueblo, pone nerviosos a los que ocupan la cúspide del poder, es interesante que cuando los profetas hablan, y muestran su autoridad divina, pongan nervioso al poder y resultan incómodos.

Por eso los judíos de Jerusalén envían una comisión de sacerdotes y levitas a preguntarle  ¿Quién eres tú?... Juan contesta una negativa, no es ninguno de los que ellos piensan, no es lo que sus tradiciones creen. No habla en ningún momento de especulaciones, simple y sencillamente repite “Soy la voz que clama en el desierto”

San Agustín dice que la ‘palabra’ se conoce por la ‘voz’. La voz es lo órgano por el que se nos reconocer la palabra. La voz sin palabras es un sonido que hace daño al oído. El Señor es la palabra, y Juan es la voz que anuncia al Señor. Juan sabe muy bien quien es Jesús y lo proclama en el desierto. Es un instrumento del cual se sirve Dios para dar a conocer a Jesús. Juan ha concebido a Jesús en su corazón, y su boca habla de él.

Todos podemos y hemos de ser la voz del Señor. Hemos de hablar de Jesús, especialmente en estas fiestas de Navidad. Juan es la voz que clama en el desierto y da su fruto, aunque no fuera como se lo esperaba, porque esa voz no fue escuchaba como se debía.

Muchas veces a nosotros también nos da la impresión de que predicamos en el desierto. Los padres que han educado a sus hijos cristianamente ahora ven que no van nunca practican su fe o no quieren oír hablar de Dios, se sienten desengañados, culpables y angustiados. ¿Hemos predicado en el desierto? No, no es así. Todo trabajo, todo esfuerzo da fruto, aunque muchas veces el fruto no lo veamos de inmediato, sino con el tiempo.

Uno de los pecados de omisión es no hablar de Jesús. En este tiempo de Adviento, tenemos que preparar nuestro corazón por recibir con alegría al Señor el día de Navidad. San Agustín dice que Juan clama para que Jesús entre en nuestro corazón, pero Él no entrará si no le allanamos el camino.

Allanar el camino es estar siempre alegres. San Pablo dice: Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres (Flp 4, 4). Cuando hablamos de preparar con alegría las fiestas de Navidad y celebrarlas solemnemente con el gozo del espíritu, queremos decir que nos referimos a la alegría que se instala en el ápice más fino de nuestro espíritu, allí dónde este gozo entra en comunión con el Espíritu de Dios y es movido por Él. No quiere decir cerrar los ojos a la realidad, sino ponerse en manos de Dios.